Sugerencias para educar bien
Autor: Tomás Melendo Granados | Fuente: Catholic.net
Nuevas sugerencias para una sana educación
Lo que es oportuno hacer, y lo que no se debe decir a la hora de educar a nuestros hijos
Con este artículo pretendo ofrecer un conjunto de sugerencias particulares, que pueden muy bien resumir y concretar los principios básicos de la educación de los hijos. Como no son «recetas» —pues no las hay en educación—, resultaría inútil pretender «aplicarlas tal cual, mecánicamente». De ordinario, deben ser adaptadas a la situación de que se trate; en ciertas ocasiones, atendiendo a unas circunstancias particulares, incluso será preferible ponerlas en sordina; y alguna vez, muy pocas, atreverse a contradecirlas. Lo ha de dictar, en cada caso, la prudencia de los padres… tal vez a la luz de |
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Nuevas sugerencias para una sana educación |
los fundamentos contenidos en el primero de estos tres artículos. Las propuestas se articulan en dos grupos muy sencillos: |
a) lo que es oportuno hacer a la hora de educar a nuestros hijos; A) Lo que conviene hacer 1. Vivir personalmente, con coherencia, cuanto se exige a los hijos, recordando que el ejemplo es el mejor predicador; o, al menos, luchar clara y visiblemente por actuar de tal modo. 2. Favorecer el prestigio del otro cónyuge, ayudando a los hijos a descubrir sus virtudes, y evitar el contradecirlo o reprocharle algo en presencia de los niños. Si os han visto pelearos, que os vean también reconciliaros. |
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madre «como mujer y esposa», igual que la madre a los hijos varones en relación a su marido «como esposo y como varón». 3. Encontrar las ocasiones para jugar y conversar con los hijos, para interesarse realmente por sus cosas, que nunca son para ellos poco importantes, aun cuando a veces esto signifique renunciar a la propia tranquilidad o sacrificar un poco del tiempo que podría dedicarse a la profesión o al descanso. 4. Conceder a los hijos —de manera progresiva, según la edad, pero desde el fondo del corazón— toda vuestra confianza, arriesgándoos sin dudarlo a que alguna vez os «engañen». 5. Tener también fe en la capacidad del niño o de la niña para luchar por superar sus defectos, comprometiéndonos personalmente en ese combate… hasta sufrir con sus derrotas, si llegare el caso. |
Por eso, cuando el hijo caiga una vez más en alguno de esos defectos, comprenderlo efectivamente, ayudarlo con palabras de ánimo después de rehacernos nosotros mismos si fuera preciso, y no limitarse a echarle en cara su debilidad. 6. Favorecer el espíritu de iniciativa del niño desde muy pronto y dejar que haga las cosas por sí mismo —que inicialmente resulta más costoso que hacerlas nosotros—, asumiendo con espíritu deportivo las molestias complementarias que tal actitud pudiera originar. 7. No ceder a los caprichos de los críos, por más que se emperren en ellos, sino esperar serenamente a que pasen sus rabietas. Dejarles muy claro, de este modo, que no tienen derecho a esos antojos. |
8. Cuando sea menester, aunque no resulte fácil, saber decir que no… y mantenerse en él; pero explicar las causas de esas negativas y no exagerarlas, multiplicándolas inútilmente. 9. Ejercer la autoridad, que no es autoritarismo. Este último es afán de poder; la primera por el contrario, es servicio y se basa en una estima justa y merecida del chico o de la chica y de lo bueno en sí, que resulta capaz de mejorarlo. 10. Exigir la obediencia sin vacilaciones, pero intentando dar las órdenes con el tono más suave y simpático posible. 11. Limitar el número de deberes y prohibiciones a las cosas verdaderamente importantes. La vida familiar debe estar regida por el mínimo de reglas imprescindibles, y no por gustos o caprichos de uno u otro de los progenitores; y esas pocas normas ineludibles, hay que intentar que se cumplan siempre. Así los padres —¡las madres!— «no se queman» mandando sin ton ni son en cuestiones que, por su misma escasa relevancia, luego no vamos a hacer cumplir; y los hijos aprenden a obedecer por la bondad intrínseca de lo que se les indica, interiorizando los criterios y formando su conciencia. 12. A veces —no muchas— se debe también castigar, pero con moderación, sin perder la serenidad ni dejarse vencer por el nerviosismo o la ira. 13. Nunca un castigo ha de ser ni parecer un simple desahogo de nuestro mal humor, de nuestro cansancio o de nuestro orgullo herido. Por eso, en ocasiones, es preferible «salir de la escena» y no volver a ella hasta que se haya recuperado el propio dominio: una palabra serena y |
convencida goza de mayor poder de persuasión que un grito o una reprimenda incontrolados. |
14. Cuando convenga regañar a un hijo, hay que hacerlo con claridad, con justicia, con brevedad y cambiando después el tema de la conversación; es imprescindible concederle un tiempo para que asimile la corrección, sin exigir que reconozca de inmediato su culpa… como tampoco solemos de entrada reconocerla nosotros. 15. Resulta muy formativo exigir apoyándose más en el cariño (y en el bien de los demás) que en los castigos y recompensas: «Si haces eso, me das —o das a tu padre o a tus hermanos— un disgusto o una alegría muy grande». 16. Evitar siempre que se pueda los premios materiales, para no cultivar una moral utilitarista, que espera una recompensa por cada acción positiva. Al contrario, resulta muy conveniente que los hijos perciban y se sientan satisfechos al advertir la alegría de los padres cuando realizan una |
buena acción. 17. Conviene elogiar o censurar no lo que son, sino aquello que hacen. Se evitará de este modo fomentar la soberbia o el desencanto. No decir, por ejemplo, «eres tonto», sino «esta vez has hecho o dicho una tontería». Más oportuno es, por ejemplo, utilizar frases del estilo: «en esta ocasión has actuado un tanto egoístamente; no me lo esperaba de ti». Con ellas, al tiempo que corregimos la actitud incorrecta, fomentamos los valores positivos de fondo y mostramos nuestra estima y confianza hacia los chicos. 18. Distribuir encargos oportunos entre los hijos, enseñando también a que, en determinadas ocasiones, si existe causa justificada (exceso de cansancio, proximidad de un examen, etc.), uno supla en lo que debería realizar otro. 19. Implicar a los hijos, con un equilibrio adecuado, en las decisiones familiares, estimulándoles para que hagan sugerencias para el bien de la familia… y acogiéndolas incluso cuando las nuestras nos sigan pareciendo un poco mejor que las que propuestas por ellos (entre otros motivos, porque es muy fácil que las nuestras, solo por serlo, las consideremos mejores). |
20. No rechazar globalmente, y mucho menos a priori («tú calla, que de esto no sabes») ni siquiera aquellas insinuaciones de los hijos que nos parecen más insensatas; por el contrario, esforzarse para descubrir y valorar cuanto hay de bueno en sus ideas… puesto que siempre hay algo bueno. Es eficacísimo llegar al convencimiento de que los padres tenemos mucho que aprender incluso de los más menudos de nuestros hijos. 21. No os limitéis a corregir o aconsejar a los hijos, sino escucharlos con paciencia, afecto, interés y «simpatía» —como si se tratara de vosotros mismos o de la persona más querida—, de modo que lleguéis a comprender el porqué de sus dificultades, desilusiones, tristezas, errores, mimos, etc. |
problemática de la adolescencia… y siempre. 22. No responder sistemáticamente a sus preguntas, por abulia o pereza, con un cansino «no lo sé». Los niños multiplican sus interrogantes, justo cuando advierten ese desinterés. 23. Cuando no se sabe bien qué razones dar para acoger o rechazar sus peticiones, tener la humildad de decir, por ejemplo: «Déjame que lo piense». |
en la edad crítica de la adolescencia. 24. Exigir con buen humor, pero jamás con ironía hiriente, aun cuando fuera sutil. La ironía es siempre dolorosa porque lleva consigo una suerte de descalificación global o, al menos, muy superior a la manifestación clara y afectuosa del error que se intenta corregir. 25. Proponer mejoras realmente posibles —no disparatadas y fruto de una irritación incontrolada— y prever un tiempo razonable para cada una de ellas… Probablemente una de las virtudes que más a menudo ha de ejercitarse en la educación, y por eso de singular importancia, es la paciencia. 26. Mantener las promesas hechas. 27. Usar las bofetadas lo menos posible (que no necesariamente quiere decir nunca: como todo, esto depende mucho del modo de ser del chico). Sería bonito que vuestro hijo, más adelante, pudiera contar los bofetones recibidos de niño. En este caso, más que nunca, es menester andar atentos para no convertir en lícito y norma de |
conducta lo que «todo el mundo hace»; e imprescindible, si se quiere ser eficaz, que nuestro ejemplo vaya por delante. 29. Iniciar a los hijos en el misterio del origen de la vida y del amor entre hombre y mujer, de manera progresiva y desde muy pequeños, en la justa medida —muy escasa o casi nula en los comienzos— en que demuestren interés por el tema. Por otro lado, incluso cuando no nos prestaran demasiada atención, les estamos demostrando que no se trata de una cuestión tabú, sino tan normal como las restantes que hablamos en la intimidad, y que pueden acudir a nosotros para consultar sus legítimas dudas… o contarnos sus fracasos (como consecuencia, jamás deberíamos mostrar asombro o indignación cuando nos hagan partícipes de sus derrotas). |
30. Pedir ayuda a Dios y ponerse en las manos de la Virgen y de los Ángeles Custodios, con real abandono, para ser buenos educadores. B) Lo que no conviene decir Como sencillo memorandum, añadiré diez frases que conviene eliminar de nuestro repertorio: 1. «¡A mí no me haces esto!» (demuestra más amor propio que afecto hacia el hijo). 2. «Esto no se lo cuentes a papá (o a mamá)» (destruye la fuente del amor y el crecimiento familiar: la unión de los cónyuges). 3. «No sirves para nada, eres un egoísta, un embustero…» (descalifica globalmente al chico y refuerza el ejercicio del tipo de conductas que pretendemos corregir). |
4. «Has hecho lo que tu querías, ahora ¡arréglatelas!» (además de orgullo herido, manifiesta falta de «simpatía y compromiso» con el hijo o la hija). 5. «Dime la verdad, de lo contrario…» (muestra desconfianza y sustituye el amor por la amenaza). 6. «¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho? ¿Quién había?» (constituye una agresión a la intimidad, que más bien cierra cualquier posibilidad de comunicación). 8. «Mira qué buena es tu hermana, cómo estudia, cómo ayuda» (olvida que cada persona es única y fomenta los celos, las envidias, la competitividad malsana…). 9. «La ha traído la cigüeña, o bien, son cosas que no te interesan». (imposibilita que se establezcan lazos en torno a una de las esferas en que los hijos más lo necesitan; arroja el amor a la categoría de lo innoble y dificulta cualquier posterior conversación sobre este tema). 10. «Mira que Dios te va a castigar» (distorsiona inevitablemente la imagen de Dios como Padre amoroso; sustituible con ventaja por algo como: «Dios te ve siempre, quiere tu bien, y sería estupendo que lo tuvieras muy contento»). Tomás Melendo Granados Catedrático de Filosofía (Metafísica) Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia |
Universidad de Málaga (UMA), España |