Mostrar mayor empatía hacia los demás

¿CÓMO AYUDAR A QUE SU HIJO MUESTRE MAYOR EMPATÍA HACIA LOS DEMÁS?

Para que se preocupe por los demás y su conducta se coherente con estos sentimientos.

La amabilidad y la consideración son parte del código genético de su hijo. pero si estos rasgos no son alimentados, desaparecerán.

AUMENTE SUS EXPECTATIVAS RESPECTO DE UNA CONDUCTA CONSIDERADA Y RESPONSABLE EN SUS HIJOS.

Hay una palabra judía llamada menschlichkeit que significa responsabilidad fusionada con compasión, la sensación de que nuestras propias necesidades y deseos personales están limitados por las necesidades y los deseos de los demás. Un mensch actúa con moderación y humildad, mostrando siempre sensibilidad a los sentimientos y pensamientos de los demás, sintiendo una pasión genuina por aliviar el dolor y el sufrimiento de quienes le rodean.

· Si usted quiere que sus hijos se tornen más empáticos, atentos y responsables, entondes debe esperarlo de ellos.

· Debe establecer normas familiares claras y coherentes y no renunciar a ellas.

  • ·  Debe requerirles que sean responsables.
  • ·  Ya desde los tres años, debería esperarse que los niños se limpien a símismos e inclusive que ayuden en tareas simples, como poner la mesa.

· Las tareas domésticas y otras responsabilidades deberían aumentar con la edad, y no deberían ser atadas a recompensa alguna. Debería esperarse que los niños ayuden en la casa porque ayudar a los demás es correcto, recibir una mensualidad es una asunto totalmente distinto.

·

Si usted quiere que su hijo sea atento, considerado y responsable, debe hacer algo simple: aumente la medida de sus expectativas. Ser un padre permisivo es fácil. Es fácil hacer la cama de su hijo o sus deberes escolares. Pero para criar niños más responsables, los padres debemos tornarnos más responsables y podemos comenzar a hacerlo dejando de lado la idea de que malcriar a nuestros hijos no los perjudicará. Sí lo hará.

ENSEÑELES A SUS HIJOS A PRACTICAR «ACTOS ALEATORIOS DE BONDAD».

«En nada se acercan más los hombres a los dioses que al hacer el bien para sus semejantes». Cicerón

Una de las formas más simples de enseñarles a los niños empatía es la práctica de «actos aleatorios de bondad», Por ejemplo, hay un libro: «Actos fortuitos de bondad», que contiene anécdotas sobre la forma en que actos simples de consideración y solicitud afectan la vida de las personas, como el caso de un estudiante universitario que recibió tarjetas postales anónimas y misteriosas por parte de la madre de un amigo que tornó más llevaderos sus primeros meses fuera de casa.

Se podría convertir a la bondad en un proyecto familiar. Un acto de bondad puede ser algo tan simple como sostenerle la puerta a alguien o llamar por teléfono a un amigo enfermo. Usted observará como a medida que se ponen en práctica estos pequeños actos, los niños se esmerarán más de lo habitual para llevar a acabo actos altruistas.

COMPROMETA A SUS HIJOS CON ALGUN SERVICIO COMUNITARIO.

  • ·  Pertenecer a grupos de scouts, parroquiales o a comisiones escolares
  • ·  Trabajar en un comedor de beneficencia
  • ·  Formar parte de una organización para salvar especies en extinción.
  • ·  Trabajar en proyectos del vecindario
  • ·  Leerles a los ancianos en un geriátrico.
  • ·  Ser tutor de niños pequeños.
  • ·  Fabricar muñecos para niños enfermos.Los factores claves para recordar cundo uno hace que el servivcio comunitario forme parte de la vida de sus hijos son :

· ·

·

Elegir algo significativo para la familia.

Lograr que el compromiso sea una prioridad en la vida de su hijo. No permitir que el interés decaiga.

Participar en el proyecto con sus hijos en la mayor medida posible

Fuente: Abel Cortese
Fuente: www.inteligencia-emocional.org

Cómo aprenden los niños

CÓMO APRENDEN LOS NIÑOS

Un niño aprende poniendo a prueba sus habilidades, los hábitos y actitudes de los que lo rodean y su propio mundo.

Un niño aprende más por el método de prueba y error, por medio del placer antes que del dolor, a través de la experiencia antes que de la sugerencia, y por la sugerencia antes que por la orientación.

Aprende también por medio del afecto, del amor, de la paciencia, de la comprensión, de la posibilidad de hacer y de ser…’

Frederick Moffet

…POR ESO…

Contéstale, no le informes.
Protégelo, no lo cubras.
Ayúdalo, no lo reemplaces.
Amalo, no lo idolatres.
Abrígalo, no lo tapes.
Acompáñalo, no lo lleves.
Muéstrale el peligro, no lo atemorices. Incorpóralo, no lo aísles.

Aliéntalo en sus esperanzas, no lo desencantes.
Pídele que sea bueno y dale tu ejemplo, no le exijas ser mejor. Rodéalo de amor, no le prodigues amor.
Prepárale un clima de estudio, no lo mandes a estudiar.
Vivan todos con naturalidad, no le fabriques un castillo.
Sé tú como quieres que sea, no le enseñes a ‘ser’.
Vivan todos, no le dediques la vida.
Recuerda que tu hijo no te escucha, te mira.

Ayuda a superar la frustración en los niños

AYUDAR A SUPERAR LA FRUSTRACION EN LOS NIÑOS

Escrito por www.consejos-e.com

Basado en el libro de María Jesús Álava en su libro “El NO también ayuda a crecer”, 1. Incúlcale desde pequeño un estilo de vida.

El consumismo no es una tendencia que se resuelva quitando al niño todos los estímulos, “más bien se trata de inculcarle un estilo de vida, una escala de valores, un nuevo modelo que permita a todos los miembros de la familia volver a disfrutar de las cosas sencillas”.

El consumismo no es una tendencia que se resuelva quitando al niño todos los estímulos, “más bien se trata de inculcarle un estilo de vida, una escala de valores, un nuevo modelo que permita a todos los miembros de

la familia volver a disfrutar de las cosas sencillas”.

2. Enséñale a vivir con la frustración.

Es importante que el niño tome pronto conciencia de que no puede tener todo lo que desea. La frustración tiene que ver con la maduración, y es necesario que aprenda a vivir con ella, para evitar que se venga abajo ante el menor obstáculo o dificultad cuando no consiga lo que quiere.

Es importante que el niño tome pronto conciencia de que no puede tener todo lo que desea. La frustración tiene que ver con la maduración, y es necesario que aprenda a vivir con ella, para evitar que se venga abajo ante el menor obstáculo o dificultad cuando no consiga lo que quiere.

3. Dale ejemplo.

La pautas de actuación observadas en los padres son el primer vehículo de aprendizaje. “La mejor forma de evitar que adquiera hábitos consumistas es que el niño vea que sus padres no son compradores compulsivos, que dan valor a las cosas y a su conservación; que son respetuosos con el medio ambiente; que no se llenan de objetos superfluos, etc. … y, sobre todo, que éstos les enseñen lo que tiene más valor, lo que no se puede comprar: la ilusión, el tiempo, la dedicación…”.

4. Hay que ser padres, no colegas.

Los adultos ocupan un papel en la vida de los niños: el de adultos, y pocas cosas le confunden tanto como ver a un adulto comportándose como él. Los padres deben desempeñar su rol, aunque a veces le cueste, ya que es la única forma de que sirvan como referencia válida”.

5. No le sobreprotejas.

Es importante que los padres estén siempre al lado de los hijos para apoyarlos y orientarlos, pero no para asfixiarlos. Niños y jóvenes tiene que vivir sus pequeñas “crisis”, y éstas serán las que les permitan generar sus propios recursos, sus propias habilidades y sus propias salidas.

6. Nunca bajes la guardia.

Observar constantemente a los hijos para detectar cualquier indicio de conducta anómala. “Unos ojos rojos, por ejemplo, son signo inequívoco de que el joven ha estado bebiendo o tomado cualquier sustancia. No hay que olvidar que los jóvenes suelen decir a su manera, pero con bastante claridad, que algo no está funcionando

bien, y que necesitan la actuación de los padres, no su huída”.

7. Ayúdales a motivarse.

Los padres deben hacerle ver a los jóvenes que valoran el aprendizaje y el trabajo intenso más que las notas; ofrecerles oportunidades para destacar y ser útiles; ayudarles a buscar sus puntos fuertes y desarrollarlos; y enseñarles a mantener expectativas realistas.

Artículo de la revista Consejos de tu Farmacéutico.

Basado en libro de Ma Jesús Alavesa: «El NO también ayuda a crecer»

autoconcepto y desarrollo de habilidades

Publicado en Church Forum 2.0 beta (http://www.churchforum.org)

Autoconcepto y desarrollo de habilidades

El
autoconcepto es la opinión que uno tiene respecto a sí mismo. Cuando nacemos, no sabemos quiénes somos ni dónde estamos. Dependemos totalmente de quienes están a nuestro alrededor para ir formándonos una idea aproximada del mundo, así como de las personas y de nosotros mismos. De esta manera, por como nos tratan y por lo que dicen de nosotros, vamos desarrollando el concepto del Yo o Autoconcepto.

Así, empezamos a pensar de nosotros mismos conforme a lo que seleccionamos de la gran cantidad de mensajes que recibimos. Un bebé recibe infinidad de información… que se parece al papá, ¡no!, que es igualito a su mamá, que tiene un carácter muy dominante como su tío, que se porta bien mientras no está el hermanito presente, que es muy observador, que se distrae fácilmente, etc.

Cuando llega a la escuela, también es tratado por la maestra de una
forma particular y puede recibir mensajes opuestos o parecidos a los
que ha escuchado en casa. De aquí se desprende aquello de:en la escuela es muy buen niño, pero nada más llega a la casa y es otro

Los seres humanos tenemos tres alternativas para reaccionar cuando recibimos información sobre nosotros mismos:

1). La creemos y comenzamos a actuar conforme a esa expectativa.

2). La ignoramos totalmente y seguimos impasibles (no nos cae el veinte).

3). No estamos de acuerdo y comenzamos a actuar en una forma totalmente opuesta para demostrar que aquello que se decía de nosotros estaba equivocado.

En la mayoría de los casos la reacción más usual es la primera. Cumplimos lo que se espera de nosotros.

Tomemos un ejemplo: Un niño empieza a treparse a un árbol… la mamá, al verlo, exclama: ¡Cuidado Pepitooo, te vas a caer!

A la par de este mensaje, la mamá está pensando que su hijo no sabe cómo subir a un árbol, que no puede cuidarse y que es torpe.

, o viceversa.

El niño tiene tres alternativas posibles: Confirmar lo que su mamá
dice y piensa de él, cayéndose del árbol; ignorarla y continuar con su juego de una manera natural y espontánea, trepando hasta donde se siente seguro, o bien, buscar demostrar cuán equivocada está la mamá y no sólo hasta la parte más alta sino que comienza a brincar por los
aires balanceándose de una rama a otra cual si fuera Tarzán, poniéndose tal vez en un peligro real.

En otras palabras, los mensajes que transmitimos a nuestros hijos,
lo que pensamos o creemos que ellos son, determinan en buena parte la
opinión que se formarán respecto a ellos mismos. Un principio que
utiliza la publicidad indica que si se repite una mentira con la debida
frecuencia e insistencia, la gente terminará creyéndola. Lo mismo
sucede con el autoconcepto: si un niño escucha constantemente no puedeso eres torpe, terminará creyéndoselo y se convertirá en un ser incapaz e inútil.

Este principio también puede aplicarse a la inversa: un claro que sí puedes influirá positivamente en el niño. Hasta ahora no he mencionado las habilidades o aptitudes naturales o innatas porque creo que la mayoría
de ellas se pueden desarrollar cuando se cree en esta posibilidad. Cada

vez que es establecido un nuevo récord olímpico, todo el mundo piensa que es lo máximo a lo que se puede llegar y que dicho récord será el último que se registre en la historia; sin embargo, para la próxima
justa olímpica es rota nuevamente la marca… porque aparece un atleta que cree que puede hacerlo y lo hace.

El caso de muchos minusválidos que desarrollan sus habilidades en forma extraordinaria, apoya también este punto. En otras palabras, existen personas con una gran capacidad que no es manifestada porque han desarrollado un concepto bastante pobre de ellos mismos y en este contraste, existen individuos que sin poseer grandes dotes, llegan a desarrollarse y a tener éxito, gracias al buen concepto que tienen de

su persona.

Ya se trate de habilidades físicas o intelectuales, éstas pueden desarrollarse si las apoyamos con una actitud positiva y optimista. Los grandes descubrimientos de la historia han sido realizados gracias a un locoque emprendió lo imposible, lo inconcebible, lo que no se podía.

La próxima vez que se sorprenda diciéndose a sí misma o a sus hijos:tú no puedes hacer eso , pregúntese enseguida… ¿y por qué no he de poder? Posiblemente no existan buenas razones para no intentarlo. Recuerde que
hay ciegos que caminan sin tropezarse, inválidos que pueden nadar y que
la historia está llena de hombres y mujeres que han desafiado lo

imposible.

Autor:

Lic. Susana Patiño de G.

Fuente:

Church Forum www.churchforum.org [1]

Aprender a perdonar

Aprender a perdonar Jutta Burggraf

Sumario

Prólogo. I. ¿Qué quiere decir “perdonar”?: 1. Reaccionar ante un mal.- 2. Actuar con liberta.- 3. Recordar el pasado.- 4. Renunciar a la venganza.- 5. Mirar al agresor en su dignidad personal. II. ¿Qué actitudes nos disponen a perdonar?: 1. Amor.- 2. Comprensión.- 3. Generosidad.- 4. Humildad. III. Reflexión final.

Todos hemos sufrido alguna vez injusticias y humillaciones; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en el entorno familiar. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. “El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares,” dicen los árabes.

¿Cómo reaccionamos ante un mal que alguien nos ha ocasionado con cierta intencionalidad? Normalmente, desearíamos espontáneamente pegar a los que nos han pegado, o hablar mal de los que han hablado mal de nosotros. Pero esta actuación es como un bumerán: nos daña a nosotros mismos. Es una pena gastar las energías en enfados, recelos, rencores o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más.

Sólo en el perdón brota nueva vida. Por esto es tan importante educar en el “arte” de practicarlo.

I. ¿Qué quiere decir «perdonar»?

¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: “Te perdono”? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que renuncio a la venganza y quiero, a pesar de todo, lo mejor para el otro. Vamos a considerar estos diversos elementos con más detenimiento.

1. Reaccionar ante un mal

En primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza. Una maestra me dijo en una ocasión: “No me importa lo que mis alumnos piensan hoy sobre mí. Lo importante es lo que piensen dentro de veinte años.» El perdón sólo tiene sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.

Por otro lado, perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso. Parece que todo les diera lo

mismo. «No importa» si los otros no les dicen la verdad; «no importa» cuando los utilizan como meros objetos para conseguir unos fines egoístas; «no importan» tampoco el fraude o el adulterio. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdonar (1).

Si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla. Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos); y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se mudan de ciudad. Pero no pueden huir del sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior.

2. Actuar con libertad

El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa simplemente, según el conocido principio «ojo por ojo, diente por diente» (2). El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy «re-accionando», de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.

Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma (3). El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.

Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden llevar a depresiones. Un refrán chino dice: “El que busca venganza debe cavar dos fosas.»

En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos, “porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado”. La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a

poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz. Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.

Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico(5). Se puede perdonar llorando.

Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. «Las heridas se cambian en perlas,» dice Santa Hildegarda de Bingen.

3. Recordar el pasado

Es una ley natural que el tiempo «cura» algunas llagas. No las cierra de verdad, pero las hace olvidar. Algunos hablan de la «caducidad de nuestras emociones»(6). Llegará un momento en que una persona no pueda llorar más, ni sentirse ya herida. Esto no es una señal de que haya perdonado a su agresor, sino que tiene ciertas «ganas de vivir». Un determinado estado psíquico -por intenso que sea- de ordinario no puede convertirse en permanente. A este estado sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, perpetuando en nosotros el daño sufrido. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza.

La memoria puede ser un cultivo de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de perdonar. Ésta no consiste simplemente en «borrón y cuenta nueva». Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado.

Hace falta «purificar la memoria». Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo como perdonadas.

4. Renunciar a la venganza

Como el perdón expresa nuestra libertad, también es posible negar al otro este don. El judío Simon Wiesenthal cuenta en uno de sus libros de sus experiencias en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Un día, una enfermera se acercó a él y le pidió seguirle. Le llevó a una habitación donde se encontraba un joven oficial de la SS que estaba muriéndose. Este oficial contó su vida al preso judío: habló de su familia, de su formación, y cómo llegó a ser un colaborador de Hitler. Le pesaba sobre todo un crimen en el que había participado: en una ocasión, los soldados a su mando habían encerrado a 300 judíos en una casa, y habían quemado la casa; todos murieron. «Sé que es horrible -dijo el oficial-. Durante las largas noches, en las que estoy esperando mi muerte, siento la gran urgencia de

hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de todo corazón.» Wiesenthal concluye su relato diciendo: «De pronto comprendí, y sin decir ni una sola palabra, salí de la habitación”. Otro judío añade: «No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno»(8).

Perdonar significa renunciar a la venganza y al odio. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no dejan que ellas les molesten. «Aunque nos maten, no pueden hacernos ningún daño,» es uno de sus lemas(9). Han logrado un férreo dominio de sí mismos, parecen de una ironía insensible. Se sienten superiores a los demás hombres y mantienen interiormente una distancia tan grande hacia ellos que nadie puede tocar su corazón. Como nada les afecta, no reprochan nada a sus opresores. ¿Qué le importa a la luna que un perro le ladre? Es la actitud de los estoicos y quizá también de algunos «gurus» asiáticos que viven solitarios en su «magnanimidad». No se dignan mirar siquiera a quienes «absuelven» sin ningún esfuerzo. No perciben la existencia del «pulgón».

El problema consiste en que, en este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros. Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón. Falta la ofensa, y falta el ofendido.

5. Mirar al agresor en su dignidad personal

El perdón comienza cuando, gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.

El secreto consiste en no identificar al agresor con su obra (10). Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes cometidos en Francia: «Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres… Nos esforzamos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los demás» (11). Cada persona está por encima de sus peores errores.

Hace pensar una anécdota que se cuenta de un general del siglo XIX. Cuando éste se encontraba en su lecho de muerte, un sacerdote le preguntó si perdonaba a sus enemigos. «No es posible -respondió el general-. Les he mandado ejecutar a todos»(12).

El perdón del que hablamos aquí no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior. Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna persona. Se puede considerar también a un difunto en su dignidad personal. Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz.

Al perdonar, decimos a alguien: «No, tú no eres así. ¡Sé quién eres! En realidad eres mucho mejor.» Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran sinceridad.

II. ¿Qué actitudes nos disponen a perdonar?

Después de aclarar, en grandes líneas, en qué consiste el perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los demás.

1. Amor

Perdonar es amar intensamente. El verbo latín per-donare lo expresa con mucha claridad: el prefijo per intensifica el verbo que acompaña, donare. Es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen ha dicho que el amor se prueba en la fidelidad, y se completa en el perdón.

Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.

Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: «Es bueno que existas»(13). Hace falta no sólo «estar aquí», en la tierra, sino que hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación (14).

Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: «Te necesito para ser yo mismo.»

Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización. En otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la “desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo”, y no llega a serlo, porque los otros lo impiden (15).

Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad y con una felicidad más honda.

2. Comprensión

Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que «merece»; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de transformación y de evolución de los demás.

Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero «tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle,» advierte el filósofo Robert Spaemann (16). Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos: «no sabemos lo

que hacemos»(17). Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio, cada minuto del día, y me pongo a «analizar» lo que ha dicho cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más encantador.

Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan según lo que dice la sabiduría popular: «Si quieres que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese.»

3. Generosidad

Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la justicia. Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es donde tiene espacio el perdón.

El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente. Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.

El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.

Hay un modo «impuro» de perdonar (18), cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: «Te perdono para que te des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para que mejores.» Pueden ser fines educativos loables, pero en este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: «Te perdono porque te quiero -a pesar de todo.»

Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.

4. Humildad

Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía agitada. Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.

Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede molestar al agresor en cualquier momento. «Cuando uno perdona, se abandona al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de

ofender y herir (de nuevo)»(19). Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.

Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por captar también las palabras que el otro no dice. De vez en cuando es necesario «cambiar la silla», al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.

El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere dominar o humillarle. Para que sea verdadero y «puro», la víctima debe evitar hasta la menor señal de una «superioridad moral» que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.

Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.

III. Reflexión final

Hemos hablado de una labor interior auténtica y dura. No podemos negar que la exigencia del perdón llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado correctamente? ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de su hijo? Podemos perdonar, por lo menos, a una persona que nos ha dejado completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era muy importante? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad. Pero un cristiano cuenta, además, con la ayuda todopoderosa de Dios. «Con mi Dios, salto los muros,» canta el salmista. Podemos referir estas palabras a los muros que están en nuestro corazón. Con la ayuda de buenos amigos y, sobre todo, con la gracia de Dios, es posible realizar esta tarea sumamente difícil y liberarnos a nosotros mismos. Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un gran alivio. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.

Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las víctimas. Hay que dejar a una persona todo el tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le acusara de rencorosa o vengativa, engrandaría su herida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo (20). En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Antes que nada, debemos tranquilizarnos, aceptar que nos cuesta perdonar, que necesitamos tiempo. Seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. No podemos sorprendernos frente a tales dificultades, tanto si son propias, como si son ajenas.

Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad; podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo. Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras: «¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.»

Notas

Se ha destacado que la justicia, junto con la verdad, son los presupuestos del perdón. Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz Ofrece el perdón, recibe la paz, 1-I-1997.

Mt 5,38.
M. SCHELER, Das Ressentiment im Aufbau der Moralen, en Vom Umsturz der

Werte, Bern 1972, pp.36s.

P. RAYBON, My First White Friend,New York 1996, p.4s.

Cfr. D. von HILDEBRAND, Moralia, Werke IX, Regensburg 1980, p.338.

A. KOLNAI, Forgiveness, en B. WILLIAMS; D. WIGGINS (eds.), Ethics, Value and Reality. Selected Papers of Aurel Kolnai, Indianapolis 1978, p.95.

Cfr. S. WIESENTHAL, The Sunflower. On the Possibilities and Limits of Forgiveness, New York 1998. Sin embargo, la cuestión del perdón se presenta abierta para este autor. Cfr. IDEM, Los límites del perdón, Barcelona 1998.

P. LEVI, Sí, esto es un hombre, Barcelona 1987, p.186. Cfr. IDEM, Los hundidos y los salvados, Barcelona 1995, p.117.

Se suele atribuir esta frase al filósofo estoico Epicteto, que era un esclavo. Cfr. EPICTETO, Handbüchlein der Moral, ed. por H. Schmidt, Stuttgart 1984, p.31.

El odio no se dirige a las personas, sino a las obras. Cfr. Rm 12,9. Apoc 2,6. A. CAMUS, Carta a un amigo alemán, Barcelona 1995, p.58.

Cfr. M. CRESPO, Das Verzeihen. Eine philosophiche Untersuchung, Heidelberg 2002, p.96.

J. PIEPER, Überdie Liebe, München 1972, p.38s.
Cfr. Ibid., p.47.
S. Kierkegaard, Die Krankheit zum Tode, München 1976, p.99. R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, Madrid 1991, p.273.

Pero también existe un no querer ver, una ceguera voluntaria. Cfr. D. von HILDEBRAND, Sittlichkeitund ethische Werterkenntnis. Eine Untersuchung über ethische Strukturprobleme, Vallendar 1982, p.49.

.7651 .4321

.10.19

.87 .654

.32 .1

Cfr. V. JANKÉLÉVITCH, El perdón, Barcelona 1999, p.144. A. CENCINI, Vivir en paz, Bilbao 1997, p.96.
Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-II, q.22

 

Aprender a perdonar

10 pautas para amar día a día

10 PAUTAS PARA AMAR DÍA A DÍA

Enrique Rojas, en su libro «Remedios para el Desamor», resume así las diez reglas básicas para mejorar la convivencia:

1. Estar siempre dispuesto a querer y a dejarse querer.

2. Evitar en lo posible las discusiones innecesarias y estériles, aquellas que sólo llevan a discutir por discutir y que minan la convivencia cotidiana y acaban quemándonos.

3. Tener presente que lo importante son las cosas pequeñas, los detalles de la vida cotidiana porque las cosas grandes se presentan pocas veces. Ceder y ceder en este tipo de cosas con poca importancia.

4. Respeto, delicadeza y comprensión en las palabras que se dicen y que ahí quedan. Procurar no ofender con las palabras.

5. Tener paciencia. La vida conyugal necesita de un cierto aprendizaje. Poco a poco se aprende a convivir, a adaptarse al otro y a desarrollar la afectividad conyugal.

6. Saber tener capacidad de reacción tras los momentos de tensión, los días difíciles, los conatos de estallidos, para saber reconducir las situaciones.

7. Borrar todos los días la odiosa “lista de agravios”.

8. Ser oportunos: saber encontrar los momentos oportunos para plantear los temas escabrosos, para exponer nuestras quejas, para pedir, para corregir….

9. Intentar luchar para no ser hipersensibles. Quitar importancia a las cosas.

10. Cuidar la comunicación con el cónyuge. Es necesario adquirir las habilidades necesarias para comunicar y comprender lo comunicado por el otro.