Haga de su hijo un líder

Haga de su hijo un líder

Tradicionalmente
los padres de familia han procurado impartir una amplia educación a sus hijos. Esta formación ha sido básicamente en aspectos académicos, deportivos, de nutrición, de higiene, religión y vida social, entre
otros. Existen marcadas variaciones en la educación de los hijos según el sexo de los mismos.

Así los papás, en muchos casos, tratan de influir en los gustos y preferencias de sus hijos varones. Los empresarios despiertan en sus muchachos el interés por la empresa, los agricultores estimulan a sus hijos a sembrar, de igual forma en muchos otros casos.

Las condiciones actuales de nuestro mundo, demandan en todos sus contextos, la presencia de auténticos líderes que participen en su buen desarrollo. La formación de estos líderes nace, se desarrolla y se fomenta en casa. El hogar es la primera y la más importante escuela de la vida. Es por esto que los padres de familia debemos considerar esta trascendente actitud en la educación de nuestros hijos.

¿Qué significa ser líder?

Muchos piensan que ser líder es tener una posición de mando, de importancia. Lo relacionamos con los puestos políticos gerenciales o sindicales. En realidad no es así. Ni todos los que ocupan la jefatura de estas organizaciones son líderes, ni estos requieren de una posición de este tipo para serlo.

Líder es aquél que posee un armónico equilibrio de carácter y amabilidad, talento y humildad, dinamismo y paciencia, exigencia y humanismo. Es quien se preocupa por el entorno que le rodea. Es decir, por su familia, amigos, escuela, empresa, colonia y por su país.

El líder subordina el interés personal al beneficio del grupo.
Habla poco y hace mucho, es más bien seguido por su ejemplo que por sus palabras. Siempre saca la cabeza en los momentos difíciles, adversos y dolorosos. Es el que mantiene la serenidad para empujar al grupo y sólo sabe decir: ¡adelante!

El que se dice líder y sólo se ha conocido en las épocas de bonanza y prosperidad, no lo podemos catalogar así hasta no probarlo en la adversidad. El líder da de sí, no para sí.

¿Nace o se hace?

Si el líder naciera como tal, como un ser predestinado, ¿Para qué
me hubiera molestado en preparar estas líneas? Estamos analizando la formación de líderes, de seres humanos con potencial y capacidad pero también con limitaciones e imperfecciones.

Es cierto que existen niños y jóvenes con características natas de
líder, sin embargo, necesitan de una adecuada formación para encauzar sus talentos positivamente y para desarrollar a su máxima plenitud sus cualidades naturales.

Para efecto de nuestro análisis, estamos resaltando el aspecto formativo, es decir, «el líder se hace». Esto es por la parte que depende del hombre y que puede moldearlo positivamente. Lo que no depende de la voluntad del hombre es la parte genética. Lógicamente, ésta también desempeña un decisivo rol en la personalidad del individuo.

Con una adecuada formación, todo joven puede ser un líder. Ciertamente cada líder ocupa un lugar diferente en la sociedad. Existe un lugar para cada quien. Cada persona tiene el deber de servir a su comunidad, así como el padre de familia tiene el deber de formar buenos ciudadanos.

Aunque los padres no tienen toda la responsabilidad por el futuro
de sus hijos, no obstante, un buen ambiente y una buena dirección en la educación de ellos, contribuyen en forma decisiva en la formación de los líderes del mañana. Por supuesto, los hijos también cuentan, como personas ellos tienen la última palabra.

Autor:

René H. Garza Guerra

Fuente:

Church Forum www.churchforum.org [1]

Gestionar los estallidos de temperamento

ESTALLIDOS DEL TEMPERAMENTO

Casi todos los bebés tienen estallidos temperamentales, entre 1 y 3 años de edad. Han adquirido sentido de sus propios deseos e individualidad. Cuando son frustrados, lo saben y se enojan. Sin embargo, por lo común, no atacan al padre que ha interferido con ellos. Tal vez el mayor le resulte demasiado importante y grande. Además, si instinto de pelea aún no está bien desarrollado.

Cuando el sentimiento de ira bulle dentro de ellos, no se les ocurre nada mejor que arrojarlo al suelo, junto con ellos mismos. Se tiran al piso gritando, y golpean con las manos y los pies, y quizá, con la cabeza.

  • Un berrinche de tanto en tanto, no significa nada ; están relacionados con ciertas frustraciones.
  • Si ocurren con regularidad, varias veces por día, podría significar que el niño está demasiado cansado o tiene alguna perturbación física crónica.

    Las pataletas frecuentes, se deben , a menudo, al hecho de que los padres no han adquirido la habilidad de manejar al niño con tacto. Existen varias preguntas a formular :

  • ¿Tiene el niño bastantes oportunidades de jugar, con libertad, al aire libre, en un sitio donde los padres no deben estar pendientes de él, y donde haya objetos que puedan arrastrar y de los que pueda tirar, o a los cuales treparse ?
  • Dentro de la casa ¿Tiene suficientes juguetes y objetos domésticos, con los cuales jugar, está la casa acondicionada como para que los padres no deban prohibirle tocar cosas ?
  • ¿Los padres lo inducen, sin advertirlo a armar alboroto, diciéndole que se coloque la camisa, en lugar de ponérsela sin hacer comentarios, preguntándole si desea ir al baño, en vez de llevarlo allí ?
  • Cuando es necesario interrumpir su juego, para ir a comer, ¿lo frustran en forma directa, o atraen su atención sobre ello como algo agradable ?
  • Cuando los padres ven que la tormenta se acerca, ¿lo enfrentan de modo directo, con severidad, o lo distraen con alguna otra cosa ?

    No se pueden eludir todos los berrinches. Los padres no serían normales si tuvieran tanta paciencia y tanto taco. Cuando el escándalo se desata usted trata de tomarlo a la ligera y de ayudar a superarlo. Por cierto,

usted no cede con debilidad y deja que el niño se salga con la suya ; de otro modo, provocaría berinches con frecuencia, adrede. Usted no discute con él, porque no está en condiciones de percibir lo equivocado de su conducta. Si usted se enoja, sólo lo impulsa a empecinarse en su posición. Déle una posibilidad de salida elegante. Un niño se apacigua con rapidez, si los padres se retiran y continúan con sus propias ocupaciones, de modo llano, como si ni pudieran ser molestados. Otro, más decidido y orgulloso, se empecina gritando y agitándose, durante una hora, hasta que sus padres hacen un gesto amistoso. Podrían aparecer con alguna sugerencia para hacer algo divertido, y un mimo, para demostrar que desean terminar con el alboroto, tan pronto como haya pasado lo peor

Que una niña arme un escándalo en la calle, resulta embarazoso. Tómela con una sonrisa, si puede forzarse a ello, y llévela a un sitio tranquilo, donde ambos puedan serenarse en privado.

Las rachas de contener el aliento, durante las cuales un niño puede tornarse azul e, inclusive, perder la conciencia por unos instantes, pueden ser una expresión de temperamento. Para los padres, resultan alarmantes, pero deben aprender a manipularlas con sensatez, tal como en el tema anterior, con el propósito de impedir que el niño lo utilice en forma deliberada, cada vez más.

Frases positivas para motivar a tu hijo

FRASES POSITIVAS PARA MOTIVAR A TU HIJO

Las frases positivas deben ser usadas a menudo en la educación

FUENTE: WWW.GUIAINFANTIL.COM

Para conseguir que los niños sean ordenados, estudiosos, alegres, sinceros, responsables, y que sean constantes en lo que sea posible, parece difícil pero no lo es tanto. Se puede motivar a los niños, desde la más temprana edad, a que aprendan y

sepan lo que esperamos de ellos y para ellos. La motivación es lo que más puede colaborar en la tarea de educar a los niños, despertando en ellos una acción positiva en todas las tareas que realizan durante su cotidiano.

Después de conocer las frases que alimentan y estimulan la afectividad de los niños y mejoran su comunicación y diálogo con la familia, es recomendable que se haga un ejercício. Añade algunas frases que normalmente usas en tu casa con tu hijo al listado abajo. Obsérvalas y verifica de qué forma están motivando a tu hijo. Seguro que tu hijo has presentado un comportamiento deseable.

Presentamos las frases para una motivación positiva y la consecuente relación con la

actitud promovida. Las frases positivas deben ser usadas a menudo. Delante de otras personas aumentan su eficacia; pero, en presencia de hermanos pueden producir celos. Así que hay que tener mucho cuidado para no sobrepasarse en este sentido.

Es recomendable sorprender a los hijos haciendo algo bueno para ellos y decirles lo mucho que se les quiere. Que lo hagamos por lo menos una vez al día, no sería mala idea. Siguen las frases. Primero, lo que se dice y luego la actitud que promueve las palabras.

MOTIVACIÓN POSITIVA (frases dichas por los padres a sus hijos)

ACTITUD PROMOVIDA (en los hijos)

Has sido capaz de hacerlo – Soy capaz
Muy bien. Yo sé que lo harás – Soy capaz
No dudo de tu buena intención – Soy bueno
Juan tiene un alto concepto de ti – Juan es mi amigo

Si necesitas algo, pídemelo – Amigo
Sé que lo has hecho sin querer – No lo repetiré
Estoy muy orgulloso de ti – Satisfacción
Sabes que te quiero mucho – Amor
Yo sé que eres bueno – Soy bueno
Te felicito por lo que has hecho – Alegría, ganas de mejorar Qué sorpresa más buena me has dado – Alegría
Cuando me necesites, yo te ayudaré – Amor
Así me gusta, lo has hecho muy bien – Satisfacción
Noto que cada día eres mejor – Ganas de serlo

Creo lo que me dices, sé que lo harás – Confianza Sabes que quiero para ti lo mejor – Amor
Tú te mereces lo mejor – Satisfacción
No esperaba menos de ti – Confía en mí

Puedes llegar a donde tú quieras – Puedo hacerlo
Seguro que las próximas notas son mejores – Estudiar más

Fuente consultada:
– Artículo de Pablo Garrido. Profesor del Instituto Europeo de Estudios de la Educación.

Cómo entender al cónyuge

ENTENDER AL OTRO CÓNYUGE, EL PRIMER PASO PARA UNA BUENA CONVIVNECIA
«El matrimonio es una realidad viva que siempre puede crecer, mejorar.
El peligro es pensar que “es el otro quien debe cambiar”. Ese pensamiento es el inicio del problema. Es mejor estrategia dedicarse cada uno a mejorar en lo que esté a su alcance.
Si usted cambia para bien, ya logró que la relación de pareja sea mejor. El cambio del otro vendrá por añadidura.»
I. Conozca a su cónyuge
a. Qué busca en su pareja
Qué expectativas tienen los hombres y las mujeres, sobre sus cónyuges? Si bien no hay respuestas universales, estas líneas pueden servir como pautas para que averigües si puede haber algunas facetas que coinciden con tu cónyuge… y actuar en consecuencia.
Mujer a los 25 años: Ella desea un hombre que sea dinámico, inteligente, motivado, y divertido. Ella desea tener un bebé. Ella cree en los sueños de él y tiene grandes esperanzas en él. Ella está muy deseosa de ayudarlo en su carrera: los intereses de él van primero. Ella está deseosa de ser profesora, su guía, su anfitriona, crítica y madrina.
Mujer a los 35 años: Ella desea que él la apoye en su carrera y esfuerzos por capacitarse más. Ella desea que él sea gentil, considerado y la trate de una manera especial.. Ella desea que él esté organizado y estable en su carrera y que esté interesado en sentar cabeza. Ella desea que él comparta todos los quehaceres y todas las responsabilidades (que sea hogareño).
Mujer a los 40 años: Ella desea que el rompa con viejos modelos y esquemas de ver y hacer las cosas y que explore y experimente nuevos estilos de vida. Ella desea que él sea fuerte, de corazón juvenil y amplio; abierto a la conversación y el diálogo. Ella desea que él sea un amigo, una compañía y que se haga cargo de las cosas.
Hombre a los 25 años: El desea que ella sea físicamente muy atractiva y una gran compañera sexual. El desea que ella sea cuidadosa, predecible, apasionada y fiel. El desea que ella comparta sus sueños y proyectos, que lo apoye y crea en él. El desea sostener su hogar, tener niños y poseer una casa propia. El quiere tener éxito en su carrera, ser un buen proveedor de bienestar y darle a ella todo lo que quiera.
Hombre a los 35 años: El desea que ella sea interesante, simpática, de confianza y buena conversadora. El desea que ella sea dinámica y productiva. El desea que ella sea independiente y tome decisiones por sí sola. El desea que ella sea una buena madre y se haga cargo de los niños y el hogar. El desea que ella esté disponible cuando él la necesite.
María Reig Francés. José Albero Sanjuán
Hombre a los 40 años: El desea que ella sea comprensiva y que lo apoye en los cambios y crisis de la vida. El desea que ella sea gentil, tierna, comprensiva, afectiva y amorosa. El desea que ella sea a la vez que encantadora, su compañera intelectual. El desea que ella esté dispuesta a experimentar con nuevos estilos de vida y salirse de la rutina.
El desea que ella sea una amiga, una compañía y que esté con él en los momentos de crisis.
b. Las necesidades de su esposa
Ella necesita: Sentir que es, para usted, más importante que su madre, sus hijos, sus amigos, su secretaria, su dinero y su trabajo. Saber que puede actuar con espontaneidad, sin miedo a que la regañen, ataquen, critiquen o le pidan explicaciones. Y que si se equivoca se lo harán saber amablemente. Es decir, necesita sentir que se confía en ella. Comunicación abierta. Ser elogiada. Sentirse libre para corregirlo sin miedo a la represalia o al enojo. Saber que usted la defiende y protege. Conocer que la opinión de ella es tan valiosa como la suya, y que todo se resuelve de común acuerdo. Compartir el hogar, las preocupaciones, las alegrías y los intereses. Que usted sea modelo para su hijo. Ser ella misma.
c. El dice A… y ella le entiende
Recientemente los investigadores han descubierto diferencias importantes en el cerebro masculino y femenino. La tesis consiste en que el lado izquierdo del cerebro que controla la capacidad verbal y cognoscitiva, se desarrolla más en las niñas. En cambio el lado derecho del cerebro, que controla las funciones visuales y de espacio, se desarrolla más en los niños. Así como los niños tienden a preferir las matemáticas y la gimnasia y las niñas sienten gusto por leer y escribir, los adolescentes devoran las fotos y películas en busca de estímulos sy las jóvenes disfrutan de las novelas románticas. Pero lo que ni los unos ni los otros analizan cuando están frente a frente es que el cerebro masculino procesa los datos en forma diferente al cerebro femenino y por eso piensan y sienten desde ángulos diferentes.
Sugerencias:
Para los hombres: Escúchela, consiéntala, abrácela en silencio, validando y aceptando sus sentimientos. Validar no es estar de acuerdo, es aceptar la diferencia. No la ignore, ni la critique. Recuerde que las mujeres hablan de sus problemas para acercarse no para obtener soluciones ni culparlo. Trabaje desde la perspectiva de compartir el poder y el control.
Para las mujeres: Apóyelo sin criticarlo. No trate de ser su madre ni querer cambiarlo. Recuerde que él se siente culpable cuando usted habla de sus problemas. Póngale límites porque así él se siente estimulado a dar más y a cambiar sus conductas disfuncionales. Para ello exprese sus sentimientos en forma asertiva, es decir, sin “cantar las cuarenta” Trabaje para mejorar su autoestima y sus límites.
«El mayor desafío para el hombre es interpretar correctamente y apoyar a la mujer cuando habla de sus sentimientos. El mayor desafío para las mujeres es interpretar correctamente y apoyar al hombre cuando no habla.»
d. Test: Respeto en pareja
Puntuación: Casi nunca = 0 A veces= 1 Casi siempre = 2
1. Presto atención a mi pareja y escucho lo que me dice.
2. Mi pareja me presta atención y me escucha.
3. Considero sus sugerencias en lugar de rechazarlas de inmediato.
4. Mi pareja tiene en cuenta mis sugerencias en lugar de rechazarlas de inmediato. 5. No trato de cuestionar todas sus decisiones.
6. El/Ella no trata de cuestionar todas mis decisiones.
7. Respaldo a mi pareja en público.
8. El/ella me respalda en público.
9. Mis actitudes no son groseras ni bruscas. 10. Sus actitudes no son groseras ni bruscas.
PUNTUACIÓN:
0-6 Cambie!, pero rápido
7-13 Bien, pero puede mejorar
14-20 Usted es el ídolo de su cónyuge.
e. ¿Qué espera su cónyuge de usted?
Amistad: No basta la presencia física del hombre en la casa, cuando su mente se encuentra en otra parte. La esposa necesita verdadero compañerismo y tiene derecho a pedir que su marido hable con ella espontáneamente, le cuente sobre sus negocios, le diga en qué piensa o qué le preocupa.
Compartir responsabilidades: La mujer piensa y con razón, que el cuidado y atención de los hijos debe ser una responsabilidad compartida. Si el padre se preocupa por sus hijos, toma parte en su educación y participa en algunas de sus actividades, no sólo disfrutará mucho de su compañía, sino que estrechará los lazos espirituales que deben existir en toda la familia.
Colaboración: Muchos hombres tienen la idea de que para casarse hacen falta dos personas, pero para que el matrimonio sea un éxito basta con el esfuerzo de la mujer. El marido también debe asumir la actitud positiva de establecer un ritmo de vida que le permita al matrimonio desarrollar intereses mutuos.
Descanso: Uno de los problemas más frecuentes de las mujeres casadas es que rara vez tienen ratos realmente suyos, porque las actividades de la esposa nunca terminan y son permanentes; combinan el trabajo fuera de casa con las tareas domésticas y el cuidado de los hijos exigen atención continua, mientras que el marido tiene definido su horario de trabajo y descanso. Por eso la carga de trabajo debe ser compartida y la esposa debe ser relevada periódicamente disfrutar el tiempo libre.
Simplificar la vida: El gran problema doméstico de muchas mujeres es que sus maridos son demasiado exigentes; deben compartir la carga si quieren ser exigentes.
Sorpresas ocasionales: Uno de los mayores atractivos en el amor es la renovación permanente. Esto se logra si se evita la rutina, que puede ser fatal para la felicidad conyugal. Por esa razón, el marido se debe preocupar por llevar a la esposa regalos ocasionales, hacerle invitaciones improvisadas, expresarle el cariño espontáneamente.
Igualdad económica: Muchas mujeres sufren innecesariamente estrechez económica porque con frecuencia los maridos son desconsiderados en este aspecto o tienen mala información sobre el costo de la vida doméstica. La esposa no debiera tener que estar pidiendo que se le dé el dinero necesario para el hogar, y desde que no exista una verdadera situación pecuniaria, no hay razón para que sea motivo de angustia para ella.

El valor de una sonrisa

Autor: Rebeca Reynaud
El valor de una sonrisa ¡Qué importante es saber sonreír ante lo que cuesta!

El valor de una sonrisa

¿Qué es lo primero que captamos de una persona cuando la acabamos de conocer? Alguno dirá «su mirada»; otro «su modo de vestir»; otro más: «su corporeidad», La respuesta quizás más acertada sería «su expresión». El rostro es la parte más espiritual del cuerpo humano, el lugar donde se refleja con más claridad el interior de la persona y sus sentimientos.

Los sociólogos dicen que en las grandes ciudades las personas apenas tienen algo en común, nadie se exterioriza. Todos protegen su intimidad. Cuando una persona se exterioriza,

empieza a enriquecerse. Sonreírle a otra persona equivale a decir «me caes bien».

En la familia se aprende a aprender; se aprende también a aceptar a los otros. Se aprende a sonreír., Aprender es querer sacar lo mejor de los demás: implica interesarse por todo y por todos.

Es mucho más fácil educar la inteligencia que la voluntad, porque para educar la voluntad se requiere el ejemplo de la persona entera, completa. Una buena familia forma en los cuatro niveles del uso de la libertad:

1. Afectivo: La educación de los sentimientos es básica y difícil. Tal vez es uno de los puntos débiles del muchos, que suelen ser susceptible en extremo, y no se plantea crecer en fortaleza, para hacer felices a los demás. La sensiblería excesiva es mala en la educación porque hace a los hijos débiles para afrontar los obstáculos de un futuro próximo o remoto. No se les han de evitar las dificultades; al contrario, hay que enfrentarlos con dificultades a su medida. Entusiasmarse ante la posibilidad de saltar pequeños obstáculos, de otro modo los hijos permanecerán en minoría de edad permanente.

¡Qué importante es saber sonreír ante lo que cuesta! Este aspecto tiene una base sensible que implica simpatía, vibración común.

La familia es el lugar al que se quiere volver; la casa es un lugar insustituible porque es el lugar en donde nos sentimos bien. «Quiero volver a casa» es una ti-ase común. Cuando digo vuelvo a mi casa digo vuelvo a mi mismo.

2. Amistad: Si en la familia hay diálogo e interés de unos por otros, habrá amistad sin que se pierda la autoridad y el prestigio de padre. La amistad se facilita si se blinda, de entrada, una sonrisa a los demás. En la familia uno se siente libre. Ésa es una de las razones por las que todo mundo quiere tener una familia.

Educar es ayudar. Implica ciencia, ética y, sobre todo, es un arte; es decir, no tiene reglas tan claras. Se han de leer libros para educar bien pero también se ha de estudiar a cada uno de los hijos a fin de conocerlos mejor.

En el sello familiar se comparten bienes materiales: objetos, tiempo, alimentos. La hora de comer no es sólo el momento de satisfacer una necesidad biológica -decía el filósofo Rafael Alvira-; sino que es también un momento festivo, y asimismo tiene el sentido de un sacrificio, porque se sacrifica un fruto o un animal para el bien de un conjunto de personas.

3. Respeto: Implica cariño y respeto profundo por el carácter de los otros miembros de la familia. La familia es el lugar en donde se nos acepta absolutamente. Se acepta a la persona por 1o que es; es el único lugar en el que se nos acepta sin condiciones.

¿Cuál es el valor de una sonrisa para la gente que nos rodea? al sonreír le decimos a la otra persona que la aceptamos. Tiene importancia en la vida diaria no sólo para relacionamos sino también para la salud; una comida puede hacer daño si es el mal humor lo que reina en el ambiente.

¿Cuál es el valor de una sonrisa? seguramente el lector encontrará aun más razones de su valor.

4. En la familia se aprende lo que es el enamoramiento. En la familia se conoce el amor desinteresado, la generosidad, el optimismo, el hábito de compartir penas y gozos. La persona sólo aprende aquello por lo que tiene afición. En la casa se aprende a tener gusto por el bien decir y por la hospitalidad; se aprende a apreciar la buena música y la buena lectura.
Lo que más destruye es la falta de dedicación, de tiempo.

Una familia se destruye fundamentalmente por dos razones:

. Cuando hay peleas y no hay reconciliación. Las peleas normales son señal de que hay trato y amistad.

. Si reina la indiferencia, consecuencia de la falta de dedicación.

El carácter es un modo estable de ser y de actuar. Todos tenemos carácter, pero no todos tenemos buen carácter, es decir, bien moldeado. De eso depende en gran parte nuestro destino.

La sonrisa es un fenómeno humano de sorprendente riqueza por ser creado de dentro a fuera, con espontaneidad expresiva, y ser irreductible a los elementos que lo integran. Si se sonríe uno forzadamente, hace un mueca, que es un gesto carente de expresividad. La sonrisa manifiesta una actitud personal de alegría y beneplácito. Para comprender el significado del fenómeno de la sonrisa, debemos verlo en bloque, como el lugar en el cual la persona se expresa acogedoramente, dice el filósofo Alfonso López Quintas.

En cierta ocasión la Madre Teresa de Calcuta tuvo una reunión con empresarios y, al final, le dijo uno de ellos. Ahora díganos algo a nosotros. Sólo dijo: -«Sonrían».

Ella conocía bien el efecto que una sonrisa puede causar en el otro, en el próximo a nosotros. Sabía que sonreír le facilita la vida a uno mismo y los demás. A veces hace falta que nos veamos en el espejo y nos preguntemos: «Y yo, ¿qué expresión tengo? ¿Cambio cuando sonrió».

El problema de la codependencia

Autor: . | Fuente: Vida Humana.org

El problema de la codependencia

La codependencia es una condición específica que se caracteriza por una preocupación y una dependencia excesivas, de una persona, lugar u objeto

La codependencia puede ser definida como una enfermedad, cuya característica principal es la falta de identidad propia. El codependiente pierde la conexión con lo que siente, necesita y desea. Si es dulce y agradable aunque no lo sienta, es porque busca aceptación. Cree que su valor como persona depende de la opinión de los demás. Da más importancia a los demás que a sí mismo. Se crea un yo falso, pues en realidad no está consciente de quién es y está tan desconectado de sus propios sentimientos, que asume la responsabilidad por las acciones de los demás. Se avergüenza por lo que hacen otras personas y toma las cosas de

una manera personal. Invierte una enorme cantidad de energías en mantener una imagen o un estatus para impresionar porque su autoestima es muy baja, ya que depende del valor que los demás le otorgan.

Breves definiciones de la codependencia

La codependencia se origina en las familias disfuncionales y convierte a los miembros de esas familias en personas hiper-vigilantes. Al estar el ambiente familiar tan lleno de estrés debido a la violencia, la adicción al alcohol o a las drogas, las enfermedades emocionales de sus miembros etc; la persona codependiente enfoca su atención hacia su entorno para defenderse de algún peligro real o imaginario. El estado de alerta es una defensa de nuestros cuerpos, algo temporal que nos ayuda a defendernos en momentos de peligro. Pero cuando ese estado se vuelve crónico, la persona pierde el contacto con sus reacciones internas, ya que todo el tiempo su atencion está afuera de sí misma.

Los niños necesitan seguridad y tener modelos saludables para imitar, para poder entender sus propias sensaciones internas. También necesitan aprender a separar los sentimientos de los pensamientos y a generar autoestima ellos mismos desde su interior. Si el niño pierde el contacto con sus sentimientos, tratará de llenar sus necesidades con estímulos externos y se convertirá en un adulto codependiente.

Nota: Basado en informacion tomada del libro «Homecoming» de John Bradshaw.

Todo tipo de pseudo-amor es destructivo; uno de ellos es la codependencia.

Cuando una persona vive su vida a través de los demás y a costa de sus legítimas necesidades, va más allá de lo que exige el verdadero amor. Se quema hasta el punto de no quedar ya nada de ella.

Parece un noble empeño ayudar a otras personas que se están autodestruyendo, como en el caso de las esposas o novias de los alcohólicos o adictos a la droga, al juego o al sexo. Sin embargo,

olvidamos ayudar a los codependientes.

Todo amor que no produce paz, sino angustia o culpa, está contaminado de codependencia. Ese tipo de amor patológico, de obsesión, es sumamente destructivo. Al no producir paz interior ni crecimiento espiritual, no lleva a la felicidad.

La codependencia crea amargura, angustia, enojo y culpabilidad irracional. El fruto del amor debe ser la paz y la alegría. Si no es así, algo anda mal. Somos imagen y templo de Dios. No debemos albergar en nuestro corazón ni angustia ni ninguna otra emoción dañina.

La codependencia nace de un hambre malsana de amor, quizás provocada por un ambiente familiar en que uno no se sentía amado. Se puede tener un hambre tan desordenada de amor, que nos impida dejar una relación humana negativa.

El dolor en la codependencia es mayor que el amor que se recibe. Hay que tratar de mantener una relación sólo hasta donde debamos y podamos. Debemos procurar mantenernos en la línea del quinto mandamiento de la Ley de Dios. Si una relación humana resulta perjudicial para la salud física, moral o espiritual, hay que cortar. La misma Iglesia Católica permite la separación de los casados cuando la vida en común se hace intolerable.

Una de las características de la persona codependiente es que no confía en la otra persona a la que trata de influir. Esto lo demuestra persiguiéndola, tratando de controlarla, diciéndole lo que tiene que hacer, etc.

La sobreprotección, signo de codependencia, a veces nace de la situación de una madre que ha perdido a su esposo. Hay madres que usan a sus hijos para llenar un vacío.

El codependiente no sabe quién es, lo que siente, cuáles son sus necesidades; vive como un ser vacío.

El verdadero amor promueve el crecimiento mutuo. El fin de todo ser humano no es complacer siempre a otro o ser lo que el otro espera de uno, sino ser el reflejo de Dios para los demás: lo que Dios le creó para ser.

La codependencia aparenta ser amor, pero es egoísmo, mutua destrucción, miedo, control, relación condicionada: «Te amo si cambias»; «Si no haces lo que digo, te recrimino, te persigo, me siento tu víctima.» En la codependencia hay una gran cantidad de manipulación. Es una relación descontrolada: hagamos todo lo que sea para que esa persona se acomode a mí.

En momentos de frustración, la codependencia es abusiva o de tremenda tolerancia del abuso. La persona codependiente permite tanto que no reconoce el abuso cuando lo sufre. Ha llegado a tener una autoestima tan baja, que ya no se da cuenta de que están abusando de ella.

El codependiente necesita dar continuamente para no sufrir culpabilidad, ansiedad, enojo, miedo, etc. Necesita dar, sentirse necesario para tener autoestima. Está dominado por sentimientos enfermizos y no por la razón.

El amor humano debe ajustarse a la razón. Los codependientes se dejan llevar solamente por sus sentimientos. Su autoestima depende del comportamiento o reacción de los demás.

El codependiente debe recibir ayuda profesional y espiritual. Debe amarse ordenadamente a sí mismo, atendiendo a sus necesidades básicas.

Nota: Estos apuntes son de la charla de la Dra. Doris Amaya, psicóloga en la práctica privada en Miami y experta en adicciones y codependencia. Dicha charla fue dada durante un retiro de la

Arquidiócesis de Miami, que tuvo lugar en dicha ciudad febrero ll de l996.

«La codependencia es una condición específica que se caracteriza por una preocupación y una dependencia excesivas (emocional, social y a veces física), de una persona, lugar u objeto. Eventualmente el depender tanto de otra persona se convierte en una condición patológica que afecta al codependiente en sus relaciones con todas las demás personas.

«El codependiente tiene su propio estilo de vida y su modo de relacionarse con los demás debido a su baja autoestima. Se enfoca siempre en los demás y no en sí mismo. La persona codependiente no sabe divertirse porque toma la vida demasiado en serio. Se le dificulta llegar

a tener intimidad con otras personas porque teme ser herida por ellas. Necesita desesperadamente la aprobación de los demás y por ello busca complacer a todo el mundo. Siente ansiedad cuando tiene que tomar decisiones porque teme equivocarse. Niega sus propios sentimientos.»

El don de la maternidad

El don de la maternidad

Por Sara Martín e Isabel Molina E. JANNE HAALAND Matláry, ex ministra de Asuntos Exteriores de Noruega, cuenta en su libro El tiempo

de las mujeres: Notas para un nuevo feminismo, que durante muchos años fue una mujer dedicada a su actividad profesional y consideraba su

trabajo como lo primero de todo.
Sin embargo, cuando tuvo a sus
hijos se dio cuenta de que es en la
maternidad donde radica la esencia
de lo femenino en su sen tido más profundo.
“La maternidad no es sim plemente una función auxiliar de la paternidad sino algo diferente”, escribe en su libro. “[Después de ser madre] no he

madre

perdido interés por mi trabajo profesional, pero
me he dado cuenta de que la maternidad es mucho
más importante que cualquier otro trabajo,
por muy apasionante que sea”.
Matláry, una mujer nórdica, ha llegado a estas
conclusiones en el seno de una sociedad que defi
ende el igualitarismo entre el varón y la mu jer
a toda costa y que proclama que la maternidad
es sólo una construcción social más. Sin embargo,
ella se ha propuesto promulgar lo que
denomina un feminismo mucho más radical:
“Mi tesis –que no es en absoluto original– es que
hoy las mujeres tienen necesidad de reafi rmar la
importancia de la maternidad, tanto en sus propias
vidas como en el conjunto de la sociedad.
(…) Pero la cuestión esencial no es sólo de orden
práctico sino también antropológico: las mujeres
nunca se sentirán felices si no toman conciencia de
hasta qué punto la ma ternidad defi ne el ser femenino,
tanto en el plano físico como en el espiritual, y
expresan esa realidad con la reivindicación del reconocimiento social”.

La controversia en EE UU

En EE UU se ha producido en los últimos años una especie de batalla entre las mujeres que eligen una carrera profesional y las que, teniendo incluso diplomas de universidades de gran prestigio, deciden ser madres a tiempo completo. En 2005, The New York Times publicó un artículo en primera plana que despertó gran controversia en distintas partes del país. El reportaje trataba sobre el aumento de mujeres de la Ivy League

–la asociación de ocho universidades del noreste de EE UU reconocidas por su excelencia académica– que voluntariamente habían decidido sacrifi car su carrera por su familia. El artículo estaba
basado parcialmente en
una en cuesta a 138 estudiantes
(mujeres) de la prestigiosa
Universidad de Yale, y explicaba
que más de la mitad
de las encuestadas planeaba
re du cir la jornada de trabajo

fuera de casa o abandonarlo
completamente si tenían hijos.
Además, se citaban estudios
de Yale que mostraban que casi la mitad de sus licenciadas menores de 40 años no trabajaban a jornada

completa. Las mujeres que habían tomado esta decisión fueron criticadas en Los Angeles Times por la periodista Karen Stabiner, quien denunciaba que “para tramar
esa clase de futuro, una mujer necesita disponer de un fondo de potenciales maridos ricos, permanecer casada
en una época en la que la mitad de los matrimonios termina en divorcio, e ignorar la historia del movimiento

feminista”. Al margen de la discusión feminista, lo cierto es que mientras las es tructuras sociales no permitan conciliar plenamente familia y trabajo, hay mujeres hoy que se atreven a afi rmar públicamente que ellas eligen la maternidad porque eso las hace más felices.

Superar las barreras

Es el caso de Eva. Tiene 26 años y es madre de Clara, de
9 meses. Trabaja en una multinacional y tiene un contrato
indefi nido en un puesto medio. Sus posibilidades
de mejorar en su carrera profesional eran reales hasta
que decidió tener hijos. Renunciar a un ascenso debido
a querer familia es una decisión que condiciona la
vida, pero para ella era su prioridad: “No me da igual
no trabajar en lo mío y la reducción de jornada es algo
frustrante porque a nadie le importas, pero aun así, sinceramente me compensa. Es genial no tener estrés, y me
puedo dedicar a la niña el tiempo que quiera”, explica.
María José, de 42 años y madre de siete hijos, ha tenido
una historia diferente pero comparte puntos de vista
con Eva: “Antes de ser madre trabajaba en un banco en
el departamento de fi nanciación al comercio exterior,
pero al tener hijos ya no encajaba en el perfi l del puesto
porque no podía viajar”, comenta. Cuando nació su segundo
hijo, dejó el trabajo porque quería estar a tiempo
completo con sus hijos. María José ha estado durante
diez años al cuidado del hogar y no se arrepiente en absoluto: “Ahora que el pequeño ya tiene tres años y va al
colegio yo me he buscado un trabajo compatible con sus horarios”, comenta.

“Las mujeres

nunca se sentirán

felices si no toman

conciencia de

hasta qué punto la

maternidad defi ne

el ser femenino”

Algo le ha pasado a la maternidad. Ser madre se entiende hoy como una parcela independiente de la
vida de la mujer. Sin embargo, algunas mujeres reclaman la urgencia de devolverle el prestigio a la maternidad, puesto que está liga da íntimamente a la propia identidad femenina. Al convertirse en madre, la mujer
se transforma y despliega todos sus talentos, porque

tanto su cuerpo como su alma están d iseñados para dar

la vida y su ser más íntimo está concebido para entrar

en comunión especial con el misterio de la creación.

28 • •

sensible a las necesidades
de los de más, tienes una mayor
capacidad de trabajo y
apren des a organizarte para
poder llegar a todo”, asegura
Eva. “He aprendido muchísima
psicología práctica porque
cada hijo es diferente: tienes
que aprender a conocerle, quererle,
valorarle y hacer que él se
valore; ¡todo esto además de educarle!”,
explica María José. Sheila
Morataya-Fleishman va un poco más
allá: “Espi ritualmente al dar a luz a ese
hijo, la madre no pierde su cercanía con él
después de su nacimiento, sino que permanece
un lazo invisible, una fuerza que la madre
puede sentir para saber lo que necesita el niño, lo que le amenaza, lo que le sucede; además como madre, y esto le pertenece sólo a ella, puede percibir lo que le va a dañar y lo que será bueno
para él”.
Así pues, continúa Morataya-Fleishman,
“ser madre es un regalo, una vocación ultrahumana, un designio al que responder”. Explica
la autora que gracias a la maternidad
la mujer desarrolla los talentos que le son
más propios: el “genio femenino”, la generosidad,
la fraternidad, el servicio, la empatía.
Son talentos que la madre aporta a su familia
y también al mundo de la empresa y a la sociedad
en su conjunto.

La madre humaniza la sociedad

Pero, ¿cómo es posible que sólo al hacerse madre
la mujer logre desplegar plenamente esos talentos femeninos? La clave está precisamente en la entrega, en
la generosidad y en el sacrifi cio que implica ser madre. Aurora Bernal, licenciada en Ciencias de la Educación
y doctora en Pedagogía por la Universidad de Navarra, puntualiza que “el ser humano es relacional y crece más cuando su libertad es usada para aportar a la realidad”.
Y ese modo de entrega se da de un modo extraordinario
en las madres, porque ellas dan lo más valioso que
existe, que no es otra cosa que dar la vida a un nuevo
ser. Su disposición de sacrifi cio es hasta la muerte, como
diría Edith Stein. Por ello, al entregarse hasta el punto
de concebir y dar la vida por un hijo, la mujer se perfecciona multiplicando sus capacidades y talentos. Y
estas capacidades no la benefi cian a ella sola o a su fa-
Ni Eva ni María José viven una situación “socialmente
fácil”. Las madres jóvenes y con varios hijos muchas
veces son tachadas de irresponsables. “Cuando estaba embarazada del tercero, me dejaron de felicitar porque
como ya tenía la parejita nadie lo entendía. ¡Incluso en
mi familia ha habido críticas! Nadie se mete con tu casa
o tu coche, pero con los hijos todo el mundo tiene derecho
a opinar”, lamenta María José. Sin embargo, tanto
Eva como María José prefi rieron sacrifi car su vida, su
tiempo, su juventud y su dinero por algo que consideran
que les compensa con creces. ¿Es fácil? “No”, responden

rotundamente las dos a Misión. ¿Compensa? “Sin duda.
No sabría decirte de qué manera, es algo más etéreo que sustancial. Llevo sin dormir ocho horas seguidas… ni
me acuerdo”, ríe Eva, “pero no me importa: ver crecer a
mi hija me hace olvidar cualquier inconveniente”. Por su parte, María José no se arrepiente de haber tenido a su séptimo hijo, ni tampoco al sexto. “Por supuesto, hemos tenido momentos de difi cultades no sólo económicas.
¡Dios nos ha probado! Quizá no siempre podemos comprarnos todo lo que queremos, pero mentiría si dijera
que no hay comida en la mesa cada día, la Providencia
de Dios ha estado siempre al quite”, asegura.

“El don sincero de sí”

Pero ¿por qué es tan importante ser madre? ¿Existe una relación directa entre ser mujer y ser madre? Una visión conjunta de la antropología relacional, la biología y la psicología permiten comprobar que la mujer está diseñada para la maternidad –para ser portadora

potencial de la vida– y que sólo se puede
realizar de una manera plena si despliega
lo que el Papa Juan Pablo II llamaba “el don
sincero de sí”. En su carta apos tólica Mulieris Dignitatem (1988), anotaba que “la maternidad
está unida a la estructura personal
del ser mujer”.
En febrero del año pasado, con ocasión
de los 25 años de esta carta, se dieron cita
en Roma 250 representantes de todo el
mun do para hacer un balance de los desafíos
que presenta la promoción de la mujer
en la Iglesia y en la sociedad. Una de las ponentes, Blanca Castilla de Cortázar, docente de
Teología en el Instituto Juan Pablo II, explicaba
cómo todo en la mujer –comenzando por su cuerpo– está diseñado para hacer posible este “don de sí”. “El modo de procrear –decía– presenta de modo plástico la maternidad como una relación diversa a la paternidad: el hombre al donarse sale de sí mismo, y saliendo de sí da a la mujer y su don se queda en ella: la mujer lo hace sin salir de sí, más bien acogiendo dentro de sí”.

Una transformación integral

De este modo, el don queda en manos de la mujer y es
ella la que concibe, gesta, alumbra y alimenta al hijo recién nacido. Al acoger la vida, la mujer se transforma
con el hijo que engendra y nunca volverá a ser la misma.
Algo ha cambiado en su interior. Su corazón se ensancha,
su mirada se prolonga en el tiempo y sus sentidos
se afi nan. Sheila Morataya-Fleishman, autora de numerosos artículos sobre el desarrollo humano de la mujer y
con el máster en Matrimonio y Familia por la Universidad
de Navarra, lo explica comparándolo con una rosa:
“Hay un momento dentro de su proceso en el que la rosa muestra todo su esplendor. Abre por completo sus pétalos
y cautiva con su belleza. A la mujer, al convertirse en
madre, le ocurre algo parecido. Sin embargo, su transformación va mucho más allá que la de la rosa. Todas
las células de su cuerpo se transforman y su cerebro se
prepara para la puesta en acción de aptitudes que nunca
antes han sido utilizadas: custodiar, cuidar, amar de una
forma que ella no había experimentado nunca antes”.
A pesar de las críticas y de que el sistema socioeconómico
y la mentalidad imperante se oponen al desarrollo
integral de la mujer-madre, ni Eva ni María José han desfallecido nunca. Entre otras cosas, porque se dan
cuenta de que la maternidad también les permite desarrollar

talentos latentes. “Siendo madre te haces más

A Fondo

milia sino que van mucho más allá. “Es ella la que ha querido nuestra existencia y ha celebrado nuestra vida aun cuando éramos ‘nadie’. Ese valor a la vida, visible
en la maternidad biológica, se extiende a la sociedad y humaniza la cultura y a toda la sociedad”, recalca Aurora Bernal. Por este motivo, Sheila Morataya-Fleishman suscribe las palabras de Edith Stein cuando dice que “la mujer sólo alcanzará su puesto en el mundo desde lo que ella es, desde su confi guración psicológlca, anímica y corporal diferente a la del hombre”.

¿Derecho
a ser padres?

La concepción social de la maternidad ha sufrido un
cambio profundo en las últimas décadas. Esto se debe, principalmente,
a la infl uencia del feminismo radical, que considera la
maternidad como una carga pesada, algo que degrada a la mujer y la
impide realizarse plenamente y, paralelamente, a un cambio profundo
en la consideración de los hijos, que han pasado de ser estimados como
un don a ser considerados como un derecho. La profesora de Derecho de la Universidad Francisco de Vitoria, María Lacalle, explica: “Si nos preguntamos
por qué el Derecho de familia regula la paternidad/maternidad, la respuesta automática hasta hace poco habría sido: por el bien de los hijos. Sin embargo,
en la actualidad parece más bien que lo hace para satisfacer los deseos de los
adultos”. De ahí surge la necesidad de controlar todo el proceso de tener descendencia, bien sea a través de la fecundación in vitro y otras técnicas de
reproducción asistida, pero también a través del aborto: “Las feministas
reclaman un control total de la fecundidad por parte de la mujer, que
se concreta en los llamados ‘derechos sexuales y reproductivos’.
Se trata de un conjunto de ‘derechos’ cuyo objeto es que la
mujer controle por completo la fertilidad, y que tienen
como núcleo central la reivindicación del aborto
libre, gratuito y universal”, denuncia
Lacalle.

Maternidad espiritual

Según el Código de Derecho Canónico, aquellas mujeres
que han renunciado voluntariamente a la maternidad biológica
por amor a Jesucristo pueden ser fecundas por una maternidad de
orden superior, por la acción del Espíritu Santo. La virginidad –también llamada castidad evangélica– ha demostrado esta fecundidad a lo largo de
los siglos en las cientos de órdenes religiosas que han fundado colegios y obras de caridad, que han asistido a los pobres, y orado incansablemente por millones de personas. Un ejemplo de ello es sor Clara María, clarisa en el Monasterio
de Lerma, en Burgos. Hoy tiene 32 años y lleva casi quince como religiosa. Lo explica de una manera sencilla: “Cuando entré en el convento, sólo tenía amor para Cristo, entré por Él, para ser su esposa. Pero poco a poco, fruto de este amor, Cristo me cedió parte de su sufrimiento y de sus preocupaciones por
sus hijos y de esta manera, me convertí en madre”. Para sor Clara, la vida
de una religiosa es una “vida de oración constante ofrecida a los otros…
Nuestra oración cae sobre el alma que Dios dispone”. “Cuesta mucho
no ver los frutos de la oración y, sin embargo, me siento misteriosamente
plena. Mi corazón, que tiene el deseo de ser madre,
ahora está lleno. Yo sé que mi vida está dando fruto
en muchos y que lo veré en el Cielo. Me basta
saberlo”, concluye sonriente.

Convivir en el matrimonio

CONVIVIR EN EL MATRIMONIO El arte de perdonar

Dra. Jutta Burggraf

Conferencia pronunciada el sábado 22 de abril de 2007 en el Instituto de Estudios Superiores de la Familia (IESF) de la Universitat Internacional de Catalunya.

El arte de convivir está estrechamente relacionado con la capacidad de pedir perdón y de perdonar. Todos somos débiles y caemos con frecuencia. Tenemos que ayudarnos mutuamente a levantarnos siempre de nuevo. Lo conseguimos, muchas veces, a través del perdón.

UNA REFLEXIÓN PREVIA

Cuando hablamos del auténtico perdón, nos movemos en un terreno profundo. Consideramos una herida en el corazón, causada por la libre actuación de otro. Todos sufrimos, de vez en cuando, injusticias, humillaciones y rechazos; algunos tienen que soportar diariamente torturas, no sólo en una cárcel, sino también en un puesto de trabajo o en la propia familia. Es cierto que nadie puede hacernos tanto daño como los que debieran amarnos. “El único dolor que destruye más que el hierro es la injusticia que procede de nuestros familiares,” dicen los árabes.

No sólo existe la ruptura tajante de las relaciones humanas. Hay muchas formas distintas de infidelidad y corrupción. El amor se puede enfriar por el desgaste diario, por desatención y estrés, puede desaparecer oculta y silenciosamente. Hasta matrimonios aparentemente muy unidos pueden sufrir “divorcios interiores”: viven exteriormente juntos, sin estar unidos interiormente, en la mente y en el corazón; conviven soportándose.

Frente a las heridas que podamos recibir en el trato con los demás, es posible reaccionar de formas diferentes. Podemos pegar a los que nos han pegado, o hablar mal de los que han hablado mal de nosotros. Es una pena gastar las energías en enfados,

1

recelos, rencores, o desesperación; y quizá es más triste aún cuando una persona se endurece para no sufrir más. Sólo en el perdón brota nueva vida.

El perdón consiste en renunciar a la venganza y querer, a pesar de todo, lo mejor para el otro. La tradición cristiana nos ofrece testimonios impresionantes de esta actitud. No sólo tenemos el ejemplo famoso de San Esteban, el primer mártir, que murió rezando por los que le apedreaban. En nuestros días hay también muchos ejemplos. En 1994 un monje trapense llamado Christian fue matado en Argelia junto a otros monjes que habían permanecido en su monasterio, pese a estar situado en una región peligrosa. Christian dejó una carta a su familia para que la leyeran después de su muerte. En ella daba gracias a todos los que había conocido y señalaba: “En este gracias por supuesto os incluyo a vosotros, amigos de ayer y de hoy… Y también a ti, amigo de última hora, que no habrás sabido lo que hiciste. Sí, también por ti digo ese gracias y ese adiós cara a cara contigo. Que se nos conceda volvernos a ver, ladrones felices, en el paraíso, si le place a Dios nuestro Padre.”1

Pensamos, quizá, que estos son casos límites, reservados para algunos héroes; son ideales bellos, más admirables que imitables, que se encuentran muy lejos de nuestras experiencias personales. ¿Puede una madre perdonar jamás al asesino de su hijo? Podemos perdonar, por lo menos, a una persona que nos ha dejado completamente en ridículo ante los demás, que nos ha quitado la libertad o la dignidad, que nos ha engañado, difamado o destruido algo que para nosotros era muy importante? Éstas son algunas de las situaciones existenciales en las que conviene plantearse la cuestión.

I. ¿QUÉ QUIERE DECIR “PERDONAR”?

¿Qué es el perdón? ¿Qué hago cuando digo a una persona: “Te perdono”? Es evidente que reacciono ante un mal que alguien me ha hecho; actúo, además, con libertad; no olvido simplemente la injusticia, sino que rechazo la venganza y los rencores, y me dispongo a ver al agresor como una persona digna de compasión. Vamos a considerar estos diversos elementos con más detenimiento.

1 Ch. DE CHERGÉ, Testament spirituel (1994), en B. CHENU, L’invincible espérance, Paris 1997, p.221.

2

1. Reaccionar ante un mal

En primer lugar, ha de tratarse realmente de un mal para el conjunto de mi vida. Si un cirujano me quita un brazo que está peligrosamente infectado, puedo sentir dolor y tristeza, incluso puedo montar en cólera contra el médico. Pero no tengo que perdonarle nada, porque me ha hecho un gran bien: me ha salvado la vida. Situaciones semejantes pueden darse en la educación. No todo lo que parece mal a un niño es nocivo para él, ni mucho menos. Los buenos padres no conceden a sus hijos todos los caprichos que ellos piden; los forman en la fortaleza. Una maestra me dijo en una ocasión: “No me importa lo que mis alumnos piensan hoy sobre mí. Lo importante es lo que piensen dentro de treinta años.” El perdón sólo tiene sentido, cuando alguien ha recibido un daño objetivo de otro.

Por otro lado, perdonar no consiste, de ninguna manera, en no querer ver este daño, en colorearlo o disimularlo. Algunos pasan de largo las injurias con las que les tratan sus colegas o sus cónyuges, porque intentan eludir todo conflicto; buscan la paz a cualquier precio y pretenden vivir continuamente en un ambiente armonioso. Parece que todo les diera lo mismo. “No importa” si los otros no les dicen la verdad; “no importa” cuando los utilizan como meros objetos para conseguir unos fines egoístas; “no importan” tampoco el fraude o el adulterio. Esta actitud es peligrosa, porque puede llevar a una completa ceguera ante los valores. La indignación e incluso la ira son reacciones normales y hasta necesarias en ciertas situaciones. Quien perdona, no cierra los ojos ante el mal; no niega que existe objetivamente una injusticia. Si lo negara, no tendría nada que perdonar.2

Si uno se acostumbra a callarlo todo, tal vez pueda gozar durante un tiempo de una aparente paz; pero pagará finalmente un precio muy alto por ella, pues renuncia a la libertad de ser él mismo. Esconde y sepulta sus frustraciones en lo más profundo de su corazón, detrás de una muralla gruesa, que levanta para protegerse. Y ni siquiera se da cuenta de su falta de autenticidad. Es normal que una injusticia nos duela y deje una herida. Si no queremos verla, no podemos sanarla. Entonces estamos permanentemente huyendo de la propia intimidad (es decir, de nosotros mismos); y el dolor nos carcome lenta e irremediablemente. Algunos realizan un viaje alrededor del mundo, otros se

2 Se ha destacado que la justicia, junto con la verdad, son los presupuestos del perdón. Cfr. JUAN PABLO II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz Ofrece el perdón, recibe la paz, 1-I-1997.

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mudan de ciudad. Pero no pueden huir del sufrimiento. Todo dolor negado retorna por la puerta trasera, permanece largo tiempo como una experiencia traumática y puede ser la causa de heridas perdurables. Un dolor oculto puede conducir, en ciertos casos, a que una persona se vuelva agria, obsesiva, medrosa, nerviosa o insensible, o que rechace la amistad, o que tenga pesadillas. Sin que uno lo quiera, tarde o temprano, reaparecen los recuerdos. Al final, muchos se dan cuenta de que tal vez, habría sido mejor, hacer frente directa y conscientemente a la experiencia del dolor. Afrontar un sufrimiento de manera adecuada es la clave para conseguir la paz interior.

2. Actuar con libertad

El acto de perdonar es un asunto libre. Es la única reacción que no re-actúa simplemente, según el conocido principio “ojo por ojo, diente por diente.”3 El odio provoca la violencia, y la violencia justifica el odio. Cuando perdono, pongo fin a este círculo vicioso; impido que la reacción en cadena siga su curso. Entonces libero al otro, que ya no está sujeto al proceso iniciado. Pero, en primer lugar, me libero a mí mismo. Estoy dispuesto a desatarme de los enfados y rencores. No estoy “re-accionando”, de modo automático, sino que pongo un nuevo comienzo, también en mí.

Superar las ofensas, es una tarea sumamente importante, porque el odio y la venganza envenenan la vida. El filósofo Max Scheler afirma que una persona resentida se intoxica a sí misma.4 El otro le ha herido; de ahí no se mueve. Ahí se recluye, se instala y se encapsula. Queda atrapada en el pasado. Da pábulo a su rencor con repeticiones y más repeticiones del mismo acontecimiento. De este modo arruina su vida.

Los resentimientos hacen que las heridas se infecten en nuestro interior y ejerzan su influjo pesado y devastador, creando una especie de malestar y de insatisfacción generales. En consecuencia, uno no se siente a gusto en su propia piel. Pero, si no se encuentra a gusto consigo mismo, entonces no se encuentra a gusto en ningún lugar. Los recuerdos amargos pueden encender siempre de nuevo la cólera y la tristeza, pueden

3 Mt 5,38.
4 M. SCHELER, Das Ressentiment im Aufbau der Moralen, en Vom Umsturz der Werte, Bern 51972, pp.36s.

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llevar a depresiones. Un refrán chino dice: “El que busca venganza debe cavar dos fosas.”

En su libro Mi primera amiga blanca, una periodista norteamericana de color describe cómo la opresión que su pueblo había sufrido en Estados Unidos le llevó en su juventud a odiar a los blancos, “porque han linchado y mentido, nos han cogido prisioneros, envenenado y eliminado.”5 La autora confiesa que, después de algún tiempo, llegó a reconocer que su odio, por muy comprensible que fuera, estaba destruyendo su identidad y su dignidad. Le cegaba, por ejemplo, ante los gestos de amistad que una chica blanca le mostraba en el colegio. Poco a poco descubrió que, en vez de esperar que los blancos pidieran perdón por sus injusticias, ella tenía que pedir perdón por su propio odio y por su incapacidad de mirar a un blanco como a una persona, en vez de hacerlo como a un miembro de una raza de opresores. Encontró el enemigo en su propio interior, formado por los prejuicios y rencores que le impedían ser feliz.

Las heridas no curadas pueden reducir enormemente nuestra libertad. Pueden dar origen a reacciones desproporcionadas y violentas, que nos sorprendan a nosotros mismos. Una persona herida, hiere a los demás. Y, como muchas veces oculta su corazón detrás de una coraza, puede parecer dura, inaccesible e intratable. En realidad, no es así. Sólo necesita defenderse. Parece dura, pero es insegura; está atormentada por malas experiencias.

Hace falta descubrir las llagas para poder limpiarlas y curarlas. Poner orden en el propio interior, puede ser un paso para hacer posible el perdón. Pero este paso es sumamente difícil y, en ocasiones, no conseguimos darlo. Podemos renunciar a la venganza, pero no al dolor. Aquí se ve claramente que el perdón, aunque está estrechamente unido a vivencias afectivas, no es un sentimiento. Es un acto de la voluntad que no se reduce a nuestro estado psíquico.6 Se puede perdonar llorando.

Cuando una persona ha realizado este acto eminentemente libre, el sufrimiento pierde ordinariamente su amargura, y puede ser que desaparezca con el tiempo. “Las heridas se cambian en perlas,” dice Santa Hildegarda de Bingen.

3. Recordar el pasado

5 P. RAYBON, My First White Friend, New York 1996, p.4s.
6 Cfr. D. von HILDEBRAND, Moralia, Werke IX, Regensburg 1980, p.338.

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Es una ley natural que el tiempo “cura” algunas llagas. No las cierra de verdad, pero las hace olvidar. Algunos hablan de la “caducidad de nuestras emociones”.7 Llegará un momento en que una persona no pueda llorar más, ni sentirse ya herida. Esto no es una señal de que haya perdonado a su agresor, sino que tiene ciertas “ganas de vivir”. Un determinado estado psíquico –por intenso que sea– de ordinario no puede convertirse en permanente. A este estado sigue un lento proceso de desprendimiento, pues la vida continúa. No podemos quedarnos siempre ahí, como pegados al pasado, perpetuando en nosotros el daño sufrido. Si permanecemos en el dolor, bloqueamos el ritmo de la naturaleza.

La memoria puede ser un cultivo de frustraciones. La capacidad de desatarse y de olvidar, por tanto, es importante para el ser humano, pero no tiene nada que ver con la actitud de perdonar. Ésta no consiste simplemente en “borrón y cuenta nueva”. Exige recuperar la verdad de la ofensa y de la justicia, que muchas veces pretende camuflarse o distorsionarse. El mal hecho debe ser reconocido y, en lo posible, reparado.

Hace falta “purificar la memoria”. Una memoria sana puede convertirse en maestra de vida. Si vivo en paz con mi pasado, puedo aprender mucho de los acontecimientos que he vivido. Recuerdo las injusticias pasadas para que no se repitan, y las recuerdo como perdonadas.

4. Renunciar a la venganza

Como el perdón expresa nuestra libertad, también es posible negar al otro este don. El judío Simon Wiesenthal cuenta en uno de sus libros de sus experiencias en los campos de concentración durante la Segunda Guerra Mundial. Un día, una enfermera se acercó a él y le pidió seguirle. Le llevó a una habitación donde se encontraba un joven oficial de la SS que estaba muriéndose. Este oficial contó su vida al preso judío: habló de su familia, de su formación, y cómo llegó a ser un colaborador de Hitler. Le pesaba sobre todo un crímen en el que había participado: en una ocasión, los soldados a su mando habían encerrado a 300 judíos en una casa, y habían quemado la casa; todos murieron. “Sé que es horrible –dijo el oficial-. Durante las largas noches, en las que

7 A. KOLNAI, Forgiveness, en B. WILLIAMS; D. WIGGINS (eds.), Ethics, Value and Reality. Selected Papers of Aurel Kolnai, Indianapolis 1978, p.95.

6

estoy esperando mi muerte, siento la gran urgencia de hablar con un judío sobre esto y pedirle perdón de todo corazón.” Wiesenthal concluye su relato diciendo: “De pronto comprendí, y sin decir ni una sola palabra, salí de la habitación.”8 Otro judío añade: “No, no he perdonado a ninguno de los culpables, ni estoy dispuesto ahora ni nunca a perdonar a ninguno.”9

Perdonar significa renunciar a la venganza y al odio. Existen, por otro lado, personas que no se sienten nunca heridas. No es que no quieran ver el mal y repriman el dolor, sino todo lo contrario: perciben las injusticias objetivamente, con suma claridad, pero no dejan que ellas les molesten. “Aunque nos maten, no pueden hacernos ningún daño,” es uno de sus lemas.10 Han logrado un férreo dominio de sí mismos, parecen de una ironía insensible. Se sienten superiores a los demás hombres y mantienen interiormente una distancia tan grande hacia ellos que nadie puede tocar su corazón. Como nada les afecta, no reprochan nada a sus opresores. ¿Qué le importa a la luna que un perro le ladre? Es la actitud de los estoicos y quizá también de algunos “gurus” asiáticos que viven solitarios en su “magnanimidad”. No se dignan mirar siquiera a quienes “absuelven” sin ningún esfuerzo. No perciben la existencia del “pulgón”.

El problema consiste en que, en este caso, no hay ninguna relación interpersonal. No se quiere sufrir y, por tanto, se renuncia al amor. Una persona que ama, siempre se hace pequeña y vulnerable. Se encuentra cerca a los demás. Es más humano amar y sufrir mucho a lo largo de la vida, que adoptar una actitud distante y superior a los otros. Cuando a alguien nunca le duele la actuación de otro, es superfluo el perdón. Falta la ofensa, y falta el ofendido.

5. Mirar al agresor en su dignidad personal

8 Cfr. S. WIESENTHAL, The Sunflower. On the Possibilities and Limits of Forgiveness, New York 1998. Sin embargo, la cuestión del perdón se presenta abierta para este autor. Cfr. IDEM, Los límites del perdón, Barcelona 1998.
9 P. LEVI, Sí, esto es un hombre, Barcelona 1987, p.186. Cfr. IDEM, Los hundidos y los salvados, Barcelona 1995, p.117.

10 Se suele atribuir esta frase al filósofo estoico Epicteto, que era un esclavo. Cfr. EPICTETO, Handbüchlein der Moral, ed. por H. Schmidt, Stuttgart 1984, p.31. Los mártires de todos los tiempos sabían interpretar estas palabras de un modo cristiano.

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El perdón comienza cuando, gracias a una fuerza nueva, una persona rechaza todo tipo de venganza. No habla de los demás desde sus experiencias dolorosas, evita juzgarlos y desvalorizarlos, y está dispuesta a escucharles con un corazón abierto.

El secreto consiste en no identificar al agresor con su obra.11 Todo ser humano es más grande que su culpa. Un ejemplo elocuente nos da Albert Camus, que se dirige en una carta pública a los nazis y habla de los crímenes cometidos en Francia: “Y a pesar de ustedes, les seguiré llamando hombres… Nos esforzamos en respetar en ustedes lo que ustedes no respetaban en los demás.”12 Cada persona está por encima de sus peores errores.

Hace pensar una anécdota que se cuenta de un general del siglo XIX. Cuando éste se encontraba en su lecho de muerte, un sacerdote le preguntó si perdonaba a sus enemigos. “No es posible –respondió el general-. Les he mandado ejecutar a todos.”13

El perdón del que hablamos aquí no consiste en saldar un castigo, sino que es, ante todo, una actitud interior. Significa vivir en paz con los recuerdos y no perder el aprecio a ninguna persona. Se puede considerar también a un difunto en su dignidad personal. Nadie está totalmente corrompido; en cada uno brilla una luz.

Al perdonar, decimos a alguien: “No, tú no eres así. ¡Sé quien eres! En realidad eres mucho mejor.” Queremos todo el bien posible para el otro, su pleno desarrollo, su dicha profunda, y nos esforzamos por quererlo desde el fondo del corazón, con gran sinceridad.

II. ¿QUÉ ACTITUDES NOS DISPONEN A PERDONAR?

Después de aclarar, en grandes líneas, en qué consiste el perdón, vamos a considerar algunas actitudes que nos disponen a realizar este acto que nos libera a nosotros y también libera a los demás.

1. Amor

11 El odio no se dirige a las personas, sino a las obras. Cfr. Rm 12,9. Apoc 2,6.
12 A. CAMUS, Carta a un amigo alemán, Barcelona 1995, p.58.
13 Cfr. M. CRESPO, Das Verzeihen. Eine philosophische Untersuchung, Heidelberg 2002, p.96.

8

Perdonar es amar intensamente. El verbo latín per-donare lo expresa con mucha claridad: el prefijo per intensifica el verbo que acompaña, donare. Es dar abundantemente, entregarse hasta el extremo. El poeta Werner Bergengruen ha dicho que el amor se prueba en la fidelidad, y se completa en el perdón.

Sin embargo, cuando alguien nos ha ofendido gravemente, el amor apenas es posible. Es necesario, en un primer paso, separarnos de algún modo del agresor, aunque sea sólo interiormente. Mientras el cuchillo está en la herida, la herida nunca se cerrará. Hace falta retirar el cuchillo, adquirir distancia del otro; sólo entonces podemos ver su rostro. Un cierto desprendimiento es condición previa para poder perdonar de todo corazón, y dar al otro el amor que necesita.

Una persona sólo puede vivir y desarrollarse sanamente, cuando es aceptada tal como es, cuando alguien la quiere verdaderamente, y le dice: “Es bueno que existas.”14 Hace falta no sólo “estar aquí”, en la tierra, sino que hace falta la confirmación en el ser para sentirse a gusto en el mundo, para que sea posible adquirir una cierta estimación propia y ser capaz de relacionarse con otros en amistad. En este sentido se ha dicho que el amor continúa y perfecciona la obra de la creación.15

Amar a una persona quiere decir hacerle consciente de su propio valor, de su propia belleza. Una persona amada es una persona aprobada, que puede responder al otro con toda verdad: “Te necesito para ser yo mismo.”

Si no perdono al otro, de alguna manera le quito el espacio para vivir y desarrollarse sanamente. Éste se aleja, en consecuencia, cada vez más de su ideal y de su autorrealización. En otras palabras, le mato, en sentido espiritual. Se puede matar, realmente, a una persona con palabras injustas y duras, con pensamientos malos o, sencillamente, negando el perdón. El otro puede ponerse entonces triste, pasivo y amargo. Kierkegaard habla de la “desesperación de aquel que, desesperadamente, quiere ser él mismo”, y no llega a serlo, porque los otros lo impiden.16

Cuando, en cambio, concedemos el perdón, ayudamos al otro a volver a la propia identidad, a vivir con una nueva libertad y con una felicidad más honda.

2. Comprensión

14 J. PIEPER, Über die Liebe, München 1972, p.38s.
15 Cfr. ibid., p.47.
16 S. KIERKEGAARD, Die Krankheit zum Tode, München 1976, p.99.

9

Es preciso comprender que cada uno necesita más amor que “merece”; cada uno es más vulnerable de lo que parece; y todos somos débiles y podemos cansarnos. Perdonar es tener la firme convicción de que en cada persona, detrás de todo el mal, hay un ser humano vulnerable y capaz de cambiar. Significa creer en la posibilidad de transformación y de evolución de los demás.

Si una persona no perdona, puede ser que tome a los demás demasiado en serio, que exija demasiado de ellos. Pero “tomar a un hombre perfectamente en serio, significa destruirle,” advierte el filósofo Robert Spaemann.17 Todos somos débiles y fallamos con frecuencia. Y, muchas veces, no somos conscientes de las consecuencias de nuestros actos: “no sabemos lo que hacemos”.18 Cuando, por ejemplo, una persona está enfadada, grita cosas que, en el fondo, no piensa ni quiere decir. Si la tomo completamente en serio, cada minuto del día, y me pongo a “analizar” lo que ha dicho cuando estaba rabiosa, puedo causar conflictos sin fin. Si lleváramos la cuenta de todos los fallos de una persona, acabaríamos transformando en un monstruo, hasta al ser más encantador.

Tenemos que creer en las capacidades del otro y dárselo a entender. A veces, impresiona ver cuánto puede transformarse una persona, si se le da confianza; cómo cambia, si se le trata según la idea perfeccionada que se tiene de ella. Hay muchas personas que saben animar a los otros a ser mejores. Les comunican la seguridad de que hay mucho bueno y bello dentro de ellos, a pesar de todos sus errores y caídas. Actúan según lo que dice la sabiduría popular: “Si quieres que el otro sea bueno, trátale como si ya lo fuese.”

3. Generosidad

Perdonar exige un corazón misericordioso y generoso. Significa ir más allá de la justicia. Hay situaciones tan complejas en las que la mera justicia es imposible. Si se ha robado, se devuelve; si se ha roto, se arregla o sustituye. ¿Pero si alguien pierde un órgano, un familiar o un buen amigo? Es imposible restituirlo con la justicia.

17 R. SPAEMANN, Felicidad y benevolencia, Madrid 1991, p.273.
18 Pero también existe un no querer ver, una ceguera voluntaria. Cfr. D. von HILDEBRAND, Sittlichkeit und ethische Werterkenntnis. Eine Untersuchung über ethische Strukturprobleme, Vallendar 31982, p.49.

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Precisamente ahí, donde el castigo no cubre nunca la pérdida, es donde tiene espacio el perdón.

El perdón no anula el derecho, pero lo excede infinitamente. A veces, no hay soluciones en el mundo exterior. Pero, al menos, se puede mitigar el daño interior, con cariño, aliento y consuelo. “Convenceos que únicamente con la justicia no resolveréis nunca los grandes problemas de la humanidad -afirma San Josemaría Escrivá… La caridad ha de ir dentro y al lado, porque lo dulcifica todo.”19 Y Santo Tomás resume escuetamente: “La justicia sin la misericordia es crueldad.”20

El perdón trata de vencer el mal por la abundancia del bien.21 Es por naturaleza incondicional, ya que es un don gratuito del amor, un don siempre inmerecido. Esto significa que el que perdona no exige nada a su agresor, ni siquiera que le duela lo que ha hecho. Antes, mucho antes que el agresor busca la reconciliación, el que ama ya le ha perdonado.

El arrepentimiento del otro no es una condición necesaria para el perdón, aunque sí es conveniente. Es, ciertamente, mucho más fácil perdonar cuando el otro pide perdón. Pero a veces hace falta comprender que en los que obran mal hay bloqueos, que les impiden admitir su culpabilidad.

Hay un modo “impuro” de perdonar,22 cuando se hace con cálculos, especulaciones y metas: “Te perdono para que te des cuenta de la barbaridad que has hecho; te perdono para que mejores.” Pueden ser fines educativos loables, pero en este caso no se trata del perdón verdadero que se concede sin ninguna condición, al igual que el amor auténtico: “Te perdono porque te quiero –a pesar de todo.”

Puedo perdonar al otro incluso sin dárselo a entender, en el caso de que no entendería nada. Es un regalo que le hago, aunque no se entera, o aunque no sabe por qué.

4. Humildad

Hace falta prudencia y delicadeza para ver cómo mostrar al otro el perdón. En ocasiones, no es aconsejable hacerlo enseguida, cuando la otra persona está todavía

19 J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios, n.172.
20 TOMÁS DE AQUINO, In Matth., 5,2.
21 Cfr. Rm 12,21.
22 Cfr. V. JANKÉLÉVITCH, El perdón, Barcelona 1999, p.144.

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agitada. Puede parecerle como una venganza sublime, puede humillarla y enfadarla aún más. En efecto, la oferta de la reconciliación puede tener carácter de una acusación. Puede ocultar una actitud farisaica: quiero demostrar que tengo razón y que soy generoso. Lo que impide entonces llegar a la paz, no es la obstinación del otro, sino mi propia arrogancia.

Por otro lado, es siempre un riesgo ofrecer el perdón, pues este gesto no asegura su recepción y puede molestar al agresor en cualquier momento. “Cuando uno perdona, se abandona al otro, a su poder, se expone a lo que imprevisiblemente puede hacer y se le da libertad de ofender y herir (de nuevo).”23 Aquí se ve que hace falta humildad para buscar la reconciliación.

Cuando se den las circunstancias -quizá después de un largo tiempo- conviene tener una conversación con el otro. En ella se pueden dar a conocer los propios motivos y razones, el propio punto de vista; y se debe escuchar atentamente los argumentos del otro. Es importante escuchar hasta el final, y esforzarse por captar también las palabras que el otro no dice. De vez en cuando es necesario “cambiar la silla”, al menos mentalmente, y tratar de ver el mundo desde la perspectiva del otro.

El perdón es un acto de fuerza interior, pero no de voluntad de poder. Es humilde y respetuoso con el otro. No quiere dominar o humillarle. Para que sea verdadero y “puro”, la víctima debe evitar hasta la menor señal de una “superioridad moral” que, en principio, no existe; al menos no somos nosotros los que podemos ni debemos juzgar acerca de lo que se esconde en el corazón de los otros. Hay que evitar que en las conversaciones se acuse al agresor siempre de nuevo. Quien demuestra la propia irreprochabilidad, no ofrece realmente el perdón. Enfurecerse por la culpa de otro puede conducir con gran facilidad a la represión de la culpa de uno mismo. Debemos perdonar como pecadores que somos, no como justos, por lo que el perdón es más para compartir que para conceder.

Todos necesitamos el perdón, porque todos hacemos daño a los demás, aunque algunas veces quizá no nos demos cuenta. Necesitamos el perdón para deshacer los nudos del pasado y comenzar de nuevo. Es importante que cada uno reconozca la propia flaqueza, los propios fallos -que, a lo mejor, han llevado al otro a un comportamiento desviado-, y no dude en pedir, a su vez, perdón al otro.

23 A. CENCINI, Vivir en paz, Bilbao 1997, p.96.

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5. Abrirse a la gracia de Dios

No podemos negar que la exigencia del perdón llega en ciertos casos al límite de nuestras fuerzas. ¿Se puede perdonar cuando el opresor no se arrepiente en absoluto, sino que incluso insulta a su víctima y cree haber obrado correctamente? Quizá nunca será posible perdonar de todo corazón, al menos si contamos sólo con nuestra propia capacidad.

Pero un cristiano nunca está solo. Puede contar en cada momento con la ayuda todopoderosa de Dios y experimentar la alegría de ser amado. El mismo Dios le declara su gran amor: “No temas, que yo… te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán… Eres precioso a mis ojos, de gran estima, yo te quiero.”24

Un cristiano puede experimentar también la alegría de ser perdonado. La verdadera culpabilidad va a la raíz de nuestro ser: afecta nuestra relación con Dios. Mientras en los Estados totalitarios, las personas que se han “desviado” -según la opinión de las autoridades- son metidas en cárceles o internadas en clínicas psiquiátricas, en el Evangelio de Jesucristo, en cambio, se les invita a una fiesta: la fiesta del perdón. Dios siempre acepta nuestro arrepentimiento y nos invita a cambiar.25 Su gracia obra una profunda transformación en nosotros: nos libera del caos interior y sana las heridas.

Siempre es Dios quien ama primero y es Dios quien perdona primero.26 Es Él quien nos da fuerzas para cumplir con este mandamiento cristiano que es, probablemente, el más difícil de todos: amar a los enemigos,27 perdonar a los que nos han hecho daño.28 Pero, en el fondo, no se trata tanto de una exigencia moral –como Dios te ha perdonado a ti, tú tienes que perdonar a los prójimos- cuanto de un imperativo existencial: si comprendes realmente lo que te ha ocurrido a ti, no puedes por menos que perdonar al otro. Si no lo haces, no sabes lo que Dios te ha dado.

24 Is 43,1-4.
25 “No peques más.” Jn 8,11.
26 Nuestro perdón es una consecuencia del perdón que hemos recibido. Cfr. Mt 18,12-14. Lc 19,1-10. Ef 4,32-5,2. Col 3,13.
27 Cfr. Mt 5,43-48. En cambio, Lev 19,18: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo.”
28 Cfr. Mt 5,23-24; 6,12. Mc 11,25. Lc 11,4.

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El perdón forma parte de la identidad de los cristianos; su ausencia significaría, por tanto, la pérdida del carácter de cristiano. Por eso, los seguidores de Cristo de todos los siglos han mirado a su Maestro que perdonó a sus propios verdugos.29 Han sabido transformar las tragedias en victorias.

También nosotros podemos, con la gracia de Dios, encontrar el sentido de las ofensas e injusticias en la propia vida. Ninguna experiencia que adquirimos es en vano. Muy por el contrario, siempre podemos aprender algo. También cuando nos sorprende una tempestad o debemos soportar el frío o el calor. Siempre podemos aprender algo que nos ayude a comprender mejor el mundo, a los demás y a nosotros mismos. Gertrud von Le Fort dice que no sólo el claro día, sino también la noche oscura tiene sus milagros. ”Hay ciertas flores que sólo florecen en el desierto; estrellas que solamente se pueden ver al borde del despoblado. Existen algunas experiencias del amor de Dios que sólo se viven cuando nos encontramos en el más completo abandono, casi al borde de la desesperación.”30

REFLEXIÓN FINAL

Perdonar es un acto de fortaleza espiritual, un acto liberador. Es un mandamiento cristiano y además un gran alivio. Significa optar por la vida y actuar con creatividad.

Sin embargo, no parece adecuado dictar comportamientos a las víctimas. Es comprensible que una madre no pueda perdonar enseguida al asesino de su hijo. Hay que dejarle todo el tiempo que necesite para llegar al perdón. Si alguien le acusara de rencorosa o vengativa, engrandaría su herida. Santo Tomás de Aquino, el gran teólogo de la Edad Media, aconseja a quienes sufren, entre otras cosas, que no se rompan la cabeza con argumentos, ni leer, ni escribir; antes que nada, deben tomar un baño, dormir y hablar con un amigo.31 En un primer momento, generalmente no somos capaces de aceptar un gran dolor. Necesitamos tranquilizarnos; seguir el ritmo de nuestra naturaleza nos puede ayudar mucho. Sólo una persona de alma muy pequeña puede escandalizarse

29 Cfr. Lc 23,34.
30 G. von LE FORT, Unser Weg durch die Nacht, en Die Krone der Frau, Zürich 1950, pp.90s. 31 Cfr. TOMÁS DE AQUINO, Summa theologiae I-II, q.22.

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de ello.
Perdonar puede ser una labor interior auténtica y dura. Pero con la ayuda de

buenos amigos y, sobre todo, con la ayuda de la gracia divina, es posible realizarla. “Con mi Dios, salto los muros,” canta el salmista. Podemos referirlo también a los muros que están en nuestro corazón.

Si conseguimos crear una cultura del perdón, podremos construir juntos un mundo habitable, donde habrá más vitalidad y fecundidad; podremos proyectar juntos un futuro realmente nuevo. Para terminar, nos pueden ayudar unas sabias palabras: “¿Quieres ser feliz un momento? Véngate. ¿Quieres ser feliz siempre? Perdona.”

 

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El arte de perdonarse los conyuges