Psicología de la vida conyugal
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Pistas para mejorar la comunicación conyugal
Parece natural que teniendo todas las personas la capacidad de hablar, también tengamos la capacidad de comunicarnos, pero no es así. Porque comunicarse, no es sólo hablar, hablar y hablar. Yo puedo hablar mucho y no comunicar nada. Comunicarse es entrar en contacto con alguien, es penetrar de algún modo en el mundo del otro. Es darle participación de lo mío. La comunicación supone un contacto, una relación entre las personas que participan en ella.
La comunicación en la familia es como el sistema circulatorio del ser humano. Si hay bloqueos arteriales es posible que se produzca un ataque al corazón. De la misma forma, un bloqueo en la comunicación entre papá y mamá daña a los hijos y destruye el clima familiar.
Cuando hablamos de comunicación no sólo debemos pensar en palabras, oraciones o frases. Eso es lenguaje. Nos referimos a aquello que expresamos, si, a través de las palabras pero también del tono de voz, la mirada, los gestos, la expresión facial, el lugar elegido para comunciarse, incluso la hora pueden influir en el éxito o fracaso de la comunicación.No es sólo lo que decimos lo que nos afecta sino tambén cómo lo decimos.
Alguien ha dicho que el matrimonio es, entre otras cosas, cincuenta años de conversación. Es una idea sugestiva. Si el matrimonio es un proyecto de dos, tiene que estar continuamente realimentándose con las aportaciones de uno y otro.
Habrán de compartir todo lo que tienen en común, y eso exigirá una comunicación fluída. El amor es como un fuego sino se comuncia se apaga. Al casarse, los cónyuges pretenden algo en común: ser felices mutuamente, tener hijos y formar familia. En la base de esa felicidad familiar está la comunicación familiar.
Es un hecho que la vida matrimonial cambia con el tiempo y las circunsitancias, las personas evolucionan y la propia relación de los esposos varía con el tiempo. El cambio puede ser favorable o desfavorable; puede convertirse en algo mejor o suponer por el contrario un retroceso o también esa vida matrimonial puede quedarse estancada.
Habrá buena comunciación conyugal si, además de saber lo que quiero decir, se cómo decirlo porque conozco a quien me va a escuchar: hay buena comunicación con buen conocimiento.
Si como se dice, rectificar es de sabios, habría que hacer más énfasis en la necesidad de empezar de nuevo cada día, renovando tanto la afectividad como los proyectos. El silencio y la poca comunicación conyugal pueden ocultar conflictos para la convivencia familiar. Cuando el objetivo es claro se camina… en la misma dirección.
Dentro de ese tan rico y variado que compone la comunicación conyugal pueden distinguirse siete temas fundamentales:
– 1er. Pilar: los hijos – el hogar
– 2do. Pilar: el trabajo profesional
– 3er. Pilar: los sentimientos y los afectos – 4to. Pilar: los valores
– 5to. Pilar: la sexualidad en el matrimonio – 6to. Pilar: la familia carnal y política
– 7mo. Pilar: dinero y economía doméstica
Si pensamos que la comunciación es necesaria en el matrimonio podemos tener en cuenta los siguientes ingredientes:
– Dedícale tiempo al otro.
– Sal sólo con tu cónyuge con alguna frecuencia.
– No te limites a «sacarla» de casa, preocúpate de salir con ella al sitio que a ella le agrade.
– Cuando te hable, no te limites a oir, deja la TV, mírala a los ojos. Se enterará de que la escuchas. – Comienza y recomienza cuanto sea necesario. Los errores son para superarlos.
– Hazle sentir como necesario en la relación conyugal. Busca su compañía.
– No le critiques ante las amistades, menos aún cuando no esté presente.
– Recuerda fechas importantes.
– Búscale al llegar a casa.
– Prefiere a tu cónyuge antes que a las amistades. Recuerda que el amor es el mejor condimento.
Autor: Beatriz Meloni Yanase
Personas que hablan demasiado
por Paloma Almoguera. Publicado en Psychologies Magazine No5 Junio de 2005
En su diccionario no existe la palabra silencio. No importa el tema, tienen que comentarlo todo, hablan por los codos, aunque se arrepienten de más de la mitad de lo que dicen, resultando igualmente ingeniosos que impertinentes …
¿Elocuencia o incontinencia? ¿Virtud o defecto?
«No tendría que haberlo dicho» Este es uno de los pensamientos más comunes que aparecen después de haber realizado un comentario desafortunado que ha favorecido una situación incómoda. Aunque hablar sirve para relacionarnos, no es sencillo determinar cuándo es el momento de callarse y escuchar. Según Guillermo Kozameh, médico psicoanalista y profesor de la Universidad Pontificia Comillas de Madrid, «la incapacidad para mantenerse en silencio es un síntoma que en psiquiatria se denomina verborrea, y es la necesidad de manifestarse a través de las palabras». En un principio, estas personas pueden ser tachadas de vanidosas, siempre contando cosas sobre sí mismas y encantadas de escucharse, pero «la incontinencia verbal puede ser provocada por causas muy diversas, de manera que los consejos que pueden ayudar a unos, resultarían devastadores para otros». añade Kozameh.
Caracteres disfrazados
Al hablar, aparecen cualidades que definen la personalidad del individuo: la vocalización, la expresión corporal, los gestos, etc., convierten a una persona en alguien único, le distinguen de sus semejantes. Cuando hablamos, ocupamos el centro de las miradas, nos convertimos en protagonistas, en dueños de las palabras que forman el relato. Sin embargo, el hecho de abusar de esta condición de locutor, de dominar y anular las posibilidades de la conversación al convertir al receptor en un participante pasivo, en ocasiones es signo de que hay un trastorno en la personalidad, de manera que «pueden ser personas inhibidas, que evitan con su ruido verbal temas que sí son importantes en su vida- comenta Guillermo Kozameh-, caracteres narcisistas donde su percepción del entorno gira siempre alrededor de ellos o, incluso, personas que hablan sin parar para encubrir su ignorancia en determinados temas». El factor común en todos los casos es que esa ansiedad crónica transformada en elocuencia acaba perjudicando a la vida social del afectado, impidiéndole desarrollar relaciones normales y equilibradas que aporten valor a su existencia.
Rechazo social
Cuando nos encontramos ante este tipo de personas, ante el «hablador incesante» e incansable, surge una reacción que, si bien en un principio es de total aceptación -resultan amables, cálidos, extrovertidos, más simpáticos que los tímidos, aquellos que evitan cualquier conversación-, con el tiempo acaban provocando el rechazo absoluto de cualquiera de sus interlocutores.
«Al final son utilizados por los demás como música de fondo, lo que representan un círculo repetitivo, ya que el hablante siente que nadie le hace caso y disminuye su autoestima», señala Guillermo Kozameh. El interlocutor no puede evitar sentirse prescindible en la conversación, y entonces diversos pensamientos y dudas planean por su mente:»¿De verdad me está escuchando o simula para que así termine de hablar y llegue su turno? Además, hace que el encuentro se empobrezca, pues con esta actitud la comunicación pierde una de sus principales características: la de intercambiar información.
Para evitar que esto suceda Guillermo Kozameh estima que la solución ante el problema «radica directamente en el propio sujeto, en que intente descubrir las verdaderas causas que lo llevan a hablar desmesuradamente y en que aprenda a considerar el silencio como una herramienta importante para reflexionar y aprender a conocerse a sí mismo».
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Autor: Tomás Melendo Granados | Fuente: Catholic.net
Pautas para conseguir un matrimonio feliz y para siempre
La clave de las claves. ¡el matrimonio ha de ser cultivado!
I. Cultivar el matrimonio — La clave de las claves. Todo lo que voy a exponer conviene leerlo a la luz de este principio básico: ¡el matrimonio ha de ser cultivado! ¿Cómo? Con la paciencia, premura, atención y mimo de un buen jardinero. Como las plantas: ¡estará vivo si crece! No se puede conservar por mucho tiempo en un congelador o en una campana de vidrio (¿pueden compaginarse el amor con «la frialdad» o el «aislamiento incomunicado y aséptico»?). Como todo lo vivo, el amor |
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Un matrimonio feliz y para siempre |
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O crece o muere o, en el mejor de los casos, está a punto de |
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momificarse. «Conservar» el amor, simplemente «conservarlo», es una tarea vana… que equivale a darle muerte: lo vivo no admite «conservación»; es preciso nutrirlo para que despliegue progresivamente todas sus posibilidades. En cierto tono de broma comento a veces que ningún ser vivo puede permanecer inmóvil, que natural e inevitablemente tiende a desarrollarse y crecer… si recibe el alimento oportuno. Solo los japoneses tienen la paciencia para conservar en un aparente y forzado estadio primerizo sus famosos bonsáis; pero si quisiéramos hacer algo similar con nuestro matrimonio, lo convertiríamos en una caricatura, incapaz de sobrevivir. Benavente afirmaba que el amor, todo amor pero especialmente el de varón y mujer, «tiene que ir a la escuela»: es preciso aprender poco a poco, durante toda la vida, a amar al otro cónyuge… de la forma concreta y particularísima en que él (¡y no yo, cada uno de nosotros!) necesita ser amado. Y, concretando más, Balzac escribió: «El matrimonio debe luchar sin tregua contra un monstruo que todo lo devora: la costumbre». Su enemigo más insidioso es la rutina: perder el deseo de la creatividad originaria; porque entonces el amor acabará por enfriarse y perecer tristemente. — Lo más importante. ¿Quieres evitar esta desagradable trayectoria? He aquí el precepto |
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infalible: que, durante toda la vida, momento tras momento y circunstancia tras circunstancia, tu cónyuge sea para ti lo más importante. Más que los caprichos y las aficiones, cómo es lógico. Pero también, con lucha o sin ella, más que la profesión e incluso, si esta contraposición pudiera establecerse —que no puede—, más que los propios hijos… que son los primeros beneficiados de vuestro amor mutuo. En consecuencia, cada uno de los cónyuges ha de buscar el modo de granjearse minuto a minuto el amor del otro, «obsesionarse» con hacerlo feliz: «conquistar» a su mujer, si se trata de los varones, y «seducirlo» día tras día —con toda la carga de este término— si se trata de las esposas. Cada noche uno y otra tienen que responder con un sí sincero a las siguientes preguntas: ¿he dedicado hoy expresamente un tiempo, unos segundos al menos, para ver cómo podía darle una sorpresa o una alegría concreta a mi marido o a mi mujer?; ¿he puesto los medios para hacer |
vida ese propósito? Pues, en verdad, el cariño no se alimenta con la simple inercia o el paso del tiempo; hay que nutrirlo con multitud de menudos gestos y atenciones, con una sonrisa y también con un poco — ¡o un mucho!— de picardía: evitando todo lo que se intuye o se sabe por experiencia que al otro le desagrada, aunque fuera en sí mismo una nadería, y buscando por el contrario cuanto puede alegrarlo. Como recuerda un autor norteamericano, «los matrimonios felices están basados en una profunda amistad. Los cónyuges se conocen íntimamente, conocen los gustos, la personalidad, las esperanzas y sueños de su pareja. Muestran gran consideración el uno por el otro y expresan su amor no sólo con grandes gestos, sino con pequeños detalles cotidianos». Pero nada de ello se consigue sin esfuerzo. De acuerdo con la atinada comparación de Masson, |
«el amor [sentimental] es un arpa eolia que suena espontáneamente; el matrimonio, un armonio que no suena sino a fuerza de pedalear»… aunque el resultado de tal «pedaleo» sea el de una felicidad indescriptible, que nadie es capaz de imaginar… hasta que hace la prueba. — Estar en los detalles. No olvidemos lo que sostenía von Ebner-Eschenbach: «el amor vence a la muerte; pero, a veces, una mala costumbre sin importancia vence al amor». Un ejemplo mínimo, pero que al término puede resultar relevante: la puntualidad. ¡Cuántas veces el marido sufre o incluso desearía renunciar a salir porque la esposa no está lista con la antelación suficiente para llegar en punto a una cita! O viceversa, ¡cuántas el retraso es causado por el marido, que se entretiene más de lo previsto en la resolución de cuestiones profesionales que muy bien pudieran e incluso debieran aguardar hasta el día siguiente! Algo similar sucede con la hora del retorno a casa. Es fácil caer en la tentación de prolongar el momento final del trabajo, por comodidad o por miedo ante las exigencias que se encontrarán a la vuelta al hogar, ante los problemas que plantean los hijos o el otro cónyuge. En tales circunstancias ¿cómo pretender que el que se ha esforzado por llegar a su hora, tras una espera al principio ilusionada con el deseo de abrazar al otro, no se vaya desalentando o incluso enfadando conforme avanzan las manecillas del reloj y resulte incapaz cuando por fin viene de acogerlo con una sonrisa? En ocasiones tiene lugar un imprevisto urgente, es cierto; pero ¡cuántas otras el retraso se debe a un capricho, al desorden, a la pereza o en definitiva al egoísmo y falta de delicadeza con el otro componente del matrimonio! Cosa que asimismo ocurre cuando marido o mujer conceden un interés desmesurado a los asuntos profesionales o a las relaciones de amistad que de ellos surgen y descuidan la atención debida a su cónyuge, elaborando con excesiva frecuencia los propios planes al margen de él. |
También en la vida íntima de la pareja las pequeñas atenciones y la ternura gozan de una importancia decisiva. Cuando faltan, el acto conyugal acaba por trivializarse, hasta reducirse a mera satisfacción de un impulso casi inhumano. Como sabemos, el lenguaje del cuerpo debe comprometer a la persona entera y tornarse «diálogo personal de los cuerpos»: una sinfonía que interpreta la persona toda tomando como instrumento sus dimensiones corpóreas. Por eso, el cortejo y la ternura que conducen al trato íntimo no deben reducirse ni a los días ni a los momentos en que desean tenerse, sino que han de impregnar, de cariño y de atenciones, la vida entera en común de los componentes del matrimonio… en todos sus aspectos. La mujer no deberá abandonarse, sino cultivar el propio atractivo y la elegancia. Como dice el conocido refrán, refiriéndose al arreglo y aderezo femeninos, «la mujer compuesta saca al hombre de otra puerta». |
Por su parte, el marido —además de procurar también mostrarse elegante en todo momento, de acuerdo con las circunstancias— puede comenzar a ser infiel con sólo dejarse absorber excesivamente por la profesión, acumulando todo el peso de la casa y de los hijos sobre los hombros de su esposa. — Todos responsables. Y aquí una puntualización se torna imprescindible. Suele afirmarse con verdad que el amor es cosa de dos; y también el matrimonio; y también las obligaciones familiares de todo tipo, especialmente lo relativo a la educación de los hijos… pero ¡incluido el cuidado del hogar! Resulta bastante claro que el modo de distribuir las tareas domésticas depende de multitud de circunstancias, que sería inútil tratar de encorsetar con fórmulas fijas e inamovibles, de forma que lo que es competencia de uno se queda sin hacer si él o ella no lo llevan a cabo o, lo que es |
peor todavía, a la presunta «falta de responsabilidad» de quien «abandona» sus cometidos le responde el otro omitiendo asimismo los suyos. Eso equivaldría a introducir dentro del matrimonio la «lógica del intercambio mercantilista», que es lo más opuesto a la gratuidad del amor. También es patente que la mujer —esposa y madre— constituye en cierto modo el corazón de toda unión familiar, la que da el tono y el calor a la vida de familia. ¡Pero no de manera exclusiva, ni mucho menos! El orden en la casa, la limpieza, el arreglo de los desperfectos… compete con igual obligación que a la mujer al marido y, en su caso, a cada uno de los hijos, aunque para ello tengan que torcer un tanto sus inclinaciones espontáneas y adecuar su modo de ser y sus intereses a aquellos de quien más quieren. Repito que esto no implica una concreta disposición ni asignación de las tareas del hogar, ni mucho menos un tanto por ciento, fijo y a priori, de participación en esos menesteres. Y añado que la coyuntura en que se encuentre cada mujer —su trabajo también fuera de la casa, entre los elementos más relevantes—, junto con la idiosincrasia característica y exclusiva de cada uno de los componentes de cada uno de los matrimonios, posee un peso determinante a la hora de plantear este asunto. Pero el principio ha de quedar claro: considerando la cuestión desde su raíz, el deber de conservar la propia casa en las mejores condiciones para fomentar una convivencia armoniosa, pacífica y reparadora corresponde por igual no sólo a los dos cónyuges, sino, en proporción a su edad y posibilidades, a todos los miembros de la familia. Por eso, cuando alguno de los componentes deje de cumplir sus «obligaciones», la respuesta inicial de los otros será la de suplirlo, dando por supuesto que se habrá visto impedido de llevarlas a cabo. Y solo cuando la situación se repita, con el tacto y la delicadeza oportunos, habrá que hacerle caer en la cuenta que de ese modo no contribuye a la concordia y la felicidad |
del hogar. Una vez centrada la cuestión, y antes de proponer algunos consejos más específicos para las mujeres y los maridos, tal vez convenga sugerir ciertas ideas aplicables a ambos: II. Consejos para ambos cónyuges 1. El amor conyugal no es una simple pasión, ni un mero sentimiento… ni un enjambre más o menos rumoroso de ellos. |
irrevocable a querer al otro de por vida. Como consecuencia, ser fieles significa renovar el propio «sí»… también —¡y sobre todo!— cuando en ocasiones nos resultara costoso. 2. Como antes apuntaba, al cónyuge hay que volverlo a enamorar cada jornada, sin olvidar que la boda no es sino el sillar de un grandioso edificio, que deben levantar y embellecer piedra a piedra, desvelo tras desvelo, alegría con alegría, entre los dos. Si en el momento de la boda no se inaugurara una gran aventura, la mejor y mayor aventura de la vida humana, consistente en hacer crecer el amor y de este modo —¡amando yo más!— ser muy felices,… ¿tendría sentido casarse? 3. El amor se nutre de minúsculos gestos y atenciones. Evita, pues, las pequeñas menudencias |
que molestan al otro cónyuge y busca, por el contrario, cuanto le satisface. Si te sientes incapaz de hacer grandes cosas por él o por ella, no te preocupes ni te empeñes en buscarlas. Como en el resto de la vida humana, la clave del éxito no se encuentra en esa magnas gestas a menudo solo imaginarias, sino en el diminuto pero constante detalle de cada instante. 4. Al casarte, has aceptado libremente a tu consorte tal como es, con sus límites y defectos; pero esto no significa renunciar a ayudarle con amabilidad, tino y un poco de picardía a que mejore… queriéndolo cada vez más: lo decisivo es «soportar», en el sentido de ofrecer un apoyo incondicional y seguro, y no «soportar», en la acepción de aguantar sufridamente los presuntos defectos y manías del otro. 5. No te dejes absorber de tal manera por el trabajo, las relaciones sociales, las aficiones… que acabes por no encontrar tiempo para estar a solas y en las mejores situaciones con tu cónyuge (y para dedicar también tu atención al hogar y al resto de la familia). 6. Toma las decisiones familiares de común acuerdo con el otro componente del matrimonio, esforzándote por escucharlo e intentar comprender sus razones (la clave de la comunicación no reside en ser un buen «charlatán», sino, si se me permite la expresión que empleaba un conocido mío, un excelente «escuchatán»: ¡qué gran amigo aquel que simplemente sabe oírnos con atención!). Y, en el caso de que, al no llegar a un acuerdo, hayas seguido su criterio, no se lo eches en cara si, por casualidad, de ahí se derivara algún inconveniente. Una vez tomada la decisión, tras sopesarla convenientemente, es exactamente igual de aquel que tomó la iniciativa como del que demostró la suficiente confianza para seguirla. 7. Respeta la razonable autonomía y libertad de tu consorte, reconociendo, por ejemplo, su |
derecho a cultivar un interés personal, a atender y fomentar sus amistades, su vida de relación con Dios, sus sanas aficiones… sabiendo que, entonces, él o ella se esforzarán por no descuidar el cuidado y el mimo que tú mereces. No te dejes arrastrar por los celos, que son ante todo una demostración de desconfianza hacia tu cónyuge… y que podrían dar origen a aquello mismo de lo que intentan defenderse o que pretenden evitar. 8. La alegría y el buen humor son como el lubricante imprescindible para que la vida de familia discurra sin fricciones ni atascos, que podrían minar la armonía entre sus miembros. Dentro de este contexto se advierte toda la importancia de los momentos de fiesta, auténticos motores del contento y la algazara familiares. |
Procura, entonces, que algún detalle material modesto pero atractivo —en la comida, por ejemplo, o en la decoración del hogar— encarne y dé cuerpo al ambiente jubiloso del espíritu, cuando la fecha así lo reclame… o cuando lo estimes conveniente, aunque no exista «ningún motivo» para hacerlo… excepto el amor que tienes a tu familia. 9. Con todo el cariño del mundo, mantén en su lugar a tus padres, sin permitirles que se entrometan imprudentemente en vuestros asuntos. En ocasiones —y sobre todo al principio— será oportuno pedir ayuda, pero recuerda que cuando las reglas de juego están claras resulta más fácil conservar la armonía. 10. No tengas demasiado miedo a discutir, pero aprende a reconciliarte enseguida siguiendo el «decálogo del buen discutidor», que tal vez exponga en otro artículo. E incluso esfuérzate —sólo es difícil las primeras veces— en sacar provecho de esas trifulcas, |
reconciliándote lo más pronto posible con un acto de amor, manifestado por un jugoso abrazo, de mayor intensidad que los que existían antes del enfado. Si procuras que las discusiones se produzcan muy de tarde en tarde, acabarás por comprobar lo que aseguraba un santo sacerdote de nuestro tiempo: que vale la pena reñir alguna que otra vez sólo para después poder hacer maravillosamente las paces. III. Consejos a las mujeres Por el bien de todos (no solo de la propia familia, sino, al cabo, del mundo entero), la primera responsabilidad de una esposa es conservar despierto y vibrante el amor del marido hacia ella: ¡al marido hay que seducirlo cada día!, como ya dije; conviene mucho ingeniárselas para que caiga en la cuenta de que más allá de los compromisos y éxitos profesionales o sociales, su mujer es el mayor bien que Dios le ha otorgado y el medio fundamental e imprescindible para conquistar la propia plenitud y la consiguiente dicha… y, en el caso de los creyentes, incluso la santidad. Puede que el incremento de las obligaciones y preocupaciones, la atención a los hijos o al trabajo profesional, obliguen a la mujer a distanciar y acortar los ratos de exclusiva dedicación a su esposo. La solución podría estar, más que en la cantidad de tiempo que le consagre, ¡que siempre debería ser el mayor posible!, en los pequeños y reiterados detalles que exigen algún esfuerzo pero manifiestan el cariño. Por ejemplo, cualquier esposa habrá de interesarse por el trabajo de su cónyuge, por sus proyectos y por sus dificultades profesionales, por sus aficiones. Con la discreción y prudencia oportunas, no debe desentenderse de ámbitos tan importantes para su marido como normalmente es la profesión o los restantes que he enunciado. |
Si lo quiere de veras, es lógico que le interese cuanto a él le interesa, entusiasma o preocupa, incluido, si es el caso, con o sin esfuerzo, el equipo de fútbol. — A modo de «decálogo». Quizás a alguna le pueda ayudar el releer de tanto en tanto el siguiente «decálogo para la mujer»: 1. Quiere a tu marido también cuando otro hombre te parezca más comprensivo, más educado, más atento, más divertido… o incluso simplemente más elegante o más guapo. 2. No estropees la relación con él por cosas que en un momento te pueden parecer importantísimas —el orden y la limpieza de la casa, en los que también él debe sentirse responsable, o incluso tu carrera profesional, si trabajas fuera del hogar—, pero que en realidad |
y a la larga y en fin de cuentas, no lo son tanto. 3. No lo asaltes en cuanto llega a casa, atosigándolo con tus problemas —profesionales o familiares—, aun cuando durante todo el día hayas estado esperando, lógicamente, la ocasión de desahogarte con la persona que más quieres y mejor te escucha y comprende. 4. Prepárale su plato preferido cuando intuyas que lo necesita (o deja que él os lo prepare, si le gusta…, a pesar del desbarajuste que pueda organizarte en la cocina): el marido se gana también a través del estómago. No es falta de romanticismo ni de delicadeza… ni menos aún una especie de «juego sucio», sino puro sentido común y conciencia clara de la intimísima unidad del ser humano, el tener en cuenta estos aspectos |
5. No lo atormentes con excesos de celos, no lo ofendas con tus dudas (evita incluso imaginarlas), no seas irónica. 6. No te engañes, pensando que con otro hombre es posible mantener una relación de simple amistad… incluso íntima, sin correr el riesgo de ser infiel a tu marido; ni, mucho menos, te «diviertas» jugando a «interesar» a otros hombres. 7. No te lamentes confidencialmente con un amigo de los defectos de tu esposo, porque éste podría ser el primer paso hacia la deslealtad: ¡los amigos resultan siempre tan comprensivos! 8. No exageres las contrariedades ni finjas un excesivo dolor, para inducir a tu marido a hacer lo que deseas. Decirle con sencillez lo que necesitas o simplemente te hace ilusión constituye una muestra de confianza, que él te agradecerá y os unirá más todavía. 9. Cuida tu aspecto externo. Aunque pueda sonar a broma, y ciertamente está expresado con humor, el rostro se asemeja mucho a una obra de arte, que con el tiempo tiene necesidad de una amable restauración. Por eso procura no presentarte nunca ante tu marido como no lo harías ante una conocida dispuesta a juzgar de tu belleza. Y conténtate y sé feliz, más conforme pasen los años, con gustarle a él: no aspires a gustarte a ti misma —eres tu crítica más exigente— ni admitas comparaciones con tus amigas o con otras personas de tu mismo sexo. 10. No envidies a las otras mujeres, ni siquiera interiormente, ni pongas como ejemplo a sus esposos. Harás que el tuyo se sienta fracasado, que es una de las cosas que más duelen y peor soportan los varones. (La conversación entre las dos esposas del púgil y el manager protagonistas de Cinderella Man lo refleja con una brevedad y precisión casi insuperables). |
IV. Consejos a los maridos «Oficio es el del marido que ocupa todo el día», subrayó con acierto Bennet. No obstante, hay maridos que parecen prestar más atención al coche o al ordenador que a su mujer (y a sus hijos y a su hogar, creando el oportuno e imprescindible ambiente de familia). Cuántas veces el empeño por mejorar la posición profesional o económica resulta infinitamente superior al desplegado para mantener pujante e incrementar el amor hacia la esposa… y cuántas se comprueba que tal actitud no solo mina en sus raíces la armonía y la felicidad conyugal, sino el mismo rendimiento en el trabajo. Gradualmente, al menos en determinados países, se está llegando a un pleno reconocimiento de la igual dignidad de la mujer y de sus derechos y a una mayor conciencia de la importancia de su |
función en la sociedad. Ya no sorprende que las mujeres trabajen también fuera de casa o que ocupen puestos de gran responsabilidad. Este tipo de mujer por lo común es apreciada, escuchada, bien pagada y goza de períodos de descanso remunerado. Todo eso parece desvanecerse el día en que se casa, comienza a tener hijos y, para poderse ocupar de ellos y del hogar, renuncia al menos en parte a su carrera profesional. En la vida de madre y de ama de casa pueden desaparecer como por ensalmo el tiempo libre, la estima de los demás, la paga generosa, las vacaciones, etc. Pero, ¿se trata ciertamente de una situación irremediable? Parece claro que en la atención a la casa la semana de 40 o de 35 horas no será ya posible. Pero quien se consagra por completo al trabajo del hogar, al cuidado y educación de los hijos, con toda la profesionalidad, el esfuerzo y la paciencia que llevan consigo, merece tanta o más estima que la reclamada por una mujer con una brillante carrera en el ámbito público. |
De ahí que el marido, además de dejar clara constancia de su sincero y agradecido reconocimiento por el trabajo de su esposa en el hogar, deberá hacerse cargo de las tareas que en esta esfera le corresponden por justicia, echando sobre sus espaldas algunas de esas ocupaciones e incrementándolas generosamente más allá de lo «en justicia debido» en los momentos especialmente críticos: cuando llegan las fiestas, durante los embarazos, antes y después del nacimiento de un hijo, etc. Hay días en que una mujer, por motivos que a los varones a veces se nos antojan incomprensibles o carentes de peso, se siente particularmente cansada; ¡cómo agradecerá entonces que su esposo sepa advertirlo, se lo valore y con toda naturalidad asuma en la atención del hogar incluso los asuntos que de ordinario le corresponden a ella! — Para que no «se sientan menos». Y he aquí también un «decálogo» para el marido… hasta cierto punto simétrico al de las esposas: 1. Quiere a tu mujer más que a cualquier otra, también cuando el paso de los años la vaya dejando en desventaja física —¡no en belleza, que es algo mucho más elevado y personal!— respecto a las más jóvenes. 2. No pases demasiado tiempo con ella lamentándote del trabajo… y nunca montes una escena porque ella «no comprende su verdadera importancia»; interésate más bien por sus problemas y por los de los hijos. 3. Escribe bien grande en tu agenda la fecha de vuestra boda, del santo y del cumpleaños de tu mujer y de los restantes aniversarios en que agradecerá detalles especiales por tu parte. Y si eres de los «ya informatizados», haz que la alarma suene bien fuerte los dos o tres días anteriores… para ir preparando el terreno. |
4. No olvides que tu madre es la suegra de tu mujer (y que una y otra, de manera no consciente ni voluntaria pero según algunos casi instintiva, pueden tender a acaparar en exclusiva tu cariño); presta atención, por tanto, a prevenir celos y a evitar una excesiva injerencia en tu familia. 5. No tengas vergüenza de decirle que la quieres, aun cuando «ya lo sabe», y de demostrárselo en cosas concretas, como el interés por su salud y su trabajo, o sorprendiéndola de vez en cuando con el regalo que casi inconscientemente espera o con esa escapada no prevista que tanto le gustan. Tales manifestaciones de afecto, expresas y reiteradas, son imprescindibles para tu esposa… y para ti mismo, que reafirmas, consolidad y haces crecer, al concretarlo en gestos y palabras, el |
amor que sientes por ella. 6. No caigas en la vil y ya trasnochada banalidad de pensar que la infidelidad masculina es menos grave que la de la mujer. 7. Convéncete, sobre todo si tienes mentalidad empresarial, de que el negocio más importante de tu vida es tu familia: tu mujer y tus hijos. Por eso, no pienses que basta con llevar a casa el dinero necesario. (De manera paradigmática, aunque irrealizable, lo encarnan los personajes principales de Vive |
como quieras: You can ́t take it with you, de Frank Capra. Y tal vez con un poco más de realismo, aunque siempre en el tono típico de las comedias, los míticos Cary Grant y Katharine Hepburn en la espléndida aunque no muy conocida Vivir para gozar: Holiday). 8. Cuando vuelvas al hogar, empieza por cumplir tus obligaciones con tu mujer (y con tus hijos); después, si te queda tiempo, y normalmente será bueno que te quede, leerás el periódico o verás la tele. 9. Por amor a tu mujer y por estricta justicia no abandones tu físico y procura una cierta elegancia —en el vestido, en el porte, en el modo de hablar, en las posturas…— también cuando estés en casa. (Y no olvides que el tono humano que marques en tu hogar, el empeño para que sepan apreciar lo bello, representa uno de los elementos que, por ósmosis, más influyen en la educación de tus hijos). 10. Encuentra el tiempo necesario para dedicarlo a tu mujer y a tus hijos, renunciando si fuera menester a intereses o comodidades personales. Tomás Melendo Granados Catedrático de Filosofía Director de los Estudios Universitarios sobre la Familia Universidad de Málaga |
Autor: . | Fuente: El Correo Digital
Niños estresados
El estrés parece un trastorno exclusivo de adultos trajinados o cargados de problemas y de responsabilidades, pero también los niños son víctimas de eso…
Las agendas diarias de ciertos niños dan escalofríos. Con las primeras luces del día salen de casa para coger un autobús soñoliento que les transporta al colegio. Allí cumplen un horario muchas veces intensivo, pero insuficiente: han de completar su formación con los deberes para hacer de vuelta a casa. Sin embargo, en el hogar les esperan las prisas para salir de nuevo a otro centro donde reciben clases de música, sin olvidarse de ponerse el chándal porque del conservatorio han de desplazarse a un campo de deportes donde quizá les aguarde un monitor exigente o unos compañeros dispuestos a quitarles el puesto en la |
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alineación del domingo. Si ese día no toca asistir a clases de idiomas, tendrán tiempo para hacer la redacción de mañana, y cenar un bocadillo delante del videojuego, y robarle unas horas al sueño viendo |
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Niños estresados |
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un programa de la tele que se alarga hasta entrada la noche. Cuando hablamos de estrés, nos imaginamos a un ejecutivo con la jornada llena de compromisos, reuniones y viajes, o a un trabajador sometido al ́mobbing ́ laboral, o también a un ama de casa con mil brazos que atienden simultáneamente al aspirador, a la cazuela y a la plancha. El estrés parece un trastorno exclusivo de adultos trajinados o cargados de problemas y de responsabilidades. Pero no sólo ellos lo padecen. También los niños son víctimas de eso que Hans Seyle llamó Síndrome General de Adaptación y que ya se conoce popularmente como estrés. La fatiga crónica, el exceso de nerviosismo, la falta de concentración, quizás algunos trastornos en el sueño o en el apetito indican que el niño no ha podido dar respuesta adecuada a la gran cantidad de estímulos y exigencias que se le imponen. Pero no parece que se le dé mucha importancia, puesto que los niños -se dice- son puro nervio y lo aguantan todo. Los psiquiatras han alertado de la creciente aparición de casos de estrés en edades tempranas. El acelerado ritmo de vida también ha llegado a los niños, tan sobreprotegidos hoy frente a otras asechanzas del exterior tales como las carencias materiales, la enfermedad meramente física, los peligros de la calle o los castigos corporales. Habría que pararse a pensar si en este doble y contradictorio juego de sobreprotecciones y exigencias no estamos engendrando víctimas. Unas víctimas que, por añadidura, carecen de capacidad para identificar las causas de su malestar y para manifestarlo antes de que vaya a mayores. Los estresores del niño no sólo provienen de la diabólica aceleración de los tiempos que corren; hay quien sostiene -sin pruebas fehacientes de ello- que justamente los niños de hoy no sólo son inmunes a lo vertiginoso, sino que han desarrollado habilidades especiales para moverse en ese medio como pez en el agua. Infinidad de estudios lo desmienten y han venido a demostrar que las tensiones de las primeras edades son de origen diverso. |
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En muchos casos sus causas radican en la hipercompetitividad, inculcada por el medio social, por la escuela, la familia o el grupo. Por más que, en apariencia, la sociedad democrática tenga por bandera el principio de la igualdad y de los derechos de todos, en la práctica la realidad se empeña en derrumbar ese mito. Si no de forma expresa, tácitamente el niño padece continuas presiones para ser el primero, el mejor, el líder. Sea en el deporte, sea en la ostentación de bienes de consumo, sea incluso en los inocentes juegos de ordenador, los niños se enfrentan a todas horas al desafío del éxito y la depresión del fracaso. Separación y divorcio |
Pero mayores efectos producen los ambientes familiares enrarecidos y los acontecimientos vitales traumáticos. Los psicólogos de la infancia coinciden en afirmar que la percepción de los padres respecto de las preocupaciones de los hijos es por regla general equivocada. Situaciones que a los adultos les parecen normales o insignificantes constituyen para el niño fuentes de temor o ansiedad, cuando no auténticos dramas. En su libro ́Kidstress ́ (El estrés del niño), la psicóloga Georgia Witkin ha revelado que muchos de los padres que presumen de mantener una comunicación abierta y fluida con sus hijos ignoran totalmente las verdaderas preocupaciones de éstos. Ese supuesto diálogo no es sino un intercambio de informaciones superficiales que dispensa del descubrimiento del fondo. En un cuestionario entre 800 chicos y chicas de entre 8 y 12 años, Witkin descubrió, por ejemplo, que el miedo a la enfermedad o la muerte de los padres ha crecido considerablemente en las últimas décadas, o que las separaciones y divorcios, por amistosos que sean, siguen constituyendo una fuente de intensa desazón en los hijos. Cada niño -explica Witkin ̄- habla su propio dialecto del estrés. Los padres y los profesores deben aprender a descifrar unos mensajes que no vienen codificados en palabras, sino a menudo en forma de actitudes, gestos o manifestaciones físicas (parpadeos, sudores, temblor de manos) |
que preludian trastornos más duraderos. Esos mensajes hablan de una tortura interior que el adulto encerrado en sus viejos esquemas no es capaz de percibir. Por eso es necesario aprender otras formas de receptividad distintas de las habituales para detectar esas señales de alarma. Evitar al niño situaciones estresantes no significa criarlo entre algodones. El estrés, como reacción de adaptación que es en el fondo, permite desarrollar mecanismos de defensa y modos de respuesta al peligro o a las dificultades. Pero también nos protegemos y protegemos a los otros creando hábitats más confortables y serenos. Si bien es difícil evitar ciertas tensiones de grupo, familiares o de pareja, más sencillo resulta simplificar hábitos (mantener apagado el televisor, retirar juguetes inservibles, dosificar el uso de artilugios electrónicos, hacer las comidas a una hora regular) en un mundo cada día más apresurado y más lleno de reclamos. Quizá sea tarde para muchos adultos que se han complicado la vida de tal forma que ya no pueden salir de su espiral. Pero siempre estamos a tiempo para no contagiar al niño las prisas, los temores, las insatisfacciones o las ansias de tener y de poder. Por desgracia, ya llegará el día en que otras circunstancias se los impongan. Entretanto, seamos conscientes de su fragilidad y ayudémosles a no quebrarse antes de tiempo. |
Taller de Autoestima
1. Nociones generales o conceptos intuitivos
Es la percepción emocional profunda que las personas tienen de sí mismas. Si bien esta percepción es emocional, tiene su fundamento en los juicios de valor (pensamientos) que la persona tiene acerca de sí misma, sea de manera consciente o inconsciente, y se corresponda o no con la verdad.
Considerando lo expuesto hasta ahora, podemos afirmar que para que sea justa la valoración que una persona tiene de sí misma ésta ha de estar fundamentada en la verdad.
Por tanto, para tener una autoestima sana (o normal) hemos de buscar en primer lugar la verdad, tanto acerca de nosotros mismos como acerca de los demás. La autoestima sana se caracteriza por esta cargada de sentido positivo, de optimismo, no sólo hacia sí mismo sino también hacia los demás. Es decir, lleva a estar conforme consigo mismo, a experimentar una natural sensación de bienestar personal integral y también a alegrarse con el bien de las demás personas.
Por el contrario, cuando no nos apoyamos en la verdad acerca de nosotros mismos y de los demás, nuestra autoestima se torna enferma (o distorsionada). La autoestima enferma se caracteriza por estar cargada de sentido negativo, de pesimismo, no sólo hacia sí mismo sino también hacia los demás. Es decir, lleva a un descontento consigo mismo y también a entristecerse o sentir envidia ante el bien de las demás personas.
La verdad más sublime de todo ser humano es su altísima dignidad como hijo de Dios.
Incluso ante las condiciones más adversas de nuestra vida y que más duramente puedan golpear nuestra autoestima, hemos de tener firmemente clara nuestra condición de hijos de Dios.
4. Proposición de ejemplos de la vida diaria en los que podemos aprovechar estas enseñanzas (Cómo alcanzar una autoestima sana o afianzarla, si ya la tenemos sana)
En esta parte del taller, se deja plena libertad a los participantes para que hagan sus preguntas, hagan sus aporten, aclaren inquietudes, etc. Para esta sección debe disponerse de un tiempo prudentemente prolongado, ya que es de particular importancia la participación activa de los asistentes y la resolución de sus dudas o inquietudes.
Aquí se volverán a pasar las láminas correspondientes a las recomendaciones o tips para tener una autoestima sana, para que los participantes vayan haciendo examen mientras las leen. Es recomendable que cada quien tome notas en esta parte del taller, para que les sirva de ayuda en la siguiente apartado.
Se invitará a los participantes a que se propongan 1 ó 2 aspectos que deben comenzar a vivir para alcanzar una autoestima sana o afianzar la que ya tienen.
LOS SENTIMIENTOS DE CULPA DE LOS PADRES, ACARREAN PROBLEMAS
DE DISCIPLINA
Hay muchas situaciones en las cuales los padres siempre se sienten algo culpables hacia un hijo u otro. Cualquiera sea el motivo del sentimiento de culpa, tiende a conducir a un manejo flojo del hijo.
Los padres se inclinan a esperar demasiado poco del niño, demasiado de sí mismos. A menudo están intentando ser dulces y pacientes, cuando su exigida paciencia está, en realidad, exhausta y, de hecho, el niño se les está yendo de las manos y necesita una corrección decidida. O bien vacilan cuando el niño necesita firmeza.
Tal como un adulto la niña sabe cuando está pasándose de la raya, cuando es demasiado mala o grosera, aunque sus padres traten de cerrar los ojos frente a ello. Por dentro se siente culpable. Desearía que se la frenara. Pero si no se la corrige, estará predispuesta a comportarse cada vez peor. Es como si estuviera diciendo : «¿Cuán mal debo comportarme para que alguien me detenga ?
En cierto momento, su conducta se vuelve tan provocativa, que la paciencia de los padres estalla. La regañan o la castigan. Se restablece la paz. Sin embargo, el problema con los padres que se sienten culpables,es que se averguenzan demasiado de perder el control. Entonces, en lugar de dejar las cosas como están, intentan volver atrás en el correctivo aplicado, y permiten que la niña los castigue, a su vez. Tal vez permitan que la niña sea grosera con ellos, precisamente en medio del castigo. O retiran la penitencia antes que haya sido cumplida a medias. O bien fingen no advertir que la niña comienza a portarse mal otra vez.
La mayoría de padres concienzudos permiten que sus hijos se salgan de los límites cuando, en ocasiones, sienten que han sido injustos o negligentes. Pero pronto recuperan el equilibrio. De todos modos cuando los padres dicen «Todo lo que hace este niño me irrita», es una señal evidente de que esos padres se sienten demasiados culpables, se conducen en forma permisiva y sumisa, de manera crónica, y que el niño reacciona a esto con una provocación constante. Ningún niño puede ser irritante en forma accidental. Si los padres pueden determinar en qué aspectos son demasiado permisivos y deben reafirmar la disciplina, y si están en el camino correcto, descubrirán alborozados que su hijo, no sólo comienza a comportarse mejor, sino que se muestra más feliz. Por lo tanto, podrán amar mejor a su hijo, y éste, a su vez, responder a ello.
SE PUEDE SER FIRME Y AMISTOSO AL MISMO TIEMPO
Una niña necesita sentir que su padre y su madre, aunque sean agradables, tienen sus propios derechos, saben cómo ser firmes, no le permitirán ser irrazonable o grosera. De este modo, ella se siente mejor. Esto la adiestra,
desde el comienzo, para llevarse considerablemente bien con otras personas. Los niños malcriados no son criaturas felices, ni siquiera en sus propios hogares. Y cuando salen al mundo, aunque tengan 2, 4 ó 6 años, están condicionados para recibir un duro golpe. Descubren que nadie está dispuesto a reverenciarlos ; en rigor, desagradan a todos por su egoísmo. Deben pasar por la vida resultando impopulares, o bien, deben aprender a ser agradables, de la forma más difícil.
Los padres concienzudos, a menudo permiten que su hijo les saque ventaja durante un tiempo, hasta que su paciencia se agota, y luego se arrojan con enojo sobre el niño. Pero ninguna de estas situaciones es, en realidad, necesaria. Si los padres tienen saludable respeto por sí mismos, pueden mantenerse firmes mientras aún se sienten inclinados a ser amistosos.
Por ejemplo, si su hija continúa insistiendo en que usted siga jugando, aunque está agotado, no tema decir, en forma alegre pero decidida : «Estoy muy cansado. Ahora voy a leer un libro, y tu también puedes leer tu libro..»
Si se pone demasiado terca en lo referente a dejar de jugar con el trencito que trajo otro niño, y que ahora debe llevarse a su casa, aunque usted haya tratado e distraerla con otra cosa, no crea que debe seguir siendo siempre dulce y razonable. Sáquela, a pesar de que grite durante un minuto