Los niños anencefálicos, ¿cadáveres?
Los niños anencefálicos, ¿cadáveres?
Algunos dilemas éticos a los que responden los expertos
ROMA, jueves, 2 octubre 2008 (ZENIT.org).- En relación a las fronteras entre la vida y la muerte, los transplantes de órganos, y el debate sobre los niños anencefálicos, surgen dilemas éticos no siempre fáciles de abordar sin un conocimiento científico.
Para responder a algunos de ellos, Zenit ha recogido declaraciones de la doctora Chiara Mantovani, presidenta de la Asociación de Médicos Católicos Italianos de Ferrara, Italia, y de la asociación Ciencia y Vida de la misma ciudad, y de Carlo Casini, antiguo magistrado de Casación de Italia, miembro de la Comisión Nacional de Bioética de ese país, presidente del Movimiento por la Vida italiano, miembro de la Academia Pontificia para la Vida y profesor del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum de Roma.
Hay quien se pregunta si el anencefálico es o no un cadáver. Si lo fuera, habría que revisar la postura sobre el aborto de los anencefálicos. Si no lo fuera, la extirpación de órganos de un anencefálico para el trasplante se realizaría sobre seres humanos que no son todavía cadáveres.
A estas cuestiones, la doctora Mantovani responde, en primer lugar, que «el niño anencefálico que nace, nace vivo. Su vida puede durar pocos minutos, una horas, unos días; a veces unas semanas. Depende de la gravedad de su anencefalia».
En este sentido, la experta italiana subraya que «el término ‘anencefálico’ no significa ‘sin cerebro’, privado totalmente de todo el cerebro. El término es genérico y denomina una grave condición patológica de malformación que consiste en una falta de algunas partes del encéfalo. Normalmente es la corteza cerebral, la que según los actuales conocimientos, se señala como la sede de la conciencia y de los movimientos voluntarios, la parte cuya ausencia es más grave».
Pero, añade, «los centros profundos, que rigen la función de la respiración, por ejemplo, tienen todavía una cierta funcionalidad».
Por ello, aclara, «la diagnosis de muerte del niño anencefálico hay que hacerla examinando la presencia de estas funciones y ser declarada sólo cuando estos signos cesan».
Según la doctora Mantovani, «los protocolos al respecto son muy precisos». En ese caso, «el neonato no será declarado muerto y por tanto no serán eventualmente extirpados los órganos mientras que no se documente el silencio eléctrico total de lo poco que queda de encéfalo».
Sin embargo, explica la profesora de Bioética, este problema «no se da en el embarazo: la placenta garantiza al pequeño todo lo que necesita para su vida intrauterina. Será el nacimiento el que lo ‘deje solo’ en la gestión de su respiración y circulación y, por tanto, el que evidencie su incapacidad de vida autónoma, pero no hay duda sobre su vida en el útero».
La doctora resume su respuesta: «Es lícito extirpar los órganos a un niño anencefálico sólo cuando -igual que para cualquier otra persona- haya seguridad de que todo el encéfalo no funciona en su totalidad. Y esto sólo tras un tiempo todavía más prolongado que en el caso de un adulto».
«También el niño anencefálico nace y muere: en momentos muy próximos pero siempre presentes y diferenciados», concluye.
Ahora surge otro dilema, ¿cómo se puede considerar persona humana a quien no tiene cerebro? ¿No es contradictorio que, para favorecer el trasplante de órganos, se considere muerta a una persona por el sólo hecho de que su cerebro ha cesado totalmente de funcionar y que, en cambio, el embrión se considere un individuo vivo incluso cuando no se ha formado el cerebro?
A esta cuestión, el magistrado Carlo Casini responde que «el argumento es inconsistente» y más bien, si se mira con atención, «refuerza la tesis de que el concebido es plenamente un ser humano viviente desde el momento del encuentro del espermatozoo con el ovocito».
En efecto, añade, «la muerte (total y real, no parcial o aparente) del cerebro es considerada muerte del hombre incluso aunque se logre hacer circular artificialmente sangre en su cuerpo y se llenen rítmicamente de aire sus pulmones, porque el cerebro es la parte que hace del cuerpo humano un organismo unitario».
Es precisamente el cerebro –explica Casini– el que «unifica y da un fin a las diversas funciones. Tanto es así que la muerte se llama también ‘descomposición’. Cada una de las partes puede seguir viviendo por algún tiempo (es conocido el fenómeno del crecimiento de la barba y las uñas también en los cadáveres), pero el hombre, en cuanto unidad orgánica, ya no existe».
«Si es así –continúa el miembro de la Comisión Nacional de Bioética de Italia– y si por tanto el dato decisivo para considerar la existencia de una vida humana individual es la unidad orgánica, determinada por un principio unificador y capaz de atribuir fines, entonces es evidente que, en el embrión, tal principio unificador y organizador, que lo convierte en organismo, no sólo está presente sino que desempeña una función potente y admirable toda proyectada hacia el futuro. El hombre no es su cerebro aunque el cerebro coordina sus funciones vitales. El adulto que ya no tiene cerebro no tiene ya futuro en el mundo visible: está muerto».
«Pero el embrión, que no tiene cerebro –concluye Casini–, no es equiparable a un cadáver porque tiene en sí una fuerza coordinadora que le garantiza no sólo un desarrollo vital extraordinario sino también un futuro. No sólo no está muerto sino que está especialmente vivo».
Traducción del italiano por Nieves San Martín