Las trampas de la globalización
Las trampas de la globalización
Entrevista de Michel Schooyans por Carlos Neuenschwander
1. ¿Por qué la bioética y la vida son temas de actualidad?
Lo primero que hay que señalar es que hoy en día ha habido un cambio radical en el contexto en que se plantean los problemas de bioética. El punto central sigue siendo el respeto de la vida humana. Pero lo que sucede es que cuando nos referimos a la problemática de hace unos 25 años, el problema se planteaba en términos de derogación. Así, por ejemplo, la ley francesa que legalizó el aborto en 1975 lo admitía como una excepción. Era una derogación al principio general sembrado a guisa de preámbulo, en el articulo 1° de la ley. Según este principio general, la ley protege a todos los seres humanos desde el inicio de la vida. Entonces el aborto era una excepción prevista por la ley. En inglés se diría «release», en alemán «Freigabe». Es como un permiso. Esa era la problemática de hace 25 años.
Hoy la problemática se ha deteriorado radicalmente desde que en los ambientes de la ONU se requiere, con insistencia cada vez mayor, que el aborto sea proclamado como un «nuevo derecho» humano. Ya no se trata de una derogación, de un permiso, de una excepción, de un gesto que se tolera mas del cual se sabe en realidad que no es bueno. Ahora se trata de un «nuevo derecho», que, por cierto, no es el único, desde que también se promueve el «derecho» a la homosexualidad, a la esterilización, a la eutanasia, etc. De modo que la gran «novedad» es que ahora disponer de la vida de un ser humano en su pequeñez, en su inocencia, puede ser presentado como un «nuevo derecho» humano. La gran preocupación, a pocas semanas de la reunión Beijing+5 en Nueva York y a pocas semanas de la Asamblea del Milenio en setiembre, es que el aborto sea allí proclamado como un «nuevo derecho». Esto significaría una revolución funesta, fatal, desastrosa en la historia de los derechos humanos.
2. ¿Podría explicarnos porque la Santa Sede se
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opone a estos supuestos «derechos» que promueve la ONU?
Desde hace unos cuarenta años, a través de algunas de sus agencias especializadas, la ONU lanzó un programa internacional de control de la natalidad, nítidamente maltusiano. Entre estas agencias, figuran, por ejemplo, el FNUAP (Fondo de las Naciones Unidas para la Población); la OMS (Organización Mundial de la Salud); el Banco Mundial, el PNUD (Programa de las Naciones para el Desarrollo), y varias otras, incluso ONG como el IPPF. El punto focal de este programa es que, a través de su plan de acción, la ONU quiere proponer el control de la natalidad como una meta o condición previa — según ella — para el desarrollo de los pueblos.
Esta postura merece algunas consideraciones. Lo primero en lo que hay que ser enfático es que científicamente nunca ha sido demostrado que exista una relación entre el efectivo de la población de un país y el desarrollo. Hay países poco poblados que son desarrollados, como Australia, y otros poco poblados que son subdesarrollados, como es el caso de los países de África Central. Inversamente hay países muy poblados que son desarrollados, como Holanda, que tiene más de 400 personas por kilómetro cuadrado, y hay países muy poblados y subdesarrollados como el Bengladesh. Quiere decir que no hay relación entre las dos cosas; depende de cada caso.
Pero la ONU se comporta como si hubiera una relación determinante entre las dos cosas y dice a los países: «Controlen su población y van a desarrollarse». Pero los países pobres lo que necesitan son remedios, escuelas, saneamiento de las aguas, hospitales, etc. Recursos que realmente favorezcan su desarrollo y no un control de la población. La Iglesia no puede y no quiere aprobar, y mucho menos promover, una política de desarrollo basada en una mentira científica; en una hipótesis que nunca fue demostrada, es decir la ideología maltusiana.
Pero hay otro motivo por el que la Iglesia no puede admitir las posturas de la ONU. Resulta obvio que es poco simpático y poco admisible decir: «Los ricos debemos contener el crecimiento de las poblaciones pobres». Por lo tanto, se busca utilizar un lenguaje mentiroso, ideológico: el lenguaje de los derechos humanos: «Ustedes los pobres tienen derecho a la contracepción, al aborto, a la eutanasia. Estos son los «nuevos derechos» humanos. Nosotros, los ricos, queremos ayudarlos a ejercer este derecho nuevo y vamos a ayudarlos a desarrollarse mandándoles métodos anticonceptivos, dispositivos intrauterinos y aparatos para realizar abortos con equipos especializados…». La Iglesia no puede admitir este tipo de política.
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Quisiera mencionar aquí una cosa que muchas veces no está siendo muy bien explicada al público: además de las consideraciones de ética privada, personal, la Iglesia se opone a estas campañas y prácticas por motivos de ética social, política. La Iglesia no puede permitir una explotación de los pobres y mucho menos una especie de colonización mental donde se dicta a los pobres lo que deben hacer o querer para su supuesto desarrollo.
3. Por lo tanto la Iglesia se opone porque defiende la dignidad de cada persona…
Exactamente, y en nuestra sociedad, en el contexto actual, esta cuestión de la dignidad de todo ser humano merece ser especialmente destacada. Cuando vemos los primeros años del pontificado de Juan Pablo II, vemos que el gran problema era entonces la negación de la dignidad de todos los seres humanos por parte del sistema comunista . Para éste, el hombre era apenas una rueda en la máquina productiva, en el Estado líder del Internacionalismo. El hombre era un instrumento al servicio del Partido y lo que valía en él era su capacidad de servir la Causa del Partido. Felizmente este régimen ha caído.
Gracias al impulso decisivo del Papa Juan Pablo II, conseguimos revelar la mentira de esa ideología; pero actualmente en el contexto de la ideología neoliberal encontramos una situación a primera vista muy diferente mas que en realidad es muy parecida. En el sistema neoliberal, lo que importa es que el hombre produzca, que sea un consumidor; el hombre vale lo que hace y lo que consume.
La dignidad humana no es honrada en ninguno de los dos casos. La Iglesia no puede admitir una visión totalmente utilitarista del hombre, que se sitúa perfectamente en la línea del liberalismo puro y duro de Adam Smith del S. xviii, que pasa por Malthus, por Bentham y que continúa siendo muy peligroso en la actualidad.
Como Jesús, no podemos adherirnos sin discernimiento cuidadoso a las verdades que están de moda y que dominan una época. Y en este sentido, pienso que debemos redescubrir algunas frases del Evangelio donde Jesús aparece como una señal de contradicción. Los cristianos hoy debemos ser aquellos que proclaman que disponer de la vida del inocente es una cosa escandalosa; que eso trastorna el corazón humano y trastorna también la razón humana. El cristiano es aquel que no puede admitir la colonización ideológica por la que se considera como bueno lo que es malo y como
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verdadero lo que es falso.
4. ¿No se puede alcanzar la verdad a través de la mayoría?
La crisis que estamos viviendo es realmente una crisis de valores, es la crisis de la Verdad. Por eso considero que, además de varias otras encíclicas, una de las más importantes del pontificado de Juan Pablo II es la Encíclica Veritatis Splendor. Este documento toca la cuestión del relativismo: la verdad no puede resultar de un voto de la mayoría. La regla de la mayoría es una simple regla de funcionamiento práctico de una sociedad, pero no es una regla que puede proporcionar la verdad. Antes que se utilice esta regla de la mayoría, hay que reconocer, constatar ciertos valores fundamentales. Es a partir de estas constataciones, de las «declaraciones», que la regla de la mayoría podrá funcionar al servicio de los valores reconocidos. Es justamente lo que no hace la sociedad actual porque hace depender los valores de un voto.
5. ¿Cómo se vincula el tema de la globalización con estos desafíos?
Cuando en la actualidad se habla de «globalización» en realidad se está tocando dos temas. El de la «mundialización» y el de la «globalización» propiamente dicho. Yo quisiera distinguirlos — aunque estén muy ligados entre sí — pues me parece que la distinción ayuda a comprender con más profundidad este fenómeno de dos facetas. Ambos temas tienen en común el hecho de que el mundo se hace más pequeño y que las comunicaciones son más fáciles. Significan también que hay intercambios de todo tipo, cada vez más intensos y numerosos. Es un hecho que, en si, es neutro y incluso bueno.
Pero cuando uno habla de «mundialización» en general se insinúa que estamos caminando hacia un gobierno mundial, hacia una sociedad soñada por algunos autores o políticos famosos. Podría mencionar a unos de ellos: Zbigniew Brzezinski, consejero de varios presidentes de los Estados Unidos; Willy Brandt, que fue canciller de Alemania; o Jan Tinbergen, un holandés que ganó el Premio Nobel de Economía en 1969. Ellos desarrollaron esta idea de la mundialización. Con diversos matices, para ellos la época de las
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naciones soberanas ya pasó. Conviene que poco a poco la ONU se torne en un gobierno mundial y que sus agencias se transformen en los ministerios de este gobierno.
Esto es una cosa peligrosa, porque así como en los países hay regiones con características variadas y organizaciones de distintos tipos, así también las naciones tienen su identidad. Hay que respetar la diversidad de la familia humana, de las personas, de las comunas, de las provincias, de los países. No vamos a querer una especie de capa impuesta a todo el universo bajo el gobierno de un centro único de poder, de decisión.
Además, esta «mundialización» merece una atención mayor aún porque — como ya lo comentamos — las ideologías muchas veces sobreviven a los regímenes en los que se encarnaron. En concreto, en esta «mundialización» veo una nueva tentativa de instaurar la famosa «Internacional» soñada por los marxistas del siglo XIX. Los marxistas del siglo pasado (Lenin, Stalin, Mao Tse Tung, Castro, etc.) no consiguieron imponerla. Pero hoy día, con los ataques a las personas, a las familias, a los Estados, observamos una reviviscencia preocupante del internacionalismo de inspiración marxista, y esto podría llevar a una situación desastrosa.
La «globalización» es un poco la misma cosa, pero en la perspectiva de ideología liberal. El mundo es visto como un inmenso mercado que debemos integrar. El problema se da cuando a través del control de las cosas, de las materias primas, de las industrias, etc. se llega al control de los hombres. Este es el peligro de la globalización: al controlar, a través de un centro de decisión mundial, todo el sistema económico, desde la materia prima hasta la producción más sofisticada, se acaba controlando toda la comunidad humana, incluso la producción de la ciencia y de las técnicas. Esto abre una perspectiva terrible porque en una sociedad que se globaliza bajo la inspiración del liberalismo desmedido, son necesariamente los más «vivos», los más poderosos — económica, técnica y científicamente — los que van a explotar a los pequeños. Y se va caminando en este proceso hacia una jerarquización de la humanidad donde habrán hombres que, en la mejor de las hipótesis, serán capaces de extraer minerales, producir plantas, etc., encima de los cuales habrán otros capaces de hacer una primera transformación industrial. Pero los mas dotados y astutos van a ser aquellos que aplican una plusvalía muy alta a productos naturales. Se podría llegar a un sistema que paralice la movilidad entre las naciones y al interior de las naciones fijando, petrificando, por así decirlo, a los pobres en su situación de pobreza, imposibilitando la salida de la pobreza y «legitimando» la explotación de los más pobres bajo el rótulo del mercado o de la libre circulación de los bienes.
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6. ¿Cómo explica la asociación de ciertas teologías con el feminismo, la ecología u otras agendas relacionadas a las políticas de la ONU, y con el problema de la globalización en los términos en que los ha descrito ahora?
La cuestión del feminismo, o la cuestión del género, se tornaron cruciales y ambas son motivo de muchas preocupaciones. Desde la conferencia de Beijing en el 95, estos temas aparecen en todas las reuniones de la ONU. Se trata de una reinterpretación de la lucha de clases. Marx tenía un colaborador, Engels, el cual dio una interpretación de la lucha de clases distinta de la de Marx. Para Marx la lucha de clases opone el capitalista y el proletario; pero para Engels es primordialmente la lucha que opone al hombre y a la mujer en el matrimonio monogámico. Conviene, por consiguiente, acabar con el matrimonio monogámico, y liberar a la mujer de los cargos de la familia, de la maternidad, del marido, etc. para que pueda dedicarse a la producción en la sociedad industrial.
Esta temática reaparece hoy. Se dice que los papeles del hombre y de la mujer son el producto de una historia, de una cultura. Los dos tienen papeles que son intercambiables. Las diferencias genitales entre el hombre y la mujer no tienen significado real, tanto es que cada uno puede escoger su sexo.
Entonces las feministas actuales desarrollan mucho esta temática para decir que las mujeres deberían librarse del peso de la maternidad, de la familia, del marido, etc. a fin de afirmar su libertad. El matrimonio, la unión sexual monogámica y heterosexual, serian apenas uno de los casos de unión sexual. En realidad habría muchos otros tipos de unión: homosexuales, lesbianas, familias monoparentales, travestismo, etc. Habría varios «modelos» de uniones y uno, entre muchos otros, sería la unión heterosexual monogámica. El matrimonio así pierde su carácter específico y único. Podemos ver ya una afirmación provocadora de este tipo de mentalidad en el PACS (Pacto de asociación civil y de solidaridad), que fue aprobado en Francia. En realidad, es una manera de rebajar al matrimonio, aprovechando todas las ventajas civiles del matrimonio pero sin ninguno de sus apremios o obligaciones.
Este tipo de feminismo es espantoso porque justamente diluye la identidad Page 6
y especificidad femenina. Así mismo, esta ideología del género tiene adeptos incluso dentro en la Iglesia. Conocen-se algunos casos de religiosas que militan en esta línea. Infelizmente, estas mujeres no se dan cuenta que son «inocentes útiles». No perciben que se trata de una ideología desarrollada en el ambiente de la ONU, que en realidad desprecia a la mujer, la destruye y además destruye lo más bonito que la mujer tiene: su capacidad de hacer que las relaciones de amor prevalezcan sobre las relaciones de fuerza. De hecho, desde la noche de los tiempos, las mujeres tuvieron el cuidado de proteger su ventaja comparativa fantástico: transmitir y proteger la vida con amor. Este es el privilegio de la mujer; el privilegio de la bondad, de la maternidad, de la ternura, de la belleza. Mentalmente reprogramadas por la ideología del género, las feministas radicales se alienan de la ventaja comparativa inherente a su identidad. Estas mujeres se auto-deprecian; a veces llegan a descuidar de su hermosura; se auto-destruyen y acaban favoreciendo la homosexualidad.
7. ¿Esta ideología feminista del género tiene una relación con la ecología?
El tema de la ecología también es muy importante; es típico del New Age y rechaza totalmente el antropocentrismo cristiano y de la tradición occidental. De acuerdo con esta tradición, el hombre emerge del mundo ambiente; es un ser creado, encarnado, pero tiene un estatuto específico, una capacidad de raciocinio, una voluntad libre. Es imagen de Dios, lo que las otras criaturas no son. Al hombre fue confiada la tierra para que sea buen administrador de la creación gracias a su trabajo, a su inteligencia, a su sociabilidad. Pero de acuerdo con la ideología del ecologismo radical, somos una partícula en el universo, un mero producto de la evolución, un ser efímero. Así como aparecimos, vamos a desaparecer definitivamente y a reintegrar este mundo ambiente del que salimos.
Lo que se está poniendo aquí en cuestión es el estatuto único del hombre en el mundo y en la historia. El hombre es interpretado desde una perspectiva monística, panteística. En este caso, la única ética que se impone al hombre es inmanentista y fatalista : si somos una partícula en el medio ambiente, debemos conformarnos a esta situación, y si esta lo exige, vamos a sacrificar hombres a la supervivencia del medio ambiente. Es la temática del «desarrollo sostenivel» ya desarrollada en Río de Janeiro en 1992 en la reunión «Cumbre de la Tierra». Pero es una ideología que sigue desarrollándose y que somete al hombre al medio ambiente. La ética aparece como una sumisión a la madre Gaia, la tierra endiosada.
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Con este tipo de determinismo ético, el hombre debe admitir su situación de mortalidad definitiva e integral. No hay otra perspectiva de una vida fuera de la vida que conocemos en la tierra. Estamos encerrados en este mundo que nos oprime y debemos aceptar lo que dicen y piensan los que supuestamente entienden este medio ambiente. Por eso hay bromistas como Jack Cousteau, que, junto con varios ideólogos de este tipo, recomiendan la eliminación de 3 o 4 millones de habitantes de la tierra, justamente para que no haya «contaminación», porque el hombre es el mayor «contaminador» y predador. Mas solo locos pueden querer construir una sociedad humana basándose en una antropología suicidaría.
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