La dictadura del preservativo
La dictadura del preservativo
Esta es una sociedad hipersexualizada absolutamente intransigente con cualquier consideración que conlleve un implícito de autocontrol en materia de relaciones sexuales. Ha bastado que en su primera intervención, en su viaje a África, el Papa recordara una evidencia, la que el preservativo por sí solo no resuelve el problema del SIDA y más bien tiende a acentuarlo, para que todas las demás partes mucho más extensas y muy substanciales de su primer discurso, hayan pasado a segundo plano.
No se puede cuestionar la eficacia del preservativo, de la misma manera que no se puede decir que la abundancia de relaciones sexuales, fruto en muchas ocasiones de falsas seguridades, es la causa del crecimiento de las ETS incluido el SIDA. No se puede decir que también en este terreno existen estilos de vida saludables y otros que no lo son. Es correcto reducir la educación sexual de los adolescentes al “póntelo, pónselo”, y no educarlos en el respeto, en la responsabilidad de sus actos, en la búsqueda de la armonía entre el desarrollo de su persona, todavía en formación, y la dimensión sexual. Está vetado hablar de retardo en la relación sexual, en relación a los jóvenes, y es ley que tengan la emancipación sexual a los 13 años, aunque no puedan beber alcohol ni fumar hasta los 18, porque una cosa no entraña riesgo y las otras sí.
Cuando la Iglesia plantea el tema del preservativo, lo hace obviamente en el contexto religioso, que configura el catolicismo. Decir que no al preservativo no es una variable independiente, una receta única y general, sino que se inscribe en una concepción de mucha más entidad de la persona y sus relaciones sexuales. Lo que hace la Iglesia es poner en valor esta relación sexual en lugar de trivializarla, situarla en el centro de la relación entre el hombre y la mujer, afirmar que sólo debe producirse en el marco del matrimonio, y que por consiguiente, antes de él, solo puede existir la abstinencia sexual, y en el mismo la fidelidad en la pareja.
En este contexto de abstención y fidelidad, el papel del preservativo, como barrera ante posibles enfermedades contagiosas, no es relevante. A nadie se le ocurre pensar: “voy a ser infiel a mi mujer, pero en este acto, en el que me aparto de lo que dice la Iglesia, voy a cumplir con su instrucción de no utilizar el preservativo con mi pareja ocasional”. Esto es una tontería. Saltarse a la torera la norma de la abstinencia de mantener relaciones sexuales fuera del matrimonio y al mismo tiempo pretender no utilizar el preservativo porque así se cumple con la Iglesia, es otra tontería. Pero eso, exactamente eso, es lo que a través de su discurso ultra simplificado predican determinados medios de comunicación.
Desde un punto de vista secular, no religioso, lo que dice la Iglesia no es demasiado distinto de lo que afirma la OMS, o la posición de consenso de The Lanced, la famosa trilogía fundamentada en el retraso o abstinencia de la relación sexual, la fidelidad y -diferencia en este punto- el preservativo.
El Papa habla desde una perspectiva religiosa y proclama una evidencia. Solo la necesaria fuerza que nace de la persona que vive un proceso de conversión y actúa de manera coherente con su fe constituye una barrera infranqueable ante el SIDA. Esto no es una receta universal, no es una medida de salud pública, pero sí- incluso en una sociedad plural como la nuestra- representa un importante refuerzo de las políticas públicas. Más todavía en el caso africano, donde la religión posee una fuerza extraordinaria, el cristianismo crece, y las políticas públicas y los medios que disponen son muy débiles. Negarse a aceptar todo esto es practicar un sectarismo dogmático contrario a una lucha eficaz contra el SIDA.