¡Empieza la primaria!

De 1 a 6

¡Empieza la primaria!

Comienza el colegio, ¡por fin la primaria!, un mundo lleno de emociones se presenta ante los ojos de tu hijo. En pocas semanas observarás como deja atrás las características propias de la infancia y se mete de lleno en la niñez. Es la edad de la transición,

                                     Blanca AZNAR MARTÍN

 

Alo largo de los 6 años es lógico que el carácter de tu hi­jo varíe: deja de llo­rar tanto, come me­jor, puede razonar y es más independiente.

 

Te necesita de otra manera

A pesar de ser cierto que los hijos en esta etapa comienzan a crecer por sí mismos, no es menos cierto que siguen necesitando a sus padres, pero de otra manera. La crisis de los seis años es menos profunda que la an­terior del NO. Mu­chos especialistas la denominan como su primera «mini adolescencia», que dura poco tiempo y el niño la sufrirá con mayor o menor intensidad, de­pendiendo de su carácter y circunstancias.

 

Es el momento de la rebelión, ante una necesidad imperiosa de imponer su volun­tad, resultándole más costoso aceptar la autoridad de sus mayores. Durante unos meses se siente desorientado y los cambios anímicos son habituales: reirá has­ta llorar, o llorará hasta perder el control. Parece ser -según afirma Blanca Jordán de Urríes, en su li­bro «Tu hijo de 6 a 7 años» (Edi­ciones Palabra)-, que en el acele­rado desarrollo de su sistema nervioso se encuentra el origen de estas reacciones desconcertantes, desproporcionadas y a veces, has­ta violentas.

 

Entre dos extremos

Durante los seis años, uno de los rasgos más acusados es la bipolaridad: siempre se mueve entre dos extremos. No lograr ser capaz de decidirse por ninguna opción en concreto y abiertamente, pue­de manifestar «que no quiere ha­cerse mayor».

 

Los cambios están íntimamente relacionados con dos factores: el centro del pequeño ya no es sólo la familia y el inicio de una auto-afirmación llena de pequeñas re­beldías e inestabilidades. Ambos, son un síntoma claro de que el niño está madurando y desarro­llándose como persona.

 

Los amigos

En esta edad adquieren mucha fuerza las relaciones que se esta­blecen fuera del hogar; es su pri­mer paso a la madurez. Toma con­ciencia que además de sus padres, existen otros niños con los que se entiende y divierte a lo grande. Siente la necesidad de elegir por sí mismo a sus amigos y es ca­paz de formar parte de una pan­dilla a la que es bastante leal. Cuanto más integrado esté entre sus iguales, más avanzará en su aprendizaje.

Las amistades a estas edades, son las mismas dentro y fuera del co­legio. Por esta razón, es bueno co­nocer a sus amigos, invitarlos a casa y potenciar la de aquellos ni­ños que más te gusten.

 

En este sentido, es muy recomen­dable potenciar la comunicación para que te cuente sus inquietu­des diarias, si se ha peleado con algún niño o si le han castigado fuera de clase. Esta será la mejor baza para ir reconduciendo su educación.

 

Primero: un curso duro

En medio de este maremoto de emociones y cambios, irrumpe el comienzo de la Primaria. Por pri­mera vez, tu hijo se siente alum­no de un curso importante, e in­cluso en muchos casos estrena colegio. Su mayor capacidad inte­lectual complica sus estudios: ya tiene que saber leer, escribir y re­solver las matemáticas. Por las tar­des necesitará que estés más pen­diente de él para ayudarle con los deberes, pudiendo depender de ti el terminar con éxito su pri­mer año en la escuela.

 

Al tener mayor capacidad intelec­tual, razona y comprende mejor el mundo que le rodea. Las rabietas son sustituidas por discusiones y re­clama respuestas a sus porqués.

 

El objetivo de los deberes

Desde el primer año escolar, uno de los objetivos fundamentales en la educación es lograr que el niño adquiera el «hábito de es­tudio». Esta es la principal razón por la que le mandan deberes pa­ra casa. Probablemente serán po­cos: una página de caligrafía, unas cuantas sumas y restas y, sobre todo, que lea un ratito ca­da día.

 

A esta edad, el tiempo que debe invertir no puede superar la me­dia hora, pues es importante que también pueda convivir con los hermanos y jugar un rato todos los días. En cuanto a los fines de semana, no deben pa­sar en blanco sin ha­cer deberes, para evi­tar que desconecte del todo. La tareas que les mandan para casa pretenden consolidar lo que se ha aprendido en clase, poner en práctica lo enseñado en la escuela y dar posibilidad de que algunos niños acaben los ejercicios que no han tenido tiempo de terminar en la escuela.

Lugar adecuado y fijo

Es muy importante que los padres inculquéis en el niño el afán de aprender. No se trata de obligarle a estudiar con amenazas, sino de impulsar los hábitos de lectura y escritura. La mayor de las moti­vaciones es que quiera estudiar. Conviene que tenga un lugar adecuado y fijo para hacer los de­beres en casa, pues así le facilita­mos la concentración.

 

Merece la pena distribuir y li­mitar el tiempo de la tarde con cierta rutina, desde que llega del colegio hasta que se acuesta. No sólo tiene que haber una hora para hacer los deberes -que ha de respetarse-, sino que además, le tiene que quedar tiempo para la convivencia familiar y el ocio.

 

Consejos para los padres

– Ambos padres debéis cola­borar en el seguimiento de los deberes de los hijos.

Comuni­carse a diario cualquier asunto de interés.

– Que el niño cuente sus avan­ces o problemas al padre que no ha trabajado ese día con

él.

– Ponerse a trabajar siempre a la misma hora. Puede variar ca­da día de la semana, si

tienen actividades extraescolares. Im­primirlo y ponerlo en sitio vi­sible. Que adquiera

el hábito de estudio.

– Respetar el tiempo de estu­dio y no interrumpirle con asuntos secundarios que po­déis

tratar más tarde.

– Reservar un lugar específico para trabajar y procurar que siempre sea el mismo. –

Atender a posibles altera­ciones de carácter físico o emocional, que puedan influir en el

cumplimiento de los de­beres (dolores, malestares, pre­ocupaciones, disgustos, enfa

­ dos…).

– No presionar.

– Ofrecer una recompensa des­pués de los deberes, permi­tiendo que realice alguna acti

­vidad que le satisfaga.

– Antes de empezar, dedicar unos minutos -pocos- a deci­dir el orden en que se harán las

diferentes actividades.

– Hacia la mitad del tiempo, ha­cer una pequeña pausa para relajarse. Por ejemplo, ir al

la­vabo, escuchar una canción, dar una vuelta por la casa, etc.

– No aplazar las tareas. Es pre­ciso organizar el tiempo y ha­bituar al niño a esto.

– Que sean responsables ellos mismos de saber lo que tienen que hacer.

– No corregir los deberes. Si se hace, el profesor desconocerá el nivel real de

conocimientos del niño. La mayoría de los maestros dicen que sirve para poco, porque

«que casualidad que en casa los haga siempre bien y en clase no».

– Responder a dudas concre­tas, guiando su razonamiento, pero no resolviéndoles el pro-

blema que no entienden.

– No perseguir a los hijos para que hagan los deberes, como mucho preguntarles al final

del día si los han acabado o no. Los hijos deben «sufrir» las consecuencias de sus actos

desde pequeños. En este caso, el enfado o la mala nota por no llevarlos hechos o

acaba­dos.

Desarrollo social y emocional

– Pueden tener un mejor amigo y un enemigo.

– Les gusta tener compañeros de juego del mismo sexo.

– Juegan bien en grupos, pero de vez en cuando necesitan ju­gar solos.

– No les gusta la crítica o el no triunfar.

– Es común que acusen o cul­pen a los otros, por dos mo­tivos: para poder comprender

las reglas y para llamar la aten­ción de los adultos.

– Piensan en ellos mismos más que en otras personas, hasta los 7 u 8 años.

– Pueden ayudar en tareas sen­cillas.

– Disfrutan cuidando o jugando con niños más pequeños.

– Tienen más necesidad de ca­riño y atención de los padres.

– Lo «bueno» o lo «malo» es lo que vosotros y los profesores, aprobáis y desaprobáis.

– Comienzan a desarrollar va­lores éticos, como la honesti­dad.

– Pueden enfadarse si son criti­cados, si ignoramos su trabajo o su comportamiento.

– Comienzan a preocuparse por los sentimientos y necesi­dades de los demás.

– Comienzan a desarrollar el sentido del humor.

 

Desarrollo intelectual

– Comienzan a expre­sar sus ideas.

– Mientras juegan, practican el len­guaje que apren­den en el colegio.

– Hablan con otros niños sobre ellos mismos y sus fami­lias

– La mayoría demues­tran una viva ima­ginación.

– Pueden mantener la atención durante más tiempo y seguir con mayor concentración el

hilo de una narración.

 

Los cambios están íntimamente relacionados con dos factores: el centro del pequeño ya no es sólo la familia y el inicio de una autoafirmación llena de pequeñas rebeldías e inestabilidades.

 

Toma en cuenta

 

– No te dejes llevar por los posi­bles estados de crisis de tu hijo. Mucha paciencia con

sus cam­bios de humor.

– Respeta el nacimiento de su intimidad.

– Mira como un crecimiento ha­cia delante la necesidad que tie­ne de estar con sus

amigos.

– No te apartes de su lado, toda­vía te necesita cerca, a pesar de su aparente desapego.

– Puede surgir fácilmente el miedo a dormirse, a la oscuri­dad y al colegio. Procura

detec­tarlos y controlarlos.

– Aprovecha sus interminables preguntas para entablar con­versaciones que le puedan

inte­resar y afianzar la comunica­ción entre vosotros.

Toma medidas

 

Aprende a dar la vuelta a la tor­tilla. Si le impones las tareas quizá las realice mal o de ma­los modos. En cambio, si te in­volucras con él, lo podéis pasar muy bien. Le encanta hacer cosas con otra persona.