Claves familia saludable II

Las siete claves de una familia saludable

Segunda clave: el amor de Jesucristo

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

2. Segunda clave: el amor de Jesucristo.

No olvidéis que en el momento de vuestra unión matrimonial, la Iglesia os recordó que el amor de Cristo ha de ser vuestro modelo de amor. El matrimonio cristiano es amarse en Cristo. Se dijo en la celebración del sacramento: «Juan, ¿te entregas a Carmen como Cristo se entregó a su Iglesia?», Y lo mismo a la esposa: «¿Te entregas a tu esposo como Cristo se entregó a su Iglesia; como la Iglesia se dejó amar por Cristo?» Por lo tanto, nuestro modelo de amor es Jesucristo, y esto no es ninguna consideración poética: uno ama dependiendo de qué modelos, de qué referencias tenga. Nuestra «referencia» y nuestra «fuente» es Jesucristo, su estilo de amor, de entrega, de donación, de «amor crucificado».

Y esto nos debe ayudar para sanar el concepto de amor meramente «romántico» que existe en nuestra cultura.

Ya sé que algunos podríais replicarme que nuestra cultura no es precisamente muy romántica. ¡Es verdad! Muy al contrario, existe una falta de finura y delicadeza muy patente. Pero sí creo que nuestra cultura es «romántica» en cuanto a su concepción del amor, reducido a mera emotividad, confundido con los impulsos y sentimientos más superficiales. ¡El amor es reducido fácilmente a lo emocional! Y para justificar la infidelidad en el amor, se aduce con frecuencia que tenemos que ser sinceros con nuestros sentimientos, con nuestras emociones; y que el amor es «cambiante». Con el paso de los años, se afirma que se ha perdido la «chispa» del amor, y que, en consecuencia, hay que buscar «la química» en otro lado…

Por desgracia, este concepto «romántico» de amor está muy extendido; y si no, basta fijarse con un poco de detalle en las letras de las canciones de moda, o en los modelos que se presentan en las series de televisión, en el cine… El amor se reduce fácilmente a lo emotivo. Pero claro ¿qué ocurre? ¡Que eso no se corresponde con la verdad antropológica del hombre y de la mujer! Es verdad que el amor afecta a lo emocional, pero lo supera…

Por cierto, esto es aplicable a todas las vocaciones, también a los sacerdotes y a los religiosos. No penséis que un sacerdote cuando celebra la Misa lo hace siempre con la máxima emoción y sentimiento. Hay mañanas en que te tienes que pellizcar un poco para no dormirte; en las que no estás, precisamente, lleno de devoción… Las personas consagradas a Dios también tenemos muchos momentos en los que vivimos nuestra relación con Dios en «sequedad». Algunos días no sentimos nada en la oración; pero en otros momentos Dios nos puede conceder una gran intimidad y un gran gozo en la relación con él… Es decir, no es lo mismo la fe, que el sentimiento de la fe: uno puede tener una fe muy firme, llena de afectos y emociones; pero también puede ser muy firme su fe, a pesar de que no sienta nada y carezca de afectos.

En lo que respecta al amor de pareja «romántico» (en el sentido al que me refería antes) me atrevería a afirmar que detrás de él se esconde la inmadurez: En vez de ser la razón y la voluntad las que gobiernan nuestra vida, son más bien los sentimientos y las emociones los que se acaban imponiendo y nos acaban arrastrando… La madurez se da cuando es la razón la que ilumina la voluntad, y ésta ilumina los afectos. Por el contrario, la inmadurez es patente cuando dejamos que las emociones se impongan a la voluntad, y la voluntad a la razón.

Por ejemplo, puede ocurrir con facilidad que a lo largo de nuestra vida matrimonial o de nuestra vida consagrada, nos sobrevengan sentimientos y emociones hacia otras personas, contradictorios con nuestro compromiso de vida. ¿Y cómo deberemos actuar en ese caso? Pues obviamente, tendremos que saber decir: «Oye, para el carro, que esto que se me ha pasado por el corazón es totalmente contradictorio con la fidelidad a mi matrimonio, o con la fidelidad al sacerdocio». Ya sé que lo que he dicho entra en contradicción con la cultura «romántica» que da vía libre a las emociones, pero es que sólo el hombre y la mujer maduros, son capaces de ordenar sus afectos. Y esto no es «reprimir» nuestro mundo afectivo, como muchos dirían; sino más bien «gobernarlo».

Dicho de otra manera, amar no es sólo sentir; amar es «querer querer». Ya sé que esto que digo es un tanto «políticamente incorrecto», pero es así: ¡amar no es sólo sentir, amar es querer querer! No es sólo el amor el que hace durar el matrimonio, sino que también es el matrimonio el que hace durar el amor. El hecho de estar casado, de haber tomado una «determinada determinación» de entregar la vida en el matrimonio, obviamente, preserva el amor, en medio de muchas fluctuaciones o crisis que podamos tener a lo largo de nuestra vida. Y es que, a pesar de que la vida es corta, a su vez, es lo suficientemente larga como para que en ella tengamos que acometer numerosas crisis y pruebas. No conozco a ningún matrimonio que nunca haya tenido momentos de crisis… La vida es corta pero, ¡da para mucho!

Supongo que os sonará la expresión que dice: «Hay que quemar las naves». Pues bien, tiene su origen en un episodio histórico. Allá por el año 335 a.C., Alejandro Magno se disponía a conquistar Fenicia. En cuanto él y sus hombres llegaron a las playas, desembarcaron y se encontraron con que Fenicia estaba perfectamente defendida, con unas murallas que parecían inexpugnables, con muchos más defensores que atacantes. Y, claro, los capitanes de Alejandro Magno le dijeron: «Vámonos de aquí, que no hay nada que hacer. Ya volveremos en otro momento». Entonces fue cuando Alejandro Magno pronunció la famosa orden: «Quemad las naves»… Y, ante el estupor de los soldados, las quemaron. De esta forma, se encontraron entre la playa y las murallas de Fenicia, sin posibilidad de volver atrás: «Ahora, o conquistamos Fenicia, o aquí terminan nuestros días». Y, claro, ¡conquistaron Fenicia! No cabe duda de que la conquista fue posible porque las naves habían sido quemadas; de lo contrario, en el fragor de la lucha, fácilmente hubiesen caído en la tentación de retroceder y de huir… Algo de esto pasa también en la vida matrimonial cuando uno es consciente de que amar no solo es sentir emociones; sino que también es «querer querer». De esta forma, los problemas se cogen por los cuernos, sin huir ni escapar de ellos.

Soy plenamente consciente de que el amor matrimonial maduro no está desligado de los afectos y sentimientos. Por el contrario, la afectividad y la sexualidad han de estar educadas e integradas en la vocación al amor. Pero claro, las crisis sobrevienen, y especialmente, en esos momentos es fundamental nuestro modelo y referencia de amor: Jesucristo. Ésta es la clave de los cristianos: el amor crucificado.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

Claves familia saludable

Las siete claves de una familia saludable

Primera clave: es un camino de unión con Dios

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

1. Primera clave: el sacramento del Matrimonio es un camino para la unión con Dios.

Se trata de recordar y revivir este principio básico: El matrimonio es una vocación para la unión con Dios. Obviamente, también lo es para la unión del hombre y la mujer… Pero es que resulta que en nuestro subconsciente, está presente el concepto de que el sacerdocio o la vida religiosa, son el camino para la unión con Dios (el sacramento «religioso»); mientras que el sacramento del matrimonio sería algo así como el sacramento «no religioso», el sacramento -digamos- «mundano». Los religiosos y los sacerdotes serían aquellos que apuestan por la unión con Dios, mientras que en el sacramento del matrimonio la apuesta sería distinta, no explícitamente para la unión con Dios.

Partimos así de una imagen equivocada que hemos de purificar. Porque, en realidad, subamos a un monte por una ladera o por otra -hay muchas laderas para subir al monte-, al final llegamos al mismo pico, a la misma cumbre. Y de esto tenemos que convencernos: el sacerdocio, la vida religiosa y el matrimonio suben a la misma meta, y son caminos de una vocación a la unión plena con Dios.

Ocurre quizás que en el matrimonio, en la vida de familia, existe un innegable riesgo de quedar absorbido por muchos problemas a lo largo del «camino»: los agobios, la hipoteca, los niños, enfermedades, colegios, trabajo, etc. El riesgo del matrimonio y de la familia es quedarse inmerso en estas preocupaciones, olvidándose de la «meta» a la que nos dirigimos. Por el contrario, el riesgo más inmediato del sacerdocio o de la vida religiosa, no es tanto el de olvidar la meta a la que nos dirigimos… (¡Tendría delito!, como se dice popularmente, que los sacerdotes y religiosos nos olvidásemos de que Dios es nuestra meta). El peligro principal, en nuestro caso, suele ser el de configurar nuestra vida como si fuésemos unos «solterones». (Que me perdonen los solteros, porque utilizo la expresión en un sentido negativo). Me refiero al riesgo de buscar un estatus de vida acomodada, a no entregar plenamente la vida, a no vivir enamorados de la vocación que Dios nos ha dado; a ser una especie de «funcionarios acomodados» (¡y que me perdonen también los funcionarios!).

Pongo un ejemplo para iluminar lo anterior: Cuando los sacerdotes visitamos a las familias, -a mí siempre me ha gustado mucho en mi vida sacerdotal visitar a las familias- te invitan un día a cenar, y ves lo que es una familia con todos sus niños. Y ves que en una familia hay una entrega plena, y no hay «tregua», los niños lo piden todo, y los padres no tienen nada para sí, ni un metro cuadrado ni un minuto para sí mismos, no se poseen en propiedad, son totalmente para darse entre ellos y para darse a los niños. Y, ¡cómo no!, te llama profundamente la atención esa experiencia que comparten contigo. Uno sale de esa visita admirado de cómo ellos han entregado su vida totalmente, y cuestionándose si nosotros, los sacerdotes, actuamos con la misma generosidad: ¿Voy a poner límites a mi servicio sacerdotal, reduciéndolo a unas horas de despacho, o a unas circunstancias o momentos limitados? Obviamente, los sacerdotes y religiosos tenemos el riesgo de plantearnos la vida como un solterón; y, por ello, la vida de plena entrega en el seno de la familia, es un estímulo muy grande para recordar que Dios también nos ha pedido y nos ha ofrecido, a través del celibato, un corazón esponsal de plena entrega.

Y al revés, un sacerdote, un religioso, le recuerdan a la familia que su camino es camino de unión con Dios, que no están únicamente para solucionar los problemas de esta vida, que son muchos; sino, que en medio de todo eso, están caminando, están peregrinando hacia la misma meta que el sacerdote y el religioso: Dios. Quiero decir con esto que nuestras vocaciones, todas ellas, se complementan y se iluminan unas a otras. Mi primera consideración es ésta: recordad que el matrimonio, la familia, es una vocación para llegar a Dios, para llegar al Cielo.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

El preservativo en el libro “Luz del mundo”

Las palabras del Papa sobre el preservativo en el libro “Luz del mundo”

CIUDAD DEL VATICANO, martes 23 de noviembre de 2010 (ZENIT.org).- Ofrecemos a continuación el fragmento del libro-entrevista Luz del mundo en el que Benedicto XVI aborda la cuestión del uso del preservativo (páginas 130 a 132). El libro ha sido publicado en España por la Editorial Herder.

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Con su viaje a África en marzo de 2009 la política del Vaticano en relación con el sida quedó una vez más en el mira de los medios. El veinticinco por ciento de los enfermos de sida del mundo entero son tratados actualmente en instituciones católicas. En algunos países, como por ejemplo en Lesoto, son mucho más del cuarenta por ciento. Usted declaró en África que la doctrina tradicional de la Iglesia ha demostrado ser un camino seguro para detener la expansión del VIH. Los críticos, también de las filas de la Iglesia, oponen a eso que es una locura prohibir a una población amenazada por el sida la utilización de preservativos.

 

“El viaje a África fue totalmente desplazado en el ámbito de las publicaciones por una sola frase. Me habían preguntado por qué la Iglesia católica asume una posición irrealista e ineficaz en la cuestión del sida. En vista de ello me sentí realmente desafiado, pues la Iglesia hace más que todos los demás. Y sigo sosteniéndolo. Porque ella es la única institución que se encuentra de forma muy cercana y concreta junto a las personas, previniendo, educando, ayudando, aconsejando, acompañando. Porque trata a tantos enfermos de sida, especialmente a niños enfermos de sida, como nadie fuera de ella.

He podido visitar uno de esos servicios y conversar con los enfermos. Ésa fue la auténtica respuesta: la Iglesia hace más que los demás porque no habla sólo desde la tribuna periodística, sino que ayuda a las hermanas, a los hermanos que se encuentran en el lugar. En esa ocasión [vuelo a África en marzo de 2009] no tomé posición en general respecto del problema del preservativo, sino que, solamente, dije -y eso se convirtió después en un gran escándalo-: el problema no puede solucionarse con la distribución de preservativos. Deben darse muchas cosas más. Es preciso estar cerca de los hombres, conducirlos, ayudarles, y eso tanto antes como después de contraer la enfermedad.

Y la realidad es que, siempre que alguien lo requiere, se tienen preservativos a disposición. Pero eso solo no resuelve la cuestión. Deben darse más cosas. Entretanto se ha desarrollado, justamente en el ´ambito secular, la llamada teoría ABC, que significa: “Abstinence-Be faithful-Condom!” [Abstinencia-Fidelidad-Preservativo], en la que no se entiende el preservativo solamente como punto de escape cuando los otros dos puntos no resultan efectivos. Es decir, la mera fijación en el preservativo significa una banalización de la sexualidad, y tal banalización es precisamente el origen peligroso de que tantas personas no encuentren ya en la sexualidad la expresión del amor, sino sólo una suerte de droga que se administran a sí mismas. Por eso, la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte de la lucha por que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda desplegar su acción positiva en la totalidad de la condición humana.

Podrá haber casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralizacion, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una consciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Pero ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección con el VIH. Tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad.

¿Significa esto que la Iglesia católica no está por principio en contra de la utilización de preservativos?

Es obvio que ella no los ve como una solución real y moral. No obstante, en uno u otro caso pueden ser, en la intención de reducir el peligro de contagio, un primer paso en el camino hacia una sexualidad vivida de forma diferente, hacia una sexualidad más humana.

 

Familias y crisis económica

Las familias y la crisis económica en EEUU
Un informe revela la situación del matrimonio en Norteamérica

Por el padre John Flynn, L. C.

ROMA, domingo 17 de enero de 2010 (ZENIT.org). – La actual crisis económica puede haber tenido un efecto positivo en el matrimonio. El divorcio ha descendido un 4% en Estados Unidos hasta los 16,9 divorcios por cada 1.000 mujeres casadas, tras haber subido desde los 16,4 en el 2005 hasta los 17,5 en el 2007.

Este es uno de los puntos presentados en el informe anual de la situación el matrimonio que publicaba en diciembre el National Marriage Project de la Universidad de Virginia, junto con el Center for Marriage and Families del Institute for American Values.

El informe, titulado “La Situación de nuestros Matrimonios, el Matrimonio en Norteamérica 2009: Dinero & Matrimonio”, también confirmaba que los norteamericanos siguen retrasando el matrimonio, o renunciando a él.

Parte de este descenso viene de la tendencia a retrasar el primer matrimonio: la media de edad en el primer matrimonio ha pasado de 20 para las mujeres y 23 para los varones a cerca de 26 y 28, respectivamente, en el 2007. Otro importante factor ha sido el aumento de la cohabitación.

Junto a los datos sobre el matrimonio y el divorcio, el informe contenía una serie de ensayos que examinaban las implicaciones de las últimas estadísticas. Considerando el impacto económico de la recesión en el matrimonio, W. Bradford Wilcox, profesor de sociología y director del National Marriage Project, observaba que no es la primera vez que hay una correlación entre crisis económica y menos divorcios.

Ocurrió lo mismo en la Gran Depresión de los años 30. El descenso del divorcio es debido, en parte, a factores económicos que simplemente llevan a las parejas a retrasar el divorcio. Hay, sin embargo, otro factor dinámico más duradero, según Wilcox. En las últimas décadas, los norteamericanos cada vez ven más el matrimonio sobre todo como una relación con un compañero o compañera del alma. De esta forma, la intimidad emocional, la satisfacción sexual y la felicidad individual pasan a ser las aspiraciones primarias del matrimonio.

“La recesión nos recuerda que el matrimonio es más que una relación emocional; el matrimonio es también una sociedad económica y una red de seguridad social”, comentaba Wilcox. Así, el perder el trabajo, el ver cómo los fondos de pensión se hunden, o el apreciar más la necesidad de dos fuentes de ingresos, anima a muchas parejas a seguir juntos.

Desventajas

Las presiones económicas también tienen sus desventajas, admitía Wilcox. Las dificultades económicas pueden traer consigo alcoholismo, depresión y un aumento de las tensiones en el matrimonio, que en algunos casos llevan al divorcio. En general, no obstante, la mayoría de las parejas casadas no respondían a la crisis económica escogiendo el divorcio.

Wilcox advierte, no obstante, que el impacto de la crisis económica podría ser más duro para quienes carece de educación. El desempleo ha golpeado de forma especialmente dura a hombres sin titulaciones universitarias. De hecho, más del 75% de los puestos de trabajo perdidos se han concentrado en este grupo.

La información facilitada en septiembre del 2009 por la Oficina de Estadística Laboral mostraba que el 4,9% de las mujeres con titulación universitaria y el 5% de los hombres con titulación universitaria estaban en el paro. En contraste, entre aquellos con solo el instituto, el 8,6% de las mujeres y el 11,1% de los hombres estaban desempleados.

Wilcox sigue citando la investigación que ha llevado a cabo que indicaba que los maridos son claramente menos felices en sus matrimonios y más proclives a pensar en el divorcio, cuando sus esposas asumen la tarea de traer el pan a casa.

Wilcox precisaba que hay una divisoria en cuanto al matrimonio entre aquellos con educación universitaria y los norteamericanos menos educados, una divisoria por la que aquellos con una menor educación tienen un índice de divorcios notablemente más alto. El aumento del desempleo entre los hombres de la clase trabajadora podría dañar también la situación matrimonial de este grupo socio económico.

Los apéndices estadísticos del informe proporcionan más información sobre esta preocupante tendencia. Las mujeres con educación universitaria están casándose ahora a una mayor edad que el resto de las mujeres. Y no sólo esto, sino que el índice de divorcios entre estas mujeres es relativamente bajo y sigue bajando.

“De hecho, las mujeres universitarias, que una vez fueron las líderes de la revolución del divorcio, ahora tienen una visión más restrictiva del divorcio que las mujeres menos educadas”, añadía el informe.

Por otro lado, entre las mujeres que retrasan el matrimonio hasta pasados los 30, las mujeres con educación son las únicas que es más probable que tengan los hijos después del matrimonio en vez de antes.

Esta tendencia positiva se ve compensada por el hecho de que los norteamericanos con formación universitaria con familias felices y estables no tienen suficiente hijos para reemplazarse a sí mismos. En el 2004, el 24% de las mujeres de 40 a 44 años con un grado universitario no tenían hijos, en comparación con sólo el 15% de aquellas que sólo tenían el instituto.

Reducir deudas

Fijándose en lo positivo, Jeffrey Dew, profesor adjunto en la Universidad Estatal de Utah, señalaba que la recesión ha dado como resultado que los norteamericanos pongan fin a su “borrachera” de tarjetas de crédito.

Hasta diciembre del 2008, los consumidores de Estados Unidos habían alcanzado los 988.000 millones de dólares en deudas de crédito, pero en el 2009 los norteamericanos habían reducido esta deuda en cerca de 90.000 millones de dólares.

Dew citaba investigaciones que indican que la deuda de los consumidores juega un poderoso papel en la erosión de la vida matrimonial. Los estudios indican que las parejas recién casadas que contraen fuertes deudas de consumo son menos felices en sus matrimonios.

En contraste, las parejas recién casadas que pagaron sus deudas de consumo que trajeron al matrimonio o adquirieron nada más casarse, tienen menos problemas en cuanto a calidad de su matrimonio a lo largo del tiempo.

Un estudio indicaba que sentir que uno de los esposos gastaba dinero de forma alocada aumentaba la probabilidad de divorcio en un 45% tanto en hombres como mujeres. Sólo los affaires extramatrimoniales y el alcohol y consumo de drogas están por encima de esto como causa de divorcios.

El estudio de Dew también hacía una interesante mención respecto a la vida matrimonial. Los esposos materialistas suelen sufrir más problemas matrimoniales. Estas parejas casadas basan mucho su felicidad y su propia valoración en las posesiones materiales que acumulan. Así, cuando hay problemas económicos, se resienten de más conflictos en su matrimonio.

Dicha económica

Alex Roberts, un experto del Institute for American Values, citaba datos del Departamento de Sanidad y Asuntos Sociales que muestran que la actual crisis revela, una vez más, que existen ventajas económicas para las parejas que éstas pierden cuando se divorcian.

Roberts señalaba que una familia de tres miembros – los dos padres y un hijo – necesita unos ingresos de 18.311 dólares para que se les considere por encima del umbral de pobreza. Si los padres mantienen hogares separados, los ingresos totales necesarios para estar fuera de la pobreza ascienden a 25.401 dólares.

De esta forma, si los padres se separan, deben ganar 7.090 dólares más (un aumento del 39%) para evitar la pobreza. “El matrimonio, según parece, todavía lograr generar enormes economías de escala – especialmente para aquellos con bajos ingresos”, observaba Roberts.

El matrimonio tiene también un efecto positivo en la producción de riqueza. Roberts hacía referencia a las investigaciones de los economistas Joseph Lupton y James P. Smith. Supervisaron los ingresos y la riqueza de 7.608 cabezas de familia entre 1984 y 1989, y descubrieron que aquellos que estaban casados gozaron de un aumento en sus ingresos de entre un 50% y un 100% y un aumento patrimonial de entre el 400% y el 600%.

Los hogares en los que seguían casados tenían de promedio el doble de ingresos y cuatro veces más patrimonio que los de los divorciados o de aquellos que nunca se casaron.

¿Qué está detrás de esta ventaja de los casados? Roberts decía que esto se explica en parte por la tendencia a casarse de los individuos con mayores ingresos y más ahorros. También se mostraba que los hombres casados trabajan más y ganan más que los solteros.

Los investigadores, observaba Roberts, hallaban que el matrimonio se conecta a reglas y expectativas de responsabilidad y administración económica que animan a un uso sabio de los recursos.

Este efecto no tiene lugar en las parejas que cohabitan, que es menos probable que logren tantos recursos o se sientan motivadas a gastar de modo adecuado o a ahorrar.

No podemos reducir el matrimonio únicamente a un mero beneficio económico, concedía Roberts, pero es cierto que sería ventajoso para la sociedad que hubiera una apreciación más clara de las ventajas económicas del matrimonio. Un punto al que los políticos deberían prestar atención.

[Traducción del inglés por Justo Amado]

Fuente: www.zenit.org

Bondades y riesgos de las redes sociales

Las bondades y los riesgos de las redes sociales según el Papa

En su Mensaje para la 45ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 24 de enero de 2011 (ZENIT.org).- Benedicto XVI invita a los cristianos a unirse a las redes sociales, en su Mensaje para la 45ª Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, que este año se celebra el 5 de junio.

Este lunes, fiesta de san Francisco de Sales, la Oficina de Información de la Santa Sede hizo público el texto del Mensaje, tituladoVerdad, anuncio y autenticidad de vida en la era digital.

“Deseo invitar a los cristianos a unirse con confianza y creatividad responsable a la red de relaciones que la era digital ha hecho posible, no simplemente para satisfacer el deseo de estar presentes, sino porque esta red es parte integrante de la vida humana”, afirma el Papa.

“Los creyentes, dando testimonio de sus más profundas convicciones, ofrecen una valiosa aportación, para que la red no sea un instrumento que reduce las personas a categorías, que intenta manipularlas emotivamente o que permite a los poderosos monopolizar las opiniones de los demás”, indica.

“Por el contrario -continúa-, los creyentes animan a todos a mantener vivas las cuestiones eternas sobre el hombre, que atestiguan su deseo de trascendencia y la nostalgia por formas de vida auténticas, dignas de ser vividas”.

El Pontífice dirige una invitación especial a los jóvenes “a hacer buen uso de su presencia en el espacio digital”.

Y destaca la contribución de las nuevas tecnologías en la preparación de la próxima Jornada Mundial de la Juventud, que se celebrará en Madrid en agosto.

Auténticos y reflexivos

Benedicto XVI ofrece diversas reflexiones sobre la propagación de la comunicación a través de internet, sus potenciales, sus aplicaciones y sus riesgos.

Destaca que “también en la era digital, cada uno siente la necesidad de ser una persona auténtica y reflexiva”.

“El anhelo de compartir, de establecer ‘amistades’, implica el desafío de ser auténticos, fieles a sí mismos, sin ceder a la ilusión de construir artificialmente el propio ‘perfil’ público”, afirma.

El Papa explica que “cuanto más se participa en el espacio público digital, creado por las llamadas redes sociales, se establecen nuevas formas de relación interpersonal que inciden en la imagen que se tiene de uno mismo”.

“Es inevitable que ello haga plantearse no sólo la pregunta sobre la calidad del propio actuar, sino también sobre la autenticidad del propio ser”, continúa.

Riesgos

Entrando a analizar los riesgos de internet y en concreto de las redes sociales, subraya que “la presencia en estos espacios virtuales puede ser expresión de una búsqueda sincera de un encuentro personal con el otro, si se evitan ciertos riesgos, como buscar refugio en una especie de mundo paralelo, o una excesiva exposición al mundo virtual”.

Para ayudar a reflexionar, el Papa invita a los internautas a plantearse varias preguntas: “¿Quién es mi ‘prójimo’ en este nuevo mundo?, ¿Existe el peligro de estar menos presentes con quien encontramos en nuestra vida cotidiana ordinaria?”

“¿Tenemos el peligro de caer en la dispersión, dado que nuestra atención está fragmentada y absorta en un mundo ‘diferente’ al que vivimos?, ¿Dedicamos tiempo a reflexionar críticamente sobre nuestras decisiones y a alimentar relaciones humanas que sean realmente profundas y duraderas?”.

En su Mensaje, Benedicto XVI indica también “algunos límites típicos de la comunicación digital: una interacción parcial, la tendencia a comunicar sólo algunas partes del propio mundo interior, el riesgo de construir una cierta imagen de sí mismos que suele llevar a la autocomplacencia”.

Estilo cristiano de presencia

Sin embargo, el Papa insiste en que “si se usan con sabiduría”, las nuevas tecnologías “pueden contribuir a satisfacer el deseo de sentido, de verdad y de unidad que sigue siendo la aspiración más profunda del ser humano”.

Y se refiere a “un estilo cristiano de presencia también en el mundo digital, caracterizado por una comunicación franca y abierta, responsable y respetuosa del otro”.

Según el Obispo de Roma, “comunicar el Evangelio a través de los nuevos medios significa no sólo poner contenidos abiertamente religiosos en las plataformas de los diversos medios, sino también dar testimonio coherente en el propio perfil digital y en el modo de comunicar preferencias, opciones y juicios que sean profundamente concordes con el Evangelio”.

Asimismo, “tampoco se puede anunciar un mensaje en el mundo digital sin el testimonio coherente de quien lo anuncia”, continúa.

El estilo cristiano de presencia en el mundo digital implica la tradicional llamada del cristiano a responder a quien pida “razón de su esperanza”.

También exige “estar muy atentos con respecto a los aspectos de ese mensaje que puedan contrastar con algunas lógicas típicas de la red”.

“El valor de la verdad que deseamos compartir no se basa en la ‘popularidad’ o la cantidad de atención que provoca”, advierte.

En este sentido, Benedicto XVI invita a dar a conocer la verdad del Evangelio “en su integridad, más que intentar hacerla aceptable”, ya que “debe transformarse en alimento cotidiano y no en atracción de un momento”.

Añade que esa verdad “incluso cuando se proclama en el espacio virtual de la red, está llamada siempre a encarnarse en el mundo real” y destaca la importancia de “las relaciones humanas directas en la transmisión de la fe”.

Por último, pide para quienes trabajan en la comunicación, de quienes es patrón san Francisco de Sales, “la capacidad de ejercer su labor conscientemente y con escrupulosa profesionalidad”.

 

 

La vulnerabilidad del adicto

La vulnerabilidad del adicto

Por monseñor Jorge Lozano, obispo de Gualeguaychú

BUENOS AIRES, sábado, 25 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Publicamos la nota emitida este viernes por el obispo de Gualeguaychú y presidente de la Comisión Nacional Argentina de Lucha contra la Drogadependencia, monseñor Jorge Lozano, con motivo de la Jornada Internacional contra el Uso Indebido y el Tráfico de Drogas

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Que el consumo de drogas ha crecido de modo sostenido en los últimos años parece ser uno de los pocos diagnósticos en los que nos ponemos de acuerdo todos los argentinos. Encuestas públicas o privadas, artículos de opinión y programas periodísticos o de investigación nos muestran cuán cerca de todos está llegando el fenómeno. Seguramente el lector conoce personalmente a alguien alcanzado por este flagelo destructor. Tal vez algún familiar, un compañero de estudio de los hijos, un vecino.

Basta para comprobarlo con mirar las esquinas y plazas de nuestros barrios, escuchar a los docentes, a las familias, a los médicos. La presencia de la droga es manifiesta, está a la vista de todos, salvo de aquellos que imitan al avestruz, que los hay en abundancia y con poder.

Se consigue fácil, muy fácil. Hay más disponibilidad porque han crecido el narco-negocio y su rentabilidad. Muchas veces nos sentimos arrinconados por las mafias que operan a «cielo abierto».

Para que esto sea posible ha habido también un importante espacio perdido -de soberanía, de seguridad ciudadana- por culpa de la corrupción y su melliza, la impunidad; una poderosa combinación. Los dineros manchados con sangre joven compran voluntades políticas, armamento, silencios, pases de libre circulación Mucho lobo con piel de cordero.

Se está mostrando, al modo de una herida abierta, la mayor vulnerabilidad de jóvenes sin horizontes, sin trabajo. Ante este caldo de cultivo propicio, y una disminución en la percepción del riesgo y el daño que provoca la droga, se dispara el consumo.

Es que funcionarios y otros referentes sociales han transmitido mensajes ambiguos y han dado curso a postulados mentirosos. Algunos ejemplos: que un porro no hace nada; que es peor un cigarrillo de tabaco que uno de marihuana; que la marihuana tiene propiedades curativas sin efectos secundarios; que con el «consumo recreativo» está todo bien, y una serie de afirmaciones sin el menor sustento científico-químico, y ni qué hablar del fundamento psicológico o antropológico. Esto ha redundado en una mayor «tolerancia social» al consumo, pero no a los adictos. A ellos se los rechaza de modo visceral. No se los quiere, no se los abraza; se los esconde o margina. Y ya sabemos qué le pasa a una sociedad cuando se avergüenza de sus jóvenes. Muchos mensajes sociales les ponen a éstos un rótulo, a modo de una lápida pesada: un delincuente, un drogón , un problema? Para nosotros, es una vida maravillosa sin un proyecto, una belleza a la que se le impide manifestarse. Jesús nos enseñó a tratar con ternura a quienes están al costado del camino.

El fallo de la Corte Suprema de Justicia que, en agosto de 2009, legalizó la tenencia de drogas para uso personal ha sido interpretado por la mayoría como una aprobación de la droga, como una promoción del «derecho individual» a drogarse. Se ha producido una inoculación de veneno en la conciencia colectiva. La salud pública es un bien colectivo; no se puede invocar un derecho individual para degradarla.

Las consecuencias del consumo están a la vista los fines de semana: accidentes de tránsito, golpes por peleas dentro y fuera de los boliches y un pasaporte al delito casi como parte de esta lógica del horror. El 80% de los jóvenes que llegan al hospital han consumido alcohol o alguna droga. Otras secuelas son la baja en el rendimiento escolar y el consiguiente abandono, la degradación paulatina de la salud, la imposibilidad de mantener afectos estables y duraderos, la desintegración de la familia. Muchos de los jóvenes que se drogan viven sin un sueño, sin una razón para vivir, sin un motivo para levantarse por las mañanas. Podemos decir, sin un sentido de vida.

El aludido «derecho individual» que no afecta a terceros se hace difícil de encontrar en forma pura en estos casos; necesariamente, repercute en la familia, la escuela, la sociedad. La legislación debe abarcar a la totalidad de los jóvenes, sin discriminaciones. Es por eso que no se pueden proponer normas que busquen proteger los derechos individuales sobre la base del postulado «con mi vida hago lo que quiero», sin medir las consecuencias que esas reglas tendrán en la mayoría de los jóvenes que son pobres y están en riesgo. Algunos planteos en torno a liberar el consumo parecen ser realizados como si aquí existiera la misma realidad sociocultural que hay, por ejemplo, en Holanda, y nada más lejano de la situación de nuestros jóvenes.

Sobre esta cuestión se organizó una audiencia pública en la Cámara de Diputados de la Nación el miércoles de la semana pasada. Se invitó con bastante tiempo a quienes tienen postura favorable a la liberación del consumo; sin embargo, se avisó con muy poca anticipación a quienes tienen posturas diversas: curas villeros, organizaciones de madres, iglesias, responsables de comunidades terapéuticas. No pretendemos privilegios, sino tratamiento igualitario a la hora de participar. Esta forma clara de prejuicio ideológico poco ayuda a la democracia. Es una pena, porque con varios legisladores hemos tenido buen nivel de diálogo en otras oportunidades.

Algunas propagandas no ayudan para nada. Generan una especie de burbuja fantasiosa que promueve que el que toma tal cerveza o tal whisky es un ganador, tiene «las mejores minas», se divierte con alegría, siempre está con amigos sonrientes.

Unos cuantos dirigentes importantes no suelen tener posturas rotundas y firmes. ¡Qué bueno sería que la señora presidenta de la Nación dijera con claridad que drogarse hace mal! ¡Que los narcotraficantes comercian con la vida de los jóvenes, la felicidad de sus familias, la seguridad de todos! ¡Qué necesario es escuchar estos mensajes de los candidatos a diversos cargos en las próximas elecciones!

A veces me preguntan si pienso que de verdad se pueden erradicar las mafias del narcotráfico. Y yo respondo que sí, y menciono dos casos que lo muestran, salvando las distancias.

En las décadas del 40 y el 50 en Chicago y otras ciudades de Estados Unidos se combatió con firmeza a las mafias. En Italia, más cerca de nuestros días, se avanzó mucho en desmantelar la organización de la Camorra. ¿Qué hizo falta? Decisión, coraje, hablar claro, compromiso ético y una gran cuota de heroísmo. Es cierto que murieron jueces, policías, políticos. ¿Pero ahora no hay muerte? Sí que la hay. Y también hay heroísmo ninguneado y burlado. Varias veces he escuchado de hombres y mujeres de las fuerzas de seguridad que arriesgan la vida en tareas de investigación, y cuando dan con algún «pez semigordo» vienen órdenes de estratos superiores para frenar el procedimiento, o para que los detenidos vuelvan a la calle en poco tiempo. La corrupción pica bien arriba en las estructuras de la sociedad.

No son tiempos de compromisos tibios con la verdad y la justicia. No bastan adhesiones «testimoniales». La vida presente y futura de niños, adolescentes, jóvenes y adultos está en serio riesgo. Martin Luther King decía: «Lo que me preocupa no es el grito de los malos sino el silencio de los buenos».

El domingo es el día instituido por las Naciones Unidas para concientizar acerca de las consecuencias del narcotráfico y el consumo de drogas. Es bueno aprovechar la fecha para formularse esta pregunta: ¿a quién le doy permiso para que entre en mi vida? Es momento de hablar en casa, en la escuela, en la sociedad. En la Argentina que soñamos no sobra nadie.

La tiranía de las redes sociales

La tiranía de las redes sociales

@Violeta Molina (EFE).- 07/12/2010 (06:00h)

Han llegado para quedarse. Las redes sociales dan respuesta al deseo de exhibicionismo y voyeurismo y a la necesidad de comunicarse, potencian la socialización e incluso los negocios, pero empiezan a imponer la tiranía del deber estar: la no pertenencia ya implica pagar un precio. Es la visión del experto en nuevas tecnologías José Antonio Redondo, que ha analizado el fascinante universo de las redes sociales en el libro Socialnets. La insospechada fuerza de unas aplicaciones que están cambiando nuestras vidas y nuestros trabajos (Editorial Península).

En los últimos tiempos se viene avistando la punta del iceberg de este fenómeno gracias al ingente éxito de Facebook, Twitter o Linkedin, aunque son muchas otras las redes existentes, herramientas que agrupan a casi mil millones de personas y cuya implantación es tan frenética (apenas una década) que no se puede comparar siquiera con hitos históricos como la aparición de la imprenta o el teléfono. Pero ¿por qué han cambiado las redes sociales de «manera acelerada» nuestra forma de conocer y de relacionarnos?

En una entrevista, Redondo ha explicado que el quid radica en que ayudan al individuo a socializarse y a su vez a reafirmar su identidad, a definirse. El experto ha asegurado que se invierte mucho tiempo en estar en contacto con el grupo social a través de la red, algo que va en detrimento de la interacción cara a cara: «Se dedica más tiempo a las redes sociales que a las antiguas relaciones sociales» y eso se traduce en relacionarse con más gente, pero por internet.

Cada vez menos interacción física

Desde 1987 se ha multiplicado por dos el número de horas destinadas al uso de aparatos electrónicos, mientras que se ha reducido la interacción física. La actitud en las redes sociales es como un «baile de máscaras», cada uno asume un rol -exhibicionista y participativo o espectador y voyeur-, aunque el experto matiza que las personas suelen mostrar unas características veraces.

Eso sí, una cosa es ser sincero y otra muy distinta reproducir con fidelidad todos los rasgos de la personalidad. Es lo que Redondo llama marca personal: «Al final acabas siendo una marca igual que puede ser Coca Cola o cualquier músico famoso. A un nivel más discreto, claro está, pero te haces una imagen». Esa proyección «puede afectar bastante» a la vida personal y profesional, por eso el experto recomienda gestionar con mimo tanto la información personal que se publica como los contactos y las opciones de privacidad que se aplican a los datos.

La seguridad es uno de los riesgos que aún no han resuelto las redes sociales, por eso no está de más ser cautos, pero además esa situación de vulnerabilidad propicia que las marcas comerciales puedan acceder a datos personales, una situación que convierte a los usuarios, de alguna manera, en «mercancía».

Anacoretas del espacio electrónico

«La entrada de marcas irá haciendo a las redes menos amables y humanas», afirma Redondo en el libro. Sin embargo, está convencido de que el clamor popular e iniciativas gubernamentales corregirán estos desequilibrios propios de unos negocios con poco recorrido temporal. Pero una cosa es ser cautos y otra es vivir al margen de estas aplicaciones. «No estar en las redes sociales es equivalente a estar desvinculado de la sociedad, a ser unos anacoretas en el espacio electrónico», sostiene el experto.

No participar en estas herramientas puede tener consecuencias negativas -«puedes pagar un precio por no figurar»-, como por ejemplo la pérdida de oportunidades laborales o no establecer nuevos contactos, algo que le lleva a recomendar que la gente no se «quede atrás», aunque opte por la prudencia en la gestión de datos. Redondo ha reconocido que se está imponiendo una «cierta tiranía» de pertenencia a las redes sociales, hay que estar casi por obligación, aunque no le parece preocupante dados los «beneficios» que ofrecen y que brindarán.

El experto pronostica que el futuro de estas aplicaciones estará marcado por su asociación con los teléfonos móviles -«las vamos a llevar encima»- y una evolución hacia una trascendencia que «va más allá de la diversión» y que incluirá la tramitación de asuntos económicos y la puesta en práctica de mecánicas de formación y conocimiento.

 

La soledad de los ancianos

La soledad de los padres ancianos

Publicado el 15/07/2013 por blogfamiliaactual

El gobierno chino ha promulgado una ley que obliga a los ciudadanos a visitar con frecuencia a sus padres ancianos. Las autoridades están preocupadas por los casi doscientos millones de ancianos que viven en el país asiático y que cada vez se encuentran más solos, incluso abandonados, y pretenden asegurar con la obligación legal que los hijos atiendan sus necesidades materiales y espirituales.

La enmienda a la “Ley de Protección de los Derechos y los Intereses de los Ancianos” pretende acabar con el progresivoproblema de la soledad de las personas mayores. Parece que el respeto a los ascendientes, incrustado en la milenaria conciencia oriental, ha perdido fuerza moral y necesita ser apuntalado por la coacción legal. De modo que, a partir de ahora, los ciudadanos chinos que no visiten y atiendan las “necesidades espirituales” de sus ancianos padres tendrán que vérselas con los tribunales y podrían verse obligados a pagar una multa e incluso a ingresar en prisión.

La nueva sociedad emergente china no ha tardado en ridiculizar, en las redes sociales, la recién dictada ley: ¿Cómo se puede controlar que una persona atiende a sus padres? ¿Cuáles son sus “necesidades espirituales”? ¿Cómo se concreta el cumplimiento de la ley? ¿Qué se considera “con frecuencia”? Son preguntas lógicas que resultan de haber trasladado las cuestiones humanitarias al terreno legal. Porque, cuando una sociedad se ve obligada a regular los comportamientos morales, estos dejan de ser lo que eran para ser materia de ley.

La norma viene a garantizar el derecho de los ancianos a no ser apartados de la sociedad por sus propios hijos, algo que ya ocurre en las avanzadas sociedades occidentales y que se intuye está comenzando a pasar en la sociedad china. Quod natura non dat, lex praestat, se podría decir, lo que no se logra de manera natural, lo fuerza la ley. Si no lo logra, si no consiguen las medidas legales recuperar el natural cuidado por los ancianos, el siguiente paso será que el gobierno se ocupe de ellos, algo no solamente difícil de mantener económicamente, sino sobre todo difícil de cumplir, pues las “necesidades espirituales” de los ancianos, como el respeto, el cuidado y el cariño de sus hijos y de sus nietos, no puede ser suplantado por ningún decreto.

Es bueno que las inclinaciones morales se expresen en normas, pues estas nos ayudan a cumplirlas. Por eso, resulta muy conveniente que en nuestra familia nos propongamos visitar a los abuelos, atenderlos y cuidarlos, que establezcamos, según las circunstancias, momentos para estar con ellos o llamarlos por teléfono. El trepidante ritmo de nuestras vidas nos enseña que el cariño no basta, que tenemos que poner los medios para que se exprese en actos concretos, esos que son amores y no buenas razones.

Las vacaciones, que por desgracia algunas familias utilizan para “deshacerse” de los abuelos, es un periodo en el que podemos hacer mucho por ellos. No les dejemos solos con su soledad