Redes sociales: controla tu identidad

Redes Sociales: controla tu identidad

Acciones

Firmado por Loreto Corredoira y Alfonso 
Fecha: 5 Febrero 2009

Muchos usuarios de redes sociales no saben exactamente qué información personal de la que han subido, supuestamente sólo para amigos o familiares, es conocida por terceros. Un ejemplo: basta con instalar una alerta en Google, lo hemos comprobado, y Google periódicamente recopilará también “cosas” de Facebook que hacen referencia a ti, sin que tú, por supuesto, hayas colaborado o las hayas puesto en relación.

Incluso, como destaca la campaña Piénsalo antes de Publicar en el vídeo de YouTube titulado “Hey, Sarah”, la difusión de datos resulta “embarazosa”, arriesgada y con consecuencias sociales en adolescentes.

Las redes sociales especifican qué pueden hacer con la información recopilada, pero la mayoría de los usuarios no han tenido la paciencia de leer esos documentos. Ahora, a posteriori, después de varios meses en las redes, es buen momento para revisar y reconfigurar los perfiles.

Hemos hecho un repaso de la política sobre intimidad e imagen de las redes más conocidas. Atención, porque muchas de ellas (por ejemplo, MySpace) tienen por defecto cláusulas de “publicidad” general, es decir que siempre habrá datos, fotos, que podrán verse libremente. Concretamente, MySpace sólo evitará recopilar información de menores de 13 años, pero no de esa edad en adelante.

La Política de Privacidad de MySpace (español), puede ser modificada pese a que al registrarse el usuario no haya leído ¡con atención! las condiciones.

En Tuenti también viene por defecto un principio general de difusión, es decir que si no cambias nada, tus cosas salen así: todos los amigos de Tuenti pueden ver y descargar tus fotos, acceder a tus teléfonos, ver tus amigos. Expresamente tienes que decir que no –tachar la casilla– si quieres impedir que se vean las fotos del tablón o vean tu “muro”. Es latoso, pero necesario.

También la configuración de Facebook lleva un tiempo. Recomendamos ver con detalle todas la Aplicaciones que están disponibles al público general, dentro de Configuración.

Finalmente, Linkedin, la red más profesional, tiene una vertiente lógicamente más abierta, para fomentar relaciones profesionales, desarrollo de carrera, etc. Su Política de privacidad está aquí.

Cuéntanos tu experiencia o trucos para evitar que otros lectores tengan estas “sorpresas”.

 

 

El sexo inseguro

El sexo inseguro

Cuando en julio de 2010 entró en vigor la nueva ley de Salud Sexual y Reproductiva, del gobierno de Rodríguez Zapatero, se dijo a la ciudadanía que el objetivo era reducir el número de abortos, gracias a la mejor educación sexual, a la mayor difusión de los anticonceptivos y a la venta libre de la “píldora del día siguiente” (PDS). Con ese arsenal anticonceptivo, el éxito estaba garantizado.

Pues si la ley tuviera un periodo de garantía, habría que devolverla. Los datos

ahora conocidos correspondientes a 2011 solo revelan aumentos: los abortos suben un 4,5% hasta alcanzar el récord de 118.359, lo que equivale a uno por cada cuatro nacidos vivos; la tasa de abortos por 1.000 mujeres entre 15 y 44 años sube a 12,44, la más alta nunca registrada; incluso el número de centros que practican abortos aumenta también de 146 a 172, lo que parece indicar que con la nueva ley ha habido cierta expansión del negocio.

Tampoco es extraño que las cifras marquen esta tendencia ascendente. Si una conducta pasa de ser considerada teórico delito a derecho, lo raro sería que disminuyera. El efecto preventivo de la PDS también se ha revelado ilusorio. Algún aborto habrá evitado la píldora, pero en grandes números no son fenómenos alternativos, sino que más bien tienden a crecer juntos. Los datos correspondientes a 2010 indicaban ya que la venta de la PDS había crecido un 83%, y también en ese año volvió a aumentar el número de abortos. Más bien da la impresión de que la fácil disponibilidad de la PDS contribuye a aumentar las conductas de riesgo, al dar una sensación de arma de último recurso.

Si en cualquier otro problema de salud pública se observara tal disparidad entre

objetivos y resultados, pocos dudarían de que había que cambiar de estrategia. Sin embargo, en el tema del aborto ha imperado hasta ahora el “más de lo mismo”, con la ilusoria esperanza de que la realidad se adapte a nuestros deseos. El gobierno de Rajoy, que viene anunciando que va a cambiar la ley, puede encontrar en estas cifras nuevos motivos para cargarse de razón.

Infecciones en aumento

En la sociedad actual ninguna autoridad sanitaria se atrevería a “estigmatizar” determinadas prácticas sexuales. Pero desde el punto de vista de la salud pública da la impresión de que no todas son igualmente sanas. Así en Francia,

según informa Le Monde (12-12-2012), hay preocupación por el resurgimiento de enfermedades de transmisión sexual –aparte del sida– hasta ahora poco frecuentes.

La sífilis, que estaba casi olvidada, ha vuelto a surgir en este siglo y el número de casos ha crecido hasta 751 en 2011. Aparece sobre todo en homosexuales o bisexuales, y en el 38% de los casos coexiste con la infección por VIH.

El número de infecciones por chlamydia trachomatis, la más frecuente de las

enfermedades de transmisión sexual, va en aumento, tanto en el hombre como en la mujer. Más del 10% de las mujeres de 18 a 25 años sufren esta infección, contra una incidencia del 4% en 2005. La enfermedad suele permanecer asintomática, y si no es tratada puede suponer riesgos desde inflamación de las trompas hasta esterilidad.

El número de infecciones por gonococos crece marcadamente desde hace diez años: en 2009 afectó de 15.000 a 20.000 hombres. Y si antes se limitaba sobre todo a los homosexuales, ahora afecta también a mujeres heterosexuales.

Los especialistas consultados por Le Monde piensan que estas cifras están por debajo de la realidad, pues no tienen en cuenta las consultas en medicina general. Atribuyen la mayor prevalencia de la enfermedad al aumento del número de parejas sexuales y a la frecuencia de prácticas de riesgo con escasa “fidelidad” al preservativo. Para complicar más las cosas, se advierte una resistencia creciente de la infección por gonococos al tratamiento con los antibióticos hasta ahora utilizados.

Habida cuenta del fracaso de campañas centradas solo en el preservativo, cabe preguntarse si no ha llegado el momento de romper el tabú para informar sobre los riesgos de la promiscuidad sexual.

Autor: Ignacio Aréchaga Fuente: blog El sónar

Claves vacaciones saludables

Las vacaciones en clave cristiana

Del Obispo de Tegucigalpa

Vuelvo al tema de las vacaciones, dada la vivencia que puedan estar teniendo muchas personas e incluso familias.

El ambiente ofrece la oportunidad de llenar el día… y la noche, de distracciones y diversiones que, a la postre, cansan en lugar de ayudar a descansar. Por el contrario, invito a usted a incluir algo que con frecuencia más bien se evita pero que, si se atiende, puede dar buenos frutos; concédase tiempo para dialogar más a fondo con algún miembro de su familia, para ello no elija la persona con quien más se sienta a gusto, sino la persona que usted piense que más lo necesite o con quien se haya comunicado menos últimamente. También los niños y los jóvenes entren en esta decisión de elegir y actuar en una comunicación más a fondo; no se imaginan la alegría que podrá dar a sus papás o hermanos mayores que ustedes, el que quieran platicar con más calma con ellos.

¿De qué dialogar? Hay algunas relaciones en la familia que se han atorado, que están casi secas, y no se ocurre nada por decir. Si la búsqueda no da buenos resultados, no desistir, hay que seguir ofreciendo y buscando la oportunidad.

Se puede iniciar el diálogo compartiendo vivencias muy personales, con la intención de darse a conocer: algún hecho concreto, los sentimientos experimentados, lo que significó para uno. La persona que escucha, no necesariamente ha de estar de acuerdo con lo que escucha, más bien se trata de acoger en el propio corazón a la persona que está entregando el suyo. Además, dialogar a fondo no significa solamente decir muchas palabras. Es más que ser buen conversador. Es entregarse a la otra persona, acoger a la otra persona.

También hay que tener en cuenta que se dialoga no sólo con las palabras que se pronuncian, sino también con la mirada, con el rostro, con las manos, con todo el cuerpo. Los gestos dicen con frecuencia más que muchas palabras.

Desgraciadamente hay personas que han crecido en atmósfera de familia desintegrada, en que son más frecuentes los gritos, rechazos, insultos, desprecios que las expresiones de amor y apoyo. Si éste fuera el caso, de tener más presentes las experiencias negativas, las cuales ahogan como si no existieran las experiencias positivas, tenga usted en cuenta que hay Alguien que siempre nos ha amado: Dios Trino y Uno. Efectivamente, Dios Padre nos ha amado tanto que nos ha dado a su Hijo, el cual, agradecido con su Padre Dios, también nos ha amado, dando la vida por nosotros; y la ha dado no porque seamos buenos, sino porque somos pecadores pero para que seamos buenos y virtuosos; además nos ha dicho, con su palabra y con sus obras, que no somos sus siervos, sino sus amigos; también nos ha dado su Espíritu, para sostenernos como amigos de Jesús.

 

En este Dios Trino y Uno está la fuente de la comunicación que da comunión, para ensayarla en la relación familiar. Desde la comunicación de Dios Trino y Uno, nos podemos en la familia como regalo de Dios: el otro, regalo de Dios para mí, yo regalo de Dios para los demás -subrayo: regalo, no carga ni fastidio-; por lo mismo, nos vemos como pertenencia mutua; el otro como alguien que me pertenece y yo en pertenencia a otros -subrayo: pertenencia, no división y antagonismo-; de modo que nos aceptemos y sobrellevemos mutuamente, y nos ayudemos en el mutuo desarrollo -subrayo: no para tener envidia sino alegría con el desarrollo del otro-. Si esto lo vivimos en la familia de manera consciente, libre y amplia, la relación fuera de la familia será plenamente humana, al vernos en pertenencia mutua, en mutuo apoyo para el desarrollo; en suma, como una gran familia humana, más aún como la familia de los hijos de Dios.

Cada día es propicio para dar el primer paso, y el segundo y los siguientes; a fin de buscar un acercamiento, una reconciliación, una comunicación más profunda. Si en las vacaciones se organizan tiempos de diálogo, será una magnífica inversión que no dejará de dar sus frutos.

María de Guadalupe, Madre de Jesús y Madre nuestra, nos acompaña en este proceso de comunicación y comunión familiar.

Fuente: Zenit.org

Claves familia saludable VII

Las siete claves de una familia saludable

Séptima clave: educación cristocéntrica

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Séptima clave: educación cristocéntrica

En el modelo educativo que transmitimos a los hijos en la familia cristiana, en la parroquia, y en la escuela, existe el riesgo de no poner al mismo Jesucristo como clave central de la educación cristiana. O también puede ocurrir que, en vez de dar la máxima importancia al conocimiento y al amor a Dios, reduzcamos la educación cristiana a una serie de valores morales: buenos modales, solidaridad, sinceridad, etc.

Por ejemplo, llama la atención que a pesar del abandono de la práctica religiosa de muchas familias, sin embargo, no ha disminuido el número de los alumnos matriculados en la escuela católica. Incluso muchos padres no creyentes, matriculan a sus hijos en la escuela católica. ¿Por qué? Obviamente, porque existe una comprensión de la educación muy reducida a una dimensión moral o técnica de la misma, y no tanto religiosa. Se busca en la educación cristiana una especie de «campana de cristal» que proteja a nuestros hijos de los males. Son aquellos padres que dicen: «Vamos a llevar a nuestros hijos a los frailes para que les eduquen. Mientras estén con ellos no aprenderán cosas malas… Tú, hijo, vete al colegio de frailes, y coge lo bueno. Luego, el día de mañana, si no tienes fe, no pasa nada, pues lo importante es que hayas aprendido algo y seas buena persona». Más o menos, esto es lo que está en el ambiente; se utiliza la Iglesia como un simple medio de protección frente a los males morales, sin acoger su mensaje de fe.

Se trata de una manipulación que pretende reducir la religión católica a su dimensión ética, olvidando que se trata del camino para el encuentro con Jesucristo. Y eso, con todos mis respetos, además de ser una manipulación, no funciona, ni puede funcionar. Los hijos difícilmente se identificarán con unos valores morales cristianos, si no han conocido y se han enamorado de la persona de Jesucristo.

Recuerdo haber escuchado un relato, para explicar esto, referida a la caza del zorro, que practican en Inglaterra y que allí es un deporte nacional. Preparan una jauría numerosa de perros (unos veinte o treinta), los cazadores van a caballo, y se suelta el zorro. En ese momento, todos empiezan a perseguirlo. La cacería se prolonga, los perros se van cansando, pasan las horas y se van descolgando. Al final, sólo unos pocos perros (tres o cuatro) son los que alcanzan al zorro. Uno se pregunta: ¿por qué estos perros han resistido más que los que han abandonado? ¿Eran más jóvenes? ¿Estaban mejor alimentados? ¿Habían sido mejor entrenados? La respuesta es otra: Esos perros han alcanzado al zorro porque lo habían visto al principio; los demás no habían llegado a verlo. La jauría corría porque veía correr, ladraba porque veía ladrar, saltaba porque saltaban los demás. Pero conforme se alarga la carrera, uno se va cansando y se dice: «Oye, que yo no he visto nada. ¿Tú has visto algo? Pues yo tampoco… Pues dejemos ya de correr». Está claro que pegarse una carrera larga sin haber visto nada, es muy costoso. Y algo así pasa en la vida cristiana.

No puede ser que a nuestros hijos pretendamos darles una educación moral cristiana, diciéndoles lo que deben y lo que no deben hacer, sin que al mismo tiempo les conduzcamos a la relación personal e íntima con Jesucristo, o sin conocer y amar a María, su Madre. Llegará un momento en que dirán: «Oye tú, que es más fácil dejarse llevar en la vida, es más fácil entrar por la puerta ancha que por la puesta estrecha».

La educación no puede ser de corte moralista, es decir, no meramente centrada en la moral, sino centrada en Jesucristo, haciendo de Él el centro y el modelo de vida.

Aunque en teoría es obvio que el centro del cristianismo es Jesucristo, muchas veces comprobamos lo contrario. Por ejemplo, tú les preguntas a muchos jóvenes, supuestamente cristianos, qué es el cristianismo y te responden: «¿El cristianismo? Pues eso: compartir, ser una buena persona, etc». Es decir, han recibido un concepto de cristianismo reducido a un barniz ético; pero, en realidad, no tienen una experiencia de lo que es la relación con Cristo, ni de su amor.

Concluyo con la última de las siete claves: la centralidad de Jesucristo: su persona, su vida, su Redención y su entrega por nosotros. ¡Cristo bendijo el matrimonio y la familia con su presencia en las bodas de Caná, y esto nos permite fortalecer y santificar nuestra vocación matrimonial!

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

Claves familia saludable VI

Las siete claves de una familia saludable

Sexta clave: maternidad y peternidad espiritual

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Sexta clave: maternidad y paternidad espiritual

No me estoy refiriendo aquí, a la polémica absurda de si en el matrimonio manda el hombre o la mujer. Me refiero a que exista un liderazgo espiritual coherente y coordinado entre el padre y la madre.

¿Qué quiero expresar con el término «liderazgo espiritual de la madre»? Es obvio que el amor carnal nos suele llevar a entregarnos de una forma muy instintiva: «Yo por mis hijos hago lo que sea, si hace falta doy la vida, voy donde sea…». Sí, pero puede ocurrir que esto se compagine con la indiferencia o la omisión hacia los hijos del prójimo, «porque esos ya

no son míos». A veces diferenciamos tanto el amor a nuestros hijos del resto de los mortales, que hasta parece que los estamos contraponiendo. De este grave error se suelen desprender muchas consecuencias negativas: El amor a los hijos es posesivo. Se les consiente en exceso. Se les saca la cara siempre y de forma incondicional. Se intenta evitar a cualquier precio el sufrimiento y la experiencia de la cruz… Se trata de un «amor maternal muy carnal» que hace mucho daño, porque no ama bien. ¡Qué gran lección puede dar una madre a su hijo cuando le enseña a compartir su amor con el prójimo! ¡Es la mejor lección de justicia que podemos recibir desde pequeños!

Recuerdo haber tenido que llamar la atención a algún niño en la catequesis, en Zumárraga, y encontrarme con la paradoja de que los padres me mirasen con mala cara. Vino la madre a hablar conmigo, y durante la conversación, no terminaba de aceptar que su hijo mereciese ninguna corrección. Hubo un momento en que le dije a la madre: «Oiga, usted y yo estamos en el mismo bando, los dos queremos educar al niño». Pero, por desgracia, el concepto carnal del amor hace que cualquier corrección se perciba como un ataque.

También existe una crisis de «paternidad espiritual». Creo que nuestra cultura, en su reacción contra el machismo, ha pasado de éste a la actitud «acomplejada». La figura del padre está todavía más en crisis que la de la madre. A la madre se le cuestiona mucho menos, pues se caracteriza por sacarnos siempre las «castañas del fuego». Pero claro, el padre se pregunta: «¿Y yo, qué posición tengo en la educación de los hijos?» Existe una crisis de liderazgo espiritual paterna, de transmisión de valores, con el riesgo de que el padre se ausente y delegue totalmente en la mujer la educación de los hijos. De hecho, uno de los modelos que más se repiten es el de una madre súper protectora, con un amor muy posesivo hacia sus hijos, combinado con un padre más bien ausente, lo cual suele derivar en grandes crisis de identidad en los hijos.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

Claves familia saludable V

Las siete claves de una familia saludable

Quinta clave: la familia extensa

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Quinta clave: la familia extaensa

Me quiero referir ahora a los bienes espirituales y morales que se derivan de la familia extensa, contrapuesta a la familia nuclear (que es la reducida al matrimonio y los hijos -si los tienen-). Según ha avanzado la secularización, todos somos conscientes de que, salvo honrosas excepciones, las familias se han ido aislando en su núcleo. Si antes la familia se relacionaba de una forma mucho más amplia (tíos, primos, abuelos, etc), y eran muy frecuentes entre nosotros los grandes encuentros familiares, actualmente, nos hemos ido reduciendo a un concepto de familia mucho más nuclear, lo cual conlleva una gran pobreza y está muy en la línea de esa cultura individualista de la que hablaba al principio.

Más todavía, la reducción a la familia nuclear, está muy ligada a un concepto de amor «carnal» (en el sentido de nuestra propia «carne y sangre»): por los propios hijos hacemos lo que sea necesario, pero nos sentimos ajenos a los que no han nacido de nuestra carne y sangre.

Y, fijaos bien, no hay una prueba más auténtica de amor en el matrimonio y en la familia que -por ejemplo- la capacidad de amar a la madre de su cónyuge (la suegra), como si fuese la propia madre. Es decir, el amor espiritual hace que mi suegra sea querida y tratada como mi propia madre. ¡¡Es difícil que el esposo/a perciba una prueba de amor superior a ésta por parte de su cónyuge!! (Lo mismo podríamos decir de las demás relaciones familiares extensas: que la cuñada sea como una hermana para mí, etc., etc.). Dicho de otro modo, cuando el matrimonio goza de una buena salud, los vínculos del amor superan la carne y la sangre, y espiritualizan las relaciones de la familia extensa.

Por desgracia, nos encontramos con muchos matrimonios que viven las relaciones familiares en un nivel muy «carnal»: «El mes pasado fuimos a casa de tu madre, ahora ya nos toca con mi familia», etc… Cuando se producen este tipo de discusiones y forcejeos en el seno del matrimonio, es señal de que el amor matrimonial se está viviendo de una forma muy egoísta (desde la propia carne y sangre). Es una señal de que algo está fallando; de forma que, en el mejor de los casos, suele optarse por un «pacto de egoísmos», en el que se reducen las relaciones con la familia extensa, o se reparten entre «los míos» y «los tuyos».

El reto de espiritualizar el amor matrimonial, abriéndose y enriqueciéndose con la familia extensa, no deja de ser un cumplimiento de aquellas palabras del Génesis: «Ya no serán dos, sino una sola carne». Solamente en esa unión de corazones se puede vivir la familia extensa como un gran regalo: «Tu padre es también el mío, mi madre es la tuya, y tu hermano es el mío».

Con respecto a los abuelos, quisiera hacer una mención aparte, por el gran apoyo que están suponiendo en este momento a las familias. En mi opinión existen dos riesgos opuestos: Por una parte, el riesgo de que el apoyo que se pide a los abuelos sea excesivo; un «escaquearse» de lo que nosotros debiéramos aportar a los hijos. Por ejemplo, cuando la formación religiosa se apoya exclusivamente en los abuelos, aunque al principio parezca algo sin consecuencias, al cabo de un tiempo suscitará la crisis en los niños, quienes terminarán por decir: «Esto de la fe debe ser cosa de viejos, porque el aita y la ama se dedican a las cosas verdaderas de la vida: ganar dinero, etc». Los ojos de los niños son una auténtica cámara grabadora que todo lo capta. Por el contrario, también se da el peligro

de signo contrario: cuando existen malas relaciones con la familia extensa, los niños suelen estar condenados a perder la riqueza educacional de los abuelos. No hace mucho, me decía una abuela que había ido a visitar a su nieto mientras la nuera estaba trabajando; y que la nuera le había dicho a su hijo: «Dile a tu madre que aquí no entra si nosotros no estamos, y además nos tiene que avisar de que va a venir». Me lo decía llorando.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

Claves familia saludable IV

Las siete claves de una familia saludable

Cuarta clave: la donación dentro de la familia

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

Cuarta clave: la donación dentro de la familia

La familia está pensada como un instrumento privilegiado para llevar a cabo esa llamada que Dios nos ha dirigido a todos los seres humanos, de emplear «a tope» los talentos que cada uno hemos recibido, sin enterrarlos ni esconderlos. Jesús dice en el Evangelio: «El que busque su vida para sí la perderá, y el que la pierda por mí la encontrará». Pues bien, el matrimonio y la familia son un camino privilegiado para vivir esta palabra de Cristo.

Ahora bien, está claro que el nivel de donación, dentro de la familia, puede ser más grande o más pequeño. El motor puede estar a más o a menos revoluciones. Y por ello conviene hacer una revisión de la «salud» y de la «calidad» de este «motor de la vida».

Por ejemplo -y lo digo para todos los casados, que estáis aquí- suponeos que no os hubieseis casado… ¿Qué sería de vosotros si no hubieseis formado una familia, si vuestro proyecto de vida fuese solitario? Soy consciente de que la pregunta tiene algo de ciencia ficción, pero me atrevería a deciros que habría muchas posibilidades de que fueseis más egoístas y menos santos de lo que sois actualmente. Existiría un notable riesgo de que todo girase en torno al bienestar personal, a la llamada «calidad de vida», a sentirse cómodos…

Pues bien, la vocación familiar es muy sanadora del egocentrismo. Tiene una capacidad muy grande de hacer de nuestra vida una donación generosa para los demás. Y, además, de una forma en la que uno ni tan siquiera se percata de su propia generosidad. En la familia, uno es capaz de hacer cosas heroicas, que si tuviera que hacerlas para los de fuera de casa, sería considerado como un «santo de canonizar»… Por ejemplo, sería incuantificable si hubiese que «facturar» las horas extras, nocturnidad, riesgos, etc, que se dedican a lo largo de un año, en el seno de la familia. ¡Nos enfrentaríamos ante una factura imposible de abonar! Y, sin embargo, esto tiene lugar dentro de la familia de una forma cuasi espontánea -aunque a veces hay que reconocer que también cuesta-. Dios nos da el don de hacerlo como si no nos estuviese costando. Aquí también se cumple de alguna forma la frase evangélica: «Que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda». La vocación matrimonial nos preserva en gran medida de los egocentrismos, de estar toda nuestra existencia mirándonos al ombligo; nos da una gran capacidad de sacrificio, y nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Se trata de la mejor terapia para la sanación del narcisismo, tanto para los mayores como para los pequeños. De hecho, los hijos que crecen con la experiencia de vivir y compartirlo todo en familia (de forma especial cuando ésta es numerosa), son fácilmente preservados del egocentrismo.

Ocurre que en la medida en que ha avanzado la crisis de la secularización, también se ha relajado en el seno de la familia el nivel de la entrega generosa. Pongamos otro ejemplo: con frecuencia se oye a quienes deciden casarse: «Nosotros ahora queremos disfrutar de la vida, más adelante ya tendremos hijos»… Les escuchas y piensas en tu interior: «Madre mía, ¿posponer los hijos para disfrutar de la vida?»… Si yo fuera su hijo, todavía en el seno de Dios, les gritaría diciendo, «Aita, ama, no me traigáis al mundo, que no quiero amargaros la vida». En fin, permitidme esta ironía… Nosotros hemos conocido unos padres en los que el concepto de felicidad casi se identificaba con el de entrega:

absolutamente olvidados de sí mismos y absolutamente felices; y más felices cuanto más olvidados.

Por eso la secularización ha conllevado una menor generosidad de entrega en el matrimonio, de entrega a los hijos. La crisis de natalidad que tiene Occidente, es una crisis muy compleja, ciertamente, con muchos factores. Pero no sólo tiene factores y motivos coyunturales. También tiene razones morales y espirituales. La crisis de natalidad, el hecho de que Guipúzcoa tenga un índice de natalidad de 1,1 -lejísimos del 2,3-2,4 necesario para el relevo generacional-, obviamente, tiene también raíces morales y espirituales. Claro que puede haber factores externos en la disminución de la natalidad como las crisis económicas, pero paradójicamente, cuando la economía ha sido pujante, el índice de natalidad ha subido poquísimo, incluso a veces hasta ha bajado. Se trata pues, de una crisis espiritual en nuestra cultura. Es obvio que la paternidad y la maternidad lo piden todo de nosotros y eso choca frontalmente con la menor capacidad de entrega, así como la menor capacidad del olvido de nosotros mismos.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.

Claves familia saludable III

Las siete claves de una familia saludable

Tercera clave: la comunicación

Introducción

Quisiera hacer una exposición sencilla y humilde, que no pretende abordar sistemáticamente el tema de la familia, sino sólo ofrecer una serie de intuiciones que me gustaría compartir con vosotros. Posteriormente, en un clima de plena confianza, me gustaría que tuviésemos tiempo para hablar, y para que podáis presentar a vuestro obispo las dudas y otras cuestiones que os parezcan pertinentes.

Mi punto de partida es la afirmación de que la Iglesia tiene una preocupación muy especial por la familia. Muchas veces hemos expresado la convicción compartida de que difícilmente vamos a poder transmitir la fe a las nuevas generaciones, a los niños, a los jóvenes, si no contamos con la familia, como el lugar «natural» para la evangelización. Es imposible transmitir la fe a una tercera generación, teniendo que pasar por encima de la segunda. ¡Muy difícil! En torno a la familia nos jugamos el futuro de la Iglesia y hasta de la misma sociedad. Más aún, como decía Juan Pablo II: «En torno a la familia y a la vida se libra el principal combate por la dignidad del hombre».

No creo que os descubro el Mediterráneo, si digo que en nuestra cultura lo que prima, lo que está en alza, es la concepción autónoma del hombre; un hombre libre, independiente, que piensa: «a mí, que nadie me diga lo que tengo que hacer»; con una concepción de «liberación» en la que parece que el hombre más maduro es aquel que no depende de nadie.

Se trata de una concepción de «autonomía» y de «libertad» que no se compagina fácilmente con la vocación de la familia. Nosotros creemos que el valor supremo no es tanto la independencia del hombre, cuanto su «comunión». El hombre maduro no es el más independiente o el más aislado frente a los demás, sino todo lo contrario.

Desde este punto de partida, os quiero ofrecer siete claves, tal vez un poco desordenadas, que no pretenden otra cosa que hacernos reflexionar, de forma que nos ayuden a examinar la «salud» de nuestra vivencia familiar.

3. Tercera clave: la comunicación.

Nos referimos a la comunicación fluida y profunda dentro del matrimonio. Con frecuencia ocurre que, a pesar de que nos queremos mucho, sin embargo, no sabemos expresarlo; más aún, a veces ocurre que nos queremos mal, de una forma equivocada. ¡No es lo mismo quererse mucho que quererse bien!

Los sacerdotes solemos escuchar frecuentemente las lamentaciones de quienes sienten un sufrimiento grande tras la muerte de un ser querido, por el remordimiento de no haber sabido expresarle suficientemente cuánto le querían: «Yo quería profundamente a mi madre, a mi abuelo, etc, pero nunca se lo he dicho explícitamente, sino que siempre hemos vivido como el perro y el gato, haciéndonos sufrir. No sé muy bien por qué, pero siempre he tenido una dificultad de comunicación en el hogar. Es como si hubiese reservado lo más amargo de mi carácter para los de casa». Es una paradoja bien conocida: reservamos nuestro lado más insufrible para los seres queridos, y en la calle vamos conquistando a la gente, haciéndonos los simpáticos. Como suponemos que los de casa ya están conquistados, ahí no nos esforzamos nada. ¡Es una de esas contradicciones que más nos pueden hacer sufrir!

Hace poco estaba visitando a un enfermo en el hospital, que estaba muy mal, y su mujer me decía que su esposo enfermo no solía querer que nadie se quedase a su lado, excepto su propia mujer. Me decía lo siguiente: «El caso es que a mí me trata a patadas, pero quiere que esté yo junto a él, porque no se va a atrever a tratar así a otro»… ¡Somos un misterio difícil de expresar! Pero el mismo refranero refleja esta paradoja: «Donde hay confianza da asco». A pesar de que nos queramos mucho, tenemos dificultades para querernos bien, además de para saber expresarnos lo que sentimos. ¡Saber expresarse bien es todo un arte!

Recuerdo que en el Seminario, entre la filosofía y la teología, se nos invitó a los seminaristas a hacer libremente un curso de espiritualidad. Y dentro de ese curso se abordó algo tan delicado como el aprender a expresar lo que pensábamos unos de los otros, intentando decirlo sin ofendernos, con plena objetividad y con el deseo de ayudarnos. El experimento era muy arriesgado, porque si no se abordaba de forma adecuada, podía hacer más mal que bien. Sin embargo, lo recuerdo como uno de los pasos más importantes en mi vida: fue una verdadera educación en la comunicación y en el aprendizaje de la expresión de nuestros sentimientos y convicciones. Pues bien, en este terreno también existe una gran dificultad en la vida familiar, hasta el punto de ser una de las principales causas de las crisis y de las rupturas: la dificultad en la comunicación.

Esta dificultad, combinada con el orgullo, resulta ser una especie de «bomba», porque el orgullo dificulta mucho más las cosas. ¡El orgullo es la tumba de muchos matrimonios! En nuestra Diócesis tenemos el Centro de Orientación Familiar que trata a muchas parejas. Tiene una gran demanda, -gracias a Dios, hay parejas que quieren afrontar los problemas, sin limitarse a padecerlos- y la mayor parte de los casos que se atienden son por dificultades en la comunicación.

Por lo tanto, no sólo tenemos que querernos mucho, sino querernos bien. Que no se diga de nosotros lo que afirma el refrán vasco: «Kalean uso eta etxean otso» («En la calle soy paloma y en casa soy un lobo»). Tengamos en cuenta que la familia no sólo es la «escuela de todas las virtudes», sino también, «el escaparate de todos los defectos».

Por ello, el mayor regalo que podemos hacer a la familia es la propia conversión. Es el mayor regalo que le puede hacer un padre a un hijo, un esposo a una esposa, unos hijos a una madre, etc. ¡He aquí el mayor regalo!: Ofrecer por la familia la firme decisión y el empeño de la conversión personal.

Extractado de: Monseñor José Ignacio Munilla, obispo de San Sebastián, en los diversos encuentros arciprestales con las familias de la diócesis vasca entre enero y marzo de 2011.