No educar es pecado grave

No educar, un pecado grave. ¿Y qué es educar?

Respuesta:

Quisiera responderle remitiéndome a lo que nos enseña el Magisterio de la Iglesia.

  1. La educación de los hijos, no es sólo un acto de generosidad sino un deber de los padres.

“Con razón la Iglesia pregunta durante el rito del matrimonio: ‘¿Estáis dispuestos a recibir de Dios responsable y amorosamente los hijos, y a educarlos según la ley de Cristo y de su Iglesia?’ 1. El amor conyugal se manifiesta en la educación, como verdadero amor de padres. La ‘comunión de personas’, que al comienzo de la familia se expresa como amor conyugal, se completa y se perfecciona extendiéndose a los hijos con la educación. La potencial riqueza, constituida por cada hombre que nace y crece en la familia, es asumida responsablemente de modo que no degenere ni se pierda, sino que se realice en una humanidad cada vez más madura” 2.

  1. Obran mal los padres que no cumplen su deber educativo, o no lo cumplen como deberían.

Por ejemplo, refiriéndose a la educación en la castidad, dice un documento de la Iglesia: “Si de hecho no imparten una adecuada formación en la castidad, los padres abandonan un preciso deber que les compete; y serían culpables también, si tolerasen una formación inmoral o inadecuada impartida a los hijos fuera del hogar” 3.

  1. El no ejercer como corresponde su tarea de educadores puede repercutir en la misma madurez de los esposos.

Al hacerse educadores los padres también son educados por sus hijos: “Esto es un dinamismo de reciprocidad, en el cual los padres-educadores son, a su vez, educados en cierto modo. Maestros de humanidad de sus propios hijos, la aprenden de ellos. Aquí emerge evidentemente la estructura orgánica de la familia y se manifiesta el significado fundamental del cuarto mandamiento” 4.

  1. Los esposos son colaboradores de Dios no sólo en la procreación sino también en la educación de los hijos.

“Si en el dar la vida los padres colaboran en la obra creadora de Dios, mediante la educación participan de su pedagogía paterna y materna a la vez. La paternidad divina, según san Pablo, es el modelo originario de toda paternidad y maternidad en el cosmos (cf. Ef 3,14-15), especialmente de la maternidad y paternidad humana. Sobre la pedagogía divina nos ha enseñado plenamente el Verbo eterno del Padre, que al encarnarse ha revelado al hombre la dimensión verdadera e integral de su humanidad: la filiación divina. Y así ha revelado también cuál es el verdadero significado de la educación del hombre. Por medio de Cristo toda educación, en familia y fuera de ella, se inserta en la dimensión salvífica de la pedagogía divina, que está dirigida a los hombres y a las familias, y que culmina en el misterio pascual de la muerte y resurrección del Señor. De este ‘centro’ de nuestra redención arranca todo proceso de educación cristiana, que al mismo tiempo es siempre educación para la plena humanidad” 5.

  1. La educación debe apuntar a la autoeducación

“El proceso educativo ­­­–dice el Papa Juan Pablo II– lleva a la fase de la autoeducación, que se alcanza cuando, gracias a un adecuado nivel de madurez psicofísica, el hombre empieza a ‘educarse él solo’. Con el paso de los años, la autoeducación supera las metas alcanzadas previamente en el proceso educativo, en el cual, sin embargo, sigue teniendo sus raíces. El adolescente encuentra nuevas personas y nuevos ambientes, concretamente los maestros y compañeros de escuela, que ejercen en su vida una influencia que puede resultar educativa o antieducativa” 6.

  1. Esto se relaciona directamente con el cuarto mandamiento de la ley de Dios

“Sobre esta perspectiva se perfila, de manera nueva, el significado del cuarto mandamiento: ‘Honra a tu padre y a tu madre’ (Ex 20,12), el cual está relacionado orgánicamente con todo el proceso educativo. La paternidad y maternidad, elemento primero y fundamental en el proceso de dar la humanidad, abren ante los padres y los hijos perspectivas nuevas y más profundas. Engendrar según la carne significa preparar la ulterior ‘generación’, gradual y compleja, mediante todo el proceso educativo” 7.

“El mandamiento del Decálogo exige al hijo que honre a su padre y a su madre; pero, como ya se ha dicho, el mismo mandamiento impone a los padres un deber en cierto modo ‘simétrico’. Ellos también deben ‘honrar’ a sus propios hijos, sean pequeños o grandes, y esta actitud es indispensable durante todo el proceso educativo, incluido el escolar. El ‘principio de honrar’, es decir, el reconocimiento y el respeto del hombre como hombre, es la condición fundamental de todo proceso educativo auténtico” 8.

  1. Educar implica “ser exigentes”.

“Los padres han de atreverse a pedirles y exigirles más. No pueden contentarse con evitar lo peor –que los hijos no se droguen o no comentan delitos– sino que deberán comprometerse a educarlos en los valores verdaderos de la persona, renovados por las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor: la libertad, la responsabilidad, la paternidad y la maternidad, el servicio, el trabajo profesional, la solidaridad, la honradez, el arte, el deporte, el gozo de saberse hijos de Dios y, con esto, hermanos de todos los seres humanos, etc.” 9.

Y exigir quiere decir imponer y obligar:“No se trata de imponerles una determinada línea de conducta, sino de mostrarles los motivos, sobrenaturales y humanos, que la recomiendan. Lo lograrán mejor, si saben dedicar tiempo a sus hijos y ponerse verdaderamente a su nivel, con amor” 10.

1 Ritual del Matrimonio, Escrutinio, n. 93 (ed. l970).

2 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

3 Pontificio Consejo para la Familia (en adelante: PCF), Sexualidad humana: Verdad y significado, 44.

4 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

5 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

6 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

7 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

8 Juan Pablo II, Carta a las Familias, n. 16.

9 PCF, Sexualidad humana: Verdad y significado, 49.

10 PCF, Sexualidad humana: Verdad y significado, 51.

 

No abusar de los abuelos

Autor: Remedios Falaguera | Fuente: Catholic.net
¡No abusemos de los abuelos! Es verdad que los abuelos juegan un papel muy importante en la vida de los nietos. Pero, ¡no abusemos de ellos, por favor!

¡No abusemos de los abuelos!

“Amamos las catedrales antiguas, los muebles antiguos, las monedas antiguas, las pinturas antiguas y los viejos libros, pero nos hemos olvidado por completo del enorme valor moral y espiritual de los ancianos que en definitiva son también seres humanos antiguos”.

Llevaba tiempo queriendo escribir algo sobre los abuelos, puesto que como ya dije en una ocasión, “nadie duda de la importancia que tienen los abuelos para las nuevas generaciones. No sólo por su aportación generosa de vivencias y recuerdos, que fortifican la identidad familiar, sino por el ofrecimiento de sus talentos, el ejemplo de virtudes y valores vividos que ofrecen a los suyos, como referencia espiritual y moral imprescindibles para la unidad y continuidad de las familias de hoy en día”.

¿Qué mejor ocasión para agradecer a nuestros padres la grandeza de su corazón dejándonos a sus hijos y sus nietos el mejor ejemplo de hijos agradecidos, de hermanos solícitos, de padres entregados, de abuelos jóvenes y entusiastas, de cuñados incondicionales y de tíos entrañables?

Pienso que estos tiempos nos deberían llevar a defender y favorecer su autonomía, que bien se la han ganado, y a no abusar de su tiempo y aficiones para beneficio propio.

Y es que los abuelos de ahora, los abuelos del Siglo XXI, ya no son como los de antes: Tienen su propia vida, una vida más dinámica y autónoma, son independientes económicamente y viven preocupadas por su salud y su bienestar. Es más, nuestros abuelos, tienen su vida llena de nuevas inquietudes culturales, sociales y laborales. Y eso, sin menguar ni un ápice su maravilloso apoyo a nuestras vidas, sabiendo de su disponibilidad para darnos consejos, prestarnos ayuda para ser mejores, interesarse por nuestros problemas, estar pendiente de nuestras necesidades, sonreírnos, ofrecernos miradas de complicidad que solo unos padres pueden tener con sus hijos….

Pero, muchas parejas jóvenes, se han acostumbrado, unas veces por necesidad y otras muchas por comodidad, a que sean los abuelos los que ejerzan de padres y madres de sus nietos, que sean canguros de los pequeños y compañeros de juego “obligatorios”.

A pesar de que tenemos la certeza que ellos, SIEMPRE están dispuestos a prestarnos ayuda, la calidad de vida de una familia no puede apoyarse en la “utilización” de los abuelos. Debemos acudir a ellos sólo en caso de extrema emergencia, y así, evitaremos en gran medida las quejas y la confusión sobre el rol que se espera de ellos, sobre las ideas distintas en la educación de los niños y los celos que muchos padres sienten ante la “devoción filial” que sus hijos sienten hacia los abuelos.

Es verdad que los abuelos juegan un papel muy importante en la vida de los nietos. Pero, ¡no abusemos de ellos, por favor!

Y para que esto no ocurra, no estaría de más recordar que el verdadero papel del abuelo es:

• Ejemplo y transmisor de valores.
• Mantiene el vínculo entre las generaciones haciendo de historiador de anécdotas familiares.
• Lazo de unión, estabilidad y protección.
• Modelo de serenidad ante el envejecimiento.
• Paño de lagrimas cuando el niño y/o los padres están triste
• Sus “batallitas” desarrollan en el niño no solo su imaginación, sino el sentido común del “buen hacer” y del “buen ser” en la vida.
• Es la persona perfecta para ejercer de “negociador” entre padres y nietos, ya que su experiencia puede ayudar en los momentos de crisis familiar.
• …

Y recuerden: Los padres somos los modelos de referencia en la educación de nuestros hijos .No carguemos esa mochila a los abuelos. Ellos sólo tienen que llenar la casa de paz, conciliación y estabilidad aconsejando y apoyando a sus hijos en la educación de los nietos.

“Ojala que los abuelos vuelvan a ser una presencia viva en la familia, en la Iglesia y en la sociedad. Por lo que respecta a la familia, los abuelos deben seguir siendo testigos de unidad, de valores basados en la fidelidad a un único amor que suscita la fe y la alegría de vivir”, dice Benedicto XVI, y apostilla: “Ellos pueden ser -y son tantas veces- los garantes del afecto y la ternura que todo ser humano necesita dar y recibir. Ellos dan a los pequeños la perspectiva del tiempo, son memoria y riqueza de las familias. Ojala que, bajo ningún concepto, sean excluidos del círculo familiar. Son un tesoro que no podemos arrebatarles a las nuevas generaciones, sobre todo cuando dan testimonio de fe ante la cercanía de la muerte”.

 

Niños a la carta

NIÑOS A LA CARTA

CIUDAD DEL VATICANO, martes, 3 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- La propuesta de una clínica de fertilidad de Los Ángeles (Estados Unidos) de ofrecer a los futuros padres la posibilidad de elegir el sexo de su bebé o algunos de sus rasgos físicos, como el color del pelo o de los ojos, constituye un grave atentado ético, advierte el obispo Elio Sgreccia.

El presidente emérito de la Academia Pontificia para la Vida ha comentado a los micrófonos de «Radio Vaticano» el nuevo negocio propuesto por el centro médico Institutos de Fertilidad, que como ha asegurado ya cuenta con «media docena» de peticiones, según el diario norteamericano «The Wall Street Journal».

Para obtener el niño a la carta, la clínica se basaría en el denominado Diagnóstico Genético Preimplantacional (DGP), consistente en la selección de embriones. Hasta ahora se había aplicado para seleccionar embriones que, según este método, no tenían enfermedades hereditarias. Los demás embriones se eliminaban. Ahora esta técnica se aplica también a los gustos estéticos.

«Nos es la primera vez que se dan este tipo de anuncios y que tienen el objetivo de multiplicar a los clientes. En todo caso, se trata de una operación éticamente equivocada y que daña la dignidad de la descendencia, pues está orientada a manipular el cuerpo, a dominarlo y a transformarlo según los propios gustos», afirma.

«Así como es ilícito que un niño, que presenta o que podría presentar defectos, sea eliminado por selección negativa, también es ilícito que se haga una selección que obedezca únicamente a los deseos de los padres».

«Es un ejemplo típico de una ciencia que no se pone al servicio del bien, sino de los deseos de quienes compran sus servicios, mientras que quienes pagan el precio en este caso son los niños. Cuando se viola una regla de la creación tan delicada la ley debería interesarse por este campo».

«Es posible constatar cómo el instinto de manipulación, que en los tiempos del nazismo era realizable hasta un cierto punto, pues no se conocía todo lo que hoy se conoce, ha permanecido más allá de la abolición de los regímenes absolutos», advierte el obispo.

«Podía parece que fuera una tendencia propia de la sed de dominio que el absolutismo político siempre ha querido ejercer sobre la vida de las personas. Por desgracia, este tipo de instinto de dominación se da en los hombres, si no es frenado por la moral y la ley, y sobrevive incluso a los regímenes que ya no son absolutos».

Ahora estos intereses ya no obedecen a un régimen que «quiere resultados de carácter bio-político, sino a los intereses de quienes tienen dinero y caprichos para jugar con la vida de los demás», concluye monseñor Sgreccia.

Moral católica sobre la infertilidad

Moral católica sobre la infertilidad

Respecto al tratamiento de la infertilidad, la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunas cuestiones de bioética titulada Dignitas personae (1995) indica la necesidad de que las nuevas técnicas médicas respeten, entre otras cosas, el derecho a la vida de cada ser humano desde su concepción.

La Instrucción Donum Vitae puso en evidencia ya en el año 1987 que la fecundación in vitro comporta muy frecuentemente la eliminación voluntaria de embriones.

Ese documento señala que “la inseminación artificial homóloga dentro del matrimonio no se puede admitir, salvo en el caso en que el medio técnico no sustituya al acto conyugal, sino que sea una facilitación y una ayuda para que aquél alcance su finalidad natural”.

A la necesidad de respetar la vida humana desde su concepción, reiterada en los documentos vaticano y en las intervenciones públicas del Papa, introduce matices el Instituto Borja de Bioética, asesor del Hospital San Juan de Dios de Esplugues de Llobregat y cuya sede se encuentra en su mismo recinto.

En un monográfico sobre el embrión humano de su revista Bioètica & Debat publicado en 2009, el Instituto Borja ve difícil considerar individuo al embrión antes de su implantación.

El texto indica que “antes de la implantación, en ningún caso se puede hablar de aborto porque aún no se ha iniciado la gestación”.

Con esta misma premisa, por ejemplo, el capellán del Hospital materno-infanti San Juan de Dios de Esplugues justifica que la Píldora del día después no es abortiva.

El Instituto Borja de Bioética, de la Universidad Ramon Llull y presidido por un padre jesuita, fue amonestado públicamente por los obispos de Cataluña en 2005 por la publicación de su Declaración Hacia una posible despenalización de la eutanasia.

La línea roja

Según elcoordinador del secretariado interdiocesano de pastoral de la salud de la conferencia episcopal tarraconense, Alfons Gea, “la selección de embriones está contra la vida y eso no se puede tolerar”.

“¿Qué se hace con los otros embriones que no llegan a nacer? Sencillamente los matan o los manipulan, y son embriones que están fecundados”, denunció.

Para Gea, la Iglesia puede incidir positivamente en los hospitales con la humanización de la salud, los cuidados paliativos, el final de la vida,… pero hay una línea roja que no se debe traspasar y se refiere al respeto a la vida humana.

MENTIRA: UN OBISPO DICE QUE LOS ABUSOS A MENORES OCURREN PORQUE LO PROVOCAN ELLOS MISMOS

MENTIRA: UN OBISPO DICE QUE LOS ABUSOS A MENORES OCURREN PORQUE LO PROVOCAN ELLOS MISMOS

 

 

ESTO ES PURA TERGIVERSACIÓN…

Lo que el Sr. Obispo de Tenerife quiere decir es que hay casos en que los propios menores provocan a los adultos, que no es la generalidad de los casos; nunca justifica sino lo denuncia, en conformidad con la Iglesia que sólo concibe la sexualidad dentro del matrimonio libre, consciente, responsable, adulto y bendecido por Dios. Esos casos denunciados por el Sr. Obispo son excepciones, pero pasan, y eso lo sabe todo el mundo. Hay jovencitas, menores de edad, que provocan a hombres adultos buscando sexo para satisfacer su curiosidad sexual o simplemente para obtener favores. Hay jovencitos menores de edad que van a las discotecas, bares, a ofrecerse a mujeres asentadas económicamente para lo mismo. ¿Y qué decir de los alumnos de institutos que andan provocando a sus profesores y profesoras buscando tener una relación con ellos?. Y así un largo etcétera. Además, la ley española establece en 13 años la edad mínima para el consentimiento sexual, porque de hecho se producen esos casos. A esta edad se refirió el Obispo, que desde los 13 años ya los hay que andan buscando sexo.

¿Quién sabe más de la realidad de la sexualidad juvenil que un sacerdote que lleva 31 años ejerciendo como es el Sr. Obispo? Ningún psicólogo del mundo ha oído jamás lo que millares de jovencitos y jovencitas le han dicho al Obispo en confesión, en sus confesiones de primera comunión y sucesivas. ¿Qué no sabrá el Obispo de los pecados, acciones y pensamientos más secretos de esos jóvenes? ¿Así que quién le va a dar a él lecciones sobre la realidad vivencial de estos jóvenes en cuanto a la sexualidad si ellos mismos se la han confesado por miles?. ¿Acaso no tiene el Sr. Obispo autoridad para decir lo que dice si lo ha oído personalmente de sus propios penitentes, de los propios actores?

La Iglesia considera aberrantes, condenables e injustificables, no sólo todos estos casos, sino muy especialmente los abusos con niños aún menores, inocentes, que son manipulados, engañados, utilizados por personas sin escrúpulos. La pederastia es un delito repugnante y repetidamente condenado por la Iglesia. Sin embargo, las leyes civiles y penales se quedan muy cortas comparado con las Leyes de la Iglesia que son infinitamente más prohibitivas y exigentes, pues la Iglesia prohíbe y condena toda relación sexual con cualquier menor tenga la edad que tenga, consentida o no, fuera de los cauces legales establecidos por Dios y por los hombres, en la regulación del matrimonio canónico. El abuso sexual es un delito aberrante ante las leyes de los hombres, PERO ANTE DIOS LO ES MUCHO MÁS: «Pero al que haga tropezar a uno de estos pequenitos que creen en mí, mejor le sería que le colgaran al cuello una piedra de molino de las que mueve un asno, y que se ahogara en lo profundo del mar.» (Mt 18,6).

El Obispo no ha dicho que «los abusos ocurran porque los menores los consientan», como dicen los titulares, eso es pura aberración, mentira y embuste. El Obispo ha dicho que el abuso de menores y la homosexualidad son comparables en cuanto vicios, desviaciones, de la conducta sexual natural. Y a pregunta de la entrevistadora que le dijo que la homosexualidad es consentida y los abusos no. El Obispo, dando por hecho que es así, y que los abusos son los que son, meros y repugnantes abusos, le contestó que, sin embargo, hay ocasiones en que los propios menores incitan a los adultos; y por eso dio el ejemplo de jóvenes desde 13 años, edad reconocida legal para el consentimiento sexual. Es muy diferente. Está hablando de casos excepcionales y como un comentario secundario. En la prensa atea, masona, marxista y anticlerical, es decir el 90% de la prensa, HAN CAMBIADO EL DISCURSO Y CALUMNIADO AL OBISPO. El promotor de esta calumnia ha sido el diario «LA OPINIÓN DE TENERIFE». Ellos fueron los que enviaron el embuste cocinado y preparado a su red de prensa alienada e izquierdista. Si lo examinas, verás que cortaron abruptamente el discurso del Obispo justo donde les interesó, impidiendo que conociéramos las explicaciones subsiguientes del Obispo.

 

EL SR. OBISPO DE TENERIFE ES UN PERFECTO APÓSTOL DE JESUCRISTO. Él no ha dicho nada contra la Verdad, contemplada en las Escrituras y en la Doctrina milenaria de la Iglesia, respecto de la homosexualidad. Él tiene que ser consecuente con su Ministerio. Él ha dicho sencillamente la Verdad que muchos otros Obispos, cobardemente no dicen, a pesar de que es su deber. Él ha dicho la Verdad que esta sociedad pervertida ya no quiere escuchar y que chirría en sus oídos como una insoportable acusación sin acusar, y juicio sin juzgar, porque se conoce y no se reconoce culpable de lo que el Obispo dice y denuncia con razón.

 

El origen del «escándalo» no es más que el tabú social de no querer reconocer esa realidad. Desde las propias instituciones y en las escuelas se viene promoviendo en los jovencitos desde la más temprana edad la libre sexualidad, dándoles hasta los preservativos para que lo prueben. Y es bien sabido que el sexo lleva a más sexo como la droga lleva a más drogas; no se extrañen si luego esos mismos jovencitos buscan probar cosas mayores. Es mucha la hipocresía y mentira social que hay, no se tapen los ojos para no ver. Condenan las consecuencias de aquello que ellos mismos han promovido y aceptado como bueno, cuando era malo. Han obsesionado a los jóvenes con el sexo y luego se lamentan de que pasen estas cosas. Están recogiendo lo que han sembrado y luego laméntense sí y échenle la culpa al que denuncia el fracaso y engaño de la política sexual prematura.

Es verdad que últimamente han salido muchos casos en que sacerdotes han aparecido involucrados en casos de pederastia, y es que la Iglesia como la sociedad, emite leyes, pero cada individuo en su propia libertad las cumple o desobedece; nadie tiene acceso a la voluntad del individuo para controlarla. Por eso se establecen medidas punitivas tanto en la sociedad como dentro de la Iglesia. Y por encima de todo eso está Dios, cuyo Juicio es totalmente eficaz e infalible. La Iglesia siente repugnancia por la pederastia, pero no puede meterse en la mente de cada uno de sus miembros para sujetarlo como se ata un caballo para que no camine solo; si así fuera sería una comunidad de esclavos; pero es una comunidad de hombres libres, y eso significa deber de hacer el bien, pero posibilidad de error. Aunque la gran mayoría de los miembros de la Iglesia hacen el bien, hay un sector de ellos que han caído en pecado. ¿Y la Iglesia que puede hacer?. Orar por ellos, aconsejarlos y enmendarlos, tomando medidas disciplinarias, en la medida de lo posible. Sin perjuicio de lo que las leyes humanas decidan respecto de esas personas que hacen esas repugnancias bajo la influencia del Mal.

Además, en España la LIBERTAD DE EXPRESIÓN es un derecho constitucional de primer nivel, superior a muchos otros, y en él se fundamenta la democracia. Libertad de expresión es derecho a decir lo que se piensa aunque no guste a los demás. Si no respetamos ese derecho se están poniendo los cimientos de una dictadura del pensamiento que ahora mismo están lidereando los intereses homosexuales y ateos. Desde el momento en que uno no puede decir lo que piensa, empieza el fin de la democracia, empieza el fin de la libertad, y está comenzando una dictadura, una imposición, una prohibición del pensamiento. Es lícito hablar contra la homosexualidad, lo ampara el derecho constitucional de la LIBERTAD DE EXPRESIÓN, siempre que se respete y se hable con propiedad.

 

NO CAIGAN VÍCTIMAS DE LA MANIPULACIÓN Y DE LA MENTIRA.

 

Mi hijo practica el CIBERBAITING

Menores en la Red: Mi hijo practica el CIBERBAITING

Cuando hablamos de ciberacoso, rápido nos viene a la cabeza el acoso sufrido por nuestros menores. Nos vienen a la memoria lamentables y dramáticos sucesos en los que algún menor o adolescente, víctima de ciberbullying, ha terminado por suicidarse al no poder soportar la situación en la que se encontraba y no ver solución a su grave problema.

El ciberbullyng o acoso realizado a través del uso de las nuevas tecnologías, es un término tristemente conocido y que únicamente relacionamos a las situaciones surgidas en el ámbito escolar, en la que tanto víctima como responsable es un menor/adolescente.
Pero existen otros tipos de ciberacoso, que ignoramos, no vemos o no queremos ver, y que tienen tanta presencia en la red o más que el ciberbullying. Me refiero al denominado ciberbaiting, práctica que se incrementa de forma preocupante.

CIBERBAITING

¿Qué es el ciberbaiting además de otro “palabro” raro?

El ciberbaitng es un fenómeno, que nació a la par del ya conocido ciberbullying, pero en este caso no es

un menor quien sufre las consecuencias, en este caso es un adulto, un profesor.
Los viejos del lugar recordaremos las pintadas en los baños del colegio o instituto que hacía alusión al “Bacterio” al “Chivo” y mil y un motes más que adquirían nuestros viejos maestros de escuela.

Hoy en día todo eso también ha cambiado. Los profesores, son en esta ocasión, los objetivos de las campañas de agresión, humillación y burla lanzadas por parte de los alumnos, pero ahora no se utiliza la tiza en una pared o encerado, en esta ocasión el canal para lanzar estas campañas de humillación e insulto son las nuevas tecnologías, Internet.

Con esta práctica los “acosadores” intentan sacar de quicio a sus profesores hasta conseguir que estallen o se derrumben. El objetivo es grabar la escena con sus teléfonos móviles para posteriormente colgar el montaje en Internet a través de las redes sociales, logrando de este modo humillar tanto al profesor como al centro escolar. En definitiva, juegan con su paciencia, su resistencia y su sensibilidad para utilizar sus reacciones en sus campañas de ciberhumillación.

Con esta actividad no solo se reflejan los defectos físicos de los educadores, “el profe gafotas, o “el profe sordo”, además de ello se lanzan campañas de violencia psicológica con graves consecuencias en estos profesionales, que llegan a sufrir verdaderos

episodios de ansiedad , que incluso se ven reflejados en los videos subidos a la red por los propios alumnos, por medio de sus dispositivos móviles, y que muestran reacciones de los profesores en determinadas circunstancias y ante situaciones límite provocadas por el alumnado para poder “inmortalizar” su “hazaña”” como si de un momento gracioso se tratase.

El ciberacoso a los docentes suele estar relacionado con atentados a su honor, injurias, insultos, amenazas, e incluso agresionestodo ello tipificado en el código penal y por consiguiente con responsabilidad penal.
A diferencia de otras actividades delictivas, en las que el ciberdelincuente juega tanto con el falso anonimato de la red como con la lejanía entre autor/víctima, en este tipo de prácticas SIEMPRE se realizan dentro del ámbito escolar de algún u otro modo, por lo que los responsables pueden ser identificado sin necesitar para ello complicadas investigaciones policiales. Los acosadores, aún siendo menores, sufren las consecuencias penales de sus actos, como quedó de manifiesto en la

entrada MENORES EN LA RED: y su responsabilidad penal.
SOLUCIÓN A LA CIBERHUMILLACIÓN O EL

CIBERBAITING

La solución no difiere en absoluto de las medidas que hay adoptar en casos como el ciberbullying. Se puede sintetizar básicamente en dos palabras …

INFORMACIÓN Y EDUCACIÓN

Que a su vez se funden en una sola…

CONCIENCIACIÓN

El problema se debe y se puede atajar desde la base, desde los propios centros escolares impartiendo campañas de concienciación, tanto a alumnos como a sus familias.

Estoy convencido que la protección de los menores en la red no debe centrarse exclusivamente a protegerles de los peligros que les acechan en la red. También debemos protegerles de sí mismos evitando que, por inocencia, ignorancia o simplemente desconocimiento se conviertan en sus propias víctimas ante las responsabilidades que acarrean sus malas prácticas en Internet.

Creo que es necesario concienciar, o simplemente recordar, a los menores que sus malas prácticas en Internet pueden conllevar graves consecuencias, incluso penales. Os dejo una entrada sobre este tema en particular

La convivencia entre pareja de mayores: de ser irritante a ser un ángel

 

POR FERNANDO CONTRERAS BARRIENTOS

Siempre resulta penoso para una familia, hijos y nietos, comprobar que sus padres o abuelos, que ya pasaron la barrera de los 60 años, en su vida cotidiana no se llevan de lo mejor. Conozco personas que han celebrado sus bodas de oro (cincuenta años

de matrimonio), pero que íntimamente además de dormir en camas separadas – lo que ya es un síntoma de que no están bien las relaciones- y eso que no me estoy refiriendo al sexo específicamente- en su trato, ya no se nota el más mínimo gesto de ternura o de aquel amor que se profesaban cuando eran más jóvenes. Puede que exista la creencia que regularmente el hombre siempre es mayor que la mujer y de por sí se siente más fuerte o más dominante que su pareja, pero en estos tiempos no se habla del “sexo débil”, porque felizmente las damas han comprendido que están en igualdad de condiciones y capacidades que los varones y eso lo demuestran. El mejor ejemplo está en la alta aprobación que recibió la Presidenta Bachelet, al término de su mandato. Pero no me quería referirme a situaciones políticas, el principal asunto es como mejorar la convivencia conyugal entre personas mayores.

Y me recordé haber leído hace más de diez años atrás el libro del geriatra, Dr. Francisco Quesney Langlois “Disfrute plenamente su vejez”, donde entrega sabios consejos sobre este tema. Y especialmente para que ellas, sepan dominar a esos viejos porfiados o de mal genio. A propósito el término viejo deriva del latín “vetulus”, cuyo significado es: durable. Así es, solamente durable, que no tiene relación alguna con enfermo, desechable, acabado, etc. por tanto no deben tomarlo como ofensa.

Bueno, el Dr. Quesney señala: “Cuando entran de lleno a la vejez, es frecuente que el menor de la pareja, llegue en mejor estado que el mayor. Y es natural que el hombre, para no perder, asuma la posición de dominante. He aquí entonces que aquella mujer que siempre fue sumisa, cambie los roles y se dirija a su esposo o pareja en estos términos:

  • –  “Ponte la bufanda”
  • –  “Cámbiate los zapatos que están mojados”
  • –  “No comas eso”
  • –  “No tomes agua en la noche. Que no te pase lo del otro día”
  • –  “Mira por donde caminas…torpón”

    Y así se podrían llenar páginas con palabras airadas, señala el Dr. Quesney, que pueden agriarle el carácter al más paciente. En parte porque corresponden a la verdad. Pero a nadie le gusta que le estén constantemente enrostrando sus defectos o limitaciones.

    ¿Por qué no hacerlo de otra manera? Por ejemplo:

– “Déjame ponerte tu bufanda”
– “Te traje las zapatillas para que estés más cómodo”
– “Te preparé esto especialmente, porque sé que te gusta”
-“¿Se te averió la máquina de afeitar? Dámela para llevarla a reparar”
– “Un vasito de vino te caerá mejor que toda esa agua.”
– “Tómame del brazo”
Y así tendremos, finaliza el Dr. Quesney a una persona mayor de cualquier sexo,

agradecida comprendida, protegida, pero NO sometida.

Quizás el geriatra olvidó el caso que a mí se me presenta, cuando esporádicamente, en un fin de semana cualquiera, después de jugar al mus con los amigos llegó con unas copitas de más. a casa. Le esperó una verdadera bronca

– “Otra vez llegaste borracho, sinvergüenza”

Cuando debería ser: “ A ver, vienes con uns copas de más… sabes que no te sienta bien. Voy a preparar un café y después te acuestas tranquilito…”

Ahí la cosa cambia y el amor es de seguro, se mantendrá siempre latente ¿No lo creen así amigos?

Apliquemos un poco de afecto e inteligencia emocional a todos estos ejemplos y ganaremos las dos partes.

Matrimonio homosexual

Matrimonio Homosexual ¿por qué no?

Carlos Martínez de Aguirre Aldaz
Catedrático de Derecho civil. Universidad de Zaragoza

1.– El Gobierno ha remitido a las Cortes un Proyecto de Ley dirigido a modificar el Código civil, a fin de que dos personas del mismo sexo puedan contraer matrimonio entre sí. La polémica iniciativa, que ha suscitado un intenso debate social, merece un tratamiento sosegado y una consideración detenida; probablemente, más de lo que sus impulsores, llevados por unas prisas llamativas, parecen dispuestos a darle. Mi propósito es centrarme aqui en lo relativo a este “matrimonio homosexual”.

Sin embargo, antes de empezar, conviene situar la iniciativa en un contexto que ayude a entenderla, y a apreciar su relevancia. La homosexualidad, en cuanto se manifiesta de alguna forma en las relaciones interpersonales (que son las que interesan al Derecho) plantea al propio Derecho diversas cuestiones. Si atendemos a las reivindicaciones de los grupos activistas homosexuales, las más relevantes de esas cuestiones serían: la despenalización de las relaciones homosexuales entre personas mayores de edad (objetivo ya conseguido en nuestro país), la disminución de la edad del consentimiento para mantener relaciones sexuales (objetivo conseguido igualmente, puesto que esa edad es, actualmente, la de trece años), la regulación jurídica de las uniones homosexuales (con tendencia a llegar hasta el matrimonio homosexual) y la adopción conjunta por parejas homosexuales: estos dos últimos son los objetivos que faltan por conseguir, y con la iniciativa del gobierno se obtienen simultáneamente; en efecto, la admisión del matrimonio entre personas del mismo sexo conlleva en nuestro derecho la autorización para que esas dos personas, ya cónyuges, puedan adoptar conjuntamente (art. 175.4 Cc.).

Mi exposición va a centrarse en la penúltima cuestión, adoptando, al menos inicialmente, una perspectiva ligada al derecho a la igualdad y a la no discriminación, que es la más habitualmente esgrimida; se trata, brevemente, de determinar si los homosexuales sufren discriminación por razón de su orientación sexual por el hecho de no poder contraer matrimonio entre sí (la matización final es importante). Antes de seguir, quiero hacer notar, ya desde ahora, que con estas dos últimas reivindicaciones se tiende a utilizar el Derecho para configurar a las relaciones homosexuales, artificiosa y ortopédicamente, como verdaderas familias, con sus padres (o madres) y sus hijos (proporcionados éstos por la sociedad a través de la adopción): que sea la sociedad la que proporcione lo que niega la naturaleza a la elección realizada por los homosexuales.

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2.– Antes de seguir, puede ser oportuno comenzar con una breve caracterización sociológica de las uniones homosexuales, deteniéndonos por ahora en su número. Noticias de prensa cifran el número de personas que se verían beneficiadas por la reforma en cuatro millones; otras fuentes hablan de más de cien mil parejas. Ninguna de estas dos cifras, entre si muy alejadas, tiene fundamento real. Si acudimos a los datos disponibles, dotados de fiabilidad, resulta que el número de uniones homosexuales es muy poco significativo, incluso en aquéllos países que han legalizado este tipo de uniones. Así, en Dinamarca, en 10 años de vigencia de la ley que las regula, se habían registrado apenas 3.200 parejas homosexuales para cinco millones de habitantes; en Estados Unidos, las parejas homosexuales constituían aproximadamente el 0’2 % del número de matrimonios (157.000 parejas homosexuales frente a aproximadamente 64’7 millones de matrimonios y 3’1 millones de parejas heterosexuales no casadas). La situación, en nuestro país, es muy parecida: de acuerdo con los datos del último censo realizado por el INE (2001), las parejas homosexuales constituyen aproximadamente el 0’11% del número total de parejas existente en España: en concreto, en España hay censadas 10.474 parejas del mismo sexo, a saber: 3.619 de sexo femenino y 6.855 de sexo masculino. Puede que haya habido un cierto ocultamiento, pero lo que es claro es que de aquí a las cien mil parejas, o a los cuatro millones de homosexuales, la distancia es insuperable.. La cifra es, sin más, ridícula, si se compara con los casi nueve millones de matrimonios. Esto permite ya extraer una primera conclusión: la regulación jurídica de estas parejas no puede calificarse como una verdadera necesidad social: desde esta perspectiva, sería mucho más urgente, por ejemplo, establecer mayores ayudas a las familias numerosas, mucho más abundantes, y mucho más funcionales socialmente.

3.– Aclarado lo anterior, es hora ya de afrontar la cuestión planteada: ¿Están injustamente discriminados los homosexuales por el hecho de no poder casarse entre sí? La respuesta más evidente, en un primer nivel argumental, menos superficial de lo que a primera vista pueda parecer, es que no. Una persona homosexual puede contraer matrimonio con las mismas personas y en las mismas condiciones que una persona heterosexual: es decir, con una mujer (si es varón) o con un varón (si es mujer). Sería discriminatorio que al homosexual se le impidiera radicalmente contraer matrimonio con cualquier persona por el hecho de ser homosexual. Pero no es así: puede casarse cuando quiera, pero con persona del otro sexo, como todo el mundo. Del mismo modo, sería discriminatorio que sólo a los homosexuales (y no a quienes no lo son) se les impidiera casarse con personas del mismo sexo; pero ni unos ni otros (homosexuales o heterosexuales) pueden casarse con personas del mismo sexo. Nuevamente, el tratamiento es el que recibe cualquier persona.

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Se puede afirmar, frente a lo que antecede, que la idea es que un homosexual quiere casarse con la persona (de su mismo sexo) a la que quiere, o con la que quiere compartir su vida, que es lo mismo —se dice— que hacen dos personas heterosexuales cuando se casan. Pero esto tampoco es convincente: no todos los que se quieren pueden casarse, por el mero hecho de quererse. El simple hecho de que alguien quiera casarse con alguien no supone necesariamente que pueda casarse con él: así, ¿podría quejarse de discriminación el varón a quien el Derecho le impide casarse con la mujer a la que quiere, sólo por el hecho de que dicha mujer es su hermana? ¿o la mujer a la que el Derecho no deja casarse con el hombre al que quiere, por la simple razón de que él, o ella, o ambos, ya están casados con terceras personas? Lo que hay que hacer es analizar las razones por las que esas personas no pueden casarse, para ver si no hay razones válidas para impedírselo (y entonces hay discriminación), o si dichas razones sí que concurren (y entonces no hay discriminación). Sobre esto volveremos más adelante. Antes, conviene que volvamos sobre el propio concepto de matrimonio.

Lo que pretende la reforma proyectada por el Gobierno es ampliar el concepto de matrimonio, para dar cabida en él a las uniones entre personas del mismo sexo. Pero esta ampliación es, en realidad, la desaparición, por inútil, del concepto de matrimonio. Matrimonio es, semper et ubique, la palabra que empleamos para designar la unión estable y comprometida entre un hombre y una mujer. Si la unión es entre dos hombres, o dos mujeres, ya no es matrimonio, por la misma razón que una compraventa sin precio ya no es compraventa, sino donación; y conviene subrayar que decir que una donación no es una compraventa no es decir nada malo de la donación, sino simplemente delimitar realidades sustancialmente diferentes. Pretender que una unión homosexual es matrimonio es algo así como pretender que una unión homosexual es heterosexual: una contradicción en sus propios términos. Desde este punto de vista, a la pregunta (formulada ahora retóricamente) de por qué no pueden hacer dos homosexuales lo que hacen dos heterosexuales al casarse, la respuesta es: porque lo que hacen dos homosexuales al unirse no es lo mismo que lo que hacen un hombre y una mujer cuando se casan, que es unirse con una persona perteneciente a distinto sexo.

Podemos decidir (que es lo que parece querer el Gobierno) que vamos a llamar matrimonio también a las uniones entre personas del mismo sexo, pero eso no les convierte, en su sustancia, en matrimonio (es decir, en unión heterosexual), ni les concede su misma relevancia social. En cambio, hace inservible el concepto de

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matrimonio. Así como si incluimos a la donación dentro del concepto de compraventa, tendríamos después que distinguir, porque son dos realidades diferentes, entre la compraventa con precio, y la compraventa sin precio, si llamamos matrimonio a la unión entre personas del mismo sexo, tendríamos que distinguir después entre el matrimonio homosexual y el heterosexual, porque son diferentes en su estructura, en su funcionamiento y en su funcionalidad social.

Conviene advertir que no estamos ante una mera cuestión de nombres o denominaciones; ante una especie de exacerbación del nominalismo. En realidad, al decir que una unión homosexual y otra heterosexual son distintas, lo que quiero decir no es sólo que tiene una composición diferente (lo que es, en sí mismo, evidente), sino que esa composición diferente marca unas diferencias sustanciales, de sentido, estructura y función, entre uno y otro tipo de unión. Esto es así porque, por naturaleza, el sentido de la diferenciación sexual es la complementariedad de ambos sexos, dirigida ésta a la perpetuación de la especie (en nuestro caso, la especie humana). Desde esta perspectiva, que cabría calificar como ecológica, la homosexualidad contradice objetivamente el sentido y finalidad natural de la diferenciación sexual. Esto, a su vez, tiene consecuencias sociales muy relevantes: los nuevos ciudadanos, que aseguran la continuidad social, proceden de uniones heterosexuales, no de uniones homosexuales. La relevancia social de unas y otras es, por lo tanto, muy diferente: mientras que unas (las heterosexuales) son las que aseguran la perpetuación de la sociedad, las otras son por completo indiferentes desde este fundamental punto de vista.

4.– Lo anterior nos permite ya desembocar, ahora con mayor detenimiento, en los aspectos funcionales, ligados al sentido del matrimonio (por qué es la unión entre un hombre y una mujer, y no otra cosa), y con él al de su regulación jurídica. Como ya he apuntado, la unión estable y comprometida entre un hombre y una mujer es socialmente relevante porque de ella nacen, y en ella se desarrollan adecuadamente, los futuros miembros de la sociedad: los ciudadanos del futuro. La familia y el matrimonio, como realidades naturales, están directamente vinculados, según hemos visto, al carácter sexuado de la persona humana, pero también a su condición de ser dotado de inteligencia y voluntad, que precisa una específica atención y educación para que su inteligencia, su voluntad, y sus afectos, se desarrollen adecuadamente. Familia y matrimonio están ligados, por tanto, a la procreación y educación de los hijos: desde el punto de vista social, podríamos decir que están unidos a la propia supervivencia de la sociedad, en cuanto posibilitan, en primera instancia, la existencia física de nuevos miembros de la misma; pero también, y no con menor importancia, su desarrollo integral como personas y su integración armónica en el cuerpo social (lo que cabría

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denominar su “humanización” y «socialización», en sentido amplio). A estos efectos, la familia matrimonial resulta ser una estructura de humanización no sólo enormemente barata y eficaz, sino directamente irreemplazable, lo que explica su éxito a través de la historia, prácticamente en todos los lugares.

La razón de ser de la regulación jurídica del matrimonio no es, pues, ni la afectividad (a quienes se casan no se les pregunta si se quieren, sino si quieren casarse), ni la mera situación de convivencia y ayuda mutua (que está presente también en muchos otros ámbitos, desde el militar hasta el conventual): es su función en relación con la aparición y socialización de quienes van a garantizar la pervivencia de la sociedad. Si esto es así, queda patente por qué las uniones homosexuales no son equiparables al matrimonio, desde el punto de vista de su funcionalidad social: son esencialmente estériles. De ellas no nacen hijos que sean fruto inmediato y directo de las relaciones sexuales habidas entre los homosexuales. La diferencia entre la unión heterosexual (el matrimonio) y la homosexual es, pues, evidente, y de enorme relevancia social. Es una diferencia que atañe, precisamente, a las razones por las que la sociedad regula y protege el matrimonio. Todo esto hace que la unión heterosexual estable y comprometida sea de interés social primario, porque está implicada la continuidad de la sociedad, mientras que la unión homosexual no pasa de ser meramente un fenómeno de tipo asociativo. Podemos expresar la misma idea, siguiendo a Anderson, en términos economicistas: «desde el punto de vista económico, «un niño es un bien durable en el cual alguien tiene que invertir grandes cantidades, mucho antes de que, como adulto, empiece a devolver beneficios con respecto a la inversión inicial» (J. Simon). Tiene que resultar obvio que la comunidad tiene, cuanto menos, un interés racional —por no decir apremiante— en fomentar las condiciones en las que las grandes inversiones de las próximas generaciones habrán de efectuarse. ¿No tiene aquel que, al casarse, se compromete a dedicar tiempo y energía en esa dirección, por lo menos, una reclamación moral con respecto a la comunidad, de cara al reconocimiento y a la protección de ese compromiso?». Y podríamos añadir: ¿cuál es, en el caso de las uniones homosexuales, ese valor añadido —que en el matrimonio son los hijos— que justifica, desde el punto de vista social, una regulación dirigida a proteger esa relación?

Pero no es esa la única diferencia. También aquí hay datos sociológicos que permiten ponderar, ahora desde este punto de vista, las diferencias entre el matrimonio y las uniones homosexuales. En efecto, en comparación con el matrimonio, las uniones homosexuales son:

a) Poco estables: las estadísticas disponibles, en este punto, son muy reveladoras. Así, de un estudio desarrollado en USA, resulta que el 28% de los homosexuales estudiados habían tenido 1.000 o más compañeros; el 15 % entre 100 y

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249; el 9 % entre 50 y 99… hasta llegar a un sólo compañero, situación en que se reconocían sólo tres de los casi seiscientos homosexuales estudiados. Desde otro punto de vista: el 9% no había tenido una relación duradera, el 17% había tenido una, el 16 %, dos, el 20%, tres, el 13 %, cuatro, el 16 %, entre 6 y 87… Un dato más, muy significativo, sobre este estudio: de entre los estudiados, más de la mitad tenían menos de 35 años. También entre nosotros hay datos similares: la primera encuesta nacional sobre hábitos sexuales del colectivo gay, publicada en 2002, y patrocinada por la Federación Estatal de Lesbianas y Gays, señala, entre sus conclusiones más relevantes, que un varón homosexual tiene relaciones con 39 personas distintas, como media, a lo largo de su vida; que el 58 % de las parejas de gays españoles lleva más de un año de relación, pero que sólo el 27 % lleva más de cinco años, y que únicamente el 20 % vive en pareja; otros estudios realizados en Holanda afirman que la relación media de una relación estable homosexual es de un año y medio; por último, estudios realizados en Suecia y Noruega muestran que el riesgo de ruptura es significativamente mayor en parejas homosexuales registradas (cuyos efectos son los mismos que el matrimonio) que en matrimonios: la probabilidad de ruptura en parejas de gays es un 35% más alta que la de los matrimonios, y en las de lesbianas es el triple. La conclusión se impone: las parejas homosexuales no se caracterizan por su estabilidad, sino todo lo contrario. Lo cual es especialmente relevante, por ejemplo, a efectos de decidir acerca de la adopción conjunta por parejas homosexuales.

El altísimo grado de inestabilidad de las uniones homosexuales, explica la resistencia a institucionalizar su relación, ya sea como pareja de hecho, ya como matrimonio. En efecto, tanto el matrimonio como las uniones homosexuales registradas con efectos idénticos al matrimonio, tienen escaso éxito entre la población homosexual: así, en Suecia entre 1993 y 2001 hubo 190.000 matrimonios por 1.293 parejas homosexuales registradas (el 0’67%); y en Noruega 280.000 matrimonios por 1.526 parejas homosexuales registradas (el 0’54%). Los números son más significativos todavía si se tiene en consideración que la incidencia de las uniones de hecho en ambos países es muy grande, lo que haría disminuir todavía más, en términos relativos (de porcentaje) el número de uniones homosexuales..

b) Poco fecundas: las parejas homosexuales son, por su propia naturaleza, menos fecundas que las heterosexuales: en el caso de las uniones entre varones, por imposibilidad biológica; en el caso de uniones entre mujeres, porque aunque la fecundidad —no de la pareja como tal, sino de una de sus integrantes— es posible a través de la inseminación artificial con semen de donante, el número de hijos nacidos por este sistema es, proporcionalmente, muy escaso, y no es un resultado natural del uso de la sexualidad entre las convivientes; en todo caso, vale la pena insistir en que

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en ningún caso puede hablarse de fecundidad de la pareja, sino de una de sus componentes.

Todos estos datos marcan una importante diferencia, en cuanto a su respectiva incidencia y relevancia social, entre las uniones heterosexuales y las homosexuales, y más específicamente entre el matrimonio y las uniones homosexuales. Revelan, también, que estamos ante dos realidades muy diferentes, en su configuración, en su funcionalidad, y en su relevancia social, que no consienten un tratamiento igualitario. Hacerlo es claramente discriminatorio, pero no por tratar desigualmente a los iguales, sino por tratar igual a los desiguales.

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