¿Qué hacemos con los hijos?

En las últimas semanas he tenido la oportunidad de escuchar a dos mamás contándome algo de su relación con los hijos y ello me motivo a abordar este tema. Una de ellas me decía que a veces se sentía confundida porque no sabía qué hacer, si dejarlos por imposibles o ponerles un castigo ante ciertas actitudes, que ellos adoptan frente a la opinión y voluntad de sus padres. La otra mamá me expresaba su malestar ante la ausencia de la hija, que por estudios había tenido que ir al extranjero. Estos son dos casos de los incontables que hoy día se presentan en la vida familiar, y frente a los cuales los padres de familia se sienten desorientados, confundidos y a veces sin medios para hacer lo más conveniente.

Quisiera, a través de esta reflexión, dar algunas sugerencias al respecto. Entre los modelos de padres de familia que encontramos hoy, sumidos en dificultad, podemos enumerar algunos: los papás autoritarios, que hacen que sus hijos crezcan inseguros, que estén en casa el menor tiempo posible, que no les cuenten lo que les pasa, que busquen un trabajo lo antes posible o que simplemente se vayan de casa; los papás ausentes, que dicen trabajar todo el día por el bien de los hijos, para darles lo que necesitan, que llegan a casa cansados con ganas de dormir y que se van temprano antes de que los hijos salgan para el colegio o la escuela; los papás que dejan toda la autoridad de la educación de los hijos en las mamás, que, según ellos, son los que los conocen y viven con ellos; los papás que llegan a casa con tragos de más, gritando contra todos, exigiendo y regañando y que han perdido el respeto de sus hijos.

Nos encontramos también con mamás que descargan sobre sus hijos los problemas conyugales; con mamás que, después de que los niños dejan de ser bebés y ya no los pueden o quieren cargar, los maltratan de palabra y de obra; con mamás que no se interesan por los problemas de sus hijas e hijos ni quieren escucharlos, pues ya tienen bastantes problemas con su padre o con los quehaceres de la casa; con mamá, que quisieran poner a sus hijos en bolsitas de plástico para que nada les haga daño o para tenerlos siempre con ellas; con mamás,  que, siempre que hablan con sus hijos, es para regañarlos o sermonearlos, etc.

Bueno, estos son algunos de los papás y mamás que o no saben qué hacer con los hijos o que hacen lo que no deben hacer. Entonces, ¿Qué hacemos con los hijos?

Lo primero que los hijos necesitan es amor. Y lo primero que se deben preguntar, tanto los papás como las mamás, es si sus hijos son fruto del amor; si no lo fueran, qué difícil será remediar ese problema. Si son fruto del amor, entonces hay que vigilar mucho para que los hijos puedan sentir  ese amor, experimentarlo en sus vidas, en todas las circunstancias, en las buenas y en las malas.

Junto con el amor, los hijos necesitan seguridad; claro que la seguridad no es posible sin amor, pero los papás deben hacerles sentir esa seguridad en el trato que les dan, en el interés que muestran por lo que les pasa, en el tiempo que les dedican, en el modo como les hablan, en los consejos que les dan. Esa seguridad es fruto de un amor que tiene claros los valores en que hay que educar a los hijos.

Y esto nos pone frente a otro aspecto de la vida de los hijos, que hay que cultivar: los valores; valores tales como el cariño, la obediencia, el respeto, el trabajo, la fe, el servicio, por nombrar algunos; valores que se enseñan de palabra y con el ejemplo. Hay un tiempo en que los papás son superhéroes para sus hijos y las mamás son lo máximo para ellos; ¿qué pasa después? Cuando los hijos ven que sus papás y mamás les enseñan una cosa y hacen otra, se derrumba su credibilidad y su autoridad. Y una de las razones de la pérdida de esta credibilidad es que el papá dice una cosa y la mamá dice otra, peor aún, se ponen a discutir entre ellos y no se ponen de acuerdo, o de la discusión pasan a las palabras ofensivas y así sucesivamente de mal en peor.

Y lo último que quisiera mencionar, en cuanto a qué hacer con los hijos, es que los papás y las mamás tengan bien claro, que sus hijos no son propiedad suya. Que los hijos y las hijas tienen su propia vida, su propia vocación, su propio futuro, sus propios derechos, y que los eduquen teniendo en cuenta todo esto. Que cuando llegue el día en que éstos sean ya mayores de edad y, por razón de trabajo, de estudios o de elección de estado o vocación, quieran dejar la casa, les den la bendición  con la satisfacción de que sus hijos ya se sienten responsables de su vida y los dejen marchar.

Autor:

Jesús Ma. Bezunartea, OFMCap.

 

Benedicto XVI y el preservativo

¿Qué ha dicho realmente Benedicto XVI sobre el preservativo?

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Crear confusión es fácil…

Ya está. Como algunos que, para justificar su conducta, van de cura en cura como la abeja liba de flor en flor hasta dar con aquel más desmandado y alejado de la verdadera doctrina de la Iglesia -sea del tema que sea-, las últimas declaraciones del Papa Benedicto XVI acerca del preservativo han sido tergiversadas para enmarañar, autojustificarse y crear una confusión estéril acerca de unas palabras que, leídas en su contexto son más claras que el agua.

Para empezar, ¿dónde aparecen estas palabras del Pontífice? El próximo martes 23 de noviembre se publicará en España la edición del libro-entrevista titulado La luz del mundo. Este libro, como el ya anterior La sal de la tierra, está realizado en colaboración con el periodista alemán Peter Seewald. La editorial encargada de publicar el libro en España será Herder. Bien, el ‘escándalo’ ha surgido a partir de unas palabras de Benedicto XVI según las cuales parecería que el Papa estaría autorizando el empleo del presevativo para evitar el SIDA. O al menos, eso es lo que algunos medios nos han querido colar. Vayamos expresamente a las palabras del Papa, según la traducción ofrecida por L’Osservatore Romano [LOR] (esperaremos a ver la traducción ofrecida por Herder, que no creemos que difiera sustancialmente). Ahí van las declaraciones explícitas de Benedicto XVI, según la traducción ofrecida por LOR en su edición española. ¡Cuidado, porque aquí los de LOR traducen en femenino la palabra ‘prostituta’ que el original alemán en el que el Papa mantuvo la conversación es un masculino! (por eso pongo la palabra en rojo y cursiva):

«Concentrarse sólo en el preservativo quiere decir banalizar la sexualidad y esta banalización representa precisamente el motivo por el que muchas personas ya no ven en la sexualidad la expresión de su amor, sino sólo una especie de droga, que se suministran por su cuenta. Por este motivo, también la lucha contra la banalización de la sexualidad forma parte del gran esfuerzo para que la sexualidad sea valorada positivamente y pueda ejercer su efecto positivo en el ser humano en su totalidad.

Puede haber casos justificados singulares, por ejemplo, cuando una prostituta utiliza un preservativo, y éste puede ser el primer paso hacia una moralización, un primer acto de responsabilidad para desarrollar de nuevo la conciencia sobre el hecho de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere. Sin embargo, este no es el verdadero modo para vencer la infección del VIH. Es verdaderamente necesaria una humanización de la sexualidad».

De las palabras del Papa no puede desprenderse el hecho de poder decir que Benedicto XVI esté aprobando el uso del preservativo literalmente «en casos específicos» de modo absoluto. No creo que se trate de una aprobación magisterial del empleo del presevativo. El ejemplo de la prostituta se sitúa en lo hipotético: «Puede haber casos…»; y en la singularidad: «Puede haber casos justificados singulares«; Y todo ello se sitúa, no en ‘lo moral’ (en el sentido de que el Papa no dice que tal actitud sea ‘moral’ como sinónimo de ‘actitud moralmente buena’), sino que «éste puede ser el primer paso hacia una moralización». ¡Atención!: puede ser el primer paso hacia una moralización, es decir, el inicio de una humanización de la sexualidad humana, pero no un inicio de por sí justo y moral en el que uno pueda quedarse cómodamente establecido. El Papa habla de proceso, no de justificación del preservativo en casos particulares. No nos dejemos engañar. Con todo, esperemos a ver si dese la Santa Sede se añade algo más a toda esta situación. Como una lectura inteligente del anterior pasaje nos lleva a concluir, nada se desprende de él que conduzca a afirmaciones o titulares periodísticos tales como: «El Papa autoriza el preservativo». Como muy inteligentemente ha escrito Joan Figuerola en su blog Opus Prima:

«El Papa nunca ha dicho que el preservativo detiene el SIDA, la ciencia tampoco. El director del Aids Prevention Research Project de la Harvard School of Public Health, Edward Green, uno de los máximos expertos en la materia, asegura que el Santo Padre tiene razón cuando afirma que el preservativo no ayuda a detener el SIDA, al contrario, el uso regular del preservativo en el continente africano puede tener el efecto contrario, lo que denomina “riesgo de compensación”: ante el sentimiento de seguridad la persona es propensa a exponerse aún más a situaciones de peligro.  Lo que realmente ayuda a detener el SIDA es un comportamiento sexual responsable, como la abstinencia y la fidelidad a la pareja».

Esto en primer lugar. En segundo, la clave que ha de seguirse a partir de aquí es la del estudio de la profundidad metafísica del amor humano. Tal y como afirma el profesor Dr. Don José Noriega -de quien tuve la fortuna de ser alumno- en su libro El destino del eros (que recomiendo vivamente):

«Descubrir el sentido que encierra la experiencia amorosa y saber interpretarlo se nos revela como una de las tareas principales en un mundo que ha perdido el sentido del amor».

Por ahora, nada más. Creo que la lectura honesta y objetiva de las palabras mismas del Sumo Pontífice Benedicto XVI -repito, ‘lectura honesta y objetiva’-, aclara un embrollo que periodistas avezados en crear confusión y que viven del acecho y de la maledicencia, queda en agua de borrajas y se desacredita por sí mismo.

Leer más: http://ameiric.blogspot.com/2010/11/que-ha-dicho-realmente-benedicto-xvi.html#ixzz18g52xVhb

 

Qué familias quiere Dios

¿Qué tipo de familias quiere Dios?

Por monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, obispo de San Cristóbal de las Casas

SAN CRISTÓBAL DE LAS CASAS , domingo, 25 de enero de 2009 (ZENIT.org-El Observador).-  El obispo de San Cristóbal de las Casas, monseñor Felipe Arizmendi Esquivel, ha escrito el siguiente análisis al concluir el V! Encuentro Mundial de las Familias en la Ciudad de México, celebrado del 14 al 18 de enero.

En su reflexión, monseñor Arizmendi Esquivel toca un tema central del Encuentro, es decir, la necesidad de seguir apoyando a la familia tradicional contra las políticas y las modas que pretenden desvirtuarla, desvirtuando así a la misma Iglesia.

   

A continuación publicamos la versión íntegra del análisis del obispo de San Cristóbal de las Casas.

Con ocasión del VI Encuentro Mundial de la Familia, no faltaron voces acusando a la Iglesia Católica de seguir en la Edad Media, porque dicen que el modelo de familia que defendemos, ya no corresponde a los parámetros por los que va la sociedad. Afirman que es anacrónico sostener que la familia consta de un padre, una madre y los hijos, cuando existen muchos otros estilos, incluso de uniones entre el mismo sexo. Nos gritan que debemos ser más incluyentes y tolerantes; de lo contrario, seguiremos perdiendo feligreses.

Algunos medios informativos se especializan en ridiculizarnos. Les duele que removamos el piso de sus seguridades; no toleran que insistamos en los planes de Dios; quisieran que la Iglesia se adecuara a ellos, aunque traicionara el Evangelio. Se ve su tendencia sostenida a desprestigiarnos; por ello, resaltan excesivamente casos de pederastia clerical, intentando quitarnos autoridad moral. Nuestra misión, sin embargo, no es amoldarnos al mundo del pecado, sino ser fieles al camino que Dios nos ha enseñado, y proponerlo  -no imponerlo-  a quien sea humilde y sencillo para buscar en El la forma segura de encontrar una felicidad profunda y estable

JUZGAR

La Iglesia no inventa un modelo de familia, sino sólo propone el que Dios mismo nos mostró desde el principio de los tiempos. Hizo sólo dos géneros: masculino y femenino, distintos y complementarios, como base de toda familia. Intentar modificarle a Dios sus planes, es pretender ser nuevos dioses, a cuyo arbitrio deberían estar la verdad y el bien. Es el pecado permanente de Adán y Eva, cuyo resultado fue la pérdida del paraíso. Es lo que les puede pasar a quienes se hacen sordos a Dios, para seguir sus propios instintos. Quien no cree en Dios ni en la Iglesia, sigue sus propios senderos. Respetamos su libertad, aunque le advertimos los daños que puede sufrir; pero que respeten nuestro derecho a proclamar también la verdad de Dios.

Aún más. Para confirmarnos cuál es el plan divino, como dijo el Papa Benedicto XVI en sus mensajes para este Encuentro, «el Hijo de Dios hecho hombre, nació en la familia de María y José, y creció en Nazaret dentro de la intimidad doméstica, entre las ocupaciones diarias, la oración y las relaciones con los vecinos. Su familia lo acogió y lo protegió con amor, lo inició en la observancia de las tradiciones religiosas y de las leyes de su pueblo, lo acompañó hacia la madurez humana y hacia la misión a la cual estaba destinado.

La familia ocupa un lugar primario en la educación de la persona. Es una verdadera escuela de humanidad y de valores perennes. La familia fundada en el matrimonio indisoluble entre un hombre y una mujer expresa esta dimensión relacional, filial y comunitaria, y es el ámbito donde el hombre puede nacer con dignidad, crecer y desarrollarse de un modo integral. En el hogar es donde se aprende a vivir verdaderamente, a valorar la vida y la salud, la libertad y la paz, la justicia y la verdad, el trabajo, la concordia y el respeto. La familia es un fundamento indispensable para la sociedad y los pueblos, así como un bien insustituible para los hijos, dignos de venir a la vida como fruto del amor, de la donación total y generosa de los padres».

ACTUAR

¿Qué hacer para que las familias sean fieles al plan de Dios, y disciernan los engaños de la cultura moderna? Dice el Papa: «Hoy más que nunca se necesita el testimonio y el compromiso público de todos los bautizados para reafirmar la dignidad y el valor único e insustituible de la familia fundada en el matrimonio de un hombre con una mujer y abierto a la vida, así como el de la vida humana en todas sus etapas. Se han de promover también medidas legislativas y administrativas que sostengan a las familias en sus derechos inalienables». Hay que apoyar a gobernantes y legisladores que creen en estas familias. De nosotros depende qué diputados federales elegiremos en julio próximo. El voto debe estar acorde con los valores en que creemos.

«La familia está en el corazón de Dios. Trabajar por la familia es trabajar por el futuro digno y luminoso de la humanidad y por la edificación del Reino de Dios».

+ Felipe Arizmendi Esquivel

Obispo de San Cristóbal de Las Casas

La píldora del día siguiente

No es un tema nuevo, aunque en España sí lo es

La Iglesia no ha variado su postura, desde su Comunicado de la Academia Pontificia para la Vida (31-10-2000)
Como es sabido, desde hace pocos días, en las farmacias italianas está a la venta la llamada «píldora del día siguiente», un producto químico muy conocido (de tipo hormonal) que con frecuencia -también en estos últimos días- ha sido presentado por muchos implicados en su elaboración y por numerosos medios de comunicación como un simple anticonceptivo, o más precisamente como un «anticonceptivo de emergencia», al que se podría recurrir poco después de una relación sexual, considerada como presumiblemente fecundante, siempre que se quisiese impedir la continuación de un embarazo no deseado. A las inevitables reacciones polémicas de quienes han manifestado serias dudas sobre el mecanismo de acción de este producto, que no sería simplemente «anticonceptivo» sino «abortivo», se ha respondido -de manera totalmente expeditiva- que semejante preocupación es infundada porque la «píldora del día siguiente» tiene una acción «antinidatoria», sugiriendo así implícitamente una neta separación entre aborto e interceptación (impedir que ocurra la implantación del óvulo fecundado, es decir, el embrión, en la pared uterina).
Considerando que el uso de estos productos atañe a bienes y valores humanos fundamentales, hasta el punto de afectar a la misma vida humana en su aparición, esta Academia Pontificia para la Vida siente el apremiante deber y la convencida exigencia de ofrecer algunas puntualizaciones y consideraciones sobre el argumento, confirmando, al mismo tiempo, posiciones éticas ya conocidas, apoyadas por precisos datos científicos, y consolidadas en la doctrina católica.

1. La «píldora del día siguiente» es un preparado a base de hormonas (puede contener estrógenos, estroprogestacionales, o bien sólo progestacionales) que, tomada dentro y no rebasando las 72 horas después de una relación sexual presumibiemente fecundante, activa un mecanismo prevalentemente de tipo «antinidatorio». es decir, impide que el eventual óvulo fecundado (que es un embrión humano), ya llegado en su desarrollo al estadio de blastocisto (5ª – 6ª día después de la fecundación), se implante en la pared uterina, mediante un mecanismo de alteración de la pared misma.
El resultado final será, por lo tanto, la expulsión y la pérdida de este embrión.
Sólo en el caso de que la asunción de tal píldora precediera en algunos días a la ovulación, podría a veces actuar con un mecanismo de bloqueo de esta última (en ese caso, se trataría de una acción típicamente «anticonceptivo»).
Sin embargo, la mujer que recurre a este tipo de píldora, lo hace por miedo a estar en el período fecundo y, por lo tanto, con la intención de provocar la expulsión del eventual recién concebido. Y, además, sería utópico pensar que una mujer, encontrándose en las condiciones de querer recurrir a un anticonceptivo de emergencia tenga la posibilidad de conocer con exactitud y oportunidad su actual condición de fertilidad.

2. Decidir utilizar la expresión «óvulo fecundado» para indicar las primerísimas fases del desarrollo embrionario, no puede llevar de ningún modo a crear artificialmente una discriminación de valor entre momentos diversos del desarrollo de un mismo individuo humano. En otras palabras, si puede ser útil, por motivos de descripción científica, distinguir con términos convencionales (óvulo fecundado, embrión, feto, etc.) diferentes momentos de un único proceso de crecimiento, no puede ser nunca lícito decidir arbitrariamente que el individuo humano tenga mayor o menor valor (con la consiguiente fluctuación del deber a su tutela) según el estado de desarrollo en que se encuentre.

3. Por consiguiente, resulta claro que la llamada acción «antinidatoria» de la «píldora del día siguiente», en realidad, no es otra cosa que un aborto realizado con medios químicos. Es incoherente intelectualmente, e injustificable científicamente, afirmar que no se trata de la misma cosa.
Por otra parte, está bastante claro que la intención de quien pide o propone el uso de dicha píldora tiene como finalidad directa la interrupción de un eventual embarazo, exactamente como en el caso del aborto. El embarazo, en efecto, comienza desde el momento de la fecundación y no desde la implantación del blastocisto en la pared uterina, como en cambio se intenta sugerir implícitamente.

4. Por lo tanto, desde un punto de vista ético, la misma ¡licitud absoluta de proceder a prácticas abortivas subsiste también para la difusión, la prescripción y la toma de la «píldora del día siguiente». Son también moralmente responsables todos aquellos que, compartiendo la intención o no, cooperan directamente con tal procedimiento.

5. Debe hacerse una ulterior consideración a propósito del uso de la «píldora del día siguiente» con relación a la aplicación de la ley 194178 que, en Italia, regula las condiciones y los procedimientos para la interrupción voluntaria del embarazo.
Definir el producto en cuestión como un «antinidatorio» en lugar de, con una terminología más transparente, como un «abortivo», permite, en efecto, evitar todos los procedimientos obligatorios que la ley 194 prevé para poder acceder a la interrupción del embarazo (entrevista previa, verificación del embarazo, determinación del momento de desarrollo, período de reflexión, etc.), realizando una forma de aborto totalmente oculta y no registrable por ninguna institución. Todo esto está, por consiguiente, en clara contradicción con la correcta, aunque contestable, aplicación de la ley 194.

6. Por último, ante la difusión de tales procedimientos, exhortamos vivamente a todos los agentes del sector a poner en práctica con firmeza la objeción de conciencia moral, que testimonie valientemente, en los hechos, el valor inalienable de la vida humana, sobre todo frente a nuevas formas ocultas de agresión a los individuos más débiles e indefensos, como es es el caso del embrión humano.

Autor:

Academia Pontificia para la Vida

 

Prevenir la homosexualidad

PREVENIR LA HOMOSEXUALIDAD

¿Pueden hacer algo los padres?

          Recoge pautas para poder entenderlas y actuar adecuadamente, sin precipitaciones pero con la seguridad que requieren, con independencia de acudir y aconsejarse con personas de recto criterio.

          Como sucede con cualquier problema, es evidente que es mejor prevenir que curar. Y aunque la prevención no consigue eliminar toda posibilidad de que pueda aflorar la homosexualidad en un hijo (se entiende en este artículo «hijo» de modo genérico: puede tratarse de un hijo o una hija, siendo lo primero lo más frecuente), sería un error grave pensar que no puede hacerse nada para prevenir. También lo sería suponer que el descuido de las medidas de prevención propiciaría necesariamente el afloramiento de la homosexualidad. Se trata de factores de riesgo, pero de una gran incidencia, de forma que cuando se consigue el clima familiar idóneo es mucho menos probable que se dé la desviación aquí contemplada. Hay que tener en cuenta que la homosexualidad se origina como una alteración en el desarrollo de la personalidad de quien la padece, por lo que tiene una importancia de primer orden procurar un clima que favorezca el normal desarrollo del hijo. Se señalan a continuación varios rasgos que configuran un ambiente familiar propicio, cuyo descuido tiene particular incidencia en la aparición de la homosexualidad. La relación se refiere solamente a familias normalmente constituidas:

          a) La participación del padre en la educación y desarrollo de los hijos: debe estar presente y ser accesible a sus hijos. Si no lo hace, la madre debe intentar su implicación, no siendo buena solución que ella intente suplantar la figura paterna,

          b) Evitar, por parte de la madre, actitudes posesivas o sobreproteccionistas. Más aún se debe evitar el que la madre recurra a volcar su afecto en los hijos o en alguno de ellos, incluso haciéndole partícipe de sus insatisfacciones, si no encuentra en su esposo el cariño que busca.

          c) La aceptación de cada hijo, de forma que los hijos sean conscientes de ello. Hay que distinguir entre la búsqueda de la excelencia en cada hijo, estimulando la consecución de metas altas, de una actitud constante de desaprobación por no conseguirlas, de forma que el hijo se pueda sentir rechazado.

          d) La creación de un clima de confianza, que facilite el que los hijos puedan contar sus preocupaciones y las incidencias de su vida, incluso cuando no se han portado bien, de forma que se les escuche y se les responda con serenidad, sin manifiestas actitudes de nerviosismo, alarmismo, preocupación visible, y menos aún de riña o rechazo. A la vez, se ha de reaccionar enseñando a los hijos a resolver sus problemas, no asumiendo los padres la resolución de los mismos.

          e) La existencia de una auténtica educación sexual, bien orientada a la vez que realista. Incluye el proporcionar una adecuada información sobre las inclinaciones homosexuales y la homosexualidad. Implica también a la vez velar por un clima sano en el hogar en lo referente a la sexualidad, evitando que se vean cosas inapropiadas en televisión, internet, etc.

          f) Favorecer una relación normal en los hijos con sus amigos/as. Buena parte de la afirmación de la masculinidad o la feminidad tiene lugar en las relaciones con chicos/ as de la misma edad, sin que la familia pueda suplir bien este aspecto. De ahí que una atmósfera familiar muy cerrada en sí misma no sea recomendable; y sí lo sea, por el contrario, promover actividades sanas y normales con otros chicos/as, como la práctica de deportes de equipo.

          g) El recto encauzamiento de los rasgos peculiares de los hijos que puedan causar extrañeza, como por ejemplo una sensibilidad exagerada en un chico o una preferencia por gustos masculinos en una chica. Para educar hay que partir de la aceptación de la realidad, e ir ayudando a configurar la personalidad de cada uno, discerniendo bien lo que es un rasgo peculiar de lo que es una anormalidad. En este sentido, es importante evitar calificativos o motes despectivos y en general todo lo que propicie que el hijo se llegue a sentirse «distinto» e incomprendido.

          Conviene que los padres estén atentos, particularmente en la preadolescencia y la adolescencia, de la aparición de posibles comportamientos extraños de los hijos sin aparente explicación, especialmente de los que les aísla de su entorno habitual. Conductas como el aislamiento en un mundo artístico-musical, teatral, etc.-que no comparten con nadie, la carencia de amigos o la búsqueda de amigos en entornos distintos a los que frecuenta habitualmente y de los que no se habla en casa, con más motivo si van acompañados de la resistencia a adoptar algunos de los rasgos propios del género -en sí mismos de importancia secundaria-, son lo suficientemente preocupantes como para que se deba indagar en la causa. A veces, se pueden intentar disfrazar con una desmedida aplicación a los estudios, pero ese sentido de responsabilidad en su trabajo no suprime el que se deba buscar la explicación a esas conductas: hay que buscar el desarrollo integral de los hijos, no sólo que triunfen en su actividad profesional. Saliendo al paso de esas anormalidades se consigue muchas veces evitar daños en los hijos, siendo la homosexualidad una de las posibilidades en las que pueden desembocar.

Adolescencia y falsa homosexualidad

          Ante una hipotética revelación de la homosexualidad de un hijo, es muy relevante la edad. Si se trata de un adolescente, se debe discernir bien la situación, distinguiendo una homosexualidad propiamente dicha de lo que no va más allá de una inmadurez y una falta de asentamiento de la personalidad en el desarrollo de la personalidad, y de la sexualidad en particular. En la adolescencia, particularmente en los varones, suele darse una cierta indeterminación sexual, de forma que el chico puede sentirse atraído por chicos además de por chicas. Si a eso se une un carácter tímido, y más todavía si ha tenido algún escarceo homosexual en alguna ocasión, es fácil que piense que es homosexual –puede que en ocasiones influya en ello el haber acudido a páginas web intentando aclarar su situación–, o que tenga dudas sobre ello; y no lo es, aunque podría llegar a serlo si se deja llevar por esa impresión.

          Es menos frecuente una situación semejante con las chicas, aunque podría ocurrir, Si confluyen una timidez que se cree insuperable en el trato con chicos (asociada normalmente a una percepción negativa del propio cuerpo), el haber tenido en el pasado -a veces, en edad infantil- algún escarceo impúdico con alguna amiga, y la polarización de la amistad con una sola amiga, puede dar como resultado una especie de enamoramiento con esta última. Pero, al igual que en el caso anterior, no se trata de una auténtica homosexualidad.

          No es fácil conseguir la confidencia de un hijo adolescente sobre este tipo de cosas. De hecho, es más fácil que la tenga con un tutor/a o un director espiritual, lo que constituye una razón más de conveniencia de una buena tutoría o dirección espiritual. Los padres deben conformarse con esa situación, sin pretender erigirse en directores espirituales del chico o la chica; en cambio, sí que conviene comunicar a estas personas lo que consideren relevante sobre la personalidad del chico o la chica. Menos procedente todavía es intentar enterarse de la intimidad del hijo hurgando furtivamente en ella-por ejemplo, leyendo sus agendas-. Sin embargo, explicar por anticipado las posibles dificultades en su desarrollo facilita mucho que pueda darse esta confidencia, puesto que proporciona al hijo adolescente la certeza de ser comprendido. El problema se soluciona casi siempre con medios ordinarios, ayudando al desarrollo normal de la personalidad, y apoyando la autoestima del adolescente. En estos casos, suele ser conveniente además que se integre en alguna pandilla de chicos y chicas, pues aproximarse al sexo contrario y aprender a valorarlo ayuda bastante.

Madres de alquiler

Portugal: debate sobre ley de madres de alquiler Daniel Serrão, experto en bioética analiza las implicaciones de la medida

ROMA, miércoles 25 enero 2012 (ZENIT.org).- En un artículo publicado el pasado 22 de enero, el diario vaticanoL’Osservatore Romano afronta la situación creada en Portugal por un proyecto de ley sobre reproducción asistida que incluye la aprobación de las madres de alquiler, o subrogadas.

El proyecto sobre reproducción asistida fue presentado en el parlamento portugués por varios partidos y contempla la posibilidad de admitir la maternidad de alquiler sólo en el caso de una familia en la que se de la imposibilidad de tener hijos por parte de la mujer, como por ejemplo en el caso de no tener útero.

Sin embargo, el proyecto no fue finalmente votado, por divisiones internas de los partidos que lo presentaban, y fue remitido de nuevo a la comisión pertinente para ser estudiado de nuevo.

Aún en este caso, el diario vaticano L’Osservatore Romano advierte de las consecuencias morales y éticas que implicaría la aprobación de la maternidad subrogada.

El diario cita al experto en bioética Daniel Serrão quien señala que la fecundación médicamente asistida transforma el significado mismo de la paternidad. En particular, la denominada “heteróloga” no ofrece la garantía al nascituro de haber sido deseado dentro de una relación interpersonal exclusiva y viola el derecho a conocer su identidad familiar. La paternidad es fragmentada en una multiplicidad de figuras: los padres biológicos (los llamados «donantes»), la madre gestante, los padres sociales. El Estado «sin duda no puede convertirse en cómplice de esta destrucción de las relaciones», afirma Serrão .

Daniel Serrão, profesor emérito de bioética de la Universidad Católica Portuguesa y miembro de la Pontificia Academia para la Vida, ha criticado sin ambages el nuevo proyecto de ley sobre reproducción asistida presentado en el parlamento de Portugal y en especial la regulación y legalización de la maternidad subrogada, por el que una mujer se presta a llevar el embarazo de un óvulo ya fecundado (in vitro), en lugar de otra mujer fisiológicamente incapaz de hacerlo.

El biólogo advierte sobre la complejidad del problema, desde el punto de vista ético, biológico, psicológico, jurídico y sociológico, para todos aquellos involucrados en la práctica asistencial, y señala que la redacción del texto legislativo debe ser «muy preciso y completo», en cuanto se deben, necesariamente, «armonizar y hacer compatibles los intereses de la mujer que se ofrece como «espacio» para llevar a término el embarazo, los intereses, o mejor dicho, el inviolable derecho del niño por nacer, y los intereses de la pareja que utiliza este procedimiento”. Y aún más, la nueva legislación no debe reducir o incluso suprimir, como un valor social importante, el vínculo entre la identidad social y la identidad biológica del niño por nacer, más allá de un modelo de pura eficiencia pragmática.

El experto en bioética destaca el valor de la tutela del concebido, las dudas y perplejidades, así como que la prohibición de la fecundación heteróloga se basa en la necesidad de tener en cuenta la “disociación de la maternidad y la paternidad, propia de la técnica». De hecho es violado, según el experto, el principio fundamental del derecho: «La certeza de la identidad de los padres».

De acuerdo con Daniel Serrão, inducir a una mujer a quedar embarazada a través del proceso de transferencia de un embrión formado en el laboratorio (fecundación extracorpórea), con el compromiso «contractual» de que el niño que nacerá será entregado a otra persona, a »otra» madre, abre dos perspectivas. Por un lado el acto de amor y generosidad de una mujer que renuncia a un niño que ha desarrollado durante nueve meses y se lo entrega a los padres biológicos. Del otro lado, la manipulación de la maternidad de una mujer que, en su aspiración de tener un hijo, paga

por este servicio. En ese sentido –señala el biólogo–, en algunos países se organiza y promueve una verdadera «industria para producir niños que luego son vendidos».

Haciendo referencia a estudios recientes, Serrão recuerda que la función del cerebro de la mujer «se altera durante el embarazo», lo que hace muy difícil la separación del niño recién nacido. Sin embargo, para estas madres alquiladas existen otros problemas y otros riesgos relacionados con el embarazo y el parto que «no se pueden omitir», ya que son obligación ética y deontología de información por parte del médico, entre ellos el aborto espontáneo, el riesgo para el embarazo si el feto tiene graves defectos congénitos, e incluso si el niño nace con defectos congénitos o adquiridos, la madre biológica puede negarse a aceptar al niño “encargado”. Pero también existe la posibilidad de que por generosidad y amor, o por un «automatismo» neurobiológico, la madre de alquiler decida, después del parto, no entregar el niño a la madre biológica. Este cambio de idea — se pregunta el experto–, ¿podría tener consecuencias legales? Pero el problema también se puede tergiversar y volverse inquietante: ¿si la mujer que ha buscado la ayuda de la maternidad subrogada decide cambiar de opinión, ¿qué pasaría con el feto? El biólogo portugués dibuja también otros escenarios: si la pareja de padres que buscaban la ayuda se divorcian durante el embarazo, ¿a quién irá el niño recién nacido?

Los problemas mencionados –concluye el profesor Daniel Serrão–, son un ejemplo sencillo, pero incompleto. La imagen que se proyecta en términos médico-legales, es compleja. El proyecto de ley sobre la procreación médicamente asistida no podrá eludir los fundamentales problemas éticos, antropológicos y sociológicos sobre el derecho y la protección de la vida desde la concepción hasta la muerte natural, la familia y la visión de la persona humana que debe ser reconocida como “alguien”, y no, por desgracia, como “algo”.

Los obispos del Portugal, en varias ocasiones, han subrayado que el proyecto de ley sobre la procreación médicamente asistida está registrando una insuficiente sensibilización pública, tratándose de un tema «de gran importancia, delicadeza y de enorme exigencia ética.» Si bien reconocen la necesidad de una legislación sobre la materia, los obispos sienten «el deber de decir que el embrión debe ser respetado», asegurándole protección y dignidad, identidad e integridad.

Por una ética social

 

 

 

 

POR UNA ÉTICA SOCIAL

Antonio Cañizares – Cardenal

 (La Razón, 16/04/2013)

Cada día se afirma más y con mayor extensión, gracias a Dios, la necesidad de una ética social. Incluso algunos medios de comunicación, de una forma u otra, se hacen eco del debate sobre la existencia o no de una ética propiamente social y sobre su fundamento. Hay posturas para todos los gustos: algunos dicen que la ética es, por definición, privada (y que todo lo demás es «derecho», entendido como derecho positivo); otros aseguran que sólo cabe hablar de una ética social consensuada; pero tampoco faltan quienes hablan de una moral social que se fundamenta en Dios.

Ciertamente uno de los problemas más graves que nos están sucediendo es reducir la ética, lo mismo que la religión, al ámbito de lo privado. La ciencia, la política, la economía, los medios de comunicación, la enseñanza, etc., tendrían, en consecuencia, su propia dinámica, sus propias leyes «objetivas» e inexorables que deberían cumplirse sin introducir ahí ningún factor moral, pues, según este parecer, las distorsionaría o no pasaría de ser más que expresión de un puro voluntarismo sin eficacia real. De esta forma desembocamos en una amoralidad sistemática de muchos mecanismos de la sociedad, y en la subjetivización y privatización de la moral, lo que nos encamina a un relativismo ético que socava los cimientos de la convivencia.

Si no pudiéramos, por otra parte, afirmar una ética social, asentada en último término sobre la verdad del hombre reconocida y aceptada por todos, y si todo lo referente a la sociedad se hubiese de regular únicamente por el derecho positivo, establecido éste en cualquier caso por las vías del poder o de la decisión de unos –mayorías o minorías que se imponen sobre el resto–, y no sobre criterios y valores éticos comunes fundamentales y válidos por sí mismos, nos veríamos encaminados al predominio del más fuerte sobre el más débil y peligraría la sociedad democrática.

No podemos olvidar, además, la índole social del hombre y que la ética afecta a todo el hombre en todas sus dimensiones, como manifestación de la verdad que es. La realidad concreta del hombre integra dimensiones sociales y personales, unidas inseparablemente. La índole social del hombre demuestra que el desarrollo de la persona humana y el crecimiento de la sociedad están mutuamente condicionados.

El principio, el sujeto y el fin de las instituciones y de las realidades y relaciones sociales es y debe ser la persona humana, en su dignidad inviolable, la cual por su misma naturaleza y vocación tiene necesidad de la vida social. Por eso lo ético no puede quedar reducido al plano de lo privado individual o al mundo de las intenciones subjetivas. También las realidades y las instituciones sociales, como todo lo humano, deben ser interpretadas y reguladas por categorías éticas, anteriores a la determinación positiva por la vía del Derecho.

No se ve, por lo demás, cómo puede subsistir una sociedad sin un bagaje moral comúnmente compartido y respetado. No hay sociedad que garantice la libertad y el bienestar de los ciudadanos sin la sujeción a una común norma moral que sea independiente, sobre la que se asiente el derecho positivo, y esté por encima de los intereses de los poderosos y del juego de las mayorías o del consenso siempre cambiante.

Desde la fe, pero también desde la razón humana y desde el reconocimiento de la capacidad de ésta para alcanzar la verdad asequible a todos, ciertamente podemos y debemos hablar de una moral social que se fundamenta en Dios, en el haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Existe una semejanza, como reconoce la fe cristiana, entre la comunión de las personas divinas y la fraternidad que los hombres deben instaurar entre ellos, en la verdad y el amor. La dimensión social no es algo añadido al ser del hombre, sino que está dentro de la entraña de su vocación al plan unitario de Dios. La vocación de Dios al hombre incluye la llamada de éste al dominio y cuidado del mundo, a la ordenación de su propia vida en la sociedad y a la dirección de su historia a lo largo de los siglos. La separación entre los «asuntos temporales o sociales» y los «individuales o los referentes a la salvación eterna» contrarían la unidad del proyecto de Dios y degrada y empequeñece la grandeza y la unidad de la persona humana.

Todo lo dicho tiene grandes repercusiones, por ejemplo en el campo de la economía, pero también en el de las restantes esferas de la vida social. No puede haber economía sin moral, ni otras realidades sociales al margen de la moral. El relativismo es su peor enemigo.

A propósito del relativismo: acabo de leer el libro «Hablando con el Papa. 50 españoles reflexionan sobre el legado de Benedicto XVI», que prologa Jaime Mayor Oreja. Todo el libro merece la pena. Sus autores –creyentes y agnósticos, filósofos, teólogos, políticos, científicos, economistas, empresarios, artistas y deportistas– reflexionan sobre diversos aspectos del riquísimo legado de pensamiento de Benedicto XVI. En el prólogo de Mayor Oreja, podemos encontrar una de las páginas mejores, más lúcidas y más penetrantes que, al menos yo, he leído sobre el relativismo; dan mucho que pensar y tienen mucho que ver con la ética social. Recomiendo vivamente su lectura.

 

Intelectual católico explica por qué la educación requiere restricciones

Rocco Buttiglione

ROMA, 01 Mar. 10 / 05:19 am (ACI)

Rocco Buttiglione es un prestigioso intelectual católico que en el año 2004 fue discriminado por su fe para un cargo en la Unión Europea. Ahora escribe un artículo en L’Osservatore Romano en el que explica que la educación de niños y jóvenes exige una serie de restricciones, así como la formación en la libertad para buscar la verdad, y una correcta ascesis que vaya de la mano con la experiencia de la autoridad.

En el texto titulado «Sin prohibiciones no hay libertad«, el también miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias Sociales señala que en el centro del debate sobre la «emergencia educativa» debe tenerse en cuenta una cita del Papa Benedicto XVI en la que señala que «la educación bien lograda es la formación en el recto uso de la libertad«.

Para explicar esto, Buttiglione advierte primeramente que una primera etapa en esta educación es extirpar de la mente un prejuicio corriente: «que para educar en la libertad basta con eliminar todo vínculo y abandonar a los jóvenes al simple desarrollo natural de sus pasiones». Esto, explica, es el «pròton psèudos (el ‘error originario’) de la pedagogía moderna.

Tras explicar que esta manera de ver las cosas ignora la tendencia al mal, a la concupiscencia introducida en el hombre por el pecado original que también hiere su voluntad, el intelectual señala que «la pedagogía emancipadora y permisiva de nuestro tiempo ha ignorado voluntariamente esta estructura antropológica del ser humano. La intención era realizar un hombre liberado y los resultados están demasiado lejos de las promesas iniciales».

Tras resaltar que «la libertad del hombre no es la libertad del instinto» y que solo a partir del «verdadero bien de la persona es posible seleccionar, ordenar y organizar las estructuras interiores de un ser humano inteligente y libre», Buttiglione asegura que para encontrar la libertad es necesario «subordinar el deseo inmediato al juicio de la razón. Debemos seleccionar entre los muchos deseos algunos que queremos realizar verdaderamente y concentrar en ellos la energía de la vida que se llama trabajo».

El intelectual advierte luego sobre una tendencia actual que busca colocar a la espontaneidad como un ídolo y explica la necesidad de adherirse «verdaderamente al bien para buscar la verdad».

Para lograr esto, prosigue, son necesarios dos factores fundamentales en el proceso educativo «que hoy son sistemáticamente ignorados«: la ascesis y la experiencia de la autoridad.

La ascesis, explica Buttiglione, «es la capacidad de decir que no, de resistir a la violencia con la que el impulso exige ser satisfecho inmediatamente sin una reflexión que se pregunte sobre el hecho de que si eso corresponde a la verdad o al verdadero bien de la persona. El permisivismo contemporáneo ha difamado la ascesis identificándola con la ‘represión’. La ascesis implica ciertamente la fuerza de reprimir pero implica también la capacidad de dar a la energía proveniente del instinto una nueva forma, correspondiente a la verdad de la persona. Sin ascesis no hay educación de la persona«.

Al hablar luego de la experiencia de la autoridad, el experto católico indica que ésta es «la presencia del valor en una persona que da testimonio de él, lo hace directa y fácilmente perceptible para los otros. La autoridad es la guía en el camino hacia la experiencia del valor. Sin ascesis y sin autoridad no hay experiencia educativa. La autoridad transmite la experiencia de los valores para que ésta pueda probarse en la vida del discípulo. El discípulo no repetirá servilmente esta experiencia así como se realiza en la vida del maestro sino que la confrontará con su experiencia propia y la filtrará a través de ella reviviéndola y haciéndola propia».

Buttiglione denuncia luego que «la sociedad permisiva ofrece al joven muchas modalidades de satisfacción inmediata del propio instinto pero de este modo hace más difícil la formación de una personalidad libre, capaz de establecer una relación adecuada con la verdad y de hacer tal relación la guía de la propia construcción social. La educación ‘tradicional’ invitaba a luchar por controlar las propias pasiones, a buscar la verdad, a orientar las pasiones según la verdad y hacia la verdad».

Con la promoción social de la «obediencia» a las propias pasiones, explica el experto católico, se impide «que se forme una personalidad responsable y libre, para crear una masa libremente manipulable por parte de quien detenta el poder. Éste es el problema de la educación de nuestro tiempo«.

«El punto de llegada de buena parte de las modernas tendencias ‘deconstruccionistas’ es la deconstrucción del yo y la abolición de la personalidad consciente. Para reconstruir la educación es necesario volver a comenzar a partir de testimonios autorizados –¿no deberían ser los primeros en esto los padres y los educadores?– que sean capaces de indicar sin ambigüedad el recorrido de una ascesis que permita ser capaces de la verdad, que permita avanzar en el camino de su búsqueda», concluye.