Educar la sexualidad
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CÓMO EDUCAR EN LAFE: UN CASO PRÁCTICO
… y acaban pensando como viven.
Julio de la Vega-Hazas Ramírez |
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Un chico apostólico | La vida misma: Casimiro atiende semanalmente una catequesis para niños pequeños en un barrio extremo de su ciudad. El número de asistentes, afortunadamente, va creciendo, y con él la necesidad de más catequistas. Consciente de ello, Casimiro decide proponer a un chico de su clase, Luis, que colabore con esta labor. |
Lo verdadero y lo útil | Explicando en qué consiste la catequesis, Casimiro, para animar a su amigo, le cuenta que por esa barriada han aparecido recientemente miembros de una secta, al parecer bien preparados y con abundantes medios, que están consiguiendo atraer a más de uno. —»¡Fíjate, es terrible!», apostilla. —»¿Qué es terrible? ¿Por qué? Si les sirve…» —»¿Cómo que si les sirve?» —»Pues sí. Si están convencidos de lo suyo, y les sirve para hacer el bien y rezar y pensar en los demás y todo eso, pues yo no lo veo tan mal». —»¡Pero cómo va a estar bien eso, si es mentira!». —»Vaya, no pensarás que tienes el monopolio de la verdad tú sólo». Casimiro insistió: —»¡Pero…, cómo va a ser verdad eso! Si les viene todo de un americano, que seguro que estaba grillado«. —»Lo mismo pensarán ellos de ti. Y tú sacas tu Biblia y tus demostraciones. Y ellos sacan la suya, y sus demostraciones. Y si a alguien le parece más convincente lo tuyo, se apunta a lo tuyo. Y si les convence más lo de ellos, pues se apuntará a ellos». |
La experta insinuación de su padre |
Casimiro no esperaba esa reacción. No insistió porque se dio cuenta de que no valía la pena intentar que Luis fuera a la catequesis: ¿cómo va a enseñar el catecismo alguien con esas ideas? ¡A él era a quien había que catequizar! Se quedó con el asunto en la cabeza, y empezó a buscar libros para encontrar respuesta. Primero quiso informarse sobre la secta. Encontró que, efectivamente, su creencia dependía de una especie de «profeta» reciente; que simplificaba todo, especialmente a base de eliminar lo sobrenatural; y que su versión de la Escritura estaba manipulada. No tardó en darse cuenta de que por ese camino era muy poco probable que convenciese a Luis. Escudriñó después varios libros a la búsqueda de pruebas de la verdad de la fe católica. Parecía que se atascaba de nuevo: «Si le digo que hay milagros –pensaba–, me va a salir con que demuestre que son milagros de verdad; si le digo lo de las profecías, dirá que de las cosas pasadas cualquiera profetiza a tiro hecho, y las futuras como todavía no se han cumplido…; si voy con esto de la altura moral, me vendrá con el cuento de los monjes tibetanos o qué sé yo…» A todo esto, su padre había notado el afán de Casimiro por los libros de teología, y su cara de contrariedad, y le preguntó qué sucedía. Casimiro, que ya estaba a punto de rendirse, se lo contó. —»Creo que no vas a llegar muy lejos por ahí –fue la respuesta–. Estas cosas no suelen ser problema de demostraciones. Es…, no sé cómo decirlo…: o vives como piensas, o piensas como vives. ¿Entiendes?» —»Mmm…, creo que sí», contestó, sin entender mucho pero dispuesto a pensarlo despacio. |
Razonadas sinrazones que son excusas | Días después, se le presentó a Casimiro una buena oportunidad. Se encontró con Luis, y éste, un poco de cachondeo, le preguntó: —»¿Qué? ¿Has encontrado ya alguien para esa catequesis?» Casimiro respondió que no, y a su vez preguntó: —»Oye, ¿pero es verdad que tú no tienes fe?» —»Tampoco es eso. Unas cosas me convencen más y otras menos…» —»¿Como cuáles?» Luis empezó a enumerar una serie de cosas: el que no se puedan divorciar matrimonios rotos, el que la Iglesia sea «cerrada» y no haya libertad de expresión ni democracia, el que haya que «obedecer ciegamente», el que obliguen a ir a Misa, y otras cosas del mismo estilo. Casimiro pensó un momento lo que le había dicho su padre, y se lanzó. —»Mira, todo eso estaría muy bien si no fuera por una cosa». —»¿Cuál?» —»Que todo eso es una excusa». —»¿Una excusa de qué?» —»Una excusa para no hacer nada y para justificarte. Mira, con estas cosas te juegas mucho, ¿verdad?» —»Sí, supongo que sí» (el tono de Luis era algo displicente). —»Pues si te juegas mucho, hay motivos más que suficientes para asegurarse, para buscar dónde está la verdad y por qué. Pero no: tú ahí te quedas más parado que un semáforo, a la espera de que alguien te convenza, te demuestre…, y si no, nada; vamos, que si Dios viniera a intentar convencerte, tú a lo mejor te dignarías hacerle caso, a ver si lo consigue. Eso es mucha cara«. —»Oye, que yo nunca he dicho eso…» —»Decirlo no, pero es lo que haces. Tienes una serie de ideas, que por cierto no creo que sea ninguna tuya, que curiosamente coinciden todas en que dejan hacer lo que te da la real gana y en que piden explicaciones a los demás: hasta que todo el mundo se justifique y logre convencerte, tú a hacer lo que quieres y a no mirar en ti mismo si está bien lo que haces y si todas esas ideas son honradas o no pasan de ser excusas… ¡mira qué bien!». |
Los primeros síntomas de una verdad oculta | No esperaba Casimiro que su amigo diera el brazo a torcer fácilmente, pero estaba satisfecho porque Luis comenzaba a dar muestras de enfado, y eso –pensaba– era síntoma de que le había afectado lo que le había dicho. Ya conocía a Luis, y cuando éste pasó al ataque personal –que si era un fanático, un orgulloso, etc.– no le pilló desprevenido. No quiso contestar a eso, y se limitó a decir que «si te pica lo que te he dicho será por algo; yo ya no te digo nada; tú verás si te piensas esto o sigues con lo mismo, que probablemente no te lo creas ni tú». En el fondo, sí pensaba insistir, pero un poco más adelante: presentía que para que «digiriese» lo que le había dicho hacía falta un poco de tiempo. De momento, lo que sí veía era que, en cualquier caso, algo positivo ya había sacado: su propia fe salía reforzada de esto, y había aprendido unas cuantas cosas. |
Son ciertamente complejas las razones de la increencia pero no es justificable | Interrogantes: — ¿Se deben aceptar las verdades de la fe porque nos convenzan? ¿Por qué se deben aceptar? ¿Está justificado no creer en algo que no convence? ¿Y en algo sobre lo que vemos razones para rechazarlo? ¿Por qué? ¿Cómo definirías entonces la fe? — ¿Se puede tener fe para unas cosas y no tenerla para otras? ¿Cuál es el motivo? — ¿Puede decirse que la Iglesia Católica tiene el «monopolio» de la fe? ¿Cómo juzga la Iglesia a las demás creencias? ¿Se puede decir que una creencia es buena si sirve para portarse bien? ¿Y que todas tienen igual valor con tal de que se crean sinceramente? ¿Qué noción de la fe tienen los que defienden estas ideas? — ¿Se puede demostrar la fe? ¿Por qué? ¿Tienen algún valor los argumentos que encuentra Casimiro en los libros? ¿A qué conducen? ¿Podrías añadir algún otro argumento a los que aparecen? ¿Pueden demostrar alguna cosa? ¿En qué sentido la teología puede ayudar a la fe? — ¿Son evidentes para nosotros las verdades de fe? ¿Se podría decir que se conocen con la misma firmeza que si fueran evidentes? ¿Por qué? ¿Cómo explicarías que no hay orgullo, fanatismo, intolerancia o falta de comprensión cuando hay una fe firme? ¿En qué consiste el «complejo de superioridad» del cristiano? ¿Es compatible con la humildad? ¿La exige? ¿En qué sentido? — ¿Es cierto lo que dice el padre de Casimiro? ¿Podrías explicarlo? ¿Por qué crees que se ha deteriorado la fe de Luis? ¿Por qué la fe de Casimiro sale reforzada después de este episodio? Vid. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 142-144, 150-162, 172-175, 819, 842-845, 856. |
Creer es confiar del todo en Alguien | Así es la vida: Ante todo, es preciso comprender qué se entiende, en un sentido amplio, por fe. La fe no se dirige primariamente a «algo», sino más bien a «alguien». La fe es un «fiarse», y uno no se fía de las cosas, sino de las personas. Cuando hay fe en alguien, se acepta lo que dice no tanto por lo que se dice en sí, sino más bien por quién lo dice. Supone aceptar un «algo», pero por causa del «alguien» de quien nos fiamos. Cuando el motivo por el que se tiene algo como verdad es que nos convence, está claro de quién nos fiamos: de nosotros mismos. Al menos, supone no confiar plenamente en quien lo afirma. Y en este caso se trata nada menos que de Dios: creemos no tanto por el hecho de las verdades reveladas aparecen como verdaderas e inteligibles a la luz de la razón natural, sino a causa de la autoridad de Dios mismo que revela y no puede engañarse ni engañarnos (cfr. C.Ig.C., 156). |
No es fe si se pretende compresión de lo creído | Luis sólo tiene fe en lo que le convence. No se trata tan sólo de discernir, entre varias «ofertas» que pretenden tener la Revelación divina, cuál dice la verdad. No pretende que las respectivas «demostraciones» muestren la verdad, sino que convenzan; por eso, lo que él llama «demostraciones» no lo son en realidad, o al menos no son concluyentes en sí mismas, sino sólo en cuanto «le» convenzan. Prueba de ello es que en su visión no parece importar que una religión diga la verdad, sino sólo «que sirva» para ser mejor. Para él, la religión no es algo «verdadero», sino sólo «útil». Parece ver en ella una oferta variada de personas –a las que «concede» buena intención, eso sí– que crean un montaje, con base a ideas particulares, opiniones, hipótesis, o lo que sea: todo, menos la verdad que proviene de Dios. Hay, pues, no ya una incertidumbre sobre cuál es la verdadera religión, sino un verdadero agnosticismo encubierto. Y no está de más aclarar que, por supuesto, la religión es «útil» –sería más adecuado decir benefactora–, pero lo es en la medida en que es verdadera: no se pueden disociar «verdad» y «bien». |
Otras religiones tienen parte de la verdad | Y si nos preguntan a los católicos si pretendemos tener «el monopolio de la verdad», ¿hay que contestar que sí? En realidad, no está muy bien formulada la pregunta: contestar que sí a secas da a entender que tenemos todo y los demás nada. Es verdad lo primero, pero no lo segundo. Las demás religiones tienen parcelas de verdad, que en algún caso son muy elevadas, y, en la medida en que las tienen, pueden hacer el bien; es más, su fuerza les viene de la plenitud de gracia y de verdad que Cristo ha confiado a la Iglesia Católica. |
Quien busca honradamente reconoce la necesidad de creer | ¿Y por qué ese uno tiene que ser la Iglesia Católica? No es muy difícil, al menos si se examina con profundidad, descartar bastantes creencias, por sostener cosas absurdas, tener origen incierto o enseñar una moral indigna, pero eso no resuelve todo el problema. Aquí entran en juego las «investigaciones» de Casimiro. Los argumentos que estudia son perfectamente válidos, siempre que se sea consciente de que tienen una «utilidad limitada», es decir, insuficiente para garantizar el ulterior acto de fe. Constituyen lo que se han llamado preambula fidei, y muestran que es razonable adherirse a la fe católica, y que sólo ella tiene todas las garantías de autenticidad. Sitúan, a quien honradamente busca la verdad, a la puerta de la fe. Pero no más allá. Porque tener fe no será nunca fruto de comprobar la veracidad de la conclusión de un razonamiento, sino la respuesta personalísima y libérrima a una gracia de Dios que mueve a creer: es, por tanto, al mismo tiempo un don de Dios, inalcanzable con las solas fuerzas humanas y un acto plenamente humano que acoge ese don y se adhiere a él (cfr. C.Ig.C., 153-154). El rechazo de esta gracia –por ejemplo, cuando pretendemos condicionar nuestra adhesión a tener una seguridad que sólo proporciona la evidencia: ésta sustituiría a la confianza– es culpable, y, por tanto, un pecado. Es también interesante saber que, de todos los argumentos –»motivos de credibilidad»–, el más importante es la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, un hecho histórico comprobable (existen más pruebas de este acontecimiento que de otros muchos hechos históricos que se dan por ciertos). Por lo demás, destaca el fruto de santidad de la Iglesia (cosa distinta son a veces las apariencias o los «clichés» propagandísticos, que se disipan cuando se examinan las cosas de cerca y con rigor). Es cierto que puede haber santidad en comunión imperfecta con la Iglesia, pero sigue siendo fruto de la santidad de la única Iglesia. De ahí la fuerza que tiene el enseñar las vidas de los santos, más aún cuando se trata de santos cercanos en el tiempo y circunstancias. |
La falta de coherencia práctica condiciona el modo de pensar | Pero, para dar sus frutos, la búsqueda de la verdad debe ser honrada. Lo que dice el padre de Casimiro es verdad, sobre todo en un caso como éste en que Luis, que ha sido educado en la fe católica. Ha habido un rechazo –al menos práctico– de ésta, y eso no sucede sin motivo. Hay cosas que no entiende, pero eso es la excusa, o al menos la consecuencia, no la causa. La causa la expone bien Casimiro, y actúa bien: no hay otra manera de «despertar» a Luis. Por lo tanto, es preciso señalar –como respuesta global a las dificultades planteadas por Luis– que la adhesión por la fe a Jesucristo exige una coherencia personal respecto a su doctrina. |
No se da lo que no se tiene | Y por último, recordar que, en las tareas de formación cristiana, aunque sea la catequesis más elemental, la primera necesidad es comprobar y cuidar la formación de quienes se pretende que formen a los demás.
Fuente: fluvium.org |
Comentario al libro “Una llamada de atención. Carta a los mayores sobre los niños de hoy”
Autor: Philippe Meirieu
Firmado por Antonio del Cano
Fecha: 7 Diciembre 2010
“Necesito compartir mi enfado y mi indignación” escribe el autor al describir la lamentable situación actual de la enseñanza. Conoce la problemática de primera mano, como experto en su condición de profesor universitario de Ciencias de la Educación y también como sufrido profesor en un liceo de los suburbios de Lyon. Autor de diversos trabajos sobre el aprendizaje, es sobre todo un pedagogo que reflexiona sobre el proceso educativo, aunque son constantes sus referencias a la situación de los padres y sus responsabilidades: “¡Es tan hermoso tener hijos y buscar su felicidad! Y es tan fácil confundir la felicidad con su satisfacción inmediata”.
Describe la educación como el proceso de trasmisión de códigos sociales, a la par que nuestra propia historia, en un continuo proceso de interacción entre la familia y la escuela. La primera parte se centra en la transformación de la educación pública, desde la escuela tradicional, que generaliza la enseñanza obligatoria, a la aparición del “catecismo pedagógico de la antiescuela”, con pensadores como Dewey y proyectos como el de Summerhill, “que torcieron la vara en el otro sentido, (…) y frente a una maquinaria escolar reducida a un sistema de normalización por inculcación de conocimientos fragmentados, antepusieron el carácter irreductible del compromiso del alumno”.
Ante ambos extremos se intenta el equilibrio en una “pedagogía madura” que busque el interés del alumno, trabajando en proyectos, con métodos activos. Pero entre tanto llegan los años 60, y un cambio radical: el fin de la época de los grandes relatos y de las referencias comunes y la irrupción del individualismo extremado; una situación inédita en la que el tener sustituye al ser y en la que nuestros hijos están tan saturados y sobreestimulados que son ya incapaces de gestionar con un mínimo de discernimiento todo lo que les llega. “Para superar las dificultades que tenían con sus hijos, los padres de antes podían remontarse a su propia educación y tratar de emplear los métodos que sus padres habían empleado con ellos; hoy están obligados a inventar”. En el siglo XXI, cada familia debe volver a redescubrir los límites morales de la conducta humana, para poder así fundamentar mínimamente sus criterios educativos.
Nuevas tecnologías, nuevas tentaciones y también nuevas patologías, que plantean retos distintos. Antes adaptábamos a nuestros hijos al mundo, mientras que ahora debemos formar sujetos capaces de crear un futuro, resume el autor. Y para ello concluye con varias sugerencias, algunas tan atractivas como enseñar a los niños a controlar al tirano que todos llevamos dentro, o la urgencia por lograr su conexión con el mundo de la cultura, de modo que sea posible enlazar lo más íntimo de cada cual con las propuestas antropológicas universales.
Un ensayo serio, y una más que interesante aportación al debate sobre el qué y el cómo de la educación. Necesitamos un proyecto educativo y por lo tanto una visión del hombre para que la educación no sea un fracaso. “¿Qué mundo vamos a dejarles a nuestros hijos? ¿Qué hijos vamos a dejarle al mundo?”.
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Claves para un matrimonio duradero
Según una encuesta a 100 matrimonios felices y duraderos
Esta es una informacion basada en un estudio realizado a 100 matrimonios encuestados que, hasta ahora, han sido un éxito. La mayoria de ellos tiene un minimo de diez años de vida matrimonial.
Todos los matrimonios tuvieron que afrontar dificultades y problemas en su convivencia.
En algunos casos hubo crisis importantes que, al final, no les impidió llegar al exito conyugal que actualmente tienen.
Con ello nos hacen ver que la armonia en la vida de matrimonio, no surge espontaneamente y para siempre, sino que requiere esfuerzo diario y perseverante.
Veamos cuales fueron los secretos: ¿Como reconocieron estos matrimonios que son felices y que hicieron para lograr ser duraderos?
1. La Felicidad Matrimonial se reconoce por 4 sintomas:
> El gozo por la presencia de la persona amada que genera el deseo y la necesidad de estar juntos y cuidar el uno del otro. La insatisfaccion de estar separados.
>Tener una buena relacion conyugal, basada en un amor intenso, en la buena comunicacion, en el respeto y confianza mutuos.
>El crecimiento y la maduracion del amor con el paso del tiempo. >Hijos felices
2. Circunstancias que contribuyeron al éxito matrimonial:
>El buen ejemplo de los padres >Un buen Noviazgo
>El acierto en la elección del conyuge
>La educacion para el amor en familia
>La llegada del primer hijo (si la pareja lo desea)
3. Los principios basicos de la vida conyugal:
>Casarse para siempre
> La entrega total al otro conyuge en la vida diaria
>Construir el amor cada dia
> Ser amigos, ademas de conyuges
> Ser matrimonio autónomo con respecto a la familia de origen >Contar con que habrá dificultades y que se pueden superar >Buscar la felicidad del otro
>Aceptacion mutua incondicional
4. El secreto para mantener vivo el amor:
> Tener detalles con el otro >Expresar el amor
> Renuncia, sacrificio
> Compañia intima
>Rehacerse y empezar cada dia >Apelar a los buenos recuerdos
5. Actitud ante los defectos del otro conyuge:
> Aceptarle con sus defectos
>Aceptarle a pesar de sus de sus defectos
> Aceptarle y esperar pacientemente el cambio
>Aceptarle y corregirle con cariño y tacto
6. Los aspectos de la vida matrimonial que merecen mayor esfuerzo:
> Compartir y comunicar > Estar alegre por el otro > Dedicar tiempo al otro > Cuidar los detalles
> Ser mejor para el otro. Crecer en virtudes > Pedir perdon y perdonar
> Autocontrolar el caracter
7. Los recursos para mejorar la convivencia y la comunicacion entre los esposos:
> La sinceridad. No tener secretos con el otro > Dialogar
> Ceder
> Escuchar
> Buenos modales
> El respeto
> Interes por las cosas del otro
> Hacer cosas juntos
> Dar libertad al otro. No invadir su espacio > La confianza mutua
Autor: Guillermo Juan Morado | Fuente: Catholic.net
¿Casarse por la Iglesia o por lo civil?
El matrimonio no es, en ningún caso, una institución puramente humana, sino que obedece al plan creador de Dios
¿Casarse por la Iglesia o por lo civil?
El matrimonio no es, en ningún caso, una institución puramente humana, sino que obedece al plan creador de Dios: «El mismo Dios es el autor del matrimonio», enseña el Concilio Vaticano II, en la Constitución pastoral Gaudium et spes, 48. Es decir, el matrimonio es una realidad que se encuadra en el orden de la creación. Dios ha creado al hombre y a la mujer, y los ha llamado al amor; de tal modo que «el amor mutuo entre ellos se convierte en imagen del amor absoluto e indefectible con que Dios ama al hombre»(Catecismo de la Iglesia Católica, 1604).
Por su propia naturaleza, el matrimonio, que es «la íntima comunidad de vida y amor conyugal» (Gaudium et spes, 48), está provisto de leyes y características propias: exige la unidad y la indisolubilidad; la fidelidad inviolable y la apertura
a la fecundidad. Y la razón última de estas propiedades del matrimonio la encontramos en la totalidad que comporta el amor conyugal, como enseña Juan Pablo II en Familiaris consortio, 13. El matrimonio, por su propia naturaleza, está ordenado al bien de los cónyuges, así como a la generación y educación de los hijos (Catecismo, 1660).
Jesucristo, Nuestro Señor, no ha instituido un «matrimonio nuevo», sino que ha elevado a la dignidad de sacramento el matrimonio entre bautizados: «La alianza matrimonial, por la que el varón y la mujer constituyen entre sí un consorcio de toda la vida, ordenado por su misma índole natural al bien de los cónyuges y a la generación y educación de la prole, fue elevada por Cristo Nuestro Señor a la dignidad de sacramento entre bautizados» (Catecismo, 1601; Código de Derecho canónico, canon 1055, & 1).
¿Qué significa que el matrimonio entre bautizados es sacramento? Significa que es signo eficaz de la alianza de Cristo y de la Iglesia (cf Efesios 5, 31-32). Es signo y comunicación de la gracia y, por consiguiente, es un verdadero sacramento de la Nueva Alianza: «Da a los esposos la gracia de amarse con el amor con que Cristo amó a su Iglesia; la gracia del sacramento perfecciona así el amor humano de los esposos, reafirma su unidad indisoluble y los santifica en el camino de la vida eterna» (Catecismo, 1661).
El hecho de que Jesucristo no instituyese como sacramento una realidad nueva, sino el matrimonio tal como había salido de las manos de Dios en la creación, tiene una consecuencia de gran importancia: «Por tanto, entre bautizados, no puede haber contrato matrimonial válido que no sea por eso mismo sacramento» (Código de Derecho canónico, canon 1055, & 2). Es decir, entre bautizados no se puede separar la realidad «natural» del contrato y la realidad «sobrenatural» del sacramento significante de la gracia. Lo que es elevado a sacramento es, precisamente, esa misma realidad del orden natural.
Para los bautizados, la sacramentalidad no es un añadido, no es un adorno, sino que pertenece a la misma raíz del matrimonio: «La dimensión natural y la relación con Dios no son dos aspectos yuxtapuestos; al contrario, están unidos tan íntimamente como la verdad sobre el hombre y la verdad sobre Dios» (Juan Pablo II, «Discurso a la Rota Romana», 30 de Enero de 2003).
Tratándose de bautizados, si no hay contrato válido no hay sacramento; y si no hay sacramento, no hay contrato.
Puesto que, para los bautizados, el matrimonio válido es un sacramento, corresponde a la Iglesia regular cómo ha de ser su forma canónica. A la Iglesia le compete, cuando se trata del matrimonio entre católicos, aprobar lo que se requiere para su validez y para su celebración lícita (cf Código de Derecho canónico, canon 841). La forma canónica ordinaria para el matrimonio aparece descrita en el canon 1108: «Solamente son válidos aquellos matrimonios que
se contraen ante el Ordinario del lugar o el párroco, o un sacerdote o diácono delegado por uno de ellos para que asistan, y ante dos testigos…». De acuerdo con el canon 1117 del Código de Derecho Canónico, la forma canónica se ha de observar «si al menos uno de los contrayentes fue bautizado en la Iglesia católica o recibido en ella y no se ha apartado de ella por acto formal», sin perjuicio de la normativa aplicable a los matrimonios mixtos.
La exigencia de una forma canónica para contraer matrimonio entre católicos no es un capricho, sino que viene motivada por la seriedad del matrimonio.
La Iglesia quiere velar para que el matrimonio de un católico se ajuste a la disciplina eclesiástica y, por consiguiente, al derecho divino.
Hasta aquí hemos hecho, básicamente, tres afirmaciones: El matrimonio es obra del Creador y, por su propia naturaleza, tiene unas leyes; el matrimonio válido entre bautizados es sacramento; y la Iglesia establece, para los católicos, cuál ha de ser la forma válida para contraer matrimonio.
Las tres afirmaciones están interrelacionadas. Si la Iglesia exige una forma canónica para el matrimonio entre católicos, es para asegurar su sacramentalidad y su correspondencia a la voluntad de Dios, expresada ya en el orden de la creación.
¿Qué sucede entonces cuando un católico obligado a contraer matrimonio según la forma canónica descrita contrae sólo matrimonio civil? Pues lo que sucede es que no contrae matrimonio. No se trata sólo de que no reciba el sacramento del matrimonio, sino de que no contrae válidamente matrimonio; pues, para un bautizado, es imposible contraer un matrimonio que no sea sacramental. Y, para un católico, ordinariamente al menos, no hay matrimonio sacramental válido sin observancia de la forma canónica.
En consecuencia, la Iglesia considera nulos los matrimonios de los católicos que, estando obligados a observar la forma canónica, contraen matrimonio solamente de forma civil. Estos matrimonios son, para ella, inexistentes. Es como si no se hubiesen celebrado. Por tanto, estas personas, a los ojos de Dios y de la Iglesia, siguen estando solteros. Si ese matrimonio civil, no reconocido como válido por la Iglesia, se disuelve por una sentencia de divorcio, no hay impedimento para que esas personas puedan contraer el matrimonio canónico. Y no es que la Iglesia reconozca el divorcio en ese caso, no; se trata simplemente de que la Iglesia no ha reconocido ese matrimonio, de que para ella nunca ha existido.
El hecho de que Cristo haya elevado a la dignidad de sacramento la realidad natural del matrimonio acarrea también unas consecuencias a la hora de admitir a los novios a la celebración del matrimonio canónico. No se les exige, para contraer matrimonio, que sean unos católicos perfectos ni que vivan en plena armonía con su fe. Un católico debe esforzarse por ser santo,por el hecho de ser católico. Pero un católico, aunque no sea ejemplar en su vida ni tenga apenas fe personal, tiene derecho a contraer matrimonio; y, de ordinario, sólo puede ejercer este derecho casándose por la Iglesia: «La Iglesia no rechaza la celebración del matrimonio a quien está bien dispuesto, aunque esté imperfectamente preparado desde el punto de vista sobrenatural, con tal de que tenga la recta intención de casarse según la realidad natural del matrimonio. En efecto, no se puede configurar, junto al matrimonio natural, otro modelo de matrimonio cristiano con requisitos sobrenaturales específicos» (Juan Pablo II, «Discurso a la Rota Romana», 30 de Enero de 2003).
Sería necesario, para no admitir a la celebración del matrimonio canónico, que los contrayentes excluyesen las propiedades esenciales que el matrimonio, ya en el plano natural, posee: «No se debe olvidar esta verdad en el momento de delimitar la exclusión de la sacramentalidad (cf. canon 1101, 2) y el error determinante acerca de la dignidad sacramental (cf. canon 1099) como posibles motivos de nulidad. En ambos casos es decisivo tener presente que una actitud de los contrayentes que no tenga en cuenta la dimensión sobrenatural en el matrimonio puede anularlo
sólo si niega su validez en el plano natural, en el que se sitúa el mismo signo sacramental.
La Iglesia católica ha reconocido siempre los matrimonios entre no bautizados, que se convierten en sacramento cristiano mediante el bautismo de los esposos, y no tiene dudas sobre la validez del matrimonio de un católico con una persona no bautizada, si se celebra con la debida dispensa»(Juan Pablo II, «Discurso a la Rota Romana», 30 de Enero de 2003).
En conclusión, podemos decir que la doctrina católica sobre el matrimonio posee una gran profundidad. Dos son las preocupaciones fundamentales de la Iglesia: no apartarse del plan de Dios sobre el matrimonio – que Cristo ha elevado a la dignidad de sacramento – y no perjudicar a los contrayentes, falsificando la verdad del amor conyugal. Para la Iglesia, el camino de la fidelidad a Dios es el camino adecuado para asegurar la felicidad del hombre. La lectura detenida del Catecismo de la Iglesia Católica y, para quienes deseen profundizar, de los Discursos anuales del Santo Padre a la Rota Romana, constituye un precioso medio para conocer mejor la riqueza y la hondura de la comprensión católica del matrimonio.
Casados a medias
Autor: Salvador Casadevall | Fuente: Catholic.net
Gran parte de los matrimonios están casados a medias
Es casi general ver tristeza o preocupación en los rostros de los matrimonios que tienen algunos años de casados
Gran parte de los matrimonios están casados a medias
Es casi general ver tristeza o preocupación en los rostros de los matrimonios que tienen algunos años de casados.
Pareciera que cuando están juntos o salen en pareja no demuestran ninguna alegría. Se aceptan, conviven con cara de pocos amigos.
Es cierto que no somos responsables de la cara que tenemos, pero si de la cara que ponemos.
Y la cara que pongo es reflejo de lo que siento y es reflejo de lo que en mi interior, hay .
¿Estamos nosotros en esta situación?
Si así fuera, deberíamos reflexionar seriamente sobre dos preguntas que tienen que ser claves para aquellos que han decidido hacer de su vida un solo camino.
¿Entre nosotros hay encuentro, sabemos encontrarnos?
¿Entre nosotros hay amistad? ¿Sabemos mantener esa relación profunda y abierta de todas nuestras cosas?
Gran parte de los matrimonios están casados a medias. ¿Qué quiere decir, estar casados a medias?
Se encuentran sus cuerpos pero no se encuentran sus almas. Se usan, se desahogan pero no crecen en espíritu.
No crecen en ser persona en unidad con el otro.
Y cuando esto ocurre, aparece en su vivir el egoísmo, el encerrarse en un montón de actitudes. ¿Dónde quedó aquel inicio tan hermoso, dónde quedó aquella luna de miel que eran nuestros primeros años de casados?
La luna de miel se acaba cuando chocan los dos egoísmos.
La luna de miel continúa cuando me preocupo por lo que quiere el otro.
Hay que aprender a vivir con el otro ser humano.
Hay que aprender sus vicios, sus virtudes, sus defectos y caprichos, sus alegrías y sus malos humores.
Sus días de mala luna, como se dice por ahí.
La vida de un hombre y una mujer está hecha de pequeños momentos cotidianos, está hecha de pequeñas incomprensiones, olvidos, gestos dulces y amargos, diálogos cálidos y también enojosos.
La vida de los esposos, hay que entenderlo bien, es la historia de su vida compartida, hecha en la responsabilidad común. Cada uno aceptando al otro. Y al hacerlo harán crecer su ser personal y el del otro.
Eso si, la comunión entre varones y mujeres no puede hacerse en un instante, en un momento. Se necesita de su tiempo.
Por creer esto fracasa muchas veces la experiencia de la pareja.
No se puede amar a otra persona sin tener en cuenta su propia historia, cuyo conocimiento iremos descubriendo poco a poco.
La comunión se edifica día a día, compartiendo, dando, recibiendo.
Lo justo en esto de vivir juntos sería –si no pueden evitar los malos momentos– que cada uno de los cónyuges tuviese por turno riguroso sus días de mal humor.
Por desgracia, sucede a veces, que uno de los dos detenta el monopolio del mal humor.
En tal caso………en tal caso al otro no le queda más remedio que armarse de valor y tratar de tener otro monopolio: ¡el monopolio de la paciencia!
En toda vida de a dos hay y habrá obstáculos. Veamos algunos: “nuestro pobre corazón” tan versátil e imprevisible.
El cónyuge prudente sabe que es preciso mantenerlo bajo control.
A veces, sin embargo, hay quien se engaña.
Cree poder descuidar un tanto la vigilancia y permitirse alguna distracción.
La tan común llamada “cañita al aire”
La familia se fue de vacaciones, uno va los fines de semana y de lunes a viernes es fácil la tentación. Estoy sólo, sabré controlarme.
Y se dice: ¡es solo un momento! ¡No saldré de mis limites!
El momento se convierte en una hora y la hora en traición.
Dice San Francisco de Sales: nadie despierta voluntariamente el amor sin hacerse su prisionero.
En este juego, el que atrapa es atrapado.
El fuego del amor es más activo y poderoso de lo que parece; uno cree que le ha tocado solamente una chispa y uno se queda estupefacto viendo que, como un rayo, se ha incendiado el corazón, reduciendo a cenizas aquel propósito y en humo nuestra reputación, nuestra fidelidad.
Conocemos los grandes navegantes de la mitología griega. Estos prometían a sus amigas y amantes volver a casa, después de algún tiempo de aventuras y trabajos, pero nunca volvían. En el mar, escuchaban los cantos de las sirenas, quedaban fascinados y cambiaban de rumbo para estar con ellas. Las mujeres no los veían nunca más.
Pero hubo uno -Ulises- que previó el peligro. Quiso que sus compañeros le ataran al mástil de la nave. Cuando pasaron por la isla de las sirenas, también él escuchó su canto maravilloso, también él se quedó fascinado, pero no podía seguir las voces y los cantos de las sirenas, ya que estaba atado. Así, las sirenas no pudieron seducirle. Fue el único que volvió a casa.
Ser precavido como Ulises da buenos resultados
Toda persona -incluso el más acérrimo crítico del matrimonio- anhela, si es sincero consigo mismo, tener alguien en quien poder abandonarse completamente, alguien que siempre esté con él, pase lo que pase, que confíe en él también cuando todo está en contra suya; también cuando sufre fracasos y enfermedades, cuando se hace mayor y más débil.
“La edad no protege contra el amor, más el amor, en cierta medida, protege contra la edad” (Jeanne Moreau)
Los celos son también un obstáculo que aparece en algunos matrimonios.
Los celos no ennoblecen el amor –como a veces se dice y se cree– sino que lo humillan y corrompen.
Los celos son ciertamente indicio de la fuerza del afecto, pero no de su calidad, ni de su pureza y perfección.
Quién está celoso, duda de la fidelidad de la persona amada, duda de la fidelidad del otro. Los celos terminan por destrozar la sustancia del amor, porque producen disputas y discrepancias.
Disputas y discrepancias no son tierra fértil para que el amor crezca.
Jutta Burggraf piensa que el humor, el reírse o al menos sonreírse es importante para un buen
clima hogareño.
La mejor educación es la convivencia familiar alegre y armónica.
«Cuando hayas estado un día entero sin reír, habrás perdido totalmente ese día». Este lema es muy importante precisamente para la vida cotidiana de la familia. Las personas carentes de humor e incapaces de reír llevan una vida poco atractiva. Los matrimonios y las familias, que han dejado de reír, están perdidas.
En cambio, el que tiene sentido del humor, puede olvidarse de sí mismo, y de este modo está libre para los demás. Todos tendemos a veces a plantearnos problemas existenciales por cosas insignificantes, y esto afecta a las relaciones entre los hombres. Debemos esforzarnos por no contemplar las múltiples cosas pequeñas de la vida cotidiana desde su aspecto negativo. Cada cosa, como es sabido, tiene dos caras, y vale la pena centrar la vista en aquella cara de la que podemos reírnos a gusto, o al menos sonreír.
Pablo Neruda escribió: Podrán cortar todas las flores, pero nada impedirá la llegada de la primavera.
Igual sucede en los que se aman.
Habrá obstáculos, habrá discrepancias, habrá malos momentos, podrá haber infidelidades, pero el amarse hace posible que siempre llegue una primavera.
Que siempre llegue un nuevo brotar, una nueva primavera en nuestra vida. Simplemente porque se aman.
Y en toda primavera si algo se necesita, si algo sobra es el amor
Y desde el amor todo es superable.
Si no existiera el amor no habría primavera. ¡Existen primaveras! en la vida de todos, porque es amando que uno llena en profundidad toda su vida si somos capaces de volver amar
Salvador Casadevall
salvadorcasadevall@yahoo.com.ar
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COF Virgen de Olatz
Madrid, 6 de Octubre de 2007
Queridos amigos:
A raíz de las polémicas suscitadas por el Gobierno y en los medios de comunicación sobre la asignatura Educación para la Ciudadanía no hemos querido dejar pasar la oportunidad e informaros a fondo de lo que supone esta materia. Es por ello que el próximo 22 de Octubre estará con nosotros Rafael Lozano, Director del Foro Español de la Familia.
El Foro Español de la Familia es una confederación de asociaciones familiares de carácter civil, ámbito nacional y vocación internacional. Nace el 23 de Julio de 1999 en Santiago de Compostela cuando varios centenares de representantes de diversas entidades – con objeto de cubrir en España la carencia de una plataforma familiar tal y como existen en otros países europeos- firmaron un DOCUMENTO MARCO para su Constitución como un FORO civil, no confesional, que aglutinara al mayor número posible de Organizaciones de familia.
Lo constituyen en la actualidad más de 5.000 asociaciones, agrupadas en 117 federaciones, 19 confederaciones y otras entidades que en total representan, estimativamente, a más de 4 millones de familias. Su objetivos principales persiguen: 1) propagar, promover y defender en el seno de la sociedad los valores esenciales de la persona y de la familia. 2)Investigar los problemas actuales de la familia y generar soluciones y alternativas que permitan su fortalecimiento en la sociedad actual. 3)Acceder y actuar ante las instituciones y organismos responsables de la política familiar, canalizando las convicciones y los esfuerzos de muchas personas respecto a dichos valores. Y 4)facilitar la comunicación y el encuentro entre entidades y personas que promuevan y defiendan valores fundamentales de la persona y de la familia.
Esperamos que la conferencia sea de vuestro interés. Seria muy bueno que extendierais esta invitación a todos vuestros conocidos con inquietud por este tema.
Un abrazo
Ana Martinez y Jose Sastre
Directores del COF Virgen de Olatz