Proyecto de ley sobre final de vida

Consideraciones ante el proyecto de ley español sobre el final de la vida

Por monseñor Mario Iceta Gavicagogeascoa

BILBAO, sábado, 2 de julio de 2011 (ZENIT.org).-Publicamos las consideraciones acerca del anteproyecto de ley sobre los derechos de la persona ante el proceso final de la vida presentado en España expuestas por monseñor Mario Iceta Gavicagogeascoa, obispo de Bilbao.

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  1. ¿No es mejor una ley que desarrolle integralmente los cuidados paliativos?

En primer lugar, me gustaría que utilizáramos los términos precisos. Se suele decir que es un anteproyecto de ley de muerte digna. Ahora bien, el anteproyecto de ley no habla de muerte digna, sino de los derechos de la persona ante el proceso final de la vida. Me parece adecuado que se hable del término persona, y no simplemente individuo, y del proceso final de la vida, mejor que de muerte digna.

De entrada, la orientación que ofrecía el título del anteproyecto me pareció sugerente y me sumergí en su lectura con buen ánimo. Su estudio y reflexión me dejó una cierta sensación de perplejidad. Si se pretende elaborar una normativa, nada más y nada menos que con rango de ley, sobre el proceso del final de la vida, parecería más adecuado abordar íntegramente la cuestión de los cuidados paliativos. Ciertamente se habla de ellos en el artículo 11, dedicado al derecho al tratamiento del dolor. En dicho artículo se describe el derecho a recibir cuidados paliativos integrales de calidad, si bien se entienden dirigidos principalmente a la prevención y alivio del sufrimiento. Siendo esto positivo, es preciso recordar que la naturaleza de los cuidados paliativos va más allá y es mucho más amplia que el tratamiento del dolor y del sufrimiento.

En este sentido, me parecería mucho más interesante una ley integral de cuidados paliativos, que reconozca estos cuidados como especialidad médica –en la actualidad no lo es-, que sea asignatura obligatoria en la formación de los profesionales sanitarios –en la actualidad es optativa en algunas facultades-, que se desarrolle íntegramente su implantación en el sistema nacional de salud, sin olvidar la importantísima atención domiciliaria, y a la familia… Todas estas cuestiones son las que yo esperaría de una ley de atención a la persona ante el proceso final de la vida.

Creo que sería más oportuno una normativa que despliegue y desarrolle la atención integral del paciente en la fase final de la vida y de su familia, a través de la implantación decidida de los cuidados paliativos en toda su amplitud y todas sus dimensiones. Me parece que la atención familiar no debe quedar excluida. Cuando una persona enferma, su repercusión en la familia es enorme. Noches en el hospital, alteración de jornada laboral para atender al enfermo, estancias en centros sanitarios alejados del domicilio habitual y que obligan a familiares a desplazarse, atención domiciliaria que requiere el cuidado continuo del enfermo, etc. Por eso creo que debería procurarse una atención integral incluyendo en ella a la familia.

  1. Algunos aspectos pueden ser utilizados con mentalidad proeutanásica.

Me llaman la atención algunos aspectos de este anteproyecto de ley, principalmente los artículos 6 sobre el derecho a la toma de decisiones, el 11 sobre el derecho al tratamiento del dolor, y el 17 sobre la proporcionalidad de las medidas terapéuticas. El artículo 6 considera la autonomía del paciente de un modo absoluto hasta el punto de concederle la capacidad de rechazar procedimientos médicos propuestos por los profesionales sanitarios, incluso a costa de poner en peligro inminente la propia vida, por lo que podría ser utilizado con una mentalidad proeutanásica. La misma dificultad aparece a la hora de abordar las medidas de soporte vital de las que se trata con ambigüedad en el artículo 17.

Con respecto a la sedación paliativa, abordada en el artículo 11, habría que recordar que existe un buen documento de la Organización Médica Colegial de febrero de 2009 titulado “ética de la sedación en la agonía”, en el que se aborda con exquisito equilibrio y de modo práctico esta cuestión y pueden ayudar a una reelaboración de dicho artículo en términos adecuados. De todas formas, todos estos aspectos, -criterios para instaurar o rechazar un tratamiento médico específico, sea la sedación paliativa, la hidronutrición o cualquier otro procedimiento-, deberían quedar dentro del ámbito propio, que es la relación del paciente con los profesionales sanitarios, por lo que una concreta y específica regulación legal, que sobre pasa dicho ámbito, podría considerarse excesiva. A este respecto, también la SECPAL, (sociedad española de cuidados paliativos), ha redactado diversos documentos y protocolos, eminentemente prácticos y bien fundamentados, que clarifican estos aspectos para una adecuada toma de decisiones, respetuosa con la lex artis, el criterio de ciencia y conciencia del profesional sanitario y la voluntad del paciente, todo ello en el contexto de la relación clínica, que es su ámbito propio.

  1. La objeción de conciencia del profesional sanitario debe ser absolutamente respetada

En el anteproyecto de ley no se habla del derecho a la objeción de conciencia del profesional sanitario, pues no sólo habla del médico, sino de los profesionales sanitarios en general. El artículo 15.3 hace referencia a la exención de responsabilidad cuando con sus actuaciones cumplen la voluntad del paciente. Entiendo que este artículo concede una primacía desproporcionada a la voluntad del paciente, basada en una concepción maximalista de su autonomía sobre el criterio del profesional, ante la cual éste se ve obligado a proceder, distorsionando la naturaleza de la relación clínica, basada en la mutua confianza y el acuerdo común en alcanzar objetivos clínicos.

El texto no hace referencia al derecho del profesional sanitario de actuar siempre conforme a su conciencia y su criterio ético o profesional, y es un aspecto fundamental que no se puede obviar. Se habla más bien de que estos profesionales están obligados a respetar la voluntad del paciente y, en este caso, la ley les eximiría de cualquier responsabilidad, se supone legal. Pero en este asunto no se menciona la responsabilidad ante la propia conciencia y ante la competencia y criterio profesional, y ésta son cuestiones fundamentales e ineludibles. La dificultad de fondo subyace en el modo de concebir la verdadera naturaleza de la relación profesional sanitario – paciente. Da la sensación de que la ley la concibe desde una perspectiva contractualista, con una prevalencia excesiva de la autonomía del paciente, perdiendo de vista aspectos fundamentales de dicha relación que es eminentemente personal, presidida por la confianza mutua, la competencia profesional y calidad ética de los profesionales sanitarios, y el respeto y diálogo sincero en la búsqueda común del bien del paciente y los objetivos clínicos a alcanzar mediante la mutua colaboración.

  1. La delicada cuestión del soporte vital y de la hidronutrición.

El texto, en el artículo 17.1, hace referencia a la lex artis como referencia fundamental del criterio clínico, si bien en la disposición final primera se pide la modificación de la ley 41/2002 sobre la autonomía del paciente, suprimiendo sorprendentemente dicha referencia. A continuación habla de evitar la adopción o mantenimiento de medidas de soporte vital carentes de utilidad clínica, manteniendo aquellas que garanticen su debido cuidado y bienestar. El problema estriba en qué medidas específicas considera la ley como soporte vital. Ha sido clásica la distinción entre tratamientos y cuidados, aunque actualmente es un tema sujeto a revisión.

Se ha considerado la hidronutrición como un elemento clave del soporte vital, pues es fundamental para el sostenimiento de la vida y debería entrar en lo que el texto denomina medidas que garantizan el cuidado debido. Ahora bien, en este artículo se introduce la variable de calidad de vida futura del paciente como criterio para la adopción o suspensión de medidas de soporte vital, sin distinguir los aspectos anteriormente mencionados. Es éste un concepto sobre el que se ha debatido mucho y es, por su propia naturaleza, ambiguo y difícilmente objetivable y por tanto, constituye una dificultad a la hora de abordar decisiones clínicas.

Sería un equívoco pensar que la dignidad del enfermo depende de la calidad de vida. Y en este sentido, no es adecuado hacer depender las medidas de soporte vital, principalmente la hidronutrición, de la valoración de la calidad de vida futura del paciente. Por eso, creo que es preferible evitar su inclusión en este artículo 17, que me parece clave en el texto. Dicho artículo, junto con el 11 y el 15, que están profundamente relacionados y con los que el artículo 17 se contradice en algunos aspectos, principalmente entre la lex artis, la competencia ética y profesional del profesional sanitario y la autonomía del paciente, precisan, a mi entender, una seria reformulación.

  1. La eutanasia es indigna. No confundir eutanasia pasiva con suspensión de procedimientos fútiles.

La persona es siempre digna por su propia naturaleza, con independencia de la fase de la vida en la que se encuentra, o su estado de salud, y también en los compases finales de su existencia. Persona y dignidad son, en el fondo, conceptos redundantes. En cambio, el concepto de muerte digna es confuso y ambiguo. Por eso, como le decía, me parece adecuado que este anteproyecto de ley no caiga en esta ambigüedad. La eutanasia consiste en aquella acción u omisión que por su naturaleza e intención causa la muerte del paciente y en eso consiste precisamente su misma indignidad. La eutanasia busca la muerte del enfermo, bien mediante la instauración de un procedimiento que provoca la muerte, o bien mediante la omisión de un procedimiento adecuado y debido.

Hoy en día la confusión más extendida quizás se dé principalmente entre la eutanasia pasiva y la suspensión de un tratamiento fútil, que conllevan un juicio moral radicalmente distinto. En el primer caso, se busca la muerte del enfermo no iniciando o suspendiendo un procedimiento clínicamente indicado, y esto es éticamente inaceptable. En cambio, es lícita la suspensión de un tratamiento fútil. En este caso, el objeto moral de la suspensión consiste en retirar un tratamiento o procedimiento clínico que no proporciona ya ningún beneficio al enfermo e incluso prolonga innecesariamente una situación de agonía y sufrimiento, si bien de tal suspensión podría seguirse (aunque no necesariamente) la muerte del enfermo. Esta muerte no es nunca pretendida, ni querida ni buscada, y por ello la moralidad de este acto es esencialmente distinta a la de la eutanasia, que constituye siempre un mal moral.

Cómo resolver conflictos de pareja

CONFLICTOS DE PAREJA: REGLAS PARA RESOLVERLAS

¿Sois compatibles como novios?

Una joven escribió a su consejero: “casi cada semana tengo riñas con mi pareja, pero me da igual, yo lo quiero, y sé que El va a cambiar. Sea como sea nos vamos a casar…” Surge cuestionarnos ¿Podrían edificar una familia sólida y armoniosa en una pareja donde se pelean con tanta frecuencia? ¿Dónde podrían vivir felices si no tienen afinidad ni compatibilidad de caracteres? Para evitar las desavenencias y asegurar la felicidad, primeramente deberá estar presente el amor – véase de nuevo el capitulo dos de esta disertación -, pero, además una cuota elemental de afinidad que lleve a la pareja a vivir unidos y en paz. La afinidad engendra la comprensión, acrecienta el amor y promueve la convivencia social, familiar y religiosa. Ya en sus días el profeta Amós se había preguntado: “¿Andarán dos juntos, a menos que se pongan de acuerdo?”(3:3) .(22)

Eso es precisamente compatibilidad o afinidad, llevarse bien, estar de acuerdo. Y esto será posible sólo cuando entre los novios haya más coincidencias que divergencias, más madurez que caprichos y más amor que egoísmo. El tiempo actual se caracteriza por el tipo de hogares tensionados y cargados de diversos problemas. Tales problemas producen infelicidad y ruina en muchas familias colombianas. ¿Dónde radica casi siempre el comienzo o la causa de semejante cuadro familiar? La causa radica por lo general en las parejas mal constituidos, mal entendidos y mal desarrollados. (23) Formas de enfrentar los conflictos, Jaime Fairfield, experto en soluciones de conflictos matrimoniales sugiere las cinco maneras de enfrentar los conflictos.( 24) El autor de esta disertación lo llama: el método de los cinco pasos para mejorar las relaciones matrimoniales, profesionales, interpersonales, etc. También Norman Wright sugiere diez principios para enfrentar a los conflictos. Estos son: (25)

1. No evite el conflicto con el tratamiento del silencio.
2. No ahorre cupones emocionales.
3. Si es posible, prepare el terreno para la desavenencia.
4. Ataque el problema, no se ataquen entre si.. respalde sus acciones con hechos. Recuerde que debe olvidar. No incluya a parientes, aspectos de su pareja.
5. No arroje sus sentimientos como piedras.
6. No se aparte del asunto.
7. Ofrezca soluciones con sus críticas.
8. No diga: tu nunca… Baje el tono de voz, no exagere.
9. No trate de manipular al Otro diciendo irónicamente es culpa mía, pero no se rescate de decirlo seriamente cuando lo sea.
10. Sea humilde…., puede estar equivocado.

¿Cómo resolver las desavenencias en el matrimonio?

El primer paso es retirarse. Si usted tiene la tendencia a ver los conflictos como algo inevitable y sin esperanza, sobre todo lo cual tiene poco control, quizá ni intente probar. Norman Wright, nos dice “que el

conflicto forma parte del matrimonio y que debe ser solucionado, no oculto o ignorado.”(26) Se retira dejando la escena física o psicológicamente. Si se siente que sus intereses son lo primero o que su autoestima peligra en un conflicto, usted va elegir ganar por encima de todo. No importa el costo, lo que importa es ganar. Dominar es lo primero, las relaciones ocupan un segundo lugar. El segundo paso es ceder. Es la actitud del que no quiere arriesgarse a la confrontación directa. El tercer paso es avenirse. Es ceder un poco para ganar un poco. Esta persona considera que no se puede ganar siempre, pero tampoco quiere que el Otro gane siempre. El cuarto paso es resolver. Esta manera de enfrentar los conflictos, la situación, la actitud y el comportamiento cambian mediante la comunicación abierta, directa y honesta.

El quinto paso es ganar. Esta forma de enfrentar los conflictos, la persona alcanza la meta, pero sacrifica las relaciones. Recordemos que conservar las relaciones en la pareja es más importante que lograr las metas. Por ende, aconseja José Luis Martínez, que la forma que posee los más altos valores es el de resolver los conflictos.( 27) Esta forma permite fortalecer las relaciones – matrimoniales, profesionales, etc.-, el mutuo beneficio (28) y lograr las metas. Una joven le preguntó al Dr. David Augsburger: “Tengo que enfrentarlo abiertamente. No hay otro modo de salir de este embrollo. Pero ¿Como lo hago? El sugiere cinco alternativas, que tienen relación con las de James Fairfield. Ellas son: 1. Lo pescaré, 2. Saldré de la sociedad, 3. Cederé, 4. Le encontraré a mitad de camino, o 5. Amo lo suficiente como para enfrentar, son las opciones básicas que se ofrecen ante la mayoría de las situaciones conflictivas.

De estas cinco alternativas, la que más aconseja él es la quinta, porque es la posición: quiero la relación pero también quiero integridad, honestidad. Aquí se ve el conflicto como neutral – ni bueno ni malo – y natural – que no debe ser evitado ni puesto en cortocircuito. – Es de lo más útil resolver las diferencias dando mensajes claros de amo y quiero, que a la vez amen y enfrenten. Véase el capitulo uno Enfrentando con amor: La senda creativa a través del conflicto. Pp., 9 – 22. (29)

Otro autor, experto en la resolución de conflictos, en su libro titulado: Cómo pasar del conflicto al acuerdo, nos sugiere un método en cuatro etapas para poner fin a las relaciones conflictivas en la vida familiar, privada y profesional. A continuación compartiremos en breve: El primer paso: buscar tiempo para conversar. Buscar tiempo para dialogar usted le está pidiendo al Otro que se unan en un Diálogo encaminado a buscar un acuerdo basado en las reglas cardinales: no retirarse y no recurrir al juego de poder. La hoja de Notas para el Otro [vea apéndice # 1] es para tenerla a mano. Haga fotocopia para el Otro a fin de ayudarle a comprender el propósito de usted. El segundo paso: planificar el contexto. El contexto es el lugar y la hora para el Diálogo del tercer paso. El propósito de planificar el contexto es establecer un ambiente adecuado para la comunicación sea eficaz. En la segunda parte del libro, en especial el capitulo 9 describe los aspectos del contexto que se deben tomar en consideración. Ellos son: el sitio, la comodidad física, la duración, la reserva, las interrupciones, el momento apropiado y ¿quién más debe estar presente? (30)

El tercer paso, dialogar. Reunirse para conversar es el ingrediente fundamental del método de los cuatro pasos. Los pasos 1 y 2 hacen posible la reunión, pero cuando se ponen en práctica las dos tareas dentro de la estructura y el contexto recomendados, se libera la energía que ha estado atrapada en el conflicto. Esto hace que haya un cambio de actitud: pasan del enfrentamiento a la cooperación.( 31)

La estructura. La reunión constara de cuatro partes: la introducción, la invitación, el diálogo y el desarme. Veamos en breve cada una de las piezas de esta armazón, con ejemplos sobre cómo proceder en cada caso: La introducción. Aquí usted debe manifestar su aprecio: le agradezco que haya aceptado reunirse conmigo para hablar de esto. Manifieste optimismo: tengo la esperanza de que podamos llegar a una solución que nos beneficie a ambos. De algunas Pautas: convengamos en que, para esta reunión, no vamos a recurrir a Juegos de Poder para derrotar al Otro. Busquemos soluciones que ambos podamos aceptar. ¿Está bien? Ahora plantee el problema: para mí, el problema estriba en que tenemos puntos de vistas diferentes respecto de la función que debo asumir en el proyecto familiar.

La invitación: por favor dígame cómo ve usted la situación. El diálogo. Durante la conversación, el cual se prolongará durante la mayor parte del tiempo, usted debe cumplir dos tareas: primera no se aparte del

proceso esencial, y segunda reforzar los gestos conciliatorios. Y finalmente, el cuarto paso: establecer un convenio, si es necesario. El desarme, durante el cual la actitud de las partes: yo contra ti, se transforma en nosotros contra el problema, una oportunidad para establecer un convenio. Una vez ocurrido el desarme, un convenio especifico de comportamiento permite: “tomar decisiones conjuntas sobre los problemas que exigen consenso”, “crear planes mutuamente aceptables para las actividades que exijan la participación de ambas partes” y finalmente, para “mejorar la confianza interpersonal.” (32).

Fuente: veritasradio.org

Otorgar perdón en el matrimonio

Autor: Francisco Gras | Fuente: micumbre.com

10 Condiciones mínimas para otorgar el perdón en el matrimonio

El verdadero perdón se manifiesta con palabras, con hechos y en los casos graves con condiciones

El perdón no es solamente de hecho y sin palabras, ni solo de palabras pero sin hechos.

Voy a poner énfasis en el perdón en los casos graves de: Infidelidades, maltratos físicos o emocionales, abusos infantiles, adicciones a las drogas, juegos, alcohol, derroches económicos, etc. Ejercitar la virtud del perdón es una decisión tanto para la esposa como para el esposo.

Todos tenemos que perdonar no solamente siete veces, si no setenta veces siete, que quiere decir que hay que perdonar siempre.

10 Condiciones mínimas para

otorgar el perdón en el matrimonio

La convivencia diaria origina pequeños roces que muchas veces requieren el inmediato y sincero perdón, sin más explicaciones. El

verdadero perdón es una opción voluntaria, y es un proceso que hay que irlo fomentando poco a poco.

10 Condiciones mínimas para otorgar el perdón en casos de faltas graves.

 Que el perdón se solicite antes de otorgarse y que se pida clara, concreta y sinceramente.  Que el ofensor demuestre sin equívocos ni dobleces un firme arrepentimiento.

 Que el ofensor exprese claramente el propósito de no volver a repetir la ofensa, bajo la condición de “tolerancia cero” a la más mínima veleidad.

 Que se intente restañar las heridas o cicatrices producidas, todavía abiertas o ya cerradas.

 Que se proponga un plan con sus fases y fechas para poner los medios necesarios y razonables para evitar las causas que motivaron la culpa grave por la que se pide el perdón. Quien evita la ocasión evita el peligro.

 Que haya un proyecto perfectamente claro de seguimiento y control de los medios a emplear y de la consecución de los propósitos u objetivos establecidos, expresándose en “banderas rojas” que avisen con antelación suficiente las modificaciones sobre lo pactado o que avisen la llegada de peligros.

 Que haya un nuevo acuerdo de mínimos para la convivencia, como una hoja de ruta, expresada en todos los conceptos: Económicos, religiosos, civiles, sociales, “amorosos”,

familiares, etc. Como si fuera unas capitulaciones prematrimoniales.

 Que quede bien establecido que no habrá nuevas oportunidades de reconciliación si se repiten las faltas graves.

 Que se acepten claramente las graves consecuencias que han supuestos para los otros miembros de la familia, en el presente y supondrán en el futuro las acciones tomadas que ahora se discuten, con el fin de proteger en el futuro de esas malas acciones a los mas indefensos y si es posible repararles el daño causado.

 Que se comprometan solemnemente ambas partes a eliminar el rencor, el resentimiento y la

desconfianza y a intentar sustituirlos por el amor, la educación y la feliz convivencia.

 No es negociable la repetición de las faltas graves, se pueden perdonar pero hay que extirparlas, sea como sea, “por la razón o por la fuerza” como dicen los chilenos. Hay muchas formas de hacerlo, sin ruido pero con energía. Las hogueras hay que apagarlas totalmente enterrándolas, no vaya a ser que quede algún rescoldo y resurja el problema. De nada habría servido el perdón.

En casos graves otorgar el perdón sin ninguna contraprestación es un acto interno lleno de buena voluntad y gran satisfacción para el que lo otorga, pero que no surte ningún efecto externo si no conlleva para el culpable las condiciones comentadas en el párrafo anterior. Si el culpable se siente perdonado sin hacer ningún esfuerzo por su parte, no tendrá muchas ganas de cambiar de actitud y seguramente repetirá las faltas graves tantas veces como le parezca conveniente.

La infidelidad y otras faltas graves son errores que producen daños irreversibles. Pero todo el

mundo puede tener don y privilegio de poder ejercer el perdón supeditado a las condiciones anteriormente indicadas. Otros, antes que nosotros nos han dado el maravilloso ejemplo de ejercer el don del perdón, incluso por causas mucho mayores.

El perdón es para comenzar un nuevo camino prometedor, mucho más importante si se tienen hijos dependientes. Ellos tienen amor por sus padres y quieren, necesitan y tienen derecho a ver a sus padres unidos, felices y sin rencores.

El perdón otorgado con amor, inteligencia y sin rencor enaltece a la persona que lo otorga aunque sea la agraviada, además que le libera de las cadenas que los odios y rencores atan al pasado y no permiten disfrutar del presente ni del futuro.

La resiliencia es un concepto que se emplea para demostrar resistencia, flexibilidad y no rotura y es lo que se necesita practicar en muchos matrimonios. Las palmeras resisten a los huracanes, la mayoría de los otros árboles se caen. Un matrimonio sólido y bien formado puede sentarse a dialogar para encontrar soluciones a los graves problemas matrimoniales. Un matrimonio sin formación religiosa, social y humana es muy difícil que puedan llegar a acuerdos que conlleven un firme perdón.

Para muchos culpables de faltas graves es muy difícil pedir perdón, debido al mal entendido orgullo humano, y en el fondo porque no tienen ni arrepentimiento ni propósito de la enmienda. También influye el que no quieren pedir perdón ni cambiar sus hábitos de vida porque saben que la esposa no tiene muchas alternativas de exigir ese perdón y poner condiciones de continuidad en el matrimonio. Saben que por la falta de preparación de la esposa y el instinto maternal hacia los hijos, si es que los hay, la esposa tendrá que asumir y aguantar las faltas graves que su marido le haga, porque no tiene donde poder ir si no es mantenida por su marido.

Hay que intentar no mirar las cosas graves que han sucedido, aunque no se deben olvidar para que no vuelvan a ocurrir. Solamente hay que acordarse de ellas si se puede sacar alguna lección

positiva. Si ha habido alguna cosa mal hecha y se puede corregir, hay que correr a hacerlo, nunca es demasiado tarde. Esposo y esposa tienen que abrir sus corazones, intentando una y otra vez dialogar hasta llegar a los acuerdos necesarios. A lo mejor el culpable o ambos están necesitando explicar los motivos de la falta grave pero bajo el prisma del perdón, del no olvido y de la tolerancia cero.

Tienen que esforzarse mutuamente en recomponer sus vidas. De estas desgraciadas situaciones ambos esposos siempre salen perdiendo si no han cumplido las promesas que se hicieron en el matrimonio. Si el o ella han sido unos miserables frente a la heroicidad de la otra parte que ha mantenido la fidelidad, deben demostrarse que el perdón les hará mas fuertes, tan fuertes

como para perdonar sin tomar venganza, para rehacer una vida juntos.

No es propio de seres racionales hacer depender a la familia, el apoyo vital sobre el que subsistimos, de una emoción veleidosa, tal como la de perdono o no perdono. Las personas meditan inteligentemente lo que tienen que hacer, cuándo, cómo y porqué lo tienen que hacer. El amor al cónyuge es fruto de que Dios elevó este compromiso del matrimonio entre un hombre y una mujer a categoría de Sacramento indisoluble y para siempre, brindando su apoyo a los que lo reciben en estado de gracia para que puedan consagrar las nuevas vidas como elementos futuros en los que se cimentará la red humana de la convivencia. Eso no quiere decir que no habrá crisis en la vida matrimonial, que normalmente se deben a la soberbia, a la infidelidad, al orgullo, a la mala preparación, etc.

El matrimonio se instituyó como alianza, una alianza que no se puede disolver porque hay demasiado en juego. Se debe velar y poner los medios para que cuando la relación matrimonial se resquebraja, puedan reflotarla.

Los sistemas a emplear varían, desde los buenos propósitos de mejora en aquello que importuna al otro, y/o acudir a profesionales que apuesten por la
supervivencia de los matrimonios a través del perdón y no por su disolución.

Cada separación es fuente de pobreza espiritual y económica para sus protagonistas, para la familia y para la sociedad, además de que genera pesimismo y falta de confianza social en esta institución.

El perdón no es solamente de hecho y sin palabras, ni solo de palabras pero sin hechos. El verdadero perdón se manifiesta con palabras, con hechos y en los casos graves con condiciones.

Conciliar trabajo y familia

Conciliating Work and Family: A Catholic

Social Teaching Perspective

 

Gregorio Guitia´n

 

(Journal of Business Ethics,Springer 2009, pp.513-524)

 

 

ABSTRACT. Although work–family conflict is highly relevant for both families and businesses, scarce attention has received from business ethics perspective. This article focuses on the latter, presenting a set of relevant insights from Catholic Social Teaching (CST). After reviewing the foundations and principles presented by CST regarding work–family relationships, a set of normative propositions are presented to develop work–family policies and for a correct personal work–family balance. It is argued that business responsibility with employees’ family should be considered as a part of Corporate Social Responsibility. In addition, the applications of these principles and propositions can lead to a mutual enrichment of both business and family.

 

KEY WORDS: Catholic Social Teaching, Corporate Social Responsibility, work–family balance, work–family conflict, work–family enrichment

 

Introduction

 

Family and work are rich and complex aspects of human and social life, especially given the current economic and cultural circumstances (Cullen et al., 2003; Donati, 2001). A multiplicity of factors, such as a growing global economic competition, an ageing population along with an increasing number of families in which both the father and the mother have day jobs, single mothers or fathers, workers with duties of eldercare, etc., have given rise to new modalities of the so-called work–family conflict.

 

At first glance, the conflict would seem like a ‘‘private’’ family affair; however, the evident consequences of the problem have pulled down the myth of separation between work and personal life and account for the interest generated in addressing this issue. Several studies point out that work–family conflict is correlated with absenteeism, decrease of productivity, job dissatisfaction, lower organizational commitment, lack of life satisfaction, anxiety, burnout, psychological distress, depression, physical ailments, heavy alcohol use or marital strain (Hansen, 1991, pp. 348–349; Marchese et al., 2002 1; Matthews et al., 1996). This shows that the conflict goes beyond the case of business. Ultimately, work and family conflict is a human and social problem.

 

Empirical studies, from different perspectives, have sought to determine the characteristics, antecedents and consequences of the work–family conflict, as well as the identification and implementation of possible solutions to the conflicts that may arise (Edwards and Rothbard, 2000; Frone, 2003; Greenhaus and Beutell, 1985; Greenhaus et al., 1989; Gutek et al., 1991; Yang et al., 2000, etc.).

 

Other authors have also focused on the reasons for which a firm might introduce family needs of employees as a structural variable for the work organisation (Chinchilla and Torres, 2008).

 

The literature has been copious; many studies focused on the effects of family polices implemented, such as flexibility, technical and personalized support, family-related services, etc., on performance (Breaugh and Frye, 2007; Christensen and Staines, 1990; Connelly et al., 2002; Frye and Breaugh, 2004; Galinsky and Stein, 1990; Glass and Riley, 1998; Gonyea, 1993; Mesmer-Magnus and Viswesvaran, 2006; Thomas and Ganster, 1995, etc.). It is generally recognised that the overall result of such policies is generally favourable, but the multiplicity of variables that have to be taken into account implies that every policy has its pros and cons (Marchese et al., 2002).

 

However, little has been proposed from a normative perspective in providing values, principles or guidelines which might help and are at the root of a successful work–family policy and personal balance.

An exception is Greenhaus and Powell (2006) whose approach, perhaps in a non-intended way, has made best contribution to this perspective. Mele´ (1989) dealt also with business duties regarding the employees’ family rights. In this article, we wish to contribute to enriching the normative perspective with the insights inspired by Catholic Social Teaching (CST).

 

Literature on business ethics based on CST is not abundant. Nevertheless, the existing works show the reasonability and practical possibilities of this perspective (Abela, 2001; Alford and Naugthon, 2001; Cortright and Naughton, 2002; McCann, 1997; Mele´, 2005; Naughton and Cornwall, 2006).

 

Accepting CST contents do not necessarily require sharing the Catholic faith. Although inspired by faith, CST presents rational arguments which can be shared by everybody. That is why Papal Letter- Encyclicals, which are basic documents of CST, are often addressed to all people of good will.2 In this context, we also wish to contribute to the important topic of work–family conciliation from a CST perspective.

 

First, we present a set of basic concepts and principles of CST on the relationship between work and family as well as some practical aspects. Then, we discuss how the work–family conflict has to be considered within the Corporate Social Responsibility (CSR) context. Next, we suggest some recommendations for managers and, finally, we point out the contribution of a correct management of work–family relationship to the business case.

 

Work and family in CST

 

Work and family are the two spheres in which people spend most of their time. Although being distinct, work and family are interdependent as they are mostly related with the fulfilment of the person: the sensitivity that every person shows regarding these two aspects of human life accounts for it.

 

The better we understand the meaning and interconnection of work and family, the better we can approach the human dimension involved in work–family conciliation issues. CST bibliographies on work and family are extensive.3

 

The unity between work and family

 

The vision of CST on work stands on the common ground that work (and so business) is ordered to serve human beings by making life more human; this is more appropriate to the human condition. This approach is explained ultimately by human dignity, a concept, the groundings of which have been expressed in philosophy and CST in these terms: ‘‘the human being is always a value as an individual, and as such demands to be considered and treated as a person and never, on the contrary, considered and treated as an object to be used, or as a means, or as a thing’’ (John Paul II, 1988, n. 37). Furthermore, theology contends that as an image of the Creator, the human person is endowed with a special dignity reflected in the calling to collaborate through work in the development of the created order.4 Work is, for the person, a reflection of his dignity and an essential factor for his flourishing.

 

On this basis, the letter-encyclical Laborem Excercens, the most representative document of CST on human work, describes the rapport between work and family. The document places emphasis on the subjective dimension of work, namely, the fact that the person who works is called to perfect himself through that very activity (John Paul II, 1981a, n. 5).5

Experience shows how every person, through work, transforms not only the environment but also him or herself, enriching or impoverishing his or her life and spirit. In this way, the subjective or personal dimension of work is closely related to the dignity of the human person: it points to the need to consider the employees’ flourishing through work. It is understood that man needs others to attain his flourishing.6 Even more, according to CST, man ‘‘cannot fully find himself except through a sincere gift of himself.’’ (Vatican Council II, 1965, GS, 24).

 

This is what happens in work when the worker works with the willingness of serving others and acquiring virtues.

 

Frequently, managers assume that the point of business is to make a contribution to the society, to accomplish something collectively, to provide something unique, to build society, etc. (Novak, 1996, p. 36). These insights reflect that the purpose of business is, in one way or the other, to serve the society through economic activity, which includes organising human work.

 

Consequently, if it should serve human beings by making life more human, then business management should consider the worker’s personal flourishing through his or her work. On this point, CST not only accepts that a human being has value as an individual and demands to be treated always as a person, never as a means, but also emphasises the requirement to contribute to, or at least not to prevent, human flourishing through the working conditions.

 

Proposition 1: The aim of work is to serve human beings and make life more human. Business management should contribute to this end, or at least, to avoid impeding it.

 

As far as the family is concerned, CST stresses its crucial role for the welfare of the person and society.

The family is seen as the first and most vital cell of human society with the consequent priority ‘‘over every other community, and even over the reality of the state’’ (PCJP, 2004, n. 254). This is in line with the Universal Declaration of Human Rights which recognises the right of every person of full age to create a family, and it states that the family is ‘‘the natural and fundamental group unit of society and is entitled to the protection by society and the State’’ (United Nations, 1948, art. 16, 1 and 3).

 

CST, along with other voices,7 states that a better and more human society – with its implications for economy and business – depends on families, since principles, values and virtues of individuals are initially

fostered there. Thus, the family is called to make life more human. As well as being the most desirable context to receive the gift of children, family is a privileged place for the creation of valuable competencies: it provides personal maturity and internal enrichment, educates in responsibility and in the meaning of the common good, teaches one to combine in practice authority with affective support, inculcates a spirit of solidarity and other social virtues and thus becomes de facto the first school of citizenship, etc. (Benedict XVI, 2005). Naturally, these competencies are not taken for granted, that is, they can be the result of a certain quality of family life not always achieved.

 

If work can contribute to human flourishing, then the family can also contribute, and probably even more. On this point, Pope John Paul II insisted that ‘‘man does not attain his fulfilment except in relation to and in union with other men, and especially with those who are of his own flesh and blood’’ (1980, n. 4).

 

Proposition 2: The family has a primary importance for the flourishing of the person and society. As a consequence, the family is one of the most important terms of reference for shaping the ethical and social order of work.

 

Beyond the need of children for the family, for the mother or father, husband or wife, the family is also especially linked with the love through which they fulfil themselves. In this sense, CST emphasises that the family is the natural environment for the development and fulfilment of the person and a critical place for his or her happiness and hope.

On this basis, CST states that human nature is a calling to a symbiotic relationship between work and family: both are directed to the flourishing of the person. Work is the basic and necessary condition for the possibility of family life, and on the other hand, the family is the first school of work for every person (John Paul II, 1981a, n. 10). In addition, one important function of the family is to make work life easier through the resources of solidarity it generates (PCJP, 2004, n. 249).

 

Proposition 3: Work and family are intrinsically related to the dignity and flourishing of the person, as well as the improvement of society. Both are called to contribute to the fulfilment of the person.

 

Priority in conflicts between work and family

 

The work–family conflict, as has been said, brings about lack of satisfaction with life, anxiety, burnout, psychological distress, depression, physical ailments, etc. Actually, the life of the employees becomes less human, contrary to what it ought to be. Thus, if the organisation of work becomes an enemy of the family, then it is also an enemy of individual. It can be assumed that as far as work and family maintain a severe dialectical relationship, there is a serious obstacle for the fulfilment of the employee required by his or her personal dignity. Therefore, there is some ethical disorder therein.

 

In this context we come to a key point – from a normative perspective – of the relationship between work and family. Normally, the employee is not an isolated entity, rather he or she is placed in the context of a family, which is for him or her, among others, a strong point of reference from an ethical point of view. This is especially so when the employee is a father or mother, a husband or wife.

 

The bonds of blood and love that link employees with their families are qualitatively deeper than those involved in their relationship with their companies.

 

It is worth noting that one of the reasons for which, in practice, companies implement family-friendly policies is precisely to attract and sustain talented employees (Chinchilla and Torres, 2008). This reflects that the ‘‘family factor’’ has a higher value in the life of some employees; otherwise, companies would not have to make an effort to retain them.

 

CST holds that the family has a natural priority over work: ‘‘work is for the family, because work is for the sake of man (and not vice versa) and it is precisely the family, above all else, that is the specific place for man’’ (John Paul II, 1981b, n. 5). The family is not an accidental dimension but one that is essential in order to carry out work truly in the service of the human person.

 

Thus, if the organisation of work is to consider the human flourishing of the employees, then their familial dimension is one of the values most related to their fulfilment as persons. That is why CST regards the family as ‘‘one of the most important terms of reference for shaping the social and ethical order of human work’’ (John Paul II, 1981a, n. 10).

 

It is important to highlight that the order mentioned does not mean a conceptual opposition between work and family for they need each other.

 

For instance, experience shows how frequently family shapes the meaning of work. Unity and order between work and family means integrating them in such a way that neither work nor family permanently overwhelms the other, even though work should be oriented towards the family. This subordination also requires a balance on the part of the family, since an excessive emphasis on the family, even with the best intention, is a source of conflict in relation with work (Friedman and Greenhaus, 2000). In this sense, the work–family balance demands personal decisions guided by a proper scale of values. It happens that ‘‘the individual conscience also often lacks the capacity to assess the complementary nature and individual value of various forms of activity – educational, cultural, community and professional – in order to make a proper choice’’ (Vignon, 2002, p. 93).

In addition, it might be convenient to revise the approach to the work–family relationship, as this is quite focused on conflict, as scholars acknowledge (Greenhaus and Powell, 2006, p. 72). Conflict does exist; however, if we are only interested in the problematic dimension of the relationship, we then lose sight of one interesting – and no less real challenge: under certain conditions (for example, a supportive environment) work empowers family and family empowers work.

 

The fact that both spouses work might be an opportunity to discern what is really more important than other tasks, to increase productivity at work by making a good use of time (a parent who does not work extra hours feels the challenge to demonstrate her or his efficiency more than others), to learn to organise and program family tasks and activities, to increase the communication between the spouses as it is crucial for family organisation, and to involve the children naturally in family tasks (this way, they learn to cooperate with others, be responsible and appreciate the value of division of labour).

 

Some studies suggest that family itself has the ability to find solutions for work–family conciliation (Pe´rez Ortiz, 2006). This shows that the family itself under certain conditions has the capability to generate natural and satisfactory solutions to the problems.8

 

Fortunately, there are some preliminary signs on the side of social sciences of a more positive approach (Friedman and Greenhaus, 2000; Greenhaus and Powell, 2006). In any case, one of the pending issues in this field is to analyse in depth the positive aspects of the work–family relationship.

 

A second aspect is to consider a deeper and more complete vision of work, especially in respect to its human dimension. By pointing out the subjective or personal dimension of work, CST shows that work is indeed more than what it seems at first sight: it is a human activity that transforms the world and the person, a part of a human project geared towards one’s own perfection and is open to the others (of whom the family occupies a privileged place).

 

Actually, work is a ‘‘total, social fact’’, namely, economic, social, moral, juridical and emotional (Donati, 2005b, p. 587).

 

As a primary human activity, work is subordinated to the person and the family, but not vice versa. This is

what CST points out with the principle ‘‘work is ‘for man’ and not man ‘for work’’’ (John Paul II, 1981a, n. 6). Yet this perspective does not negate the fact that the first aspect of human work to be taken into account by business firms is the provision itself. It is a matter of integrating the labour provision in its personal and social context. The solution depends on each specific situation and should be found prudentially, with practical wisdom.

 

Proposition 4: Work and family form a unity or interdependence in which the family has a higher value.

Work should be prudently oriented towards family.

 

In this context, the role of the woman in both family and work has a particular importance. On the one hand, CST recalls that the pursuit of solutions for current, urgent social problems is often mediated by the contribution of women. This is so, for instance, in education, health care, ecology, quality of life, issues related to migration, social services, drugs, etc.

 

(John Paul II, 1995, n. 4). On the other hand, the role of the mother for the well-being of her children is evident. In such cases, the work–family conflict entails special difficulties for women. It must be noted that the subjective dimension of work is closely related to the family when the worker is a mother.

 

Considering the dignity and fulfilment of women in the context of the organisation of work, for CST ‘‘the true advancement of women requires that labour should be structured in such a way that women do not have to pay for their advancement by abandoning what is specific to them and at the expense of the family, in which women as mothers have an irreplaceable role’’ (John Paul II, 1981a, n. 19).

 

Proposition 5: Work and family conflict in women neither should be solved at the cost of their motherhood

nor should it prevent the irreplaceable role of women in the family.

 

Work and family within the Corporate Social Responsibility context

 

An additional application of the CST vision is related to the personal and social aspects of work and family

involved in concepts such as CSR. It is well known that in the current economic context, sustainability has become an indispensable variable of every business.

 

Through this and other related concepts (especially CSR, but also Corporate Citizenship, Corporate Sustainability, etc.), companies also give expression to their social responsibility and service to society.

 

Personal and social dimensions of work–family conflict

 

The work–family conflict has two dimensions which should be considered by the social responsibility or sustainability of the company.

 

First, there is a personal dimension in the work– family conflict closely related to the concern of CSR about labour conditions of the employees. On the one hand, it is a reality that women suffer the worst in the work–family conflict; consequently, the current European approach to work–family conciliation is identified with the issue of equal opportunities for women (Donati, 2005a, p. 52; European Commission, 2007, pp. 3–4, 6–7). Hence, work–family conciliation policies, as far as they are oriented to solving the real problems of women, should be included as part of the social responsibility of the firm when dealing with equal opportunities.

 

If, on the other hand, and as scholars argue, the work–family conflict is a source of outcomes such as absenteeism, anxiety, burnout, psychological distress, physical ailments or depression, then work–family policy would also merit being included under the social responsibility of the firm regarding working conditions.

 

Second, the social dimension of the work–family conflict is also related to the social responsibility of the firm. The work–family conflict posits problems not only to parents but also to children (for instance, Crouter et al., 2001). It has been said that ‘‘children need to know and feel the love of their parents, and we as a society need to provide those opportunities for parents to give that love to their children’’ (Friedman and Greenhaus, 2000, p. 145). Through flexibility policies, employees can devote more attention and energy to their children and ‘‘the nation benefits from well-adjusted kids who do well in school and exhibit fewer behavioural problems (…). Society needs to choose to value quality of life and the development of the next generation to a greater extent than we do now’’ (Idem, pp. 145– 147). Work–family policies are also, on the part of the companies, an exercise of responsibility since they are a form of protection of childhood and a contribution to the sustainability of society.

 

Proposition 6: Business should consider the familial dimension of their employees and include family protection within its duty to contribute to a sustainable society.

 

In the context of the human rights

 

It is common to take human rights as a reference for the social responsibility of the firm. As has been mentioned above, the family, due to its importance for the person and society, is entitled to the protection of society and the State. Accordingly, companies should consider family aspects involved in work (and just those) as part of their respect towards human rights. And so, also from this point of view, work–family policies are a response to the responsibility of companies to protect the family.

 

Moreover, the progressive ageing of populations in developed countries, mostly provoked by a sustained low birth rate (United Nations, 2007), is also related to the work–family relationship. The work–family conflict is sometimes an obstacle to having children (Gonza´lez and Jurado-Guerrero, 2006; Lo´pez and Montoro, 2002). From the point of view of the sustainability of our society, and even from one which is exclusively pragmatic, it makes sense to promote proper family policies which make it easier to increase the birth rate, according to the present situation as well as prospects we already know. By doing so, business firms show also their commitment to the sustainability of some societies. For instance, this is quite evident in Europe where the birth rate of some countries is a cause of concern in the midterm and long term.

 

Keeping in mind these two dimensions (personal and social), we suggest that the work–family issue takes part in the responsibility of the company before society. CSR (and other expressions of social responsibility) should include work–family conciliation policies as a normal component of the social sustainability or social responsibility policy of the firm, in as much as they constitute a clear contribution to ‘human ecology’ of society in both short term and long term.

 

Unfortunately, if we look at the well-regarded institutions that set trends in policy-making geared towards sustainability, family policies for their employees are not regarded as a significant factor for sustainability.9 For example, in the Guide G3 for Sustainability Reports, work–family conflict policies are not even mentioned when dealing with equal opportunity policies (Global Reporting Initiative, 2006, p. 34). With a few exceptions, it appears that the most common concept of social responsibility or sustainability practiced by firms today does notrecognise that family policies are a significant implementation of the social responsibility of the firm.

 

CST contends that the more power one has the more responsibility it demands (Vatican Council II, 1965, GS, n. 32). Family policies adapted to the particular situations of employees and the circumstances of the firm itself is probably something within the scope of a company; it is a great contribution to the common good and has a yet undiscovered social relevance.

 

The reasons why a business firm implements conciliation policies might be many; however, they reflect, in the end, to what extent the business culture has internalised the personal or subjective dimension of the employees. In this context, we suggest a correction towards a better approach to family policies through two images.

 

Frequently, the underlying vision might be explained by the image of a skier. The skier (the employee) leans on two boards (work and family).

 

Conciliation consists of coordinating both boards in such a way that the person manages to slide down tothe finishing line. Work and family attain unity in the employee; otherwise, if we do not take into account the employee, work and family become independent and do not ‘know’ one another, like two separated ski boards. In this vision, the employee is the ‘key’ in work–family conciliation.

 

As far as we understand, this vision is correct but insufficient. Should we not support to some extent the effort of the employee?

A complementary approach to the relationship might be suggested by another image. If we intend to achieve a business and humanistic perspective, it could be meaningful to understand the relationship between work and family like that of a building and its foundations. Both form a unified structure although what is visible is only the building. Business (for instance, a construction company) is most of all interested in the visible aspect of the building (work), which is in the end a service to persons, in this case, housing. However, the company is equally interested – although invisibly – in the building being based on solid and reliable foundations (the balanced work– family relationship of their employees).

A building with unstable foundations or totally devoid of them will collapse if subjected to excess weight or certain natural occurrences. A work organisation that does not take into account the familial dimension of their employees as an essential element, inherent to work itself, is not sustainable through time from a humanistic – and sometimes even economic – point of view. Yet, solid foundations on which nothing is built make no sense. A balanced work–family relationship without efficient and quality work makes sense neither for enterprises, nor for families (this would lead to unemployment and we know full well the effects of unemployment on the family).

 

All of this suggests that a more unified vision of work and family, while of course making sure at the same time that the company performs well, is yet to be achieved. In addition, supporting a work–family balance is, in the current society, a noteworthy feature of CSR.

 

However, it is clear that the scope of CSR regarding family is limited. Public powers, other intermediate groups and, ultimately, each individual person also bear responsibilities. The latter is an important point, for it is also suggested that work– family balance depends on the personal choices of the employee (Poelmans, 2001). It has been noted that the effort to build an organisational culture which promotes and supports the needs and duties of the family cannot substitute the responsibility of each employee before her or his family (Frye and Breaugh, 2004, p. 218). In line with this, experience shows that there are a number of cases in which the values orientation of the employee is at the root of the conflict (Mele´, 1989, pp. 651–652).

 

Proposition 7: Implementation of appropriate conciliation of work–family policies should be included within corporate social responsibility.

 

Recommendations for managers

 

As we have explained in the second section, the family is a basic good for the flourishing of the person and society; thus, it is widely recognised that it merits protection and support. When companies consider the familial dimension of their employees according to their possibilities, they are fostering a human reality regarded as a good by the whole society. Furthermore, it has been shown that an improper work–family relationship gives rise to inequalities and significant disorders which have been traced from several perspectives (medical, sociological, ethical, economical, etc.).

 

Therefore, proper work–family conciliation policies – where needed – give shape to the protection and support of a good (family) crucial for the person and society. Thus, to integrate the familial dimension in the work organisation of a company is not a form of discrimination towards those employees hypothetically not involved in any family. Rather, it seems that, under certain circumstances, to do nothing in respect to the work–family balance of employees is often a source of inequality of opportunities, especially for women.

 

Keeping in mind the normative principles and possible consequences mentioned in the preceding sections, we suggest a set of recommendations which might help managers to develop work–family policy and for a correct personal work–family balance. At the same time, these recommendations incorporate some outcomes of the studies provided by social sciences and reported in this study.

 

(1) Make the aim of work–family policies to seek synergies between work and family, and not just to avoid the effects of the work–family conflict. Work and family are called on and can enrich each other.

(2) Analyse the current familial situation of employees: mothers or fathers, husbands or wives, daughters or sons (elder care), etc. Then, consider the conditions for their human flourishing in the light of the current work organisation and the work–family policy of the company.

(3) In a proper situation, work should be prudently oriented towards one’s family, as human flourishing requires. This orientation is present in the scale of values of many employees. A supportive attitude with regard to this order on the part of supervisors is important for the personal work–family balance and fulfilment of employees. Seek work–family policies that reflect this support.

(4) When the company detects significant work–family conflict, an examination of the sources of the conflict is needed. Sometimes this might come from a disorder in the scale of values of the employee, a lack of personal order at work, etc., and this should be picked up on. In as much as the conflict is provoked by work organisation factors, the dignity of the employee as well as the very purpose of business (to serve society through economic activity but not against the personal dignity of the employees) raises some ethical responsibility on the part of the company.

Hence, some conciliation policy should be implemented.

(5) Since work–family policies are due to personal circumstances, they must be adapted – as far as they can – to the particular situation of the employees. Given that the work–family balance depends on a scale of values as well as personal choices, consider – as some companies do – providing services focused on personal decisions (time management programs, technical or psychological support, etc.)

(6) Finally, see work–family policy as a part of the good that business does for society, for it is not just an internal affair of the company but also has societal effects.

 

Ethics and business success in dealing with work–family conciliation

 

In this last section, we depart from the normative approach and present, as a complement, the results of some studies on the business case for work–family conciliation, which are related to concepts expressed by CST.

 

As we have seen, CST puts emphasis on the positive rapport that work and family are called to maintain, given the role-play they have in the fulfillment of the person. Work and family should help each other. In fact, the few studies available focused on this positive spillover ‘‘lend support to the notion that work experiences can enrich family life and that family experiences can enrich work life’’ (Greenhaus and Powell, 2006, pp. 78–79; Huang et al., 2004).

 

Moreover, most of these studies ‘‘found [out] that family-to-work enrichment was substantially stronger than work-to-family enrichment’’ (Greenhaus and Powell, 2006, p. 76).

 

In contrast, scholars have focused more on the dimension of work. Hence, it is not surprising that some authors are becoming more aware of the need to deepen the role of the family (Frye and Breaugh, 2004, p. 218; Voydanoff, 2007, pp. 146–147).

 

From the point of view of CST, this is a worthy effort – given the value the family has within the relationship.

If we look into the particular advantages the family can provide to business companies, we find some similarity with the insights of CST. It has been stated that managing a household (with its financial,,interpersonal, entrepreneurial, and administrative requirements), coping with interpersonal difficulties, teaching children, etc., are resources that can be applied to one’s work (Crouter, 1984). Moreover, the sensitivity to the emotional needs of family members makes it easier to be emotionally available to work colleagues (Friedman and Greenhaus, 2000, p. 133). For instance, a female manager reports that ‘‘being a mother and having patience and watching someone else grow has made [her] a better manager’’.

 

She adds, ‘‘I am more able to be patient with other people and let them grow and develop in a way that is good for them’’ (Ruderman et al., 2002, p. 373).

 

As far as the bottom line is concerned, the conclusions of an international analysis on work–family issues show that work–family policies are an opportunity to: (1) reduce productivity losses associated with a lack of balance; (2) provide an incentive to increase workers’ motivation and commitment and thus get higher levels of productivity from the current labour pool; (3) attract and retain the bestquality people and enable them to advance and (4) obtain community recognition by being seen as ‘‘good’’ corporate citizens (Haas et al., 2000, p. 256).

 

Particular studies have reported that there is an increase of productivity where work–family policies are present (Galinsky and Stein, 1990), and that shareholder value increases as companies announce family-friendly decisions (Arthur and Cook, 2004).

 

Finally, other authors contend that family-friendly policies provide a competitive advantage in attracting and retaining highly productive workers (Galinsky et al., 1991; Haas et al., 2000).

 

As we can see, family-friendly policies refer to qualitative factors which, perhaps, are not directly related to economic results but might influence them. For instance, retaining valuable human resources could be, in the end, crucial for business performance. In line with this (and in the context of America), Friedman and Greenhaus argue that ‘‘employers also need to pay attention to family issues. It’s a business concern with bottom-line implications. In a global economy, with heightened competition, American employers perhaps more than ever need the advantage of committed employees’’ (Friedman and Greenhaus, 2000, p. 145).

 

Furthermore, the need for support for the personal effort to achieve the work–family balance is overwhelmingly confirmed by an ‘‘accumulating evidence’’ (Secret, 2000, p. 218), achieving a general consensus regarding the crucial importance of a positive and supportive attitude towards work– family conflict situations from the part of those with authority or supervisory role in the firm (Breaugh and Frye, 2007; Hansen, 1991; Mesmer-Magnus and Viswesvaran, 2006; Secret, 2000; Swody and Powell, 2007; Thomas and Ganster, 1995). In the end, the key is for the business culture to adopt the values on which the policies for conciliation are fundamentally based.

 

Conclusions

 

From a normative perspective, the contribution of CST to the understanding of the work–family conflict has it roots in the human dignity and the meaning of work and family for the fulfilment of the person. The meaning, unity and order between work and family have given rise to seven propositions of which the possibility of mutual enrichment and prudent orientation of work towards family stands out. These propositions inspired some practical recommendations to managers to reflect on work–family conflicts and to find possible ways of reconciliation.

 

Our proposal includes considering the work– family issue under the social responsibility of the firm. We argued that the characteristics of the work–family relationship in the current social and economic circumstances, along with the effects of the conflict, make work–family policies a significant factor in the implementation of CSR. In other words, we suggest that nowadays sustainability, CSR, etc., are incomplete if a firm is not family responsible for a family. In addition, CST principles have inspired six normative propositions for managers approaching work–family policies and conflict.

 

The social sciences have shown that a healthy work–family relationship provides companies with some qualitative and valuable competencies from the part of their employees. These can benefit productivity and other key factors related to human capital, such as retaining valuable employees. This latter fact reflects that, in practice, even though work is important, it is not the most important factor for many employees. Family-oriented work is not just an ideal but also a reality in the life of valuable workers, and is – as it seems – a need for business.

 

Certain evidence suggests that our approach is not just a matter of humanising business but might be also a way to improve economic results of business.

 

However, regarding the latter point, further empirical research is necessary. So far, little research has been done on the costs and benefits of such policies and further analysis on the positive spillover between work and family is needed. In any case, the challenge is for managers as well as employees to find ways of achieving a synergic alliance between work and family.

 

Notes

 

1 This study provides specific bibliography on each one of the effects mentioned.

2 These documents are available at www.vatican.va.

3 Here we mainly refer to the CST insights on the role and interconnection of work and family for the fulfilment of the person. In particular, we focus this section on the unity and order between them.

4 The roots of this vision can be found at Genesis 1: 26–28.

5 For further detail on this topic, see: Stres, 2002.

6 This conclusion has come from many different perspectives. See, for instance: McIntyre, 1999.

7 On this point it is worth noting that significant social problems are related to the breakdown of the family, as shown from experience (Colson, 2001).

8 It would be interesting to study the impact of divorce and other forms of family break-up on the work–family conflict.

9 This is the case of the World Business Council for Sustainable Development (http://www.wbcsd.org) or the Guide G3 for Sustainability Reports, by the Global Reporting Initiative.

 

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Gregorio Guitia´n is Assistant Professor of Moral Theology at the University of Navarra, Spain. He has a doctorate in theology and a degree in economics. His current research interests are Catholic Social Thought and Economic and Business Ethics, mainly from a Christian perspective.

 

Faculty of Theology,

University of Navarra,

31080 Pamplona, Spain

E-mail: gguitian@unav.es

 

Conciencia y dignidad de la persona

 

Conciencia y dignidad de la persona a la luz de la Neurociencia

Tema de un seminario celebrado en el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum”

ROMA, martes 6 de octubre de 2009 (ZENIT.org).- La aplicación, a los seres humanos, de los últimos descubrimientos en el ámbito de la Neurociencia y de la investigación que busca desvelar los secretos del cerebro y de la mente suscita valoraciones contrastadas.

Si bien estos estudios abren múltiples posibilidades a la terapia médica para mejorar la calidad de vida, no faltan temores ante los eventuales riesgos para la salud, ni tampoco interrogantes éticos de compleja solución.

Para aportar luz a esta cuestión, el 18 de septiembre se celebró, en el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” de Roma, el seminario “Estudios sobre conciencia y dignidad de la persona”.

El Máster en Ciencia y Fe de la Facultad de Filosofía y Bioética del mismo ateneo organizó el evento, en colaboración con el proyecto Science, Theology and the Ontological Quest (STOQ) y The John Templeton Foundation.

Ha sido el primer seminario del Grupo de estudio y de investigación sobre Neurobioética entendida como sector especializado de la Bioética, constituido recientemente en el Ateneo Pontificio «Regina Apostolorum».

Tenía como objetivo crear un foro de profesionales y estudiosos procedentes de varios ámbitos, para realizar una aproximación verdaderamente multidisciplinaria a cuestiones éticas de la Neurociencia.

Neurobioética

La neuro-radióloga Adriana Gini, directora médico neuro-radióloga del Hospital San Camillo-Forlanini, inició las sesiones de trabajo.

Explicó que el término Neurobioética procede de la palabra inglesa “Neurobioethics”, un neologismo introducido en 2005 por James Giordano, estadounidense especialista en ciencia y ética relacionadas con el sistema nervioso.

También destacó la importancia de las ciencias humanas y sociales para valorar las cuestiones de tipo ético suscitadas por los últimos descubrimientos de la Neurociencia.

La metodología multidisciplinaria, la atención a los datos científicos y el reconocimiento de la persona como un ser multidimensional y un organismo teleológico, son propios de la bioética.

En cambio, la Neurobioética se distingue por una reflexión crítica, más específica y particularizada, sobre la Naturaleza (“self”) de la persona, en su dinamismo y capacidad de relacionarse y en el significado que adquiere a la luz de los últimos descubrimientos de la Neurociencia.

Reflexiona también sobre un desarrollo humano integral y las maneras de conseguirlo (“human flourishing”).

Conciencia y coma

Por su parte, la directora médico anestesista-reanimadora de la unidad de terapia sub-intensiva del Hospital Cristo Re de Roma, Paola Ciadamidaro, explicó que “desde la creación hasta nuestros días, el hombre siempre ha buscado explorar la conciencia y sobre todo buscar sus características y el órgano corpóreo que la contiene”.

Tanto es así, que “ya Hipócrates, en el año 400 d.C., la situaba en el cerebro”, indicó.

Posteriormente, explicó, la conciencia ha sido dividida en sus dos componentes: la “vigilancia” (“wakefulness”), es decir el estar despierto y alerta, y el “contenido” (“awareness”), que se refiere a todo el bagaje cognoscitivo, psíquico, emocional y experiencial principal de cada uno.

“Cuando, por lesiones en la cabeza o enfermedades adquiridas se han perdido del todo estos dos componentes, se habla de coma, situación clínica grave por la que el paciente pierde el contacto con el entorno y consigo mismo”, indicó.

“De esta situación, se puede “salir”, pero también se puede pasar, por la persistencia del “sueño”, a los síndromes neurológicos graves, muy debilitantes, que este grupo de Neurobioética prefiere definir como postcoma, es decir, el estado vegetativo, el síndrome de mínima conciencia y el síndrome de locked-in.

En este sentido, prosiguió, “particularmente en los últimos años del siglo pasado y hasta hoy, se ha creado mucha confusión de naturaleza instrumental en torno a estos términos”.

Sin embargo, añadió, “existe la certeza de que esos síndromes no configuran la muerte cerebral y, por tanto, menos que nunca, la muerte del individuo”.

“Existen todavía muchas graves incertidumbres sobre este síndrome porque faltan datos científicos concluyentes”, dijo.

“Además, no hay unidad de interpretaciones sobre los datos existentes, y, sobre todo, no hay un enfermo que presente el mismo curso que otro”, advirtió.

“Por tanto, resulta indispensable aproximarse a estas personas con una mentalidad justa, es decir, aquella holística-rehabilitativa, que se basa en un doble rechazo: el del encarnizamiento terapéutico y el del abandono de los cuidados”, afirmó.

Para Ciadamidaro, “siempre se debe proceder calibrando los procedimientos según las efectivas e indispensables necesidades del paciente, como la alimentación y la hidratación, y lograr así defender la vida, que es y sigue siendo un bien no disponible”.

Al tomar la palabra la investigadora del Coma Science Group de la Universidad de Lieja (Bélgica) Andrea Soddu, señaló que “la aproximación clínica a pacientes con desórdenes de conciencia es muy comprometida”.

Dijo que “los nuevos avances en las técnicas de imagen en Neurociencia y los nuevos enfoques para relacionar cerebro y ordenador con la electroencelografía ofrecen nuevas metodologías con valor diagnóstico, pronóstico y terapéutico”.

“Un tratamiento apropiado comienza con un buen diagnóstico –recordó-. Y los pacientes en estado vegetativo pueden moverse visiblemente”.

Y añadió: “Estudios clínicos de observación del paciente han mostrado lo difícil que resulta distinguir un movimiento reflejo o “automático” de un movimiento voluntario o “querido”.

“Esto implica que se subestiman los signos de comportamiento del estado de conciencia, lo cual conduce a un diagnóstico inapropiado o erróneo en un tercio, se estima, de los pacientes en estado vegetativo crónico”, explicó Andrea Soddu.

Estudios con la tomografía y emisiones de positrones (PET) y la resonancia magnética funcional han permitido refutar la opinión común sobre el estado vegetativo como cerebralmente muerto.

“Experimentos con estimulaciones diversas –continuó-, desde la auditiva hasta la visual pasando por estímulos de dolor, han mostrado la presencia de actividad cerebral residual en el córtex primario de pacientes en estado vegetativo”, que confirman, aseguró, “una mayor integración de la actividad cortical de los pacientes en estado vegetativo”.

“Sin embargo –observó-, en ausencia de un índice de la actividad neuronal que esté relacionado completamente con el nivel de conciencia, tampoco una actividad cerebral casi normal en respuesta a una estimulación pasiva puede ser interpretada como evidencia de la presencia de conciencia”.

“Al contrario –continuó Soddu-, cambios en la actividad cerebral detectados en el paciente después de buscar la ejecución de un ejercicio mental cualquiera pueden ser interpretados como signos positivos de la presencia de conciencia”.

“Resulta entonces fundamental ofrecer a los pacientes la posibilidad de comunicarse a través de un interface cerebro-ordenador que no requiera ningún acto motor” y que actualmente permite a pacientes con síndrome de locked-in “interactuar con su entorno exterior mejorando mucho su nivel de integración”, dijo.

 

 

 

La persona es una

También intervino en el seminario el padre Jesús Villagrasa, L.C., profesor ordinario de filosofía en el Ateneo Pontificio “Regina Apostolorum” y miembro del grupo de Neurobioética.

Explicó que “la persona es un sujeto ontológico (una existencia individual) de naturaleza racional que, por su naturaleza espiritual, goza de una dignidad y de una autonomía que se manifiestan en su conciencia”.

A la luz de ello, resulta inmediatamente comprensible que “la persona que pierde la conciencia, aunque sea de un modo presumiblemente definitivo, no pierde su propia dignidad intrínseca, ni los derechos humanos que naturalmente le pertenecen”.

En su intervención, el padre Villagrasa ilustró los tres principales significados de la persona en bioética: subjetivista de origen racionalista, funcionalista-utilitarista de origen significativo, y ontológico.

El profesor de metafísica criticó la tesis reduccionista “que lleva enteramente la conciencia a los fenómenos físicos del cerebro”.

“¿Cómo conciliar la subjetividad de nuestras experiencias conscientes con la objetividad requerida por el método de investigación científica? –se preguntó- ¿Cómo conciliar la autonomía de la voluntad y el determinismo de las leyes físicas?”.

“Otro problema es el de si es posible, de hecho y de derecho, establecer una relación causal entre la experiencia interna y espiritual y el reconocimiento empírico de actividad neuronal”, dijo.

En la tesis separacionista, en cambio, “el hombre es una cosa y la persona, otra; y por tanto, no todo individuo humano es una persona, ciertos animales y algunos objetos no humanos podrían ser personas, y existe una gradación en el ser (más o menos) persona”, explicó.

“La raíz filosófica de la tesis separacionista es el funcionalismo, que define a la persona por unas funciones y no por su naturaleza”, indicó.

En ese caso, añadió, “se estipula por convención (porque no se hace referencia a su naturaleza) que un ente es persona si muestra externamente la posesión o la capacidad de posesión de ciertas funciones consideradas relevantes, como la sensibilidad, la conciencia, la voluntad”.

Por ello, continuó, “la tesis funcionalista debe ser criticada, porque la presencia de una función presupone la existencia de un sujeto que posee una naturaleza específica”

 

 

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“Las funciones no son “el” sujeto, sino que son “del” sujeto”, resumió.

Después están las filosofías de inspiración específicamente moderna, es decir, hummiana y kantiana, que “tienden, respectivamente, a infravalorar el concepto de persona reduciéndola simplemente a una sucesión de estados de conciencia, o a sobrevalorarlo, cargándola de profundos significados morales”.

 

A estas líneas de pensamiento, el padre Jesús Villagrasa contrapuso el personalismo ontológicamente fundado, que expresa el concepto de “persona” con la clásica definición de Boecio: sustancia individual de naturaleza racional.

“Todos los seres humanos son personas –concluyó-, y la naturaleza tiene primacía sobre la función porque la naturaleza ontológica es la causa de las diversas capacidades y funciones de la persona, aunque no se reduzca a ella ni a la presencia de las condiciones para su manifestación (por ejemplo, la corteza cerebral)”.

[Por Mirko Testa, traducción del italiano por Patricia Navas

Fuente: Zenit

 

 

Comunicado médico sobre el sida

Comunicado de un Consorcio de Médicos Católicos sobre el sida

BUENOS AIRES, sábado, 21 de marzo de 2009 (ZENIT.org).- Publicamos el comunicado del Consorcio de Médicos Católicos de Buenos Aires sobre la epidemia de HIV-SIDA.

 

* * *

El Santo Padre Benedicto XVI afirmó sobre la epidemia de HIV-SIDA que, «no se puede resolver el problema con la distribución de preservativos. Al contrario, se corre el peligro de aumentar el problema».

Adhiriendo a estas palabras el Consorcio de Médicos Católicos de Buenos Aires hace llegar a la opinión pública la siguiente declaración.

1) Las campañas de salud basadas en la distribución de preservativos para evitar el SIDA inducen a engaño, porque ocultan información y no colaboran a la prevención, sino a una mayor difusión de las conductas de riesgo, ya que implican que las autoridades sanitarias están dando su visto bueno a las conductas y estilos de vida que son responsables de la epidemia.

Sirva de ejemplo que la misma OMS afirma que el preservativo tiene una tasa de fallos del 14% (Organización Mundial de la Salud, Effectiveness of Male Latex Condoms in Protecting against Pregnancy and Sexually Transmitted Infections, en OMS Information Fact Sheet, núm. 243, de junio de 2000).

Al mismo tiempo la Internacional Planned Parenthood Federation (IPPF), una de las promotoras de las campañas llamadas de sexo seguro, sitúa la tasa de fallos en el 30%, y a ésta hay que añadirle que «el riesgo de contraer SIDA durante el llamado ‘sexo protegido’ se aproxima al 100% a medida que el número de relaciones sexuales se incrementa» (IPPF, Medical Bulletin, How Much Do Condoms Protect Against Sexually Trasmitted  Diseases?, febrero 1997).

Por lo tanto, como afirmó este Consorcio el 8 de marzo de 2005, los preservativos no hacen el sexo «seguro» o «más seguro».

2) Lamentamos los dichos de algunas autoridades de salud que consideran «peligrosas» las declaraciones del Papa Benedicto XVI. Parecería que se quiere imponer totalitariamente un pensamiento único, políticamente correcto, desdeñando los datos que la ciencia nos proporciona.

3) Cabe señalar que además del SIDA, debido a la promiscuidad sexual que alientan las campañas llamadas de «sexo seguro», han vuelto a aparecer enfermedades de transmisión sexual que se creían casi extinguidas. Por ejemplo, en nuestro país han aumentado los casos de sífilis (Véase Clarín 30-01-07: «En la provincia de Buenos Aires las notificaciones (de sífilis) crecieron casi un 70% desde el 2002»; La Nación, 03-02-07: «Sida y sífilis: estadísticas alarmantes»; Página 12, 05-02-07: «La sífilis, en un silencioso y continuo aumento de casos. En el Hospital de Clínicas, los análisis de VIH se complementan con el de sífilis»).

4) La literatura médica internacional registra aumentos en el contagio de la gorronea, clamidias, tricomoniasis, herpes genital, chancro, sífilis. Las campañas de «sexo seguro» no son ajenas a este estado de cosas.

5) Como afirmó Benedicto XVI, la solución pasa por humanizar la sexualidad, «una renovación espiritual y humana que lleve aparejada una forma nueva de comportarse». Por eso este Consorcio hace un llamado a los médicos, educadores, padres de familia y a las autoridades públicas para que entre todos volvamos a valorar el orden natural, sin concesiones al «mal menor», viviendo y difundiendo un comportamiento realmente humano basado en el ejercicio de las virtudes de la templanza, la castidad y la continencia.

Dr. Alejandro Nolazco

Presidente

 

Mejorar la convivencia conyugal

CÓMO MEJORAR LA CONVIVENCIA CONYUGAL

1. COMO CONSEGUIR UN BUEN NIVEL DE COMUNICACIÓN.

Para una convivencia feliz, es necesaria una comunicación suficiente y adecuada (de alegrías y penas, inquietudes y sosiegos, afanes y problemas). De lo contrario, toda relación conyugal resulta frustrante. Una buena comunicación sirve para ir conociendo mejor al otro y dejarse conocer por él. Se trata de compartir sentimientos, inquietudes, decisiones, aumentar la confianza mutua, y lograr comprenderse cada día mejor.

PARA,CONOCER, ESCUCHAR

La convivencia requiere mantener una actitud dialogante y de respeto a las opiniones del otro, evitar trampas o abusos dialécticos. Es preciso saber escuchar al otro/a incluso sus silencios.

CONVERSAR

Conversar es hablar alternativamente dos o más personas, no una sola. Cada uno ha de participar en la conversación de tal modo que resulte gratificante para ambos. Cuando hablar se convierte en fuente de tensiones, se tiende a rehuir la conversación, limitándose a hablar solamente lo imprescindible, que casi siempre coincide con lo más enojoso.

Es cierto que resulta necesario abordar de vez en cuando temas espinosos o difíciles, pero estos solamente deben ocupar una pequeña parte del tiempo disponible para la comunicación.

PARTICIPAR, NO MONOPOLIZAR

Participar en la conversación significa intervenir activamente, no monopolizar. Hay que evitar los monólogos, y respetar la opinión del otro, aunque tenga menos conocimientos sobre la cuestión concreta de que se trate.

No se debe llevar la contraria, por el mero hecho de llevarla. Es preferible callar y evitar discusiones innecesarias.

EL DON DE LA OPORTUNIDAD

La capacidad para ser oportuno facilita enormemente la posibilidad de crear y conservar una buena relación. Hay un momento oportuno para cada cosa. Se intuye, o se pregunta. No es oportuno, por ejemplo, sacar a relucir, nada más ver al otro, los problemas nuevos o pendientes de solución. De este modo fácilmente se asocia directamente esa persona a una fuente de displacer, y se puede crear la tendencia a evitarla, incluso inconscientemente.

La conversación habitual debe incluir cuestiones de actualidad, curiosidades y anécdotas divertidas.

2. HUIR DE LA DISCUSION

Evitar las discusiones innecesarias, sin objeto ni finalidad. Las descalificaciones y críticas repetitivas sólo sirven para irritar o humillar al otro y provocan o favorecen actitudes de rencor o resentimiento.

2. LOS GRANDES ENEMIGOS DEL MATRIMONIO
A) EL ABURRIMIENTO:
La rutina y la excesiva monotonía, poco a poco pueden ir asfixiando el cariño. Terapia:

Desarrollar la imaginación para encontrar novedades, para improvisar salidas nuevas, actividades distintas. Compartir el tiempo de ocio, encontrar fácilmente motivos para hacer una celebración, un viaje íntimo o con amigos; para tirar un día la casa por la ventana o para hacer algo especial

de vez en cuando.
B) LAS COMPARACIONES

Particularmente odiosas en el matrimonio. Las comparaciones entre uno y otro, sólo pueden servir para crear defensas y justificaciones psicológicas, que terminan en reproches o descalificaciones.

C) EL RENCOR

Destruye a quien lo posee, le amarga la vida y, naturalmente, frustra su matrimonio.

Terapia:

Saber perdonar, evitando actitudes rencorosas o vengativas. Tener suficientes ratos de intimidad, evitando también el aislamiento excesivo.

D)LA AGRESIVIDAD

He visto muchos casos en los que unas palabras dichas en un momento de enfado, que desde luego no se correspondían con los sentimientos.

3. LOS GRANDES AMIGOS DEL MATRIMONIO

A) PERDONAR

Si en tantos momentos de la vida es necesario saber perdonar, lo es especialmente en el matrimonio; y, sin embargo, aquí el perdón puede ser más difícil. Algunas personas parecen capaces de perdonar a todo el mundo, excepto a su mujer o marido, sin darse cuenta de que conducen sumatrimonio y a ellos mismos, a un callejón sin salida. Hay que procurar ser lo más generoso posible con el otro, en todos los aspectos. Los comportamientos miserables en el terreno material o afectivo, matan el amor.

B) LA GENEROSIDAD

Ser generoso con el otro, evitando posiciones individualistas o autoritarias. Las posturas individualistas, rígidas, autoritarias, son incompatibles y colaboración, de decidir y hacer entre los dos, de compartir todo con generosidad a lo largo de la vida. Llevar la competitividad de la sociedad actual al matrimonio, es atacar su unidad, es decir, asestarle un golpe de muerte.

C) MANIFESTACIONES DE AFECTO

También es necesario continuar dando suficientes muestras de afecto con gestos, palabras y pequeñas cosas, buscando tener suficientes ratos de intimidad donde continuar cultivando el cariño.

D)SALIR JUNTOS

Aunque el excesivo aislamiento es perjudicial y conviene mantener y aumentar el círculo de amigos, es también bueno salir o hacer un viaje los dos solos de vez en cuando, aprovechando esos momentos para continuar esa tarea que ha de recomenzarse cada día: la “conquista” del otro.

E) EL BUEN ASPECTO Y LAS BUENAS FORMAS

Es importante el aseo personal, la presentación en todo momento, la delicadeza en el trato. Que el respeto al otro se manifieste siempre en las formas que lo expresan.

F) LAS ILUSIONES

Mantener las ilusiones antiguas dando paso a otras nuevas, siempre compartidas. Normalmente, los hijos serán una fuente inagotable de ilusiones.

4. ¿SE PUEDE PERDER EL AMOR?

Obviamente sí. Se puede amar intensamente a alguien y dejar de quererle. Se puede llegar a no querer a una persona que ha sido incluso muy querida, más aún, conyugalmente querida. ¿Cómo es esto posible? Precisamente porque el amor es cosa de la voluntad y el acto más propio de la voluntad es el querer, que es libre: queremos siempre lo que queremos querer. Somos libres porque podemos querer y además querer nuestro propio querer, o no quererlo. No nos cansaremos de repetirlo: somos libres porque podemos querer –en un sentido serio y profundo- lo que queramos. Por eso el matrimonio no se rompe “porque ya no le quiero”. Porque el matrimonio, en rigor, no estriba tanto en el amor, como en el compromiso asumido libremente de amarse, es decir, de querer siempre “quererle” (al cónyuge). Como esto está siempre en poder de

la libre voluntad, dejar de querer, cuando uno se ha comprometido de una vez por todas a querer hasta la muerte, es siempre un acto culpable. Justamente en la medida en que somos libres, somos responsables de nuestros quereres y de nuestros no quereres.

Se puede pasar por momentos difíciles, pueden modificarse ciertas cualidades del otro, pueden alterarse de modo imprevisto las circunstancias en las que se desarrolla la vida matrimonial. Pero esto es precisamente el matrimonio: el compromiso de ser fiel al amor (al “otro yo”) pase lo que pase. Los sentimientos pueden hallarse perturbados.

Pero ni el amor ni el matrimonio estriban en sentimientos, sino en el querer. Amar es querer al otro en su dimensión más personal e íntima, en su calidad de “otro yo”, es decir, en cuanto es un yo (persona) distinto y diferente a mí; en cuanto que es él ( hombre/mujer, mi marido/mi esposa). En este sentido riguroso, nadie desea la “fusión” con el amado. Uno no quiere “perderse” en el amado como el hindú en el “todo”. No deseamos desaparecer y alcanzar la insensibilidad del nirvana, sino vivir intensamente con, en y para la persona amada.

No queremos ir al Cielo a “disolvernos” en Dios, sino a ser nosotros mismos “ en Dios”, gozando personalmente (“yo”, no “otro”, o “ninguno”) de toda la Verdad, la Bondad, la Belleza, la Sabiduría y el Amor que es Dios. Ante Dios “cara a cara” se es más “yo” que nunca, porque El nos ha creado precisamente por amor a nuestro “yo” tal como es, es decir, “yo” y no “otro”. Y quiere llenarlo no de vacío insensible sino de vida eterna y divina.

Ahora bien, ninguna criatura es Dios. Y esto tan obvio ha de pensarlo el que se casa. El matrimonio no es el Cielo. Pero es un camino que lleva al Cielo, si se sirve según su naturaleza y más aún si – como sucede en el matrimonio cristiano-, se vive como sacramento.

Para que la vida matrimonial sea un caminar hacia el Cielo –y por ello un cierto anticipo de la bienaventuranza eterna-, es preciso cuidarlo, digamos más bien, “mimarlo”. ¿Quién no recuerda la canción “el que tenga un amor que lo cuide, que lo cuide…”? Si no se cuida el amor, si no se quiere querer, el amor se pierde. No se rompe el matrimonio, porque lo ha hecho Dios y lo ha hecho irrompible, pero sí que el amor se esfuma. Ahora bien, cuando –lejos del egoísmo-, se quiere querer, entonces se quiere con obras son amores- de entrega personal y espíritu de sacrificio. Esas obras, esa entrega, ese espíritu de sacrificio es menester ponerlo, ante todo, en la convivencia cotidiana; más aún que en el trabajo y en las relaciones sociales.

5. EL AMOR (…) ES CIERTAMENTE EXIGENTE

Su belleza está precisamente en el hecho de ser exigente, porque de este modo constituye un verdadero bien del hombre y lo irradia también a los demás (…). Es necesario que los hombres de hoy descubran este amor exigente, porque en él está el fundamento verdaderamente sólido de la familia; un fundamento que es capaz de “soportarlo todo “ (Juan Pablo II, Carta a las familias, 2-II- 1994, n.14).

(Fuente: ARVO, abril 1994
Autor: Dr Manuel Álvarez Romero)

Limpiar internet de pornografía

¿Limpiar Internet de pornografía?

Preocupaciones entre gobiernos y educadores

ROMA, domingo, 25 de enero de 2009 (ZENIT.org).- Los gobiernos de algunos países están preocupados por la forma en que internet da accesos ilimitado a todo tipo de pornografía.

China advertía recientemente sobre algunos portales en línea y buscadores que facilitaban a los usuarios de internet el entrar en contacto con pornografía, informaba el 6 de enero la CNN.

La CNN revelaba que la medida tuvo lugar después de que varias agencias del gobierno chino, incluyendo el Ministerio de Seguridad Pública, haya lanzado una campaña para limpiar la web.

El año pasado Indonesia anunció que bloquearía el acceso a páginas webs pornográficas después de que el gobierno aprobara la penalización de la producción y el acceso a contenido inmoral en internet, informaba el Financial Times el 26 de marzo.

En Australia, el gobierno federal está estudiando la posibilidad de introducir un filtro de internet nacional, pero la propuesta está recibiendo duras críticas de los defensores de la libertad de expresión, informaba el 26 de diciembre Associated Press. Existen también dudas sobre las posibilidades técnicas de implantar dicho filtro.

El ministro federal de comunicaciones, Stephen Conroy, propuso el filtro el año pasado, en cumplimiento de una campaña prometida por el gobierno del Partido Laborista para hacer internet más limpio y más seguro.

En Canadá, una revista local, Macleans, planteaba el problema de la pornografía e internet en su portada del 18 de junio del año pasado. El editorial observaba la incongruencia de tener sistema de calificación para proteger a niños y adolescentes del contenido violento y pornográfico en los cines y en la venta de DVDs, y también para las emisoras de televisión, pero no tener control sobre el contenido de internet.

Una idea de la presencia invasiva de la pornografía en internet se daba durante la anual «Semana de Cinta Blanca contra la Pornografía», que tuvo lugar del 26 de octubre al 2 de noviembre, en los Estados Unidos.

En un artículo el 26 de octubre en la página web Christian Post, la doctora Janice Shaw Crouse, directora de Concerned Women for America, observaba que cada año se crean más de 15.000 películas para adultos.

También decía que las últimas cifras revelan que hay 35 millones de visitas a páginas pornográficas desde los ordenadores norteamericanos cada mes. Crouse citaba un estudio del 2007 de la Universidad de New Hampshire, que mostraba que el 42% de los usuarios de internet, de entre 10 y 17 años, habían visto pornografía en el último año.

¿Un gran negocio?

Muchos, sin embargo, niegan que ver pornografía tenga efectos dañinos. Una respuesta convincente a este tipo de puntos de vista la presentaba un libro publicado el año pasado por Jill C. Manning, una terapeuta matrimonial y familiar especializada en el área de la pornografía y el comportamiento sexual.

En su libro «¿Cuál es el Gran Negocio de la Pornografía? Una Guía para la Generación de Internet» (Shadow Mountain), Manning presenta una detallada explicación de cómo la pornografía daña a los adolescentes, junto con advertencias de cómo superar la naturaleza adictiva de tales hábitos.

Es cierto que la pornografía no es algo nuevo, admitía Manning, pero hay algunos elementos nuevos que convierten su presencia en especialmente dañosa en el momento actual. La pornografía no sólo se ha rodeado de glamur y aceptado como parte de la cultura popular, sino que además internet la ha hecho accesible como nunca antes.

Antes de internet, la pornografía no estaba normalmente disponible en casa o en el puesto de trabajo a no ser que alguno escogiera llevársela. Hoy, puede entrar si hay una conexión a internet. De igual forma, está disponible a bajo coste y se puede acceder a ella anónimamente.

Además, añadía, el gran negocio de la pornografía que se está distribuyendo es siniestro, violento y degradante.

Los daños

Manning describía algunos de los modos en los que la pornografía daña a la gente:

–Se trata de algo potencialmente adictivo. Como tal puede obstaculizar la capacidad de una persona para tomar decisiones claras;

–Puede distorsionar poderosamente la visión de una persona sobre cuerpos, relaciones y sexualidad;

–Lleva a la gente a cosificar a los demás, viéndolos como juguetes sexuales que existe sólo para su propia satisfacción;

–Debido a su influencia distorsionadora mina las oportunidades de los jóvenes de tener seguridad en sí mismo, ser felices y crear relaciones duraderas en el futuro.

«Afecta por tanto su capacidad de ver la vida de forma verdadera, provechosa y sana», concluía.

Manning lamentaba que nos se enseñara a muchos jóvenes lo suficiente sobre lo que hace que las relaciones o los matrimonios funcionen mientras que se les hace que no se den cuenta de cómo la pornografía dañará su capacidad de interactuar con los demás.

Citando los resultados de diversos estudios sobre los efectos del consumo habitual de pornografía, Manning apuntaba algunas de los efectos secundarios dañinos:

–Disminución de la sensibilidad hacia las mujeres, mostrando más agresiones, rudeza y falta de respeto.

–Disminución del deseo de tener hijos y formar una familia.

–Aumento del riesgo de tener dificultades en las relaciones íntimas.

–Aumento del riesgo de abusar sexualmente de los demás.

–Aumento del riesgo de recibir información incorrecta sobre la sexualidad humana.

–Aumento del riesgo de insatisfacción sexual con el/la futuro/a esposo/a.

–Aumento del riesgo de divorcio una vez casado.

Manning también fustigaba una de las «mayores mentiras de la venta de pornografía», el argumento de que verla ayudará a los jóvenes a comprender la sexualidad y tener más confianza.

De hecho, añadía, los consumidores de pornografía tienen más inseguridades ante los miembros del otro sexo y más dificultad para desarrollar relaciones cercanas.

«Cada persona con la que he trabajado que ha estado implicada en pornografía tenía una comprensión menor sobre las relaciones y la sexualidad que aquellos que no había estado relacionados con ella», indicaba Manning.

Implicaciones siniestras

Otro libro publicado en el 2007 en California por la ONG Captive Daughters, que lucha contra el tráfico de personas, ampliaba el debate sobre la pornografía y subrayaba el daño social que crea. En la colección de ensayos: «Pornography: Driving the Demand in International Sex Trafficking», (Pornografía: Guiando la Demanda en el Tráfico Sexual Internacional), algunos de los autores relataban cómo el aumento de la pornografía está ligado al tráfico de mujeres y niños y a la prostitución.

Catharine MacKinnon, profesora de derecho en la Facultad de Derecho de la Universidad de Michigan, sostenía que la pornografía es sólo otra forma de tráfico para sexo de mujeres y niños.

Consumir pornografía es una experiencia de venta de sexo, de usa sexualmente a otra persona como un objeto que se puede comprar y, en este sentido, es muy similar a la prostitución, según MacKinnon.

Además, argumentaba, algo común con la prostitución, muchos de quienes aparecen en las películas porno no están allí por propia elección, sino por falta de opciones. Como ocurre con muchas prostitutas, consienten hacer esos actos por diversos factores, incluyendo el abuso sexual, problemas de drogas, o necesidad económica.

Otra de quienes han hecho a su aportación al volumen es Melissa Farley, quien describía la pornografía como propaganda cultural que mete en casa la noción de que todas las mujeres son prostitutas. Faley, psicóloga clínica, es directora de la ONG de San Francisco Prostitution Research and Education.

Indicaba que internet ha creado y aumentado las oportunidades para que los hombres exploten sexualmente a las mujeres.

Farley también apuntaba que las entrevistas con mujeres prostitutas revelaban que se hacía pornografía con ellas mientras realizaban actos de prostitución.

La pornografía, afirma el Catecismo de la Iglesia Católica, no sólo ofende la castidad, sino que también «atenta gravemente a la dignidad de quienes se dedican a ella (actores, comerciantes, público), pues cada uno viene a ser para otro objeto de un placer rudimentario y de una ganancia ilícita» (No. 2354).

Además el Catecismo observa que introduce «a unos y a otros en la ilusión de un mundo ficticio». Un mundo de fantasía que, no obstante, tiene efectos muy reales, tanto para los individuos como la sociedad.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado