El matrimonio no se inventa

  • El matrimonio se recibe, no se inventa

Fecha: 25 Noviembre 2009

Fuente: Aceprensa

A menudo se piensa que el matrimonio es un acuerdo privado que las partes podrían moldear a su gusto. Frente a esta visión individualista del compromiso conyugal, la Conferencia episcopal estadounidense acaba de lanzar un documento programático en el que recuerda la naturaleza social del matrimonio como parte integrante del plan de Dios.

“Todos los que buscan un sentido a su matrimonio, lo encontrarán cuando se abran a la aceptación del sentido del matrimonio según el plan de Dios”

La carta pastoral, titulada “Marriage: Love and Life in the Divine Plan”, forma parte de una campaña más amplia para reavivar la estima por el compromiso conyugal (cfr. Aceprensa, 4-06-2007). Según el arzobispo Joseph Kurtz, miembro del comité que se ha encargado de su redacción, “el documento pretende servir de guía para la defensa del matrimonio durante los próximos años”.

En la misma línea, el arzobispo Edwin F. O’Brien destaca el tono positivo de la carta: “En estos momentos en que nuestra cultura parece inmersa en la confusión, queremos proponer de nuevo la herencia que los cristianos hemos recibido sobre el matrimonio”.

“Mucha gente se casa sin darse cuenta de la belleza del matrimonio ni del regalo que supone. La carta aspira a fortalecer el matrimonio cristiano, preparar a los novios para que sean conscientes del vínculo que van a asumir y abrir un debate cultural”.

Los obispos felicitan a tantos matrimonios que permanecen fieles a su compromiso conyugal: “Les damos las gracias por proclamar con su vida cotidiana la belleza, la bondad y la verdad del matrimonio. A través de caminos ordinarios y heroicos, de momentos buenos y malos, son testigos del don y de la bendición que han recibido del Creador”.

No es un proyecto individualista

No obstante, los obispos advierten sobre el auge de algunos fenómenos como la cohabitación, el divorcio, la contracepción o los intentos de cambiar la definición del matrimonio. “Nos preocupa la visión del matrimonio como un asunto privado, como un proyecto individualista que no guardaría relación con el bien común sino principalmente con el logro de la satisfacción personal”.

Frente a este modo de pensar, la carta constata la existencia de “un plan de Dios sobre el matrimonio” que es anterior a cualquier decisión personal. “Ese plan divino, al igual que el don del matrimonio, es algo que recibimos; no es un invento que moldeamos a nuestro antojo para adaptarlo a los propios deseos”.

 

 

 

“Todos los que buscan un sentido a su matrimonio, lo encontrarán cuando se abran a la aceptación del sentido del matrimonio según el plan de Dios”.

A diferencia de otras iniciativas que ha impulsado la Conferencia episcopal –como la campaña “For Your Marriage”, dirigida a todos los matrimonios y no sólo a los católicos–, el documento mira sobre todo a los creyentes. De ahí el enfoque primordialmente teológico del texto.

Reivindicación de la “teología del cuerpo”

La primera parte analiza el matrimonio como institución natural, creada y bendecida por Dios. El documento comienza recordando el origen divino del matrimonio. La institución matrimonial no es una invención humana, sino “un regalo que el Creador dio a los hombres desde el inicio mismo de la creación. Su mano inscribió la vocación al matrimonio en la naturaleza del hombre y de la mujer (cfr. Gn 1, 27-28, 2, 21-24)”.

Tras el pecado original, Dios no sólo no revocó su bendición sobre el matrimonio sino que la llevó a su plenitud. “Jesucristo elevó el matrimonio entre bautizados hasta convertirlo en un signo sacramental de su amor a la Iglesia”.

Bajo esta perspectiva, la complementariedad entre hombre y mujer aparece como un rasgo esencial del matrimonio. También recuerda la doctrina de la Iglesia católica sobre los fines principales del matrimonio: el bien de los esposos, y la procreación y educación de los hijos.

Es muy interesante la reivindicación que hacen los obispos sobre la “teología del cuerpo” que desarrolló Juan Pablo II. Este es, precisamente, el enfoque que elige el documento para articular su crítica contra lo que denomina “las amenazas contemporáneas al sentido y los fines del matrimonio”: contracepción, uniones del mismo sexo, divorcio y cohabitación sin vínculo matrimonial.

La segunda parte explica la elevación del matrimonio natural al orden de la gracia. Aparecen aquí algunas ideas básicas de la teología católica sobre el matrimonio: el amor conyugal es signo del amor de Cristo por su Esposa, la Iglesia, y reflejo de la vida trinitaria; la familia cristiana es Iglesia doméstica; el matrimonio es una vocación y un camino de santidad, etc.

“Marriage: Love and Life in the Divine Plan” no recoge ideas particularmente novedosas. Pero sienta las bases doctrinales para afrontar con éxito las batallas culturales que se avecinan en Estados Unidos

Fundamento antropológico de la familia

El fundamento antropológico de la familia (Benedicto XVI)

Matrimonio y familia no son una construcción sociológica casual, fruto de situaciones

particulares históricas y económicas. Por el contrario, la cuestión de la justa relación entre el

hombre y la mujer hunde sus raíces en la esencia más profunda del ser humano y sólo puede

encontrar su respuesta a partir de ésta. No puede separarse de la pregunta siempre antigua y

siempre nueva del hombre sobre sí mismo: ¿quién soy? Y esta pregunta, a su vez, no puede

separarse del interrogante sobre Dios: ¿existe Dios? Y, ¿quién es Dios? ¿Cómo es

verdaderamente su rostro? La respuesta de la Biblia a estas dos preguntas es unitaria y

consecuencial: el hombre es creado a imagen de Dios, y Dios mismo es amor. Por este motivo,

la vocación al amor es lo que hace del hombre auténtica imagen de Dios: se hace semejante a

Dios en la medida en que se convierte en alguien que ama.

De este lazo fundamental entre Dios y el hombre se deriva otro: el lazo indisoluble entre

espíritu y cuerpo: el hombre es, de hecho, alma que se expresa en el cuerpo y cuerpo que es

vivificado por un espíritu inmortal. También el cuerpo del hombre y de la mujer tiene, por

tanto, por así decir, un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico

en el hombre no es sólo biológico, sino expresión y cumplimiento de nuestra humanidad. Del

mismo modo, la sexualidad humana no está al lado de nuestro ser persona, sino que le

pertenece. Sólo cuando la sexualidad se integra en la persona logra darse un sentido a sí

misma.

De este modo, de los dos lazos, el del hombre con Dios y –en el hombre– el del cuerpo con el

espíritu, surge un tercer lazo: el que se da entre persona e institución. La totalidad del

hombre incluye la dimensión del tiempo, y el «sí» del hombre es un ir más allá del momento

presente: en su totalidad, el «sí» significa «siempre», constituye el espacio de la fidelidad.

Sólo en su interior puede crecer esa fe que da un futuro y permite que los hijos, fruto del

amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempo difíciles. La libertad del «sí» se presenta

por tanto como libertad capaz de asumir lo que es definitivo: la expresión más elevada de la

libertad no es entonces la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una auténtica decisión.

Aparentemente esta apertura permanente parece ser la realización de la libertad, pero no es

verdad: la verdadera expresión de la libertad es por el contrario la capacidad de decidirse por

un don definitivo, en el que la libertad, entregándose, vuelve a encontrarse plenamente a sí

misma.

En concreto, el «sí» personal y recíproco del hombre y de la mujer abre el espacio para el

futuro, para la auténtica humanidad de cada uno, y al mismo tiempo está destinado al don de

una nueva vida. Por este motivo, este «sí» personal tiene que ser necesariamente un «sí» que

es también públicamente responsable, con el que los cónyuges asumen la responsabilidad

pública de la fidelidad, que garantiza también el futuro para la comunidad. Ninguno de

nosotros se pertenece exclusivamente a sí mismo: por tanto, cada uno está llamado a asumir

en lo más íntimo de sí su propia responsabilidad pública. El matrimonio, como institución, no

es por tanto una injerencia indebida de la sociedad o de la autoridad, una imposición desde el

exterior en la realidad más privada de la vida; es por el contrario una exigencia intrínseca del

pacto de amor conyugal y de la profundidad de la persona humana.

Las diferentes formas actuales de disolución del matrimonio, como las uniones libres y el

«matrimonio a prueba», hasta el pseudo-matrimonio entre personas del mismo sexo, son por

el contrario expresiones de una libertad anárquica que se presenta erróneamente como

auténtica liberación del hombre. Una pseudo-libertad así se basa en una banalización del

cuerpo, que inevitablemente incluye la banalización del hombre. Su presupuesto es que el

hombre puede hacer de sí lo que quiere: su cuerpo se convierte de este modo en algo

secundario, manipulable desde el punto de vista humano, que se puede utilizar como se

quiere. El libertinaje, que se presenta como descubrimiento del cuerpo y de su valor, es en

realidad un dualismo que hace despreciable el cuerpo, dejándolo por así decir fuera del

auténtico ser y dignidad de la persona

Discurso de Beneddicto XVI en la Basílica de San Letrán (parcial)

El coste de redefinir el matrimonio

Un cambio legal con repercusiones de gran alcance

El coste de redefinir el matrimonio

28.JUN.2011. Fuente: wwww.aceprensa.com

En EE.UU. siguen las batallas políticas sobre el “matrimonio gay”. La

última ha tenido lugar en el estado de Minnesota, donde la Cámara y el Senado han aprobado que en las elecciones de 2012 se someta a referéndum una enmienda constitucional para proteger el matrimonio entre hombre y mujer. En apoyo de esta propuesta, la Dra. Jennifer Roback Morse dirigió a la Cámara las siguientes consideraciones para hacer ver cómo la redefinición del matrimonio afecta a los niños, a la paternidad y a la intervención del Estado en la familia.

En lugar de unir los hijos a sus padres biológicos, el matrimonio del mismo sexo es el vehículo que separa a los niños de uno de sus padres

El objetivo público esencial del matrimonio es unir a madres y padres con sus hijos y entre sí. Para poder ver la importancia de este fin, debemos considerarlo desde la perspectiva del niño. ¿Qué hay que dar al niño? A diferencia de los adultos, el niño no necesita autonomía o independencia. El niño necesita que las dos personas

que le trajeron a la vida se relacionen y cuiden de él.. Por lo tanto, el niño tiene un interés legítimo en la estabilidad de la unión de sus padres. Pero ningún niño puede defender estos derechos por sí mismo. Ni tampoco es posible restituirle estos derechos una vez que hayan sido violados. Los derechos del niño a la relación con sus padres y a que le cuiden deben ser apoyados activamente, antes de que el daño haya sido hecho.

Cambio niño por adultos

El matrimonio es la institución de la sociedad adulta que protege los intereses legítimos de los niños. Sin este propósito público, no necesitaríamos del

matrimonio como una institución social específica.

Frente a esto a menudo se objeta que también hay matrimonios que no tienen hijos. Esto es verdad, pero todos los niños tienen padres. Privar a un niño de relacionarse con sus padres es una injusticia que se hace al niño, y no debería admitirse a menos que hubiera una razón convincente o inevitable. La objeción de que algunos matrimonios no tienen hijos pone del revés la razón fundamental del matrimonio. Ve al matrimonio estrictamente desde el punto de vista del adulto, en lugar de hacerlo desde la perspectiva del niño.

La alternativa al principio biológico para la determinación de la paternidad es el principio de que el gobierno decida quién es el padre

Para qué sirve el matrimonio

Las parejas del mismo sexo y las parejas heterosexuales son claramente diferentes con respecto al fin público esencial del matrimonio, y tratar cosas diferentes de forma diferente no es discriminación. Por eso en los pocos casos en que los tribunales han decidido que el no reconocimiento del matrimonio entre personas del mismo sexo es una discriminación ilegal, han atribuido al matrimonio fines que

no tienen nada que ver con la procreación o con la unión de los hijos con sus padres.

Por ejemplo, el juez Vaughn Walker, quien falló contra la Proposición 8 en California, definió el matrimonio de la siguiente forma: “Matrimonio es el reconocimiento y la aprobación por parte del Estado de la decisión de una pareja de vivir juntos, estar comprometidos entre sí y formar un hogar basado en lo que

sienten el uno por el otro, y a compartir su economía para apoyarse mutuamente y a los que dependen de ellos.”

Según esta definición, el matrimonio no tiene nada que ver con los hijos, con la permanencia, con la exclusividad sexual o incluso con el sexo: algunos compañeros de habitación en la universidad se podrían considerar casados según esta definición. El propósito público esencial del matrimonio se ha desvanecido y ha sido reemplazado por fines privados no esenciales. En lugar de ser una institución social fundamental, el matrimonio se convierte en nada más que un registro gubernamental de amistades, una inútil convención legal que francamente

no merece ninguna ayuda o reconocimento del Estado.

Los mejores padres

Pero el niño también necesita unión con su madre y su padre. Algunas veces oímos afirmar que las investigaciones concluyen que las parejas del mismo sexo pueden ser buenos padres, como se pretende demostrar en un reciente estudio publicado en la revista Pediatrics [2010; 126:28-36]. Esta investigación se basó en los datos aportados por una muestra poco representativa de madres lesbianas de 78 adolescentes, información que no se puede considerar suficiente para establecer conclusiones generalizadas. Aun así, los titulares dijeron: “Las lesbianas son los mejores padres”. Y una revisión publicada en 2010 de 80 estudios admitió que hay muy pocas pruebas acerca de las parejas masculinas como padres [Journal of Marriage and Family, 2010; 72:3-22]. Sencillamente, no tenemos suficientes pruebas para extraer conclusiones del tipo “las lesbianas son los mejores padres”. En el otro lado de la ecuación tenemos montones de datos que muestran que los niños necesitan un padre y de una madre [ver Why Marriage Matters: cfr. Aceprensa, 17-07-2002], y que el padre hace una contribución específica al bienestar de los hijos [ver D. Blankenhorn, Fatherless America: cfr. Aceprensa, 22- 03-1995]. Las madres y los padres no son intercambiables, pero para cambiar la definición de matrimonio será necesario decir que sí lo son. De hecho, los

tribunales están diciendo tonterías tales como que “la idea tradicional de que los hijos necesitan una madre y un padre para ser educados como personas sanas y equilibradas está basada más en un estereotipo que en cualquier otra cosa”. Esta declaración del Tribunal Supremo de Iowa [caso Varnum vs Brien] es simplemente falsa en cuanto afirmación general.

Nada más que biología

Pero el problema más significativo es cómo la redefinición del matrimonio afecta a otros aspectos del sistema legal y social.

El matrimonio del mismo sexo cambia la definición de la paternidad, como efecto colateral de la redefinición de matrimonio. Hasta ahora, el matrimonio ha hecho que la paternidad legal siga a la paternidad biológica, con algunas excepciones por adopción. La presunción legal de paternidad significa que se presume que los niños nacidos de una mujer casada son hijos de su esposo. Con esta norma legal, y con la práctica social de exclusividad sexual, el matrimonio une a los hijos con sus padres biológicos.

Por supuesto, las parejas del mismo sexo no pueden procrear juntas. Lo que se está llamando “igualdad matrimonial” requiere un cambio sospechoso de la “presunción de paternidad” a una “presunción de paternidad legítima” indiferente al género. Este juego de manos transforma la comprensión jurídica de la paternidad. La pareja del mismo sexo de un padre biológico nunca puede ser el otro padre biológico. En lugar de unir los hijos a sus padres biológicos, el matrimonio del mismo sexo es el vehículo que separa a los niños de uno de sus padres.

Pero la biología reclama sus prerrogativas, como está ocurriendo de hecho en algunos casos. Algunas mujeres que tienen niños con parejas del mismo sexo se dan cuenta de que compartir el cuidado de sus hijos con otra mujer no es tan sencillo como pensaron, y en realidad no es lo mismo que compartir estos cuidados con el padre del niño. Algunos hombres que acceden a ser donantes de esperma como “amigos”, se dan cuenta de que quieren tener con sus propios hijos una relación más estrecha de lo que habían pensado. Y algunos niños echan de menos al padre que les falta, hacen preguntas incómodas acerca de sus orígenes, y tienen la sensación de haber sido comprados [ver E. Marquardt et al., My Daddy’s Name is Donor: cfr. Aceprensa, 4-06-2010].

Los defensores de lo que llaman “igualdad matrimonial” frecuentemente responden

que “eso no es más que biología”, como si la biología no fuera importante. Piden a la gente que dejen de lado su apegamiento natural de padres hacia sus hijos, la natural dificultad de tratar el hijo de otra persona como si fuera suyo, los deseos naturales de los hijos de saber quiénes son y de dónde vienen. Pero no se podrá suprimir indefinidamente todos estos sentimientos en todas esas personas.

El gobierno decide quién es el padre

Además de todos estos sentimientos inesperados, la redefinición del matrimonio tendrá consecuencias legales de gran alcance. Los tribunales están otorgando derechos de paternidad a individuos que no son ni padres biológicos ni padres adoptivos: vamos a llamar a estas personas los “no-padres”. Los tribunales y hasta algunos parlamentos están otorgando derechos de paternidad a no-padres, mientras que personas que responden a lo que es un padre están viendo disminuidos sus derechos de paternidad porque una vez tuvieron una relación sexual con alguien.

Para hacer esto, el Estado debe establecer indicios varios para determinar si la persona realmente merece el estatus de “padre de hecho”. El tribunal termina por

escudriñar los detalles minuciosos de la vida en familia para determinar si la persona reúne todos los requisitos para ser un padre de hecho.

Seamos claros: la alternativa al principio biológico para determinar la paternidad es que el gobierno decida quién es el padre. En lugar de simplemente registrar la paternidad, el Estado la determinará, no solo en casos excepcionales sino como algo rutinario. Esto es lo que acabará significando “que el Estado no se meta en asuntos de matrimonio”.

En pocas palabras, redefinir el matrimonio como unión de dos personas en lugar de unión de un hombre con una mujer echa por la borda tres principios fundamentales: primero, el principio de que los niños tienen derecho a una relación con ambos padres; segundo, el principio biológico para determinar la paternidad; y tercero, el principio de que el Estado reconoce la paternidad, pero no la asigna.

No son cambios insignificantes. Hay que tener en cuenta que estas inquietudes no implican que alguien no sea digno del matrimonio, no hacen a nadie un “ciudadano de segunda clase”, y no menosprecian a nadie. Al cambiar la ley del matrimonio se cambia para todos, y se crean incentivos que pueden afectar el comportamiento de

todos. Redefinir el matrimonio es un experimento social radical. __________________________

La Dra. Jennifer Roback Morse es la fundadora y presidenta del Ruth Institute, un proyecto de la National Organization for Marriage. Es madre de un hijo adoptado y de otro natural, y, junto con su esposo, fueron una familia de acogida

en el condado de San Diego durante tres años. El texto completo de su intervención se publicó en MercatorNet.com, 2-06-2011.

El corazón de la batalla a favor de la familia

Mario Mauro02/03/2010

Páginas Digital publica la intervención que el eurodiputado Mario Mauro va a realizar en Bruselas este martes 2 de mazo con motivo de la presentación del informe «El Aborto en Europa y en España 2010» del Instituto de Política Familiar.

 

Benedicto XVI  sostiene  que los peligros más graves que nuestra sociedad y  el hombre moderno corren son  el fundamentalismo y el relativismo.
El fundamentalismo, que es tomar a Dios como pretexto para un proyecto de poder; el relativismo, que es poner a todas las opiniones en el mismo nivel de manera que ya no existe la verdad; no existe una hipótesis buena para las nuevas generaciones, a partir de la verdad.

Los números del  fundamentalismo están claros, están asociados a las Torres Gemelas, al atentado de la estación de Atocha en Madrid. Son los números del atentado en el metro de Londres, hay un largo rosario de desolación y muerte.

Pero, ¿cuáles  son los números de relativismo? La imagen que surge es dramática. Todos los indicadores sobre población, nacimientos, matrimonios, familias rotas se han deteriorado  sustancialmente en los últimos 25 años. El panorama de la familia en Europa ha empeorado  de manera alarmante.

Los  números del relativismo no se leen a la luz de una identidad mística que se basa en las reflexiones conservadoras y retrógradas, son los números de la decadencia de un continente.
Los números del relativismo son los números de las fallidas políticas económicas de muchos gobiernos de los 27 países de la UE que no han sido capaces de desarrollar una política para ganar competencia internacional.

Los números del relativismo son los números que nos dicen que sólo el 2,1 por ciento del PIB se gasta en Europa en la familia, frente a un gasto en políticas sociales de un 28 por ciento. Sin tener en cuenta que donde más se invierte en familia menos gasto social se produce. Si a un anciano, en vez de hospitalizarlo a 825 euros por día, se le cuida en casa, además de recibir más atención y amor, se consigue una ventaja económica. Este razonamiento vale también para la inversión y los gastos a favor de los niños, los inmigrantes, la salud e incluso la investigación.

Así que la cuestión fundamental hoy es la siguiente: nos enfrentamos con los números del relativismo. Las cifras del relativismo no deben ser entendidas en términos ideológicos, deben entenderse a la luz de una lectura pragmática en una comparación con el resto del mundo. Las cifras dramáticas del aborto, hay un aborto cada 25 segundos, son muy preocupantes si se las compara con otras causas de muerte. El aborto ha matado a más personas en 2004 que las enfermedades del corazón (las víctimas del corazón son 736.000, las del aborto el doble), las enfermedades cardiovasculares provocan  507.000,  los accidentes de circulación 127.000 víctimas, los suicidios 59.000. Los  números del relativismo afectan  a la organización del gasto y a la organización de los recursos (no sólo  económicos) con los que una sociedad está llamada a vivir.

¿Cuál es nuestra responsabilidad en este momento, como se articula la batalla?

En el informe titulado «Informe sobre la Evolución de la Familia en Europa 2009», la Red Europea del Instituto de Política Familiar (www.ipfe.org) mostró que entre divorcios, abortos, baja tasa de natalidad, envejecimiento y apoyo a políticas inadecuadas, la familia monógama está en riesgo de desaparecer del paisaje continental. La imagen que surge es espectacular, todos los indicadores sobre población, nacimientos, matrimonios, familias rotas, se han deteriorado sustancialmente en los últimos 30 años. El panorama de la familia en Europa ha empeorado de manera alarmante.

 

A pesar que la población ha crecido en  43,4 millones, los matrimonios sufren un declive enorme. En los 27 países de la UE entre 1980 y 2008 el número de matrimonios disminuyó en un 23,4 por ciento. La edad de matrimonio se ha retrasado cada vez más: la media europea refleja  que los hombres se casan a los 31años y las mujeres a los 29, con un retraso de alrededor de 5,5 años en comparación con la media de 1980.

También hay un aumento de la edad media de la maternidad, en la UE asciende a casi 30 años. Italia es el país con la maternidad más tardía, 31 años, seguido por España, 30,8 años, e Irlanda 30,62 años. Mientras que Eslovenia, República Checa y Hungría son los países  donde más ha aumentado  la edad del primer hijo entre 1980 y 2007 (4 por ciento).

Los matrimonios están disminuyendo.  Durante los últimos 27 años  (1980-2007) los divorcios y separaciones aumentaron un 53 por ciento,  a un promedio de uno cada 30  segundos. De 1997 a 2007 se han producido 10,3 millones de rupturas matrimoniales, que afectan a 17 millones de niños. El récord de  divorcios está en Alemania (368.000 en 2007), seguido por Gran Bretaña y Francia. En términos porcentuales en el aumento de separaciones y divorcios, en primer lugar está  España, con un incremento del 268 por ciento entre 1997 y 2007, mientras que el número de matrimonios disminuye. En este momento en  Europa para cada dos matrimonios celebrados, hay uno que se rompe. Crece el  número de niños nacidos de padres no casados: las cifras hablan de uno de cada tres. En algunos países como Estonia, Eslovenia, Suecia y Francia, hay más niños nacidos fuera del matrimonio que dentro.

Desde el punto de vista demográfico, es muy alta la frecuencia de abortos en los 27 países que forman parte de la Unión Europea: uno cada 25 segundos. Sólo en 2007 el número de niños y niñas abortados en la UE ha alcanzado la cifra de 1.234.312, lo que representa un promedio de 3.381 por día. Cifra  aún más alarmante si se considera que los nacimientos están disminuyendo o que el 19% de los embarazos acabaron en aborto, es decir, un niño de cada  cinco.

Otro hecho preocupante es el bajo crecimiento demográfico y el envejecimiento en Europa. Entre 1999 y 2008 la población de Europa aumentó en 20,5 millones de personas, de estos casi 16 millones -el equivalente al 78 por ciento- son inmigrantes. Al mismo tiempo, el envejecimiento de la población está avanzando con rapidez: en 1980, en Europa, de cada 100 europeos, 22 tenían menos de 14 años y 13 habían superado los 65 años. En 2004, el número de niños menores de 14 años y el de mayores de 65 años son idénticos. Desde 2005, las personas con más de 65 han comenzado a superar la de 14 años. Hoy en día el 17 por ciento de la población europea tiene más de 65 años en comparación con el 15,7% que son menores de 14 años. En este contexto, Italia y Alemania son los dos países que tienen la más alta proporción de anciano (20,1 por ciento de la población, uno de cada cinco), mientras que Irlanda es el país con mayor proporción de jóvenes (20,6 por ciento).

La última parte del informe del IPF  está dedicada a los pocos  recursos que dedican los  distintos países de la UE a  las políticas familiares. Del  28 por ciento del PIB que Europa gasta en el gasto social, sólo el 7,7 por ciento se destina a la familia (2,2 por ciento  del PIB). Los países europeos dedican al  gasto social 13 euros y sólo 1 para la familia, (con grandes diferencias entre países).

La familia juega un papel clave en la resolución de los conflictos, especialmente en problemas de desempleo, enfermedad,  drogas, exclusión: es el núcleo de la solidaridad en nuestra sociedad, no sólo como una unidad jurídica, social y económica, sino como una unidad de amor y solidaridad.

 

Se puede también subrayar que existe un claro vínculo entre la ayuda a las familias y el número de nacimientos. Donde  hay más apoyo político para las familias aumenta el número de nacimientos. Desde este punto de vista, los modelos que hay que tener presentes son Francia, Irlanda y Luxemburgo, donde hay un crecimiento demográfico considerable porque se invierte en familia a través de contribuciones concretas. España, Polonia e Italia están en la cola de este ranking. Los datos europeos muestran que hay una manera de alentar el crecimiento de la población y que ya ha sido descubierto por algunos países. Sólo se necesita el coraje para cambiar el sentido de la marcha con ejemplos de un modelo positivo que se pueden exportar a  otras realidades.

¿Qué está sucediendo en este momento? Algo similar a lo que veíamos suceder con el intento de crear un  hombre nuevo. Mientras las ideologías como el marxismo o el nacionalismo fascista nos decían que necesitaban una revolución, ahora el advenimiento del hombre nuevo parece poder producirse con la tecno-ciencia: se pretende construir el hombre nuevo desde cero, el hombre puede ser como Dios. Mientras que antes la organización política tendía a separar al hombre individuo y el hombre máquina, el hombre-masa de la familia, hoy, como en el caso de la tecnociencia, las ideologías de la corrección política que dominan las instituciones internacionales -desde las Naciones Unidas a las instituciones europeas- nos dicen que pueden crear un nuevo concepto de familia, de familia que no es familia. Y en base a este principio ideológico se pueden desarrollar políticas familiares que niegan la finalidad de la familia. Por eso el corazón de la batalla es que en todos los lugres en los que estemos y tomemos posición digamos de nuevo qué es la familia de un modo incesante. Y decir también cuáles son las condiciones políticas que hacen posible que la defensa de la familia sea una  defensa de una cultura y una sociedad en la que el centro es la persona. Cuando libramos la batalla por la  familia libramos la batalla por un enfoque de la subsidiariedad que garantice que el PIB invertido en políticas de familia incida de algún modo en las políticas educativas, las políticas fiscales, las políticas para pequeñas y medianas empresas, las políticas de la organización del gasto en salud, las políticas para el cuidado de ancianos. Cuando hacemos esto afirmamos el  verdadero concepto de familia.

Éste es el corazón de nuestra batalla. En las instituciones europeas se encuentran en este momento  aliados en la cuestión de la subsidiariedad: existe realmente, en instituciones como la Comisión y el Parlamento Europeo, una atención positiva a la subsidiariedad entre las instituciones y ciudadanos. Pero sería una locura negar la enorme confusión sobre el concepto de familia, la concepción de la persona, la concepción de los derechos, o más bien la ideología de los derechos. Corremos el riesgo de transformar a Europa no en el Continente del derecho sino en el supermercado de los derechos.

 

Consumismo como antivirtud cristiana

EL CONSUMISMO COMO ANTIVIRTUD CRISTIANA
Las razones de la compra compulsiva, en un congreso

ROMA, miércoles 12 de mayo de 2010 (ZENIT.org).- Los expertos la llaman “sociedad del consumo”, lo cual denota que son las compras lo que connota de manera sustancial el funcionamiento de la estructura social.

“Se trata de un fenómeno afrontado por muchos estudiosos y en muchos ámbitos, y en una acepción más crítica se define también como consumismo, en un declive que deja entender un juicio negativo”.

El presidente del Instituto Pastoral Redemptor Hominis, Dario Viganò, introdujo de esta manera la jornada de estudio “Consumo, dunque sono”? Una prospettiva educativa, teologica e sociale (“¿Consumo, luego existo”? Una perspectiva educativa, teológica y social, n.d.t.).

El encuentro se celebró el 5 de mayo en la Universidad Pontificia Lateranense, en Roma.

Su título procede del título de un libro de Bauman del año 2008, al cual se le añadió un signo de interrogante con el objetivo declarado de profundizar en el tema del consumo y, en último término, de indagar sobre la realidad existencial del hombre de hoy.

Una realidad caracterizada por la tecnología y los medios de comunicación que, en palabras de Menduni, “son productos culturales realizados de manera industrial, reproducidos y difundidos en un gran número de piezas iguales o similares, que dan a conocer a sus usuarios, pagando o no, determinados contenidos que a menudo son producidos a su vez de manera industrial, colectiva”.

Por otra parte, los mismos medios de comunicación aparecen, como escribía Roger Silverstone en 1999, como “verdaderos y propios sucedáneos sociales en cuanto éstos son sustituidos en la común aleatoriedad de la interacción cotidiana, generando de manera insidiosa y continua simulacros de la vida”.

“En este encasillamiento mediático de la sociedad -intervino Massimiliano Padula, profesor de Comunicación institucional en la Lateranense- ya no están claros los límites entre consumo y consumismo”.

“Individualidad y sociabilidad pierden su fuerza distintiva para mezclarse en un homogéneo socio-cultural cada vez más evidente en Occidente, que ha sido capaz de imponerse y de imponer su propio modelo en todo el mundo y en distintos aspectos de la vida”.

Es el mismo Occidente que ha “MacDonalizado” el mundo, usando una expresión de Ritzer sugerida por la manera como la comida rápida ha sabido arraigar en todas partes con un crecimiento exponencial.

Y en una realidad así, acabamos “como viviendo una especie de falso dilema: por una parte -explicó la pedagoga y profesora de la Lateranense Chiara Palazzini-, se cultivan intensamente los afectos, pero nadie quiere oír hablar de lazos; por otra parte, cada día se establecen lazos que dejan lejos los afectos”

“El hombre tiene sentido en el reconocimiento de sus similares; va a menos el que pone su confianza en los objetos de consumo y acaba inevitablemente siendo ese mismo objeto”, destacó.

“Por eso es necesario intervenir con una pedagogía enérgica -afirmó-. En el fondo, la espontaneidad, por sí sola, no produce rosas, sino espinas”.

Todavía no existe una receta mágica para educar. “A menudo, nuestro deber es lo que nos cuesta más en la práctica”, reconoció el coordinador de las iniciativas del Proyecto cultural de la Conferencia Episcopal Italiana, Sergio Belardinelli.

“Sin embargo, hay algo que puede hacerse: generar cuanto sea posible la conciencia de que el bien y el placer, como sostiene Platón, no son lo mismo”, dijo.

Y hacer entender que la realidad existe, sí, pero no dependiendo espontáneamente de nuestros deseos.

“Decía Rousseau que si el niño quiere la manzana, no debes llevar la manzana al niño, sino conducir al niño a la manzana”.

Una enseñanza pedagógica preciosa, que habitúa al esfuerzo de atribuir un valor a cada cosa, más allá del precio de mercado.

“Consumir -explicó Francis-Vincent Anthony, profesor de Teología en la Universidad Pontificia Salesiana-, es decir, agotar recursos materiales, proviene de una visión de la realidad, es decir, de un modo de entender la persona humana y a Dios”.

En particular, “tras nuestro hábito actual de ‘usar y tirar’, hay una visión mecanicista y utilitarista de la naturaleza, que se reduce a un indiscreto uso y consumo por parte de la persona”, explicó.

Y añadió: “Superar esta visión excesivamente antropocéntrica y restablecer una relación idónea entre el cosmos, la persona y Dios es el primer paso que hay que dar para afrontar el problema del consumismo”.

Traducido, significa que para lograr el último objetivo de la propia vida es necesario imprimir una orientación ética a la adquisición tanto de los bienes materiales como de los placeres de la vida.

“El consumo no está mal; lo está, en cambio, agotar los recursos sin preocuparse por la conciencia moral y la convivencia común”.

A la pregunta “¿Consumo, luego existo?”, Anthony respondió con seguridad: “Sí, consumir es indispensable para vivir, pero una vida digna de la persona orientada a la alegría plena impone la necesidad de regular éticamente la satisfacción de las propias necesidades, sacrificando también la propia vida por el bien común”.

“El término ‘consumir’ (del latín, consumere) -compuesto por cum (con) y sumere (tomar, usar enteramente)– indica, en su acepción más amplia, “un tomar con” los demás.

En este sentido, consumir es sacrificar (sacrum facere), es decir, una acción sagrada. Desde la perspectiva cristiana -concluyó Anthony–, la Eucaristía representa de una manera elocuente el consumo junto al sacrificio que hay que testimoniar en la vida”.

Fuente: www.zenit.org

 

Conformismo intelectual en las bodas gay

El conformismo intelectual sobre las bodas gays

 ACEPRENSA  24.ENE.2013

Puede parecer que el reconocimiento de las uniones homosexuales como matrimonio es un asunto muy debatido. Y sin duda lo es en los parlamentos, en los tribunales y en la opinión pública. Sin embargo, aun tratándose de un tema que merece una atenta reflexión, sorprende que en los ambientes intelectuales, que al final son los creadores de opinión, esté hoy mal visto expresar opiniones

contrarias al matrimonio gay. ¿No revela esto un conformismo que ha cambiado de dirección? ¿La independencia de juicio se somete al temor de desafinar en el coro?

En Italia ha sido Ernesto Gallí de la Loggia (1942, historiador y publicista), el que ha suscitado la cuestión en el Corriere della Sera. Galli della Loggia, un intelectual procedente de la izquierda laica y que hace gala de un pensamiento independiente, se preguntaba en un primer artículo (30 de diciembre) por qué —fuera de la Iglesia Católica y, recientemente, del judaísmo (el Gran Rabino de Francia, Gilles Bernheim)— no existan voces que cuestionen la pretensión matrimonial de las uniones homosexuales y de la adopción por parte de esas parejas. Galli hablaba de ―las religiones que desafían el conformismo sobre los gays‖, y se hacía eco sobre todo de los argumentos de Bernheim, mostrando su sintonía con los de Benedicto XVI. De ahí concluía ―lo importante que es que la discusión pública se realice con valentía, desafiando el conformismo que a menudo se extiende entre la intelectualidad convencional y en el mundo de los media‖. Y lo aplicaba al caso de Italia donde, decía, ―es siempre tan fuerte la tentación de tener razón aplicando etiquetas al que disiente en vez de discutir los argumentos‖.

Le contestó desde Il Foglio (15 de enero) Luigi Manconi, quien se preguntaba cómo se puede hablar en este tema de sometimiento al mainstream de las ideas dominantes en un país donde todavía no hay ningún reconocimiento civil

para las uniones homosexuales y en el que muchas veces esas personas son discriminadas y despreciadas. La mentalidad y los sentimientos colectivos distarían mucho de reconocer su diversidad.
Le responde a su vez Galli della Loggia en el Corriere della Sera (23-01-2013), advirtiendo que eso es compatible con el conformismo de los ambientes intelectuales de los que él hablaba, y recuerda al respecto una frase de Orwell: ―El conformismo de los intelectuales no se mide por lo que piensa la gente corriente, sino por lo que piensan los otros intelectuales‖. Y este conformismo, hoy en día, lleva a estar por principio a favor de las reivindicaciones del movimiento homosexual.

Una razón obvia de esta actitud se explica porque a los intelectuales occidentales ―les gusta erigirse en defensores de toda minoría que se presente como débil, oprimida o incluso perseguida‖, como ha ocurrido históricamente con la minoría homosexual. Por eso, en el ambiente intelectual, aunque uno

esté íntimamente convencido de que el género corresponde a una base sexual biológica, o de que no se puede hablar del derecho a tener un hijo sino del derecho del niño a tener un padre y una madre, no se atreve a decirlo claramente. ―Por la simple razón de que no le gusta exponerse al juicio negativo que tal afirmación le atraería inmediatamente por parte de sus iguales. Por lo general, los intelectuales no temen el juicio de la gente corriente (más bien a menudo se complacen en contrariarlo); pero temen mucho, en cambio, el de su ambiente, el de otros intelectuales‖.

Y en la sociedad democrática de hoy, ―la opinión de los intelectuales – especialmente en lo que se refiere al ámbito de los valores personales y de las costumbres– está destinada a convertirse, antes o después, en la opinión

dominante‖.

Las imágenes reveladoras

Esta opinión se manifiesta no en el mainstream político, sino en algo mucho más profundo, en ―el parámetro revelador de las imágenes, en el lenguaje de la publicidad que remite obviamente al ámbito supremo que es la economía‖.
Galli della Loggia cita algunas muestras del nuevo conformismo, como toda una página en el mismo Corrierededicada a tratar del ―Género neutro‖, en la que se hablaba positivamente de una educación de los niños que rechazaba las obsoletas categorías de ―masculino‖ y ―femenino‖.
Desde las revistas a la publicidad, de la TV al cine, ya se trate de anunciar un perfume, un reloj o un film popular, ―predomina por todas partes la más intrigante ambigüedad de los cuerpos, a menudo de rasgos alusivamente hermafroditas, semidesnudos, puestos uno junto al otro sin distinción de sexos. Y además todo terriblemente ̳moderno‘, objetivamente cautivador (…); nunca una familia, un anillo de bodas‖. ¿Donde se manifiesta entonces el pensamiento dominante, en Famiglia cristiana o en Vogue?, pregunta Galli della Loggia.
La publicidad remite a la economía, donde la atención al sector homosexual se ha convertido en la base de florecientes negocios. Citando datos de la prensa, Galli recuerda que los mayores bancos rivalizan en lanzar iniciativas pro gay: JP Morgan patrocina el gay pride en Londres y Nueva York; la banca londinense Lloyd se ufana de que dentro del grupo trabajen 2.500 homosexuales y

transexuales; el administrador de Goldman Sachs hace un anuncio en TV a favor del matrimonio gay porque ̳la tolerancia es un buen negocio‘. En cambio, no se sabe de ningún presidente de gran empresa que se haya dejado ver en el Family Day, apostilla.
Galli della Loggia precisa al final que su artículo no trata de los homosexuales y sus derechos. ―Es un artículo sobre las vestales del Iluminismo que no se dan cuenta de que con el tiempo se han transformado en devotos centinelas de las mayorías silenciosas‖.

Qué es el amor humano

¿QUÉ ES EL AMOR HUMANO?

El amor es un modo de compartir la propia persona con el medio que nos rodea. Al ser una palabra tan utilizada su definición resulta difícil y, en ocasiones, equívoca. Siguiendo a García Cuadrado, amar es “una acto de la voluntad por el cual la persona tiende a la posesión de un bien. Ese bien querido puede ser querido como un bien en sí mismo o sólo en cuanto medio para conseguir un bien posterior”. Sigue García Cuadrado exponiendo que a diferencia del interés, el amor se aplica voluntariamente a algo por lo que es en sí mismo. Es desinteresado, digno y verdadero, porque el amor se dirige a alguien personal. Continúa explicando que existe conciencia del amor cuando hay “alteridad: siempre que queremos, queremos a alguien, y queremos el bien para ella. Pero también experimentamos, en segundo lugar, nuestro propio bien o felicidad al amar a esa persona”[1].

 

Según a quién dirigimos ese amor personal como acto de la voluntad que afecta a la persona entera y busca el bien del ser querido, podemos distinguir tres grandes niveles: el amor natural o amor familiar, la amistad y el amor conyugal. A este último es al que vamos a dirigir en este trabajo nuestra atención.

 

 

Querer el bien para el otro.

 

La raíz del amor es un acto de la voluntad. No es un mero sentimiento, aunque básicamente actuamos, sobre todo en los inicios de la relación amorosa, basándonos en el campo sentimental, y también en ciertas percepciones exclusivamente sensibles.

 

Pero el amor implica una reflexividad de la voluntad: un querer querer en el que cabe la reduplicación hasta alcanzar el objeto amoroso: querer querer querer todas las veces que sea necesario. Este concepto no debe ser confundido con el simple voluntarismo, puesto que entra en juego la libertad del individuo de elegir el bien para la persona a la que amamos. En todo este juego hay otro elemento que debemos considerar: el conocimiento de ese bien que elegimos para el otro. Por tanto, en el amor humano hay tres coordenadas que deben confluir en un punto de partida positivo:

 

  • La voluntad de querer el bien para el otro.
  • El conocimiento de ese bien.
  • La libertad para elegirlo.

 

Corroborar en el ser.

 

En el epígrafe anterior hemos explicado que el amor es buscar el bien ara el ser querido. Ese bien que conocemos y libremente queremos para el otro implica el deseo de que esa persona exista y alcance su total plenitud y su perfección. Lo que afirmamos tiene una implicación muy clara: el amor personal busca al ser querido como alguien real, y desea confirmarlo en su ser. Se ama a la persona desde y en el propio ser. Esta última aseveración necesita ser explicada con un tinte ciertamente metafísico. Soy yo el que busca la perfección del amado y su realización como persona, pero desde mi propia esencia. Esto implica que para amar soy plenamente consciente de las cualidades y características que me definen; de mis defectos y virtudes, de mi capacidad y mis proyectos. La percepción real de mi ser conlleva la proyección del bien para el otro. En la medida en que soy capaz de crecer en mis potencialidades positivas seré capaz de comunicar un bien mayor para la persona amada.

 

Ortega afirmaba que amar a una persona es estar empeñado en que exista. El hombre o la mujer que tiene la dicha de encontrar a su media naranja puede llegar a alcanzar la máxima realización a la que podemos aspirar. El mundo se convierte en algo maravilloso que pierde su sentido cuando la persona amada no está a nuestro lado. El amor personal convierte en imprescindible al otro, y hace reales expresiones como la vida no tiene sentido sin ti, no me importa nada si no estás tú, etc. Se establece un lazo de dependencia entre amante y amado, lo cual no supone una pérdida de autonomía, y mucho menos de libertad. Esa ligazón nos hace mejores, más completos y profundamente humanos. La realidad se torna verdadera, bella y extremadamente buena.

 

Nos situamos entonces en un entorno maravilloso, una pendiente inclinada que favorece la mejora de la persona amada y, en consecuencia, la nuestra. El paso de los años hace madurar el amor y si nuestras actitudes y comportamientos son correctos lucharemos incluso por mejorar los posibles defectos de la persona amada.

 

Cuando hemos establecido una relación amorosa firme y duradera la ausencia de la persona querida temporalmente o de forma definitiva –la muerte- hace que la existencia pierda su sentido. Se rompe el equilibrio amoroso que implica un afán de eternidad. Si antes hemos dicho que se ama a la persona desde y en el propio ser, la muerte del amado provoca un quiebro en nuestra persona. Bajo la óptica de la fe, la persona amada es un don y un reflejo de Dios. Sin embargo, en el momento de la muerte, es necesario un esfuerzo para superar el vacío que supone la ausencia de la persona amada. Como decía Santo Tomás, “naturaliter horribilis humanae naturae”[2]. La muerte resulta “naturalmente horrible a la naturaleza humana”.

 

El amor humano lleva consigo un afán de plenitud y de eternidad. Esta afirmación implica la naturaleza indisoluble del amor conyugal. El verdadero amor humano pide a gritos la eternidad: te querré para siempre. El amor que nace con un proyecto de temporalidad no es amor verdadero, sino un remedo del amor que participa del Amor divino.

Deseos de plenitud

 

Hemos mencionado anteriormente que el amor conlleva la exigencia de que el ser amado exista. Ahora subimos un peldaño más: el amor exige que el amado sea; y además, que sea bueno. Ese querer-que-sea es completado por un querer-que-mejore. El amor humano procura siempre que la persona amada consiga la perfección total a la que está llamada, siempre y cuando el individuo no muestre resistencia. En el plano educativo esta oposición a la plenitud del ser personal puede provocar dificultades para el educador; pero cuando el amor es verdadero –refiriéndonos en este caso a la relación padre-hijo, o en otro nivel, profesor-alumno- toda dificultad está llamada a ser superada. Si esto no llegara a ser así, el empeño del educador debe ser cada vez más intenso y profundo, sin esperar a corto plazo una respuesta positiva por parte del hijo-alumno.

 

De cualquier forma, el amor engendra un compromiso que nos abre los ojos del espíritu ante la belleza interior que guarda cada individuo. Únicamente el amor es capaz de llevarnos a descubrir las virtudes y los defectos superables que encierra cada corazón. El amor no es ciego; más bien todo lo contrario. Proyecta una luz intensa sobre el individuo que contemplamos. El enamoramiento es un ejercicio comparable a la restauración de un cuadro: el restaurador, con enorme respeto, va aplicando los aceites y los disolventes que necesita para sacar a la luz la belleza oculta bajo la suciedad acumulada por el paso de los años. Cuando amamos todo juicio que podamos hacer parece quedar en suspenso; es más: se nos antoja imprudente y temerario. Por ello, opinamos que juzgar a una persona por quien no sentimos amor es algo para lo que no estamos capacitados ni aún poseyendo el suficiente conocimiento y la adecuada formación.

 

El hecho de evitar la valoración de las conductas ajenas no implica la ausencia de las correcciones oportunas que conducen al ser amado a la perfección para la que ha sido llamado. Como ya hemos dicho anteriormente, el amor verdadero exige la plenitud del otro en cuanto otro; es decir, la potencialidad que cada uno llevamos en nuestro interior está llamada a cumplirse en cuanto a la verdad, el bien y la belleza. Te amo, y por ello quiero que seas verdadero, bueno, y bello. Creemos que la exigencia de la entrega conlleva un cierto viaje de vuelta: el buscar la perfección del otro lleva aparejada la propia perfección.

 

Aunque en la segunda parte de este trabajo nos centraremos únicamente en el amor conyugal, es necesario hacer mención ahora a la especificidad de la entrega entre los esposos. El amor de benevolencia –la amistad- no conlleva una donación corporal. En el caso del amor conyugal hago entrega de toda la complejidad de mi ser: espíritu y cuerpo. La fuerza de la entrega en el ámbito de la conyugalidad implica el descubrimiento de un amor que es principio y fin de nuestra propia persona. La elección de ese amor es libre, y por ello gratuita. No tiene precio lo que entregamos, aunque su valor es infinito. Nos equivocaríamos al pensar que el ser amado nos debe algo a cambio de aquello que le hemos entregado: nuestra propia vida.

 

Concluimos nuestras reflexiones acerca del amor humano con el comentario a unas palabras de Niemeyer: “el amor engendra amor, e incluso la naturaleza ruda no siempre alcanza a resistir su fuerza. Si muchísimos hombres hubieran hallado más amor en su infancia y en su juventud, se hubieran humanizado en mayor grado”. El amor entre personas provoca en los individuos una expansión de sus categorías esenciales. Si hemos dicho en repetidas ocasiones que el amor lleva a la perfección al ser amado, parece lógico pensar que Niemeyer acierta plenamente al afirmar el poder humanizador del amor. Esto no ocurre cuando amamos cosas o animales, puesto que semejantes objetos de nuestro amor no pueden correspondernos al mismo nivel del que parte ese amor humano. El ejercicio de la voluntad en el hombre es infinitamente superior a cualquier individuo del reino animal. Cuando amamos, el sentimiento pudiera no ser recíproco, pero en cualquier caso la persona de la que parte el sentimiento amoroso se siente elevada por la donación y la entrega de su ser. Consecuentemente, la plenitud amorosa, tanto en el amor de amistad como en el amor conyugal, concluye en una mayor perfección humana. Si somos capaces de transmitir en la infancia y en la adolescencia los valores que conlleva el amor, en la edad adulta el hombre habrá conseguido ampliar el abanico de virtudes y bondades que le han sido inculcados durante los primeros años de su vida. El amor engendra amor y el odio violencia. Ese “llegar a ser lo que somos” se relaciona directamente con el amor que damos a nuestros hijos, a nuestros alumnos, a nuestros amigos. La plenitud en el ser se magnifica de forma directamente proporcional a la intensificación del seguimiento amoroso. Si fuéramos capaces de medir realmente en esta sociedad en la que nos ha tocado vivir el verdadero alcance del amor, haríamos un intenso despliegue de todo lo que este profundo sentimiento conlleva: dar sin pedir nada a cambio, buscar la perfección de los otros precisamente porque existen porque son. El hijo, el esposo o la esposa, el amigo, el compañero de trabajo, el vecino, o cualquiera que nos crucemos por la calle, reclama de cada uno de nosotros la capacidad de amar que nos ha sido otorgada por el Creador de manera gratuita. Y lo que gratis se recibe, gratis se entrega.

Isabel Rincón García

Orientadora Familiar

Colaboradora del COF Virgen de Olaz

[1] GARCÍA CUADRADO, José Ángel: Antropología filosófica. EUNSA. Pamplona. 2003

[2] En MELENDO, Tomás. El verdadero rostro del amor. EIUNSA, Madrid, 2006

Amor divino en la relación de pareja

El amor divino inscrito en la relación hombre-mujer la hace perdurar Entrevista con Roberto Esteban, autor de “La verdad del amor”

MADRID, jueves, 9 de junio de 2011 (ZENIT.org).- Roberto Esteban Duque es sacerdote, téologo especializado en matrimonio y familia, y doctor en teología moral. Acaba de escribir un ensayo titulado La verdad del amor. En esta entrevista analiza la ideología dominante en el terreno de la manipulación de la vida y de los pilares fundantes de la identidad del ser humano.

Roberto Esteban Duque nació en Mira, España, en 1963. Fue ordenado por el obispo José Guerra Campos en 1991. Cursó el bachiller en teología en la universidad San Vicente Ferrer de Valencia y la licenciatura en teología, especialidad en matrimonio y familia, en la universidad pontificia lateranense de Roma. Es doctor en teología moral por la facultad de San Dámaso de Madrid.

–Usted habla en su libro de “bioideologías”. ¿Puede explicar en qué consisten y sus consecuencias para la persona humana?

–Roberto Esteban Duque: Las bioideologías son moralismos que persiguen el poder para hacer con otros hombres lo que les place. El adversario es la religión tradicional, que presupone la existencia de una naturaleza humana común, fija y universal; de ahí la necesidad de sustituir dicha religión por la educación. A eso apunta la ley de 2007 de Educación para la Ciudadanía, aprobada en España. Les interesa más la modificación de la conciencia a través de la cultura que el cambio de las estructuras. Son aparentemente residuos de las ideologías, pero se diferencian de ellas en que sostienen la inexistencia de una naturaleza humana o, por lo menos, su completa moldeabilidad, tanto en lo humano como en lo natural. Aquí ya puede advertirse una contradicción: mientras la naturaleza humana no es algo evidente para la opinión pública, se reclaman multitud de derechos apoyándose en los derechos humanos.

Lo que plantean las bioideologías es la construcción a la carta de la identidad humana. Aquí reside su éxito. El hombre es producto de la evolución, cambia según las circunstancias y es posible hacerle evolucionar en el sentido deseado. Sus medios preferidos son la reivindicación de derechos, la ingeniería educativa y la propaganda, apoyados por la ingeniería médica y genética. Las bioideologías adoptan el papel del victimismo, la “cultura de la queja”, muy útil para la propaganda, siendo la discriminación uno de sus conceptos clave. El odio y el resentimiento son sus sentimientos básicos, aunque cuentan también con mucho ánimo de lucro.

Otro denominador común es la eugenesia, que asimila la naturaleza humana a la naturaleza animal. Desde aquí se llega a solicitar la muerte por motivos humanitarios: aborto, eutanasia, contracepción artificial. Asimismo, se reivindica el “derecho” a la autodeterminación de quien se considera diferente, acentuando el igualitarismo hasta límites insospechados, como negar las diferencias naturales y biológicas (heterosexuales y homosexuales, edades naturales), exaltando la desviación natural y lo patológico, como la homosexualidad y la pedofilia. Su último fundamento es el emocional: los deseos y los caprichos, producto de la moral hedonista. Se niega la vida natural (deconstrucción de la naturaleza humana histórica) y se pretende, desde un notable sectarismo, que se acepten sus prejuicios como verdades irrefutables, asumiendo un carácter individualista en su pretensión de liberar al hombre de sus ataduras naturales y físicas.

Las consecuencias para la persona, como puede notarse, son múltiples. Socavan el consenso social y el êthosllevando a la dictadura del relativismo y a la indiferencia, exaltando el igualitarismo, aunque discriminando a los que nos son del grupo. Creen que se puede alterar no sólo las leyes humanas positivas, como las que rigen el matrimonio y la familia, sino las mismas leyes de la naturaleza, como la diferencia de sexos, así como las leyes que rigen el cambio climático. Son formas de la contracultura, reacciones intelectuales asténicas contra las normas culturales. Deben su fuerza a la persistencia del modo de pensamiento ideológico que impregna la cultura de los

medios de comunicación, intelectuales y políticos. Apelan a la ciencia para justificar sus deseos. Son meros grupos de presión que actúan en los medios de comunicación y en la cultura, siendo parte del suculento negocio de la contracultura. Si no existe una naturaleza humana, todo depende finalmente de la voluntad de poder.

El ecologismo, la homosexualidad y el feminismo son algunas conocidas bioideologías. Pero sería bueno notar que las bioideologías de la salud tienen atemorizadas a las gentes, extendiendo el concepto de enfermedad a lo que impide la satisfacción del deseo. Consideran el embarazo como un mal –de ahí la distribución gratuita de anticonceptivos y la defensa del aborto–, pero consideran la imposibilidad de satisfacer el deseo de tener hijos como equivalente a enfermedad y, por tanto, debe ser satisfecho como un problema público, como el caso de la “reproducción asistida” artificial. La demagogia compasiva de los gobiernos intervencionistas, apoyándose en el humanitarismo, hace suya esta bioideología, justificando el genocidio del aborto o la eutanasia.

–¿Qué puede decir del actual anteproyecto de ley que irá en junio a consejo de ministros sobre los derechos del paciente al final de la vida? La ley excluye el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales de la salud.

–Roberto Esteban Duque: La ley de “muerte digna” es una mala ley. ¿Por qué no se impidió la desconexión de la sonda que mantenía con vida a Eluana Englaro el 9 de febrero de 2009, muriendo por inanición tres días después de que dejasen de alimentarla a petición del padre y con el consentimiento posterior de la Justicia? Esa falta absoluta de amor, que es siempre la asignatura pendiente, será legal en España. Está demostrado que en los pocos países donde se ha aprobado una ley semejante, la eutanasia se ha incrementado de modo alarmante.

El cardenal Rouco, que reconoce no haber leído el texto aprobado por el gobierno, considera que “no es una ley de eutanasia”. El cardenal tiene razón: no es abiertamente una ley de eutanasia. Sin embargo, posee una claravocación eutanásica, si tenemos en cuenta que considera cuidados extraordinarios la alimentación y la hidratación, lo que supondría dejar morir a un paciente de hambre y de sed. El caso de Terri Schiavo, privada de hidratación y alimentación por orden judicial, en contra de sus padres, que deseaban cuidarla hasta el final, es un caso paradigmático de esa mala ley. Por otro lado, la ley permite al paciente y a la familia obligar al médico a proporcionar tratamientos contraindicados, como es el caso de una sedación.

La única muerte digna es aquella que sucede envuelta en el amor.No hay secretos ni terapias extrañas, no existe mejor analgésico ni mayor excelencia en el ser humano que amar a los desahuciados, una vida entregada, la compasión y la presencia silenciosa pero habitada por el milagro del amor con el fin de permitir vivir el tiempo que queda de la mejor manera posible, respetando la autonomía y dignidad del enfermo. Los instantes últimos de la vida pueden convertirse en el momento de la realización personal, en el de la transformación del entorno, otorgando así sentido humano a la vida. Un sufrimiento de cruz debería constituir una experiencia de gracia, un camino de luz y de esperanza.

Asimismo, dudo mucho que una ley que pretende impedir al personal sanitario ejercer la objeción de conciencia sea una mejora de cuidados paliativos. No sabemos todavía porqué en esta declaración se excluye este derecho de los profesionales sanitarios, a no ser porque, en efecto, se trate de una ley mala que introduce malas prácticas.

–Usted acusa duramente a todos los feminismos. ¿No hay matices? De hecho, en los años veinte y treinta en España hubo feminismos católicos. ¿No es verdad que gracias a la acción en pro de sus derechos de muchas mujeres, hoy la familia es más una comunidad en la que todos cuentan que una institución patriarcal en la que la mujer casada era considerada menor de edad y necesitaba la autorización del marido para una serie de decisiones de tipo legal o profesional?

–Roberto Esteban Duque:¿Usted cree que soy duro? Sólo me limito a constatar que España está a la cabeza de políticas feministas radicales. ¿Qué otra cosa es la “ideología de género”? Las políticas del actual gobierno de España resultan paradigmáticas en cuanto al reivindicacionismo feminista en la relativización de roles sexuales, como el matrimonio homosexual, la impregnación “generista” de la educación, como Educación para la Ciudadanía, y el favorecimiento de la promiscuidad sexual, con la distribución de la píldora abortiva.

Naturalmente existió un feminismo compatible con el catolicismo, un feminismo clásico que se limita a extender el principio de la igualdad ante la ley del sexo femenino. Pero muy pronto, en los años sesenta, se politiza el ámbito familiar: las fuentes de opresión sexual ya no son las leyes discriminatorias, sino la función de madre y esposa. La deriva del feminismo hacia la libertad sexual y la cultura de la muerte, la anticoncepción y el aborto libre, serán sus señas más distintivas.

¿Qué es lo que ocurre desde los años noventa? Sencillo, se sustituye el concepto de sexo (determinación biológica) por el de género (construcción cultural), acudiendo a la demagogia de la profundización de la democracia y la extensión o ampliación de derechos con el fin de politizar el ámbito familiar. ¿Son estas las propuestas progresistas que necesita una nación? ¿Realmente se pueden los católicos permitir el lujo de quedarse cruzados de brazos y no oponer resistencia a lo que podríamos denominar “hegemonía cultural progresista”?

–Es ingenioso presentar las distintas manifestaciones de amor a través de los clásicos de la literatura. Parece que usted se queda con Rilke. ¿Por qué? Se echa de menos al poeta Karol Wojtyla y la presentación del amor a través de sus personajes de teatro. Me refiero a él como escritor, no a su magisterio como papa.

–Roberto Esteban Duque: Desconozco absolutamente –y bien que lo siento- al poeta Wojtyla. Sin embargo, estudié con intensidad el magisterio de Juan Pablo II, especialmente en el tema de la concupiscencia. En mi libro subrayo su norma personalista del amor, su idea de la persona como “un ser para quien la única dimensión adecuada es el amor”. Siempre me fascinó más su propuesta de santidad a los jóvenes, su liderazgo frente a una sociedad secularizada, materialista y hedonista, su invitación constante a una vida de oración, autoexigencia y servicio a los demás, rechazando el poder o la promiscuidad sexual.

Por otro lado, considero necesario el recorrido que hago sobre el conocimiento del amor a través de las obras literarias de Goethe, Stendhal, Dostoievski o Proust, entre otros, porque la literatura es un reflejo de la realidad, una verdadera prolongación de nuestra experiencia, estimulándonos a comprender y desarrollar nuestras respuestas cognitivas y pasionales.

Rainer María Rilke me parece un poeta intimista y de hondura. Comencé a leerlo cuando ingresé, después del servicio militar obligatorio, en el seminario mayor de Cuenca. Desde entonces, no he podido separarme de él. La propuesta de Rilke es insustituible: sólo el Amor, que es Dios, logrará que la finitud del amor de los infinitos enamorados llegue a su plenitud y se convierta en infinitud en un tercer término amoroso. Dicho de otro modo, hay un “amor mayor”, que es Dios, que constituye la verdad de la relación amorosa. Sólo cuando se le permite entrar es posible la relación más bella y eterna. Sólo cuando el Amor queda inserido en la relación entre un hombre y una mujer, el amor permanece.

–¿Piensa usted que un cambio de signo político en España facilitará un cambio moral de la sociedad – con este panorama de corrupción – o nuestros políticos se han situado en una burbuja que se retroalimenta de frases hechas, insultos y chascarrillos, al margen de la ciudadanía?. ¿Qué le parecen los “indignados” del 15-M? ¿Qué quedará de este movimiento transversal, intergeneracional y apartidista?

–Roberto Esteban Duque: Si el cambio moral al que usted se refiere es un cambio cultural, es decir, una mutación que afecte al ámbito de la sexualidad y de la familia, a la tradición y a las raíces de un pueblo, a la fidelidad y el amor, al respeto a la vida y a la importancia pública de la religión, creo que los conservadores en España se perciben a sí mismos con un notable complejo de inferioridad ante la cultura dominante, que es una cultura progresista. Mucho peor, hace tiempo que dimitieron, entregando la visión del mundo y los paradigmas culturales al progresismo. ¿Cuál es la razón? Quizá no me equivoco si pienso en la utilización de una visión puramente pragmática de la vida pública; el conservador piensa que no interesa comprometerse en determinados asuntos que podrían restarle apoyos electorales. Mal asunto aceptar incondicionalmente esa rendición cultural. En ese sentido, creo que la política, como usted sugiere, actúa de un modo burocrático, prescindiendo y desentendiéndose de los ciudadanos, viendo en ellos meros recursos humanos administrados por el poder. Se llega así a creer que todo se reduce a la condición de intereses negociables.

Ahora bien, el proceso de deconstrucción moral realizado desde la legislación en los últimos siete años en el ámbito matrimonial y familiar, la inequívoca asunción progresista de un voraz relativismo moral y cultural, así como la crispación y el hastío social a que nos ha sometido el actual gobierno de España era difícilmente imaginable y capaz de mejorarse todavía. En este sentido, el actual laicismo invasor no sería tan beligerante ni tan radical con un gobierno de otro signo.

Por lo que respecta al movimiento (o, mejor dicho, a la movilización) conocido como “indignados del 15-M”, quiero decir algo definitivo: una nación se construye con la donación de sí mismo y con una autoridad responsable. Por un lado, no basta la rebelión y la queja, sino la entrega en la construcción de un mundo mejor. Por otro lado, la rebelión contra el sistema democrático o las estructuras prevalentes es sólo una consecuencia del relativismo preponderante, pero éste sólo es posible cuando la corrupción está en el mismo imperio que alberga a los hombres. Habrá pues que ser exigentes con “los de arriba” para que hasta las mismas rebeliones y pasiones de “los de abajo” los engrandezcan, exigiendo responsabilidad a cada uno de sus propios actos. Más allá del “apartidismo”, que usted señala, creo yo que sobra demasiada ideología como parece prevalecer en la movilización de los “indignados”. Y con el tiempo, sólo intuyo que quedarán en un mero movimiento ideológico. La sociedad “de derechos” no puede subsistir si no se apoya en una sociedad “de deberes”.

Por Nieves San Martín