Hasta dónde controlar las redes sociales de mi hijo

¿Hasta dónde debo controlar lo que mi hijo

hace en las redes sociales?

David Pulido

Son muchos los padres que nos preguntan en consulta acerca del uso que sus hijos adolescentes hacen de las redes sociales. Asumido ya que internet es la vía más frecuente de comunicación entre los adolescentes, los padres se preguntan cuál debe ser el papel que ellos desempeñen. ¿Deben imponer algún tipo de vigilancia sobre sus relaciones sociales en el mundo virtual o deben darles total autonomía?

La pregunta es tramposa como casi siempre que planteamos las cosas en términos de todo o nada. Tratar de controlar cada interacción que se produzca en la red, llegando incluso a prohibir una actividad tan popular, sólo consigue crear conflictos y que no hagan suya la norma: acabarán abriéndose otro perfil secreto o modulando la privacidad para que no puedan ser controlados.

La clave es entender el espacio virtual como un espacio real de interacción entre

los adolescentes

También perderemos una oportunidad de ayudar a nuestro hijo en su proceso de socialización, puesto que un buen uso de las redes es positivo para que el adolescente adquiera habilidades sociales, desarrolle aficiones y consolide su grupo de amigos. El prohibir y el espiar no permitirá que ese control sea una ayuda para nuestro

hijo. Recordemos que para el adolescente es vital sentirse con la confianza de los padres a la hora de ir estableciendo su propio entorno.

¿Una sociedad sin adultos?

La opción de dejarles totalmente a su aire, sin esa guía, tampoco es adecuada. No saber quiénes son los amigos de nuestros hijos, qué hacen, qué les preocupa, nos distancia de ellos. Y sin estar pendientes de su vida virtual hoy en día no podemos conocer su vida social ni quién es nuestro hijo. Las redes sociales no pueden ser como la isla de la novela de Golding El señor de las moscas, una sociedad sin adultos, con adolescentes imponiendo sus propias normas sobre otros. En las redes sociales donde sólo entran menores, la gramática no existe, las relaciones son muy superficiales y las interacciones en muchos casos son inadecuadas. Sin poner límites, sin ser referencia para ellos, tampoco les ayudamos a crecer.

¿Cómo deben entonces ejercer control los padres sobre un mundo que hace diez años no existía y donde los hijos les dan mil vueltas?

La clave es entender el espacio virtual como un espacio real de interacción entre los adolescentes. Imaginando que cada vez que se conectan lo que están haciendo es abriendo su habitación para que su grupo de amigos entre a pasar el rato, a hablar, a ponerse música y a compartir experiencias.

Tienen que saber que la confianza se gana y que si son responsables tendrán

más autonomía

Con esta comparación es mucho más fácil guiarnos por el sentido común a la hora de pautar sus relaciones. Así, por ejemplo, si no dejamos que nuestros hijos queden con sus amigos a la una de la mañana, no debemos dejar que usen las redes sociales de madrugada. Si cuando salen no les espiamos pero demandamos saber con quiénes van ¿por qué no saber quiénes son los contactos que tienen en sus perfiles?

Pautas de actuación

Obviamente, el mundo virtual no tiene las mismas condiciones que las conductas sociales reales: la inmediatez de respuesta, la multidifusión y permanencia en internet de sus interacciones y, sobre todo, la enorme accesibilidad que tienen desde cualquier parte a través del móvil a esa “habitación”, supone nuevas dificultades a la hora de poder controlar, pero si partimos de este símil podemos aplicar las mismas pautas que en el resto de sus relaciones.

– ¿Qué debo ver y qué no de su muro? La privacidad depende de la edad del adolescente. Así como entendemos que con un chaval de dieciocho años no debemos estar presentes en sus conversaciones en el entorno real, no podemos pedirles que nos lean sus muros o sus mensajes en la red, pero sí preguntar quiénes son sus contactos o su actividad más general. En cambio, si tiene catorce, al igual que entramos de vez en cuando en el cuarto a ver qué hace, también podemos entrar con ellos en su perfil o preguntarles con más detalle. Deben entender que la confianza se gana y que además de la edad será la responsabilidad de sus acciones pasadas las que determinen que tengan mayor o menor autonomía. En situaciones de riesgo, tener total acceso a su perfil puede ser vital para solucionar un problema complicado.

– ¿Cuándo deben usarlo? Hay que poner horarios y restricciones al uso de las redes sociales, no cayendo en la trampa de que «sólo es un segundo» o que lo hacen desde el mismo móvil. Las redes sociales no deben usarse en tiempos destinados al estudio o al descanso. Tampoco si estamos estableciendo comunicación con ellos o están en algún momento de reunión familiar, como las comidas. Hay que enseñarles que durante una actividad social en el mundo real no se debe estar usando a la vez las redes sociales, que siempre será de menor enriquecimiento para el menor.

– ¿Cómo debo ver su perfil? Depende, de nuevo, de la edad del menor y de la relación previa que tengamos con él. Hacerse un perfil propio y ser contacto de nuestros hijos es muy útil, sobre todo si el adolescente nos invita voluntariamente, como cada vez es más habitual en redes sociales donde adultos y adolescentes coexisten. Otra forma es entrar con ellos directamente, sentándonos a su lado mientras las usan como hacemos cuando decidimos participar de alguna actividad de nuestro hijo y sus amigos. Otra vía útil es pedirles ver fotos o vídeos que quieran enseñarnos y aprovechar para hacer alguna pregunta concreta que queramos saber.

– ¿Qué debo comentar del uso que hacen? Igual que en la vida real debemos intervenir preguntando, corrigiendo o reforzando aquello que nos gusta que digan y hagan. Con mano izquierda y sin emitir juicios, podemos comentar qué nos han parecido algunas cosas que hemos leído o recomendar y compartir otras con ellos.

Nunca podemos dejar de estar pendientes, de hablar con nuestros hijos, de conocerlos… Estamos en la era de la revolución de la comunicación, no perdamos la más importante de todas ellas en los albores del mundo virtual: la que debemos tener con nuestros hijos

Graves problemas de la fecundación in vitro

Problemas graves de la fecundacion in vitro

Los octillizos nacidos en Estados Unidos plantean preguntas

Preocupación por el uso de la fecundación artificial

ROMA, domingo, 1 marzo 2009 (ZENIT.org).- Las últimas noticias sobre el nacimiento de octillizos de Nadya Suleman han hecho que aumente la preocupación sobre cómo se está utilizando la fecundación in vitro.

El 26 de enero, Suleman, que es soltera, desempleada y ya tiene 6 hijos, dio a luz 6 niños y 2 niñas, informaba el 4 de febrero el Washington Post. La noticia, observaba el artículo, ha causado amplia preocupación por la falta de regulación de las clínicas de fecundación in vitro.

«Tienes un mercado prácticamente sin regular con una ley equivocada que hace las veces de regulación en Estados Unidos», declaraba al Washington Post David C. Magnus, director del Centro Stanford para la Ética Biomédica.

Casi un tercio de los nacimientos por fecundación in vitro en Estados Unidos dan como resultado gemelos o más, informaba el 12 de febrero el New York Times. De hecho, a diferencia de otros muchos países, en Estados Unidos no existen límites sobre cuántos embriones pueden implantar las clínicas de fecundación in vitro.

El New York Times citaba datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades que revelan que, en 1996, hubo 64.681 procedimientos de fecundación in vitro, llevados a cabo en 330 clínicas. Según la última información disponible – no se daban fechas en el artículo – el número de procedimientos ha aumentado hasta los 134.260 en más de 483 clínicas a lo largo del país. En total, cada año nacen en Estados Unidos más de 50.000 niños como resultado de estos procedimientos.

El nacimiento de octillizos es un ejemplo del uso irresponsable de la tecnología reproductiva, afirmaba Scott B. Rae, miembro del Center for Bioethics and Human Dignity, en un comentario el 13 de febrero en la página web de la organización. Tales procedimientos ponen en peligro tanto la salud de la madre como la de los hijos, comentaba.

Peligros genéticos

Los nacimientos múltiples no son ni mucho menos el único tema asociado con la fecundación in vitro. Poco después del asunto de los octillizos, el New York Times publicaba el 17 de febrero un largo artículo sobre los riesgos genéticos implicados en la utilización de la fecundación in vitro.

Los investigadores cada vez están más preocupados por los cambios que pueden tener lugar en los embriones que crecen fuera de la matriz durante varios días antes de ser implantados. El artículo observaba que algunos estudios han descubierto que puede haber un desarrollo génico anormal y un aumento de desórdenes genéticos debido a la fecundación in vitro.

El artículo citaba un estudio publicado el pasado noviembre por los Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades que descubrieron un aumento de algunos defectos de nacimiento en bebés concebidos por fecundación in vitro.

El New York Times añadía que los descubrimientos son preliminares; no obstante, el artículo citaba la preocupación de los expertos en este campo: «Hay un consenso creciente en la comunidad clínica de que existen riesgos», declaraba al New York Times Richard M. Schultz, decano de ciencias naturales en la Universidad de Pennsylnavia.

Otros estudios también revelan preocupación por las consecuencias de la fecundación in vitro. Los niños nacidos a través de ella pueden ser más propensos a la agresión y a problemas de conducta en la adolescencia, informaba el periódico Australian el 21 de octubre.

Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Cambridge y presentado en una conferencia sobre fertilidad en Brisbane, Australia, comparaba a 26 niños concebidos por fecundación in vitro con 38  que fueron adoptados y 63 que fueron concebidos naturalmente. En los niños concebidos por fecundación in vitro se observó una pequeña diferencia en cuanto a problemas de conducta.

Al día siguiente, el periódico Australian publicaba otro artículo sobre el tema, informando que las madres de niños in vitro sufrían mayores dificultades para hacer frente a las exigencias de la maternidad.

Un estudio patrocinado por el Australian Research Council, IVF Australia y Melbourne IVF, encontró que las mujeres que concebían de esta forma son más propensas que las demás a tener problemas postparto.

En Inglaterra, un reportaje en el periódico Telegraph el 30 de julio afirmaba que los niños concebidos in vitro son más propensos a nacer prematuramente y pesar menos al nacer.

Un equipo de investigación encabezado por Liv Bente Romundstad, de la Universidad noruega de Ciencia y Tecnología de Trondheim, examinó a más de 2.500 mujeres que habían concebido tanto naturalmente como a través de fecundación in vitro y compararon los resultados con más de 1 millones de concepciones naturales.

Los resultados demostraron que los bebés concebidos in vitro eran un 31% más propensos a morir en el periodo anterior y posterior al nacimiento. De media, nacían dos días antes y eran un 26% más pequeños para su edad.

Sin límites

Otro motivo de preocupación es cómo los bebés concebidos in vitro son utilizados como objetos para satisfacer las exigencias de sus padres. Un reportaje el 30 de diciembre en el Telegraph contaba que una mujer india de 70 años que había dado a luz una niña en noviembre ya estaba planeando tener un segundo hijo.

Rajo Devi, de 70 años, tuvo una niña, Naveen Lohan, el 28 de noviembre. Según parece ahora quiere un niño.

Rajo y su marido, Bala Ram, fueron a la Clínica de Fertilidad Nacional Hisar para un tratamiento después de oír que una mujer de sesenta años había dado a luz gemelos. Los óvulos donados por otra mujer fueron fecundados con el esperma de Bala e implantados en Rajo.

Otra fuente de preocupación es el hecho de que los niños acaben en estructuras familias convulsas, por decir un eufemismo. En Canadá, informaba el 29 de enero el National Post, un tribunal sentenció sobre una disputa que implicaba a una pareja lesbiana y a un hombre homosexual que fue el donante de esperma.

Según el artículo el tribunal dictaminó que el contrato de donación entre el hombre y la pareja era inquebrantable, abriendo así la posibilidad de que un niño tenga múltiples padres cuando hay donantes implicados.

La pareja y el hombre firmaron un contrato antes de que naciera el niño, que le daba algunos derechos como una especie de co-padre. Las disputas que vinieron después entre la pareja y el hombre dieron como resultado que se restringiera su acceso al niño, algo que la corte le ha devuelto ahora.

Luego vino la noticia a finales del año pasado de una mujer de 56 años que dio a luz a sus nietas trillizas, informaba el 11 de noviembre Associated Press. Jaci Dalenberg, de Ohio, accedió a ser la madre para su hija, Kim Coseno, y su marido, Joe.

Coseno tenía dos hijos de un matrimonio anterior pero era incapaz de tener otro hijo por causa de una histerectomía. Coseno podía aún producir óvulos, por lo que fueron fecundados con el esperma de su nuevo marido e implantados en su madre. Las niñas nacieron el 11 de octubre, con un adelanto de dos meses.

Dignidad humana

«A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona», decía una instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe el 8 de diciembre.

El documento trata de algunas cuestiones de bioética relacionadas con la vida humana.

«El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida», observaba la declaración en el número 4.

En cuanto a las técnicas de fertilidad asistida, el documento ha aclarado que no se rechazan porque sean artificiales. El uso de la medicina y de la ciencia no se rechaza, sino que es esencial evaluarlas de acuerdo a la dignidad de la persona humana.

La fecundación in vitro, observaba la Congregación para la Doctrina de la Fe, implica la destrucción de embriones. Además, la procreación se separa del acto conyugal del marido y de la mujer.

«La Iglesia reconoce la legitimidad del deseo de un hijo, y comprende los sufrimientos de los cónyuges afligidos por el problema de la infertilidad», admitía el documento.

Sin embargo, añadía, «el deseo de un hijo no puede justificar la ‘producción’ del mismo, así como el deseo de no tener un hijo ya concebido no puede justificar su abandono o destrucción».

En la actual crisis económica, el consumismo está cada vez más desacreditado, pero cuando se trata de la vida humana parece que el consumidor es el rey, en detrimento de la dignidad humana.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado

Feminizar el mundo

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Feminizar el mundo: el papel insustituible de la mujer

Autor: Tomás Melendo Granados

«Dar vida al amor y amor a la vida» 1. Presentación

Una antropología adulta…

Hoy prácticamente nadie duda que la aparición del concepto-realidad de persona supuso un radical salto de cualidad para aquel saber que intenta explicarnos lo que es el hombre —la antropología adulta, como la he llamado en ocasiones—, así como también para el conjunto de la vida en la Tierra.
Pero esta afirmación y todo lo que implica resultaría coja si no se subrayara con vigor un nuevo elemento, fundamental y decisivo: la diferenciación de la persona humana en masculina y femenina. Sin semejante descubrimiento, y cuanto de él se desprende, resulta imposible apreciar toda la riqueza que corresponde a la «humanidad»: estaríamos ante un saber adulto, pero no suficientemente maduro.

Y no se trata solo de que la mujer ostente de ordinario unos atributos diferentes de los que caracterizan al varón, de manera que si excluimos a una u otro lo propiamente humano resulta manco y disminuido.
Conviene advertir también, aunque solo de pasada, que la complementariedad entre ambos es dinámica. La presencia de la mujer hace despertar en el varón cualidades que sin ella quedarían como adormecidas, lo mismo que sin el amor masculino la feminidad no lograría un pleno desarrollo.

Pero, además, entre las perfecciones que uno hace florecer en la otra, y viceversa, se encuentran también las que, al no poder entrar en detalles, calificaré como más propias de uno u otro sexo. Con la peculiaridad de que el varón encarnará las propiedades de la mujer con un toque masculino, de forma análoga a como la mujer incorporará lo masculino con un dejo de feminidad.

El resultado, que me limito a esbozar, es un auténtico enriquecimiento de «lo personal-humano», en una espiral creciente que, en principio, no tiene límites y sin cuya consideración cualquier análisis de la persona y el mismo desarrollo de la Humanidad en cuanto tal quedarían incompletos.
Y madura

Debe afirmarse, pues, que la plena mayoría de edad de los estudios antropológicos no ha comenzado hasta que, muy en particular a lo largo del siglo XX, se advirtió que la diversidad entre el varón y mujer afectan justo a su condición personal, de modo que se hace necesario distinguir entre la persona-masculina (o varón) y la persona-femenina (o mujer), precisamente como complementarias y destinadas al apoyo y crecimiento recíproco.

A lo que, por desgracia, hay que añadir algo que debería resultar obvio. A saber, que tal cúmulo de ganancias desaparecería en cuanto —como ha ocurrido a menudo y en cierto modo era «históricamente inevitable»—, por una suerte de igualdad igualitarista mal entendida, la mujer dejara de ser a fondo lo que es: mujer-mujer, para adoptar aires o tonos o modales masculinos.
Como explico con frecuencia, la igualdad no es un atributo aplicable a las personas, entre otros motivos, y no como el menos importante… porque no la necesitan para nada. Cada persona es un absoluto, que vale absolutamente, sin parangón posible, y cuya exclusiva misión es la de ser fondo aquel alguien que —¡cada una, singular e irrepetible, única!— está destinada a ser.
Lo que lleva consigo, para el varón, un desarrollo acabado de su masculinidad, y para la mujer, el cumplimento más cabal de su feminidad genuina… que son las maneras respectivas como uno y otra pueden alcanzar la plenitud personal que les corresponde.
Por enésima vez, y porque resulta sumamente gráfico, recojo el consejo de Unamuno a un escritor novel que «se consideraba»… poco «considerado» por la crítica: «No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia pon todo tu empeño.»
Por eso me ha parecido oportuno estructurar esta segunda intervención en el Congreso como un comentario somero, y por eso insuficiente —además de inevitablemente masculino—, en torno a la función de la mujer en la tarea vivificadora de la humanidad que desde hace lustros propugno, porque la considero imprescindible.

2. El deterioro
Lo público y lo privado

Para lograrlo, me detendré un momento en consideraciones relativamente conocidas. La despersonalización que he ilustrado otras muchas veces como el gran mal de nuestra época, podría resumirse como sigue.
En el desarrollo de la civilización durante estas últimas centurias observamos una especie de fractura, que va disponiendo progresivamente el despliegue perfeccionador del ser humano en dos círculos estrictamente separados e incluso contrapuestos: el privado y el público.

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Y advertimos también que, de manera imparable, este segundo ha acabado por ejercer un dominio avasallador sobre el primero: que lo público ha ido fagocitando a lo privado, al introducir incluso en el seno del hogar actitudes y modos propios más bien de la relaciones comerciales o de negocios, en el sentido menos noble de estos términos, a los que enseguida aludiré.

¿Cuáles son los elementos constituyentes de lo que califico como esfera pública?

1. Por ejemplo, el mundo laboral, cada vez más dominado por un economicismo materialista, cuyo ídolo es el dinero (hasta el punto, por citar solo un ejemplo, que buena parte de los niños y niñas llegan ya a este mundo «hipotecados»: es decir, obligados a cargar con la hipoteca de la casa de sus padres en caso de que estos no llegaran a pagarla completa… o perder su hogar).

2. O el terreno de la política (o del «partidismo» o del «politicismo»), cuyo crecimiento indiscriminado hace que todo tienda a girar alrededor del poder, intercambiable con el dinero, y origen también de una burocratización despersonalizante a gran escala.

3. O, por referirme al tercer factor considerado de ordinario, el influjo de los llamados medios de comunicación de masas —muy relevantes en el evento que nos reúne—, que incrementan inadecuadamente su virtud persuasiva y su capacidad de sugestión en la medida en que estimulan el carácter no diferenciado, impersonal y simultáneamente individualista, de sus destinatarios.

En la exacta proporción en que estos y otros vectores similares han ido configurando la sociedad actual, nos encontramos con un universo público en el que, por lo general, al margen de toda actitud de servicio, las relaciones humanas se van viendo pilotadas, de manera creciente, por un punzante egoísmo hedonista, pragmatista e insolidario… ¡con honrosas y abundantes excepciones!, añado con sumo gozo.
De esta suerte, la lógica del intercambio interesado, de «los equivalentes» —del do ut des ¡y solo ut des!, ¡y des más de lo que te doy!, propia de la sociedad mercantilista y burocrática, tal como muchos la viven— ha ido imponiendo su ley sobre la lógica de la gratuidad, del don, de la efusión altruista, cuyo reducto último va siendo la familia, pero que también debería imperar en todas las relaciones sociales, incluso en las propiamente económicas.
En este sentido, como afirma Donati, «la civilización consiste en saber traducir en familiar lo no-familiar»; lo que, para mí, significa aprender a impregnar todo lo humano, y muy en particular los medios de comunicación —que ahora nos ocupan—, con el ineludible e incomparable «toque» o «genio» de la mujer.

Los valores personales

En cualquier caso, más que el mismo diagnóstico, por fuerza simplificador, me interesa explicitar lo que hace unos momentos esbozaba: que un universo como el que he bosquejado va cerrando el espacio para los genuinos valores de la persona entendida como tal.
Valores que giran íntegramente en torno al amor y a todo aquello que lo hace posible y jugoso: el encanto de lo pequeño, la flexibilidad, la imaginación creativa, la generosidad, la aptitud para captar matices, el ocio compartido, el diálogo, la intimidad, la diferenciación individualizadora, la relación entre tú y tú irreiterables, el gozo conjunto de una vida cotidiana y sin aparente brillo, y un dilatado etcétera.

Podemos advertir, por consiguiente, dos mundos o, como hoy suele decirse, dos culturas:

1. La de la eficacia y el éxito, por una parte.
2. Y la de la vida, el cuidado y, en definitiva, el amor, por otra.

Y son muchos los que, fundadamente, calificarían el primer cosmos, el de la producción y la eficiencia, de típicamente masculino, mientras que unirían la resurrección del segundo al progresivo afirmarse de lo femenino.
Con lo que, simplificando nuevamente, pero sin faltar por ello a la verdad, cabría sostener que el problema más acentuado de la civilización presente es el predominio indiscriminado y avasallador de lo masculino sobre lo femenino. A la luz de esta afirmación debe leerse cuanto sigue.

Lo femenino

Y, en primer lugar, la necesidad imperiosa de la mujer. Pero vaya por delante, aunque estimo que no sería necesario, que en ningún momento pretendo hacer demagogia. Para cualquier hombre casado, y yo lo soy, deberían resultar más que manifiestas las riquezas con que se adorna una esposa cabal. E incluso, por una especie de «defecto de perspectiva», esas cualidades aparecerán ante sus ojos con más apabullante claridad que las pertenecientes al varón. Repito con ocasión y sin ella que el amor, lejos de ser ciego, se muestra pasmosamente agudo y perspicaz: impulsa y «obliga» a descubrir el fondo de maravilla oculto en el corazón ontológico del ser querido. Y como cualquier persona

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medianamente honrada estima más a su cónyuge que a sí mismo, los privilegios de la mujer deslumbran a su marido de manera mucho más perentoria que los suyos propios o, en general, los de su sexo. No porque los invente —eso también lo he explicado incluso demasiadas veces, oponiéndome a Stendhal y Proust y, hasta cierto punto, a Ortega—, sino porque los descubre sin apenas dificultad.

La persona femenina

Pero es que, con independencia de esa fascinación, la mujer encarna de una forma muy particular, más propia y acentuada, el peculiar carácter de la persona humana. Si no puede decirse que es más persona, sí cabe afirmar que lo es de un modo más patentemente personal y más exquisitamente humano.
Quiero ser objetivo. Me expresaré por eso con palabras prestadas. Carlos Cardona escribió con rotundidad, a propósito del tema que estoy esbozando, que «… la mujer es imagen más diáfana de lo característico de la persona creada: hecha por amor y para el amor». La expresión cumplida de la persona humana, «en su ser más radical, se manifiesta mejor y con más propiedad en la mujer que en el varón. Y esto, a más de resultar metafísicamente manifiesto, es un hecho de experiencia común: todos sabemos muy bien que la mujer, precisamente como tal, y en la medida en que sabe y quiere serlo, es lo más ‘amable’. Así se entienden bien muchas características de la feminidad: como ese instinto que mueve a la mujer a procurar ser amable, atractiva (y no me refiero aquí principalmente a lo físico, sino a lo psíquico y espiritual: la simpatía, la ternura, la paciencia, la piedad, por ejemplo).»
Por todo ello, la mujer encarna de forma privilegiada la condición de persona, en cuanto principio y término de amor: resulta más «amable»… «precisamente porque ama y en el amor se da». Puesto que, como recordaba ya hace algún tiempo José María Pemán —y agradecería que no se tomaran estas expresiones en sentido despreciativo, al menos teniendo en cuenta mi propia valoración del amor, muy superior a la de la inteligencia… si es que tal disociación pudiera realizarse—, «el amor es en la mujer como la expresión total de su ser y el ejercicio fundamental de su vida […]. La mujer es, por definición, una ‘criatura de amor’.»
(Maravillosamente inteligente, añado por mi cuenta, tras haber expuesto en multitud de ocasiones —como acabo de recordar— que el amor no es un atributo de segundo orden, una especie de «compensación piadosa» para aquellos o aquellas que no logran triunfar en los dominios del intelecto, sino que constituye la condición ineludible y la máxima encarnación del conocimiento intelectual más noble, elevado y eficaz: la sabiduría, donde se aúnan las más altas cimas de la contemplación y la atención delicada y operativa a las menudas irisaciones de la vida vivida a diario).
Y, en otro lugar, recogiendo ideas de Juan Pablo II, el propio Cardona recuerda que «los hombres todos —tanto varones como mujeres— hemos sido ‘confiados por Dios a la mujer’: y no principalmente en el orden biológico, sino fundamentalmente en el psíquico y en el espiritual.»

El genio de la mujer

¿Sería muy difícil extraer las conclusiones pertinentes para el enriquecimiento de la familia y la personalización del mundo y, más en concreto, de los medios de comunicación?
Se pueden entrever a través de las sugerentes afirmaciones de un texto de Jutta Burggraf. Acudiendo a una expresión acuñada por Juan Pablo II, explica la autora que el “genio de la mujer” «constituye una determinada actitud básica que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentado por esta. En efecto, no parece descabellado suponer que la intensa relación que la mujer guarda con la vida pueda generar en ella unas disposiciones particulares. Así como durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia un nuevo ser humano, así también su naturaleza favorece el encuentro interpersonal con quienes la rodean.

El “genio de la mujer” se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria y buscar caminos con ellos.»

3. La tarea
Feminizar el universo

Afirmaciones que, lejos de cualquier atisbo de enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, llamados a complementarse dinámica y creativamente —como he esbozado y espero desarrollar en otra ocasión—, nos devuelven en directo a la persona y la exigencia de personalizar el universo humano, que es también devolverle su mordiente ético.
Pero asimismo nos informan de que para lograrlo resulta imprescindible que todos aquellos valores que podríamos calificar «como propios de lo femenino —lo que el psicólogo suizo C. J. Jung llamaba el anima, el cuidado, la atención diligente por los demás— no los consideremos en modo alguno privativos ni exclusivos de la mujer (aunque en ella hayan podido tener una mayor presencia por razones históricas), sino que los advirtamos como igualmente
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indispensables en el varón, para evitar que este sea simplemente un energúmeno, tan solo preocupado por el poder y la competencia.»
Lo que se impone, pues, es un trasvase. Una transfusión que ya se está llevando a término en el seno de muchísimas familias y en otros ámbitos de la sociedad. Pero recuerden lo que acabo de evocar: que el ser humano —varón y mujer— ha sido confiado al cuidado de esta última. De ahí surge, comenzando por el ámbito del matrimonio, el reto primordial, la exigencia más apremiante y de más calibre de lo que vengo calificando como revolución pacífica que instaurará en nuestro mundo una auténtica civilización el amor.

Es esta la tarea que la mujer no puede aplazar y en la que los medios de comunicación «feminizados» desempeñarían un papel de primer orden, también como elementos de difusión y de propuesta anticipadora.
Se trata de devolver la vida auténticamente humana, personal, cálida, jugosamente perspicaz, al conjunto de la familia y, a través de ella, y también directamente, a todo el universo. Porque, como recuerda de nuevo Pemán en clave un tanto humorística y sin ningún afán de lastimar, «el varón puede hacer sin la mujer todo —arte, ciencia, guerra, política—, todo menos un pequeño detalle: vivir…»

En resumen: con toda probabilidad, la quintaesencia de lo femenino pueda definirse como una cercanía connatural con cada persona y con la importancia de cada detalle de cada vida personal; categoría que nunca podría ser exagerada porque deriva justamente de la condición personal del sujeto de esos atributos.
Dos caminos no excluyentes

¿Cómo ejercer esa función? En lo que me concierne, contemplo la incidencia de la mujer en el mundo encauzada a través de dos vías complementarias:

1. Mediante su acción directa en las instituciones sociales y en las personas que las integran, y muy en particular en todos aquellos ámbitos que permitan comunicar de manera íntima y universal la grandeza de cualquier persona: su carácter eminentemente personal.

2. Y en virtud del influjo, tremendamente efectivo, que ejercen en el hogar. Mujeres-mujeres

En medio de los vaivenes y las turbulencias de los últimos años en relación con estos temas, siempre han existido quienes han logrado mantener un sereno y lúcido equilibrio. Fueron muy conscientes, como apuntaba, de que la mujer era del todo imprescindible para humanizar el mundo en que nos movemos y, al mismo tiempo, de que esa elevación y saneamiento irrenunciables solo podría ejercerla —como he repetido y ahora pretendo subrayar— si no hacía dejación de su feminidad.
En este sentido, no puedo dejar de recordar, con las palabras directas y certeras de una de las personas que más ha influido en mi vida y en mis ideas a este respecto , que el desarrollo, la madurez, la mayoría de edad, la emancipación de la mujer y cuanto quiera añadirse en la misma línea —acertadísimo e indispensable—, nunca deberían convertirse en una anhelo de igualdad igualitaria o de uniformidad con el varón: en una burda imitación de la manera masculino-machista de comportarse.
Y la razón, tras lo que he apuntado, no puede ser más neta. Semejante «avance» de ningún modo podría considerarse un logro, sino más bien una pérdida para la mujer… y, lo que en cierto modo es aún más doloroso, para el conjunto de la humanidad.
Y eso, no porque la mujer sea más o menos que el varón —¿no dije que semejantes comparaciones están fuera de lugar cuando se trata de personas?—, sino porque es distinta y solo podrá cumplir en ella lo humano siendo hasta el fondo lo que por naturaleza está llamada a ser: mujer-mujer, en el grandioso sentido que procuro otorgar siempre a esta expresión.
Como vengo diciendo, solo la mujer puede aportar a la familia, al lugar de trabajo, al conjunto de la sociedad civil, ¡a los medios de comunicación, en particular!, lo que le pertenece nativamente y, no obstante, está llamado a ser patrimonio de todos: su delicada ternura, su generosidad sin límites, su amorosa y perspicaz atención a lo concreto, su creatividad y agudeza de ingenio, su intuición clarividente, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad… Ninguna mujer lo será en plenitud hasta que advierta la hermosura —para nada alienante en un universo previamente feminizado, preñado de amor— de su aportación insustituible… y haga de todo ello vida de su propia vida.
En semejante sentido, Janne Haaland Matláry, que ha desempeñado cargos políticos de primer rango en el Gobierno noruego, escribe: «La colaboración femenina siempre es diferente, su atención a los demás también es distinta. Ellas tienen una inclinación natural hacia las relaciones interpersonales y hacia los otros seres humanos que muy pocos hombres tienen; y siempre serán las que se ocupen de esas “políticas menores” [es decir, las auténticamente relevantes, decisivas] que son las de la familia y los asuntos sociales por haber tenido la experiencia previa de la maternidad; o serán también las que se ocupen del cuidado de otras personas o de sacar adelante una casa, tal y como hace la mayoría de las mujeres.»
Y añade, para aclarar hasta qué extremo todo ello se encuentra ligado con lo que he resaltado en cursiva (es decir, con la experiencia de la maternidad, que no necesariamente consiste ni «pasa» por la maternidad biológica): «… hoy las
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mujeres tienen necesidad de reafirmar la importancia de la maternidad, tanto en sus propias vidas como en el conjunto de la sociedad. Deben asimismo plantear reivindicaciones en otros ámbitos —en la actividad profesional y en la política— para que sea posible y compatible ser madre y trabajar fuera de casa. Y esto debería hacerse extensivo a los padres.

Pero la cuestión esencial no es solo de orden práctico sino también antropológico: las mujeres nunca se sentirán felices si no toman conciencia de hasta qué punto la maternidad define el ser femenino, tanto en el plano físico como el espiritual, y expresan esta realidad con la reivindicación del reconocimiento social.
Ser madre es mucho más que la intensa y vivida experiencia de dar a luz y criar a un hijo: es la clave para una toma de conciencia existencial de quienes somos.»

También lo expresa, con la fuerza y el vigor que la caracterizan, Marta Brancatisano: «Desempeñar nuevas profesiones (desde ministro a astronauta, pasando por todo el género de tareas inventadas por la sociedad multifuncional) ha sido un simple juego para quien poseía la clave de todas ellas inscrita en su código sexual. Enumero algunas a título de ejemplo: el conocimiento del ser humano, que le permite gobernarse a sí misma y relacionarse con los demás con la apertura y la serenidad que se experimentan ante lo que nos resulta conocido y amado; la flexibilidad para pasar de una tarea a otra —que deriva de su habitual competencia para afrontar las imprevisibles necesidades cotidianas; la amplitud de intereses y la versatilidad de ingenio, fruto de la pluriforme preparación imprescindible para hacer vivir un hogar (economía, ingeniería, arquitectura, derecho privado e internacional, medicina, dietética, arte, estética, literatura, psicología, pedagogía e incluso moral y teología); su inimitable sentido de la realidad y del valor del tiempo, resultado del carácter impelente y de urgencia propios del trabajo del hogar, que, por estar directa y ordinariamente unido a la supervivencia del ser humano, no admite incumplimientos, retrasos ni tramposas simulaciones.»

Con los mismos derechos y oportunidades
Personalmente, tengo la férrea convicción, difícilmente inamovible, de que las mujeres se encuentran destinadas a vivificar desde dentro todas las profesiones dignas —y, muy en concreto, los medios de comunicación—, en absoluta paridad con los varones: con las mismas perspectivas, posibilidades y oportunidades, y con idéntica formación humana, profesional, etc.
Más todavía, siguiendo de nuevo sugerencias de Brancatisano, afirmo con toda sinceridad que la mujer se encuentra mucho más preparada que el varón para desempeñar la mayor parte de ellas… y que en parte por este motivo los varones tendemos a discriminarlas e impedir que desplieguen su inigualable potencia.
Pero este reconocimiento no me inclina a «sacarlas» del hogar, como tampoco lo pretendo de los varones. Muy al contrario, aspiro a conservarlas o devolverlas (¡a ellas!) y, sobre todo, a introducirlos (¡a ellos!) en lo más íntimo y configurador del núcleo familiar. Pues, si algo he pretendido dejar claro desde que, hace ya veinte años largos, dedico mi atención primordial a estos asuntos, es la absoluta necesidad que tiene de la familia todo ser humano, varón o mujer.
Y es que la familia constituye el ámbito imprescindible del pleno desarrollo tanto del varón como de la mujer, así como la condición de posibilidad para personalizar los restantes dominios en que se desenvuelve la existencia humana y, si me apuran, muy particularmente los medios de comunicación, proclives con frecuencia —aun cuando no debe ni tiene por qué ser así— a deshumanizar y trivializar lo más grandiosamente humano; y entre todo ello, el amor y, más en concreto, el amor entre varón y mujer.

Una falsa oposición

Ejercicio profesional fuera de casa y quehacer también profesional dentro de ella son dos esferas que de ningún modo deberían enfrentarse ni, por consiguiente —en contra de lo que hoy está tan de moda—, tienen necesidad de ser conciliadas. Pues tanto una tarea como otra son, en el fondo —y es oportuno llegar hasta el fondo, al menos de vez en cuando—, ejercicio del amor, de la búsqueda sincera del bien para los demás.

Repito, por eso, trayendo de nuevo a la mente recuerdos imborrables de mi juventud, que el hogar y la familia han de ocupar un puesto central en la vida de la mujer… como también en la del varón, por una razón poderosísima que, día a día, voy advirtiendo con mayor claridad: que la dedicación a los menesteres familiares —en el sentido más amplio y noble de estos términos— componen sin duda el más grande quehacer que cualquier ser humano puede realizar en la tierra .

A estas alturas, ¿podría alguien imaginar que ese ejercicio sublime elimine por principio y de por vida la posibilidad de ocuparse en otras labores profesionales?; o, yendo más el fondo, ¿que la atención prioritaria a las inigualables exigencias de la familia impidan atender a cualquiera de los oficios que conforman la urdimbre de la sociedad contemporánea…?

¿No será más bien la actividad desplegada en el seno de la familia la condición de posibilidad —masculina y femenina— de desempeñar cualquier otro quehacer, incluida la profesión, con eficacia propiamente humana? ¿No habría que hablar de sinergia, en lugar de conciliación?
Por eso, el empeño por oponer los ámbitos de la familia y del trabajo profesional, y por abandonar el primero, ha conducido a un error más grave que el que se trataba de corregir: pues nadie puede «personalizar» a las personas —varones y mujeres— sino con la fuerza ganada día a día en el seno del propio hogar .

Dignidad suma del trabajo en el hogar

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La gravedad de ese abandono por parte de la mujer me parece muy clara, igual que me lo parece, por razones muy similares, aunque no del todo idénticas, la ya multisecular y aún no corregida deserción del varón.
Y es que, como acabo de sugerir, sin la presencia de una tan discreta como eficaz mano femenina resulta bastante arduo lograr el ambiente de familia en que deben desenvolverse y crecer personalmente la gran mayoría de los seres humanos.

Espero que nadie me malinterprete. No intento pasar de contrabando una especie de coartada para que los varones se desentiendan de contribuir —en primera persona, por derecho-deber propio, y no como función subsidiaria— a la edificación de auténticas familias, en todos los sentidos de este vocablo.
Más bien pretendo subrayar la grandeza de quienes —en su mayoría, mujeres—, renunciando a veces a éxitos más fácilmente alcanzables en otros ámbitos, dedican sus energías y su competencia a levantar y gestionar, con auténtico sentido profesional repleto de calidez e inteligencia, los hogares propios o los de otras personas, que se amparan en su buen hacer.

Se trata, pues, de un sendero que asegura, y de una manera insoslayable, la presencia femenina en el mundo. Hoy son muchos los que apuntan que el estado de «masculinización» de la mujer provocado por cierto feminismo mal entendido ha hecho de nuestro entorno vital un paraje todavía más inhóspito que en tiempos pretéritos. Se trata de una atmósfera densa, dura, hostil, irrespirable, masculinizada en exceso…: en fin de cuentas, «machista».

Y hay que buscarle solución, pero una solución adecuada. ¿Solución?: la mujer

Sin duda, la mujer ha sufrido durante siglos una clara discriminación, modulada de maneras y con intensidades distintas en las diversas esferas, que pedía y sigue pidiendo a gritos ser subsanada… ¡y hasta sus últimas consecuencias!
Pero cuando el «remedio» ha consistido en adoptar en la actividad pública los modos de obrar propios del varón, y cuando a eso se ha unido la defección del hogar por parte de bastantes mujeres, el saldo ha sido —como ya he dicho y contra todos los propósitos y previsiones— un recrudecimiento de lo que podrían calificarse como «vicios» típicamente masculinos… ni contrapesados ni dulcificados por la presencia efectivamente femenina de la mujer.

Cuestión todavía más peliaguda por cuanto, en determinados momentos y lugares, esta ha dejado de ejercer también el influjo que durante siglos irradiaba desde el seno de su casa… ¡y que asimismo debería y debe irradiar el varón, con sus características particulares!
Todo lo anterior, con palabras de Mercedes Eguíbar que no dudo en hacer mías, conduce a afirmar sin paliativos, guste o no —¡y a mí me gusta!—, «… la primacía femenina en el orden del mundo. Mientras permanece como guardiana de lo particular e íntimo, no sucede nada. Cuando desea realizarse [de manera exclusiva] en cualquier profesión, aparecen los inconvenientes. Y al mismo tiempo, cuando no se encuentra en el quehacer externo se advierte su ausencia, reina la agresividad y la paz es un ente que no se sabe cómo llegar a poseer.»
O, desde la perspectiva complementaria: «Al ausentarse del hogar para trabajar [exclusivamente] en otra profesión fuera de su casa, [la mujer] ha contribuido, sin desearlo, a crear un vacío que nadie ha ocupado y que origina una fuerte inestabilidad en la familia. El hogar queda huérfano y el matrimonio se debilita. Y al decidirse a no tener hijos, porque no tiene tiempo, invierte la pirámide: el mundo necesita ciudadanos jóvenes y se encuentra con un crecimiento desmesurado de personas mayores.»

¿En su mayoría mujeres?

«Al ausentarse del hogar…»
Precisamente porque se trata de una cuestión muy delicada, no hago sino rozar este extremo. Y lo realizo trayendo a colación las convicciones de un sociólogo italiano, Alberoni, cuya obra lo libera por completo de cualquier acusación de machismo… y de adhesión a credo alguno que no sean los datos que aportan sus investigaciones.
No obstante, sostiene, con acentos en parte un tanto superados:
«Para una mujer enamorada construir y decorar la casa es un acto de amor. Muy a menudo es ella la que elige los distintos muebles y todos los innumerables objetos que necesitarán en su vida futura. Los elige de modo que la casa le guste a su marido, para que él se encuentre a gusto en ella, para que se sienta bien en todo momento de su vida. En su mente ya ve dónde estarán sentados para ver juntos la televisión. Imagina la habitación con el mantel bordado donde recibirán a los amigos, cuál será el sitio del marido, cuál el suyo. Y luego el dormitorio, con las sábanas floreadas como los campos de primavera, las preciosas colchas, las cálidas mantas y los edredones para el gran frío. Y el cuarto para los niños que vendrán, del que ya imagina los empapelados de colores, la suave moqueta para que no se hagan daño. Luego el baño en el que se recorta un poco de espacio para sí, para maquillarse, para estar hermosa. Y el espacio para él, para la navaja de afeitar y su loción para después del afeitado. Luego hay ambientes, como la cocina, en los que deberá trabajar sobre todo ella, cómoda, espaciosa con todo lo que piensa que le podrá prestar servicio. Y pensará en las comidas que podrá cocinar. Si luego el marido tiene una actividad intelectual, hará de modo que tenga su estudio, mientras que, si es un deportista, encontrará espacios en el guardarropa o en armarios especiales para sus objetos.
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Al decorar la casa la mujer expresa su visión del mundo, su ideal de vida privada y el tipo de relaciones sociales que quiere instaurar. Pero sobre todo despliega su cuerpo. Cada objeto es una parte de sí misma. Su piel termina con el empapelado de las paredes, con las cortinas. Por esto es ella la que, normalmente, se cuida de la casa, de su mantenimiento. Lo hace como si fuera su cuerpo. Por esto no quiere que entren extraños si no está en orden, presentable. Como no se mostraría ante extraños en chancletas, despeinada. Y como perfuma su cuerpo para sí, para el marido, así tiene horror de los malos olores que puedan impregnar las cortinas, los divanes o la cocina. Y vigila que no los haya. Vigila sobre la suciedad. Teme a los malos olores y a la suciedad como si fueran enfermedades infecciosas. Por eso se pone de mal humor si la limpieza hecha por la asistenta es superficial, si le cambia los objetos de lugar, si estropea un tapiz o rompe algo a lo que ella atribuye un significado simbólico particular. Siente el gesto indiferente, despreciativo de la otra mujer como una ofensa personal que le cuesta olvidar. Como no olvida a un huésped torpe que le ensucia la alfombra. Cada acto que afea su casa lo vive como una violencia personal. Si en la casa entran ladrones lo vive como una violación, una profanación. Muchas mujeres, después de un robo, ya no quieren vivir en aquellos ambientes, los desinfectan, cambian la decoración.

Para la mujer la construcción y la gestión de la casa es también una forma de erotismo. Porque comunica su amor no solo cambiando de peinado, el maquillaje de los ojos o poniéndose una blusa recién planchada, sino también haciendo la cama con sábanas nuevas, poniendo flores frescas o esparciendo esencias perfumadas por la casa. O bien preparando un plato que agrada a su marido.

A menudo el hombre no comprende el refinado trabajo que la mujer lleva a cabo para hacer la casa armoniosa y acogedora. No comprende que esa es una obra de arte continuamente renovada, y que compromete su mente y su corazón. Y si entra en la casa distraído, si tira su ropa sucia por ahí, ella lo percibe como desinterés hacia su persona, como desprecio de su trabajo creativo, y se queda amargada y ofendida.»

Matizaría algún punto, pero estoy sustancialmente de acuerdo; y no pienso que todo sea fruto del influjo de la cultura.

4. «Pasando por» la familia Mujer-familia-mundo

Como ya apunté, soy partidario convencido y firmísimo de la necesidad de que la mujer aporte aquella riqueza de virtudes, enfoques y claridades que le pertenecen en exclusiva, actuando directamente en todas las esferas de la actividad humana: en todas.
Y es que, gracias a las dotes naturales que le son propias, puede enriquecer enormemente el conjunto de la vida civil, pero muy particularmente las esferas que más afectan al desarrollo o la contrahechura de la persona en cuanto tal: la legislación familiar o educativa, el creciente ámbito de las relaciones humanas y, muy en concreto, cuanto se relaciona con la comunicación hondamente concebida.

Con otras palabras, y como los hechos demuestran, solo la presencia activo-femenina de la mujer puede asegurarnos que se respetarán los valores genuinos de la persona a la hora de tomar aquellas medidas que incidan con mayor vigor en la vida de las familias, en la constitución de un ambiente realmente educativo y, con todo ello, en el porvenir de la juventud y de la humanidad.

Todo lo anterior, como decía, es una persuasión firmemente arraigada en mi entendimiento y en mi labor cotidiana. Pero también tengo muy claro que la función femenina en la vida pública, ¡como la de los varones!, solo será eficaz en la medida en que cada mujer forje y refuerce su personalidad en el seno de una familia, donde asimismo ha de reponer día a día las energías gastadas.
Con el añadido de que en el hogar la mujer ejerce muy particularmente ese papel de motor y estímulo que hasta ahora he atribuido casi indistintamente a los dos cónyuges: de ahí mi convicción —fraguada tanto en los estudios como en la vida vivida— de que la buena marcha de una familia depende, al término y decisivamente, de la calidad y entrega de las mujeres que de ella forman parte.
Soltera o casada, según las circunstancias, pero siempre miembro eminente de un hogar, es la mujer, en fin de cuentas, la clave y el arranque de la alentadora humanidad que cada ser humano está destinado a transmitir a los otros.
Y a los varones nos corresponde hoy día, en contra de lo que habitualmente se afirma y con frecuencia se vive, hacer posible y amable el pleno desarrollo de la mujer… para con ello impulsar el progreso genuinamente humano de la sociedad en su conjunto, sin discriminaciones.
¡Una función en cierto modo secundaria… de la que me siento plenamente orgulloso y satisfecho y que lucho denodadamente por cumplir lo mejor que sé!
En todo el mundo a través del hogar
Por eso, sin disminuir para nada la urgencia de personalizar el universo, «feminizándolo» mediante la presencia inmediata de la mujer en el conjunto íntegro de las tareas que en él desempeñen, concuerdo muy a gusto con lo que, en su momento, expresara Wilhelm Riehl: «Es la mujer quien vivifica las costumbres de la casa, infundiendo un hálito vital a la soledad del hogar. La norma especial doméstica y el carácter individual de la casa está casi siempre determinado por la mujer».
Y me adhiero aún más cordialmente a esta afirmación de Jókal, hoy tan tristemente olvidada: «El hogar no es humillante: puede ser un trono, desde el que una mujer gobierna el mundo»… con el apoyo, tan imprescindible como
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simplemente auxiliar, del varón.
Y a esta otra de von Leixener: «Una mujer que vive fiel y feliz dedicada a su propio hogar teje hilos de oro en el destino de sus hijos.»
(Puedo afirmar todo lo anterior también porque mi propia mujer, desde antes de casarnos, aspira a dedicar todas sus energías al cuidado de quienes componemos su familia. El hecho de que «las aritméticas: las entradas y las salidas» lo hayan impedido hasta el momento, no resta ningún valor a la agudeza y perspicacia que supone el percibir que la atención directa a las personas constituye un trabajo —en el sentido más elevado de este término— que acoge con mayor facilidad que ningún otro la única y decisiva razón de su grandeza: el amor, mediante el que se procura el bien para los demás).
Son bastantes los que advirtieron desde hace lustros la tremenda y eficaz influencia que, como esposa y madre y «creadora de familia», la mujer estaba llamada a ejercer desde el interior de su hogar. Junto con algunos de ellos, y apuntando de nuevo a la esencia de todo el asunto —al amor—, me atrevo a preguntar, ya para ir terminando: «Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección social sino darse a los demás, con sentido de entrega y de servicio, y contribuir eficazmente al bien de todos?»
A lo que también yo respondo, como fruto de muchos años de reflexión y del cariño y la admiración casi ilimitados que tengo a mi propia esposa: «La función de la mujer en su casa no solo es en sí misma una función social, sino que puede ser fácilmente la función social de mayor proyección.»
Y ejemplifico: «Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor de la madre es comparable —y en muchos casos sale ganando en la comparación— a la de los educadores y formadores profesionales. Un profesor consigue, a lo largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos chicos o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes.»
Para ya concluir del todo: «También en estos temas es fácil dejarse seducir por criterios meramente cuantitativos, y pensar: es preferible el trabajo de un profesor, que ve pasar por sus clases a miles de personas, o de un escritor, que se dirige a miles de lectores. Bien, pero ¿a cuántos forman realmente ese profesor y ese escritor? Una madre tiene a su cuidado tres, cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte, una maravilla de educación, de equilibrio, de comprensión, de sentido cristiano de la vida, de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a los demás» … que es, en definitiva, lo único que cuenta.

Tomás Melendo
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director de los Estudios Universitarios en Ciencias para la Familia Universidad de Málaga
Comentarios al autor: tmelendo@masterenfamilias.com http://www.edufamilia.com/

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Feliz en la vejez

Como vivir una feliz vejez

Hace unos días tuve ocasión de leer unas cuartillas de un viejo cristiano; vi en ellas la prudencia que dan los años, y la paz serena, del que nada del mundo espera, porque todo lo espera únicamente de Dios.

Terminaba sus reflexiones diciendo… ¡qué feliz es la vejez!

Qué bien suena esa exclamación en los labios de un viejo…; cuánto debe agradar a Dios esa alegría interior, que se nutre de la ilusión de dejar algún día de vivir…, de la ilusión de la muerte cercana,… de la ilusión de ver a Dios.

El hombre no puede vivir sin una ilusión.

Los niños sueñan con ser hombres; los hombres ponen muchas veces su ilusión en cosas, que los años van transformando en desengaños, de los cuales, a menudo Dios se vale para atraer al hombre hacia sí, y llenar su corazón de la única ilusión que de veras satisface al alma, y para la cual no hay edades… la ilusión de Dios.

Feliz,.., mil veces feliz, la vejez llena de canas y de apagada mirada, que ya nada del mundo espera, y sonríe con esa alegría de la paz interior y que Dios comunica a sus amigos.

Feliz el viejo que puede decir…: casi no veo, pero qué importa, veo a la luz de la fe las grandezas de Dios…; casi no oigo, pero qué importa, ¿acaso los hombres dicen algo?… Oigo allá en mi interior la llamada de Dios, que me llama a la oración, al recogimiento, a la santa compunción…, eso me basta…

Ya casi no me sostienen mis piernas…, para nada valgo…; pero qué importa; qué importa la pesadez de la materia, cuando se tiene dentro esa vida sobrenatural que tiene alas de querubín para volar a Dios…, qué importa la enfermedad del cuerpo cuando vemos al Gran Médico curar con tanta dulzura nuestra alma llena de lacras y de pecados pasados…, cuando vemos que es el corazón el que Jesús nos pide, y ése, a pesar de los años y de las enfermedades, se lo podemos entregar con toda sinceridad…, y, quién sabe, muchas veces corazón de niño en un cuerpo de viejo cargado de años.

Cuerpos que se doblan y se cansan de vivir, almas que aman a Dios, eternamente jóvenes…; para el que es Infinito, no hay edades.

Triste vejez, la que sólo llora sus recuerdos, y vive amargada en su soledad.

Alegres años los del anciano, que solo llora sus pecados y vive sólo de la esperanza y del perdón, y ama la soledad en la que encuentra a Dios y sólo a Él.

Felices los últimos años del cristiano que suspira por el cielo y que ve tan cerca. Ya no le turban pasiones, comprende la vanidad de las cosas de la tierra, no le interesan riquezas ni honores, todo ha sido como frágil humo que ha esparcido el viento de los años y del que ya nada queda. Mira las cosas con esa serena quietud del que vive más en el cielo que en la tierra…; verdaderamente es feliz el viejo que de veras ama a Dios.

Últimos años de la vida, ¿por qué gemir y llorar, lo que ya pasó? ¿Acaso lo que pasó es mejor que lo que te espera? No…; pasaron tus días, y tus días no son nada…; pasaron tus ilusiones y tus deseos…; si los viste alguna vez cumplidos ¿qué quedó de ellos? nada…, quizá amargura.

Pasaron tus seres queridos, y de ellos ¿qué queda?… nada, solo el recuerdo, que también como el humo se pierde en el espacio y en el tiempo.

Mira atrás y tus ojos, apagados por los años, lloran el tiempo perdido en vanidades que no han llenado el corazón.

Pero santa alegría la de los últimos años, si en lugar de soñar con tu pasado, miras la eternidad que te espera, donde no hay ya mentiras, ni envidias, ni ojos cansados y débiles miembros enfermos y envejecidos…; santa alegría la del viejo que sueña con solo Dios, que mira a la muerte con tanta dulzura y paz interior…

El niño mira a la muerte con inconsciencia…; el joven la busca a veces con generosidad, y con ímpetu de deseos…; el anciano la espera sereno, conforme a la voluntad de Dios…

Paz, palabra muy repetida y muy poco comprendida; paz en el alma del cristiano anciano y viejo; paz del que espera tranquilo en la misericordia divina, y en la bondad infinita del Crucificado. ¡Verdaderamente es feliz la vejez!

Yo no sé expresar nada, ni tengo años ni experiencia, ni siquiera desengaño; muy joven, me fue indicando Jesús el camino y no tuve tiempo de oír a los hombres; el Señor no me dejó detenerme a escuchar los halagos del mundo; soy joven, quizás no haya empezado a vivir.

Mas escucho a los viejos, respeto las canas y el cabello blanco cuando me dicen: yo pasé mi vida, y mi vida fue nada, he llegado al final del viaje y sólo he aprendido una cosa: la vanidad de todo y que sólo Dios basta.

He escuchado al anciano que me dice: yo también fui joven y mis años pasaron sin darme cuenta; amé al mundo y el mundo nada me dio, busqué la sabiduría y no la hallé ni en la guerra ni en la ciencia, ni en la bestia ni en el hombre…, solo la hallé en el amor de Dios y en el desprecio del mundo.

Escuché a los sabios, y escuché a los viejos, por eso quizás tenga también algo de viejo mi corazón, y sepa comprender las palabras de un viejo abuelo, que con su pelo blanco, su oído sordo, sus piernas débiles y sus ojos cansados exclame con santa alegría: ¡Qué feliz es la vejez!

No es la vejez propiamente la que es feliz, es el corazón del viejo que ya, desasido de las cosas del mundo, sólo suspira por Dios. Y eso en un joven también puede ocurrir.

Ni se es viejo ni se es joven para amar a Dios, no son los años los que nos enseñan a desprendernos del mundo; para llegar a comprender las palabras del evangelio: “Yo soy el camino y la vida”, no hacen falta muchos años, solamente basta detenerse a pensar, y a veces también a escuchar al que sabe más que nosotros, al sabio que en la celda medita las verdades eternas; al viejo que, al final de su vida nos dice que el mundo y sus criaturas pasan, que pasa la vida, y que de todo nada queda; que es pueril amar la vanidad, y que sólo se halla la paz en Jesús, que la única verdad es Cristo, que el único tesoro es Dios y que la única vida es Él, y sólo Él.

Ahora no digo feliz la vejez, sino feliz el hombre joven o viejo que ha llegado a comprender, que ha llegado a amar, que ha llegado a vivir sólo para Cristo.

Venga la muerte pronto o tarde ¡qué más da! Dios no tiene ni tiempo ni espacio limitado, es Infinito; para Él no hay edades, no hay más que corazones que de veras sean suyos.

A nosotros no nos queda más que esperar, esperar sin mirar atrás, sin pena de lo que pasó, sin esperar nada de los hombres, y alegres de cumplir la voluntad de Dios sea como sea y cuando sea.

La Santísima Virgen tome en sus manos mi intención al escribir. Solamente quería hacer llegar al alma de un viejo, el corazón de un joven, para demostrarle, que los que aman a Dios están unidos en Él, aunque la edad los separe, que se puede tener un alma de niño en el cuerpo de un anciano, y que se puede tener un corazón muy viejo en un cuerpo de veinticinco años.

Solamente quería hacer ver que la vejez no está sola y cuando el viejo habla de Dios y de la Virgen siempre hay alguien que le escucha, y que en silencio toma sus palabras, las respeta y las quiere; son palabras del anciano, las palabras del sabio, pues no hay más sabiduría que el llegar tarde o temprano a amar de veras a Dios, y a desprenderse del mundo.

¡Felices los viejos que hablan de Dios!

¡Felices los jóvenes que les escuchan!

¿Qué más puedo decir?… nada. Solamente pedir perdón de mi osadía al hablar, quizás de lo que no sepa, al que sabe más que yo; pero si los jóvenes debemos escuchar con respeto al viejo, el viejo debe ser indulgente con los atrevimientos del joven, para eso es viejo.

Y cuando unos cansados ojos, lean estas líneas, piense que a su corazón de viejo cristiano le comprende en sus soledades un trapense joven, que también tiene un corazón que ama a Cristo, y que exclama:

¡Felices los hombres que esperan en Dios! ¡Que la Virgen María sea siempre bendita!

San Fray María Rafael

Villasandino, 30 de octubre de 1937

La credulidad interesada de Facebook

La credulidad interesada de ‘Facebook’ y la cristianofobia en la red social ‘Anonymous’ y otros grupos organizados atacan a páginas católicas
Fuente: Zenit.org
Por Nieves San Martin

MADRID, 04 de febrero de 2013 (Zenit.org) – ¿Hasta cuándo Facebook va a ser cómplice de la cristianofobia que circula por las redes sociales? Ya se sabe que uno cree lo que quiere creer. No hace mucho, algún navegante ocioso descubrió nuestra página en esta red social y decidió denunciarnos por invitar a personas desconocidas a formar parte de nuestro círculo de amigos. Falsedad más que notoria, porque a la primera que

no le interesa tener amigos indeseables es a .

Posteriormente, a través de una lectora, descubrimos un infundio contra Benedicto XVI y el abuso a menores, que circula por las redes desde hace dos años, y del que Facebook no se ha molestado en comprobar la veracidad y censurarlo como nos ha censurado a nosotros, impidiéndonos por una semana poder invitar a amigos o responder a las solicitudes de amistad. Vamos, como el papá, o gran hermano, que castiga al niño a no salir con los amiguitos una semana.

Habría que ver qué pasa en China con Facebook. ¿Ejerce la autocensura interesada como la que
practica Google para que se le permita su difusión en el gigante asiático? A cambio, claro de limitar la libertad de expresión.

Hace tiempo circulan en las redes contenidos pornográficos usando de modo abusivo y ofensivo para 1.200 millones de católicos la imagen del papa Benedicto XVI. Evidentemente los católicos no emitimos fatuas ni mandamos asesinar a quienes ofenden nuestras figuras y símbolos, como sí lo hacen los ultras islamistas. Seguramente los valientes ofensores de nuestra religión se lo pensarían un poco, antes de mezclar nuestros símbolos con pornografía pura y dura, si tal cosa sucediera.

En cambio la red social más extendida está muy pronta a actuar con celeridad cuando se trata de censurar páginas católicas. La plataforma HazteOír acaba de presentar una campaña de recogida de firmas para exigir a Facebook que “revise la denuncia” que motivó la censura de la página Memes Católicos y devuelva esta a su administrador, el peruano Yhonatan Luque Reyes, de 24 años. La destinataria de las firmas recogidas
por HazteOír es Natalia Basterrechea, responsable de asuntos públicos de Facebook en España.

Tal como denunció ACI Prensa, el viernes 25 de enero, sin explicación alguna, Facebook eliminó la página creada por el joven peruano y dejó a sus más de 115.000 seguidores sin poder acceder a los “memes”. Según informó Yhonatan, en diciembre pasado Facebook le notificó que varios usuarios denunciaron su espacio porque supuestamente violaba el número 3.7 de la declaración de derechos y responsabilidades de Facebook sobre lenguaje que incita al odio. En esa ocasión, la red social le dio la alternativa de conservarla colocando la

ZENIT

etiqueta [Humor polémico] delante del nombre Memes Católicos.

Yhonatan explicó que “el numeral 3.7 de las políticas de seguridad de Facebook dice que está prohibido subir material que incite al odio, material pornográfico, material que induzca a la violencia, y supuestamente para la red social, Memes Católicos está promoviendo este tipo de contenidos y esto no es cierto». «Mi página se centra en subir viñetas para evangelizar, para catequizar, para mostrar lo que la Iglesia tiene que decir, para mostrar nuestra enseñanza tal y como es», aseguró el joven Yhonatan.

HazteOír subrayó que, en el momento de su censura por parte de Facebook, la página Memes Católicos contaba “con más seguidores que medios asentados, como los españoles ABC, El Mundo o la Cadena SER”. La plataforma española remarcó que esta censura a la página católica en Facebook “ha sido interpretada como un ataque a la libertad de expresión y de religión por muchos medios de comunicación”. “La indignación está recorriendo las redes sociales, las muestras de apoyo se cuentan por millares, testigos oculares de que los hechos denunciados son falsos”, indicó.

El Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales del Vaticano también se hizo eco, a través de su cuenta en la red socialTwitter de la denuncia contra la censura de Facebook.

Para HazteOír, esta red social “puede volver a analizar los hechos y restituir la página a su
administrador”. “Podemos ayudar aFacebook a descubrir el engaño y mostrar que puede ser también un espacio amable para el desarrollo de la actividad de los cristianos”, aseguró la plataforma española. Y advirtió: «Hoy la injusticia ha sido cometida contra Yhonatan, mañana eres tú quien puede sufrirla”.

En la carta destinada a Natalia Basterrechea, se le informa que la página Memes Católicos fue “denunciada falsamente por incitación al odio simplemente por el hecho de mostrar contenido cristiano”. “Por favor, revise la denuncia, devuelva la página a su administrador y permita que Facebook, como ha demostrado en muchas ocasiones, sea también un espacio amable para el desarrollo de la libertad de religión de los cristianos”, demanda la misiva.

“No es la única pagina católica que han atacado –decía un lector de ZENIT, cuando supo de la censura que nos impuso Facebookpor una denuncia anónima y no comprobada–, es la tercera de la que me entero, hay que poner una denuncia sobre esto, ya que recibo por ejemplo información de hermanos retirados y no los ando

eliminando ni denunciando, y mucho menos atacando pero así son algunas personas de mente estrecha”.

En un Estado de Derecho, el acusado es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. En el Estado de Antiderecho de Facebook, el acusado es culpable hasta que no demuestre su inocencia, con lo que la red social invierte injustamente la carga de la prueba.

Hay que recordar también entre los ataques memorables a páginas católicas, uno del grupo de
ciberactivistas Anonymous, denominado Operación Fariseo, contra diversos sitios web de la Iglesia católica en México, en protesta por la visita de Benedicto XVI al país azteca, en marzo de 2012.

El usuario de Twitter, Anonymous Hispano (@anonopshispano), anunció el ataque a páginas como la de la Archidiócesis de México y el Instituto de Comunicación y Filosofía. El ataque emuló al del grupo Anonymous España durante la visita del papa a Madrid en la Jornada Mundial de la Juventud de 2011. El grupo justificó sus ataques diciendo que la Iglesia católica había “encubierto violaciones a menores” y acusaba a esta institución de “prohibir el matrimonio a los sacerdotes”.

Qué buena manipulación del lenguaje: ¿Cómo se puede prohibir algo que es condición indispensable para acceder al sacerdocio, según las leyes de la Iglesia? Es como si hoy las autoridades españolas colocaran carteles por todos los espacios públicos diciendo: “Prohibido robar”. Pues eso, señores de Facebook, no me roben amigos.

Coexistencia pacífica escuelas públicas y privadas

 

Francia: Escuela privada y pública coexisten en paz

Firmado por Salvador Bernal. Fuente: Aceprensa
Fecha: 20 Diciembre 2009

El 31 de diciembre próximo cumple cincuenta años la llamada ley Debré, que regula las relaciones entre el Estado francés y los centros privados de enseñanza. Diseñó un contrato de asociación, que permitía atender a los alumnos a precios asequibles, cumpliendo los requisitos generales de la llamada “escuela republicana”, pero sin que los centros renunciaran a su “ideario propio”. El Estado sufragaría los gastos de funcionamiento, en las mismas condiciones que los centros públicos.

La coexistencia de ambos sistemas no provoca oposición, sino una sana emulación
Los centros católicos atienden a más de dos millones de alumnos, en torno a la sexta parte del total de los escolarizados en Francia

De este modo, la escolaridad sería gratuita, aunque la ley autoriza que los centros pidan unas cuotas a las familias, en función del “carácter propio” del centro, de la atención al culto, de gastos de transporte, o de la asistencia al comedor, que suele ser más cara de media que en los centros públicos, por la desigualdad de las subvenciones municipales.

Esta libertad de enseñanza estuvo a punto de desaparecer con la ley Savary, aprobada por la Asamblea Nacional en 1983, que preveía “la inserción del sector privado dentro del servicio público de la enseñanza”. La ley provocó las manifestaciones de protesta más numerosas que se recuerdan en París. François Mitterrand, entonces presidente, decidió con buen criterio no promulgarla, y Alain Savary se vio obligado a dimitir.

Antes, la ley Guermeur de 1977 había concedido a los profesores de la privada las mismas ventajas sociales que a los de la pública, sin perjuicio de la libertad de la dirección del centro de elegir a sus equipos. Otras actualizaciones han sido menos importantes. Hoy, como estima Nicole Fontaine, antigua presidenta del Parlamento Europeo, “prácticamente nadie pensaría en atacar la ley Debré, cualquiera que sea su sensibilidad política” (La Croix, 16-12-2009).

Con listas de espera

Sólo queda establecer algún tipo de regulación que facilite la financiación de nuevos centros educativos, especialmente en zonas menos favorecidas, como sería el deseo expreso del sector católico. Porque, de hecho, aunque se habla de escuelas privadas bajo contrato, en realidad el 97% son centros católicos: actualmente, son 8.984, que atienden a 2.013.051 alumnos, en torno a la sexta parte del total de los escolarizados en Francia.

En la práctica, estos últimos años las escuelas privadas bajo contrato han tenido listas de espera en torno a los 35.000 candidatos en el proceso de admisión de nuevos alumnos, especialmente a partir de 2003, tras los graves conflictos en el sector público provocados desde los sindicatos de la enseñanza. Pero reflejan también el prestigio creciente de la escuela católica, que pugna por recuperar de veras su identidad específica.

Se ha superado así la confrontación entre lo público y lo privado. La coexistencia de ambos sistemas, desde la ley Debré, no provoca oposición, sino una sana emulación. Y se producen con mucha frecuencia trasvases de alumnos, casi siempre a la búsqueda de un mayor éxito escolar. Se calcula que casi la mitad de los estudiantes ha hecho a lo largo de sus estudios preuniversitarios algún curso en un centro privado. Esa realidad muestra los inconvenientes reales que produce la bienintencionada fórmula del mapa escolar (la zonificación), que no contribuye a superar desigualdades, sino más bien a perpetuar diferencias y cuasi-guetos, también en el sector público.

Un apoyo del 83%

Un sondeo realizado con ocasión de este 50 aniversario por las asociaciones de padres de la enseñanza libre (Apel) y el diario La Croix, muestra que el 83% de los franceses son favorables a esa ley, que tanto ha contribuido a la paz escolar, pues armoniza libertad de enseñanza con pluralismo. Ciertamente, la proporción es mayor entre los simpatizantes de la derecha (93%) que entre los de la izquierda (79%), pero las antiguas rivalidades en este campo parecen bastante superadas.

Además, el 55% de los franceses (el 47% de los padres con hijos en edad escolar) desearía que sus hijos estudiaran en centros privados. También esta vez son más numerosos los de la derecha (74%) que los de izquierda (44%), pero se confirma el avance de la paz escolar. Curiosamente, ese deseo es más fuerte entre quienes no tienen estudios (59%) que entre los que poseen títulos de cierto nivel. En el fondo, la escuela privada, aparte de preferencias ideológicas, puede servir para la promoción social de los hijos con mayor eficacia que la pública.

Muy significativos resultan, por tanto, otros datos del sondeo: la gran mayoría de franceses (67%) estima que el Estado debería ayudar a la enseñanza privada a abrir nuevos centros o ampliar el número de sus aulas. Ese deseo es aún más vivo entre los menores de 30 años (80%) y los simpatizantes de la derecha (79%).

Por otra parte, los contenidos didácticos comunes, junto con el respeto al carácter propio del centro, permiten alcanzar los objetivos de la llamada “escuela republicana”, sin caer en los “comunitarismos” (especialmente islamistas), que tanto temen los franceses. En la práctica, la escuela católica atiende cada vez más a alumnos de otras religiones, e incluso de familias no creyentes, porque confían en la calidad educativa, en la atención personal a los alumnos y en la mayor colaboración entre padres y profesores.

 

Errores en el matrimonio

Errores MÁS HABITUALES en el matrimonio

a. Las faltas más comunes de ellas y ellos

Ellas

1. Manía de regañar. Esta es la falta más mencionada en las encuestas matrimoniales.

2. Exceso en los gastos. «Consumen todo lo que uno tiene, tratando de competir con los demás»

3. Demasiadas actividades fuera de casa: “ Mi esposa descuida a los hijos por tratar de asistir a todas las fiestas y meterse en todos los fregados”.

4. No cuidan debidamente del hogar. » Mi mujer no mantiene la casa arreglada».

5. Afán de ccriticar. » usan la lengua sin descanso». «Mi mujer tiene una cierta habilidad natural para torcer e interpretar malévolamente lo que una persona dice». » Las cosas que cuentan de sus amigas le erizan a uno el cabello».

6. Exceso de egoísmo. » Ella nunca se preocupa por mi comodidad…no le importa sino la suya”.

7. Demasiadas actividades fuera de casa. «Están tan ocupadas haciendo el bien afuera, que no tienen tiempo para ocuparse de su marido».

8. Muy mandonas. » Mi mujer manda en la casa, me manda a mí, a los hijos, dice a los vecinos como han de portarse”

«Las mujeres tratan de manejar los asuntos de su marido además de los propios… y en ambos casos son una pifia».

9. Descuido y desaliño. «Las mujeres, una vez casadas se descuidan y se vuelven desaliñadas».

Para finalizar , vale la pena anotar que el 8% de los maridos no tuvieron reproches para sus esposas, y alguno hasta llegó a decir: «mi mujer trabaja muy duro; esa es su única falta. Dios la bendiga».

Ellos

1. Exageración en la bebida. Esta fue la queja más común.

2. Falta de consideración y detalles. » A medida que van envejeciendo se vuelven menos galantes con sus esposas, y ya no son tan serviciales como antes eran». » Van escuidándose en el vestir». » Lo malo de los maridos es que son descuidados con las cosas
pequeñas».

3. Egoísmo. «Cuando están buenos y sanos quieren ser reyes; cuando están enfermos quieren que los consientan como niños «. “Mi marido llega tarde a comer, pero si yo me retraso alguna vez, se pone energúmeno». “Hace siempre lo que quiere.. nunca se preocupa por nosotros».

4. Demasiado dominantes. » Siempre quieren tener la razón; fuera de ellos nadie sabe nada».

5. Infidelidad

6. Tacañería. » Los maridos no tienen ni idea de lo que cuesta manejar una casa en estos días». » Los hombres gastan el dinero sin reparo en ellos mismos, pero arman el gran alboroto cada vez que se trata de gastos de la familia».

7. Falta de interés en el hogar. «los hombres dejan la crianza de los hijos a la mujer». «Mi marido se niega a arreglar las cosas de la casa y a ayudarme en cosas tan sencillas como a sacar el lavaplatos o tender la ropa».

8. Falta de galantería. «»Viven tan enfrascados en sus negocios, que escasamente se dan cuenta que tienen esposa». «A una mujer no le importa el penoso trabajo de la casa si su marido la sorprende de tiempo en tiempo con un obsequio que exprese cariño, y si la corteja, la galantea y la saca a divertirse de vez en cuando».

9. Se quejan con exceso. «Parece que los maridos todo lo encuentran mal».

10. Fuman y quedan mucho con los amigos, el fútbol, las aficiones, sin tener en cuenta a su mujer. Apenas el 4% de las mujeres interrogadas declararon no encontrar defectos apreciables en sus esposos.

b. Los motivos de los conflictos en la pareja

1. Relaciones con las familias de origen. 2. El dinero.
3. Relaciones trabajo-familia del esposo. 4. La educación de los hijos.

5. El alcohol.
6. El manejo de la sexualidad.
7. Amigos y tiempo libre.
8. Trabajo de la mujer fuera del hogar.

9. Los problemas de la casa. 10. La infidelidad.

Enemigos de la convivencia

1. Bloqueos
2. Quejas y reclamos
3. Prepotencia
4. Susceptibilidades
5. Aburrimiento
6. Negativismo
7. Celos y envidia
8. Sarcasmos
9. Manías
10. Pequeñeces
… y los aparatos: televisión, teléfono, videojuegos, ordenador.

c. Errores en el matrimonio

A continuación los psicólogos exponen algunos errores más frecuentes que se cometen en una relación y la forma de evitarlos para poder mantener una relación afectiva estable en la que ambos se sientan satisfechos, y por qué no, !felices!

Errores-Soluciones

* Idealizar a la pareja: esperar que el otro sea perfecto.

* Sufrir por la menor desatención del otro.

* Callarse los sentimientos de molestia e incomodidad y, peor aún, dejarlos acumular.

* Esperar a que el otro tome siempre la iniciativa.

* Ignorar los esfuerzos y logros del otro y por el contrario siempre fijarse en sus errores.

* Criticar, comparar, burlarse, ridiculizar y desvirtuar a su pareja.

* Dar por hecho que el amor está y que siempre se va a mantener igual.

* Ser tímido sexualmente.

* No reclamar cuando se es maltratado y dirigirse a su pareja en términos fuertes o groseros.

* Creer que «si estamos bien» mejor no hacer cambios que «complican la vida».

* Se debe apreciar y aceptar al otro en su dimensión real, aceptarlo como es con sus virtudes y defectos.

* Se debe comprender que la pareja también tiene problemas y preocupaciones y que no siempre tiene tiempo ni disposición para brindar caricias o palabras afectivas. En ese caso lo mejor es darle tiempo. Dejarlo solo un rato, o preguntarle en el momento adecuado, qué le pasa y si en algo le puede ayudar. (aunque lo ideal es que no existan secretos).

* Cada uno debe comunicar oportunamente sus disgustos y también sus necesidades. El diálogo es indispensable. No se puede aplazar semanas y mucho menos meses. Si su pareja dice o hace algo que a usted le disgusta, comuníqueselo inmediatamente. Callar es peor error porque después llega el día en que usted tiene que hablar y entonces salen a relucir cosas que pasaron meses atrás. Si el otro fue grosero, hágale entender que usted merece respeto.

* Si uno solo es el que siempre propone lo que se puede hacer, las decisiones que se pueden tomar, seguramente se cansará y la relación se convertirá en monótona. Usted tiene que tratar de hacer de la relación algo novedoso, donde los dos aporten soluciones, Planes de vacaciones, donde ir a comer, ver una obra de teatro, llamarlo, buscarlo…

* Reconocer abiertamente las cosas positivas. No solo hablarle de lo malo sino agradecerle por los gestos bonitos que tenga con usted.

* Apoyar, promover, estimular y reconocer al otro así como ayudarle a superar las cosas malas, pero con críticas constructivas.

* Comprender que el amor se puede perder. Que se debe alimentar, cultivar, para evitar la rutina. Se deben compartir diferentes actividades.

*Hablar sobre cómo hacer la relación sexual satisfactoria para ambos.

* No maltratar a su pareja ni dejarse maltratar. Poner siempre un claro que ambos se deben respeto y honestidad.

* Aceptar los cambios, comprender que la relación es dinámica, que tanto su pareja como usted cambian con el tiempo y los dos se tienen que ajustar a esos cambios.

ETS en adolescentes

Los adolescentes son más susceptibles de contraer enfermedades de transmisión sexual, según las principales revistas médicas y científicas norteamericanas.

 

Joan Figuerola, 27 Agosto 2010

http://www.cun.es/areadesalud/enfermedades/infecciosas/enfermedades-de-transmision-sexual

 

Las enfermedades de transmisión sexual (ETS) han alcanzado en las últimas tres décadas una proporción epidémica sin precedentes. Antes de 1960 sólo había dos ETS, la sífilis y la gonorrea; en la actualidad existen hasta 25 tipos distintos, aunque la mayoría de ellas no tienen consecuencias fatales. La mayor parte de las estadísticas de las principales revistas médicas y científicas norteamericanas aseguran que uno de cada cinco estadounidenses de entre 15 y 55 años está infectado con una o más ETS virales y que los jóvenes son el sector de la población más vulnerable a contraerlas.

 

En EEUU el 63% de los infectados con ETS son menores de 25 años. Esta estadística puede ir en aumento pues cada vez son más los adolescentes sexualmente activos y lo peor es que algunas de las programaciones de educación sexual que se presentan en los centros escolares suscitan a mantener relaciones sexuales precoces. Las adolescentes son las más susceptibles, una niña de 15 años sexualmente activa tiene muchas más posibilidades de desarrollar una enfermedad pélvica inflamatoria que una mujer de 25 años bajo las mismas condiciones. Es importante remarcar que las adolescentes no siempre responden al tratamiento antibiótico para dicha enfermedad y en muchas ocasiones se requiere una histerectomía.

 

Una de las consecuencias de mantener relaciones sexuales activas desde la adolescencia es que hay una mayor probabilidad de tener múltiples parejas sexuales, hecho que acentúa el riesgo de contraer ETS. Muchas de las planificaciones sexuales que se brindan en las escuelas tienen en los anticonceptivos la panacea para solucionar las tasas de embarazos y las infecciones por ETS, sin embargo la probabilidad de no infectarse utilizando anticonceptivos es de una a seis, la misma que en la ruleta rusa. La Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) asegura que uno de cada 250 condones en el mercado son defectuosos ya que han sido previamente almacenados y despachados a temperaturas que debilitan la integridad de la goma de látex; que en el 8% de las veces acaban por romperse o salirse, por lo que aunque se use correctamente el riesgo que se corre no es menor.
La educación sexual fundamentada en el uso de preservativos es un fracaso porque se tiende a brindar una falsa seguridad a los jóvenes sexualmente activos. Pero mayor desastre es aún exhortar a mantener relaciones sexuales desde la adolescencia. Muchas veces se habla de la libertad que supuso la revolución sexual a partir de las décadas de 1960 y 1970, sin embargo no se habla tanto del indigente número de infecciones y enfermedades que comportó. Desde luego el sexo es algo maravilloso, pero como todas las actividades humanas requiere un control y la mayoría de las ETS pueden evitarse si una persona no tiene múltiples compañeros sexuales. Las estadísticas evidencian que los programas de educación sexual que enfatizan guardar las relaciones sexuales para el matrimonio o, en su defecto, a una única pareja sexual, la tasa de embarazos y de ETS cae drásticamente