Muchos matrimonios fracasan porque se han contraído con ligereza y frivolidad; sin conocerse y sin amarse. Por sólo apetito sexual. Y esto no basta para hacer feliz un matrimonio.
Otros fracasan por inmadurez. Se casan sin estar preparados para la unidad matrimonial, sin haberla siquiera entendido. Siguen dentro del matrimonio viviendo su individualidad, y los casados deben vivirlo todo «con y para» el otro.
Para que un matrimonio vaya bien, hace falta la colaboración de los dos; pero para hundirlo, basta con uno.
«La convivencia es un trabajo costoso que exige comprensión y generosidad constantes»8.
El matrimonio no es un contrato de servicios sino una comunidad de vida y amor, como dice el Concilio Vaticano II9. La huida de todo sacrificio quita al amor el sello de su autenticidad.Cuando vaya pasando el tiempo de tu matrimonio, encontrarás en tu cónyuge defectos de carácter que no advertiste en el noviazgo. No se los eches en cara de una manera desagradable. Eso sería contraproducente.
Tampoco los consideres como de gran importancia.
Es preferible que atiendas las virtudes que te movieron a elegir esa persona para unirte en matrimonio, y que sirven de contrapeso.
En este mundo nadie es perfecto, y hemos de resignarnos a sobrellevar los defectos de nuestros prójimos.
Procura portarte como si fuera tal como tú deseas. Esto le ayudará a que llegue, a la larga, a ser como tú deseas.
Durante el noviazgo sólo se ven las buenas cualidades de la persona a quien se ama. Con los defectos hay mucha indulgencia. En cambio de casados ocurre al contrario: hay cierta tendencia a olvidar las buenas cualidades y a aumentar los defectos.
«El mayor obstáculo para el ajuste en el matrimonio es el miedo de ser dominado. (…)
»Es éste un miedo peligroso, porque hace que ambos se pongan a la defensiva en lugar de preocuparse por el mayor bienestar del otro.
»Tan pronto como uno traslada la atención de la persona amada a uno mismo, el verdadero amor está amenazado. (…) Si una persona tiene miedo de ser dominada, la otra queda contagiada del mismo miedo, y surge un conflicto»10.
El orgullo desempeña un papel muy importante en las disputas matrimoniales.
El remedio es la humildad, reconocer los errores y dar explicaciones aprovechando un rato de calma.
Y si se domina el buen humor es un modo magnífico de terminar muchas disputas.
Las dificultades conyugales son menos graves de lo que parecen, y pueden superarse con buena voluntad.
«Supongamos dos esposos que después de algunos años de convivencia se encuentran en plena discordia, pero de tal modo exasperados y furiosos que quieren separarse lo antes posible y a costa de lo que sea.
»Al principio estaban muy contentos, se consideraban felices; ahora, en cambio, maldicen el día en que se casaron.
»¿Cómo ha sido eso?
»Los dos tienen defectos, pasiones, errores, pero, ¿quién no los tiene? ¡Cuántos tienen los mismos defectos que ellos, o acaso más, y sin embargo viven en paz! ¿Qué es lo que les ha conducido a la infidelidad y a la ruina?
»El esposo, algún tiempo después del matrimonio, ha comenzado a darse cuenta de las lagunas y defectos de su esposa, y esto le ha disgustado y le ha irritado.
»Bondadosamente, le ha hecho notar estas cosas, pensando que su mujer se enmendaría pronto de sus defectos. ¡Le parecía tan sencillo y tan fácil! Pero ella no se ha corregido…
»Entonces la atención del marido se ha centrado más y más sobre las faltas y errores de ella, con lo que su desagrado, y luego su mal humor, han ido en aumento.
»Parecíale que ella no tenía buena voluntad y no le amaba, pues nada cambiaba su conducta, ni su modo de hacer; lo cual cada vez le disgustaba, irritaba y hería más vivamente.
»Pero también el marido tenía lagunas, defectos, errores; y la mujer en ese mismo tiempo ha fijado su atención en ellos, y se ha desarrollado en su alma un drama igual al que se producía en el ánimo del marido.
»Pensaba que él pretendía mucho de ella y no se preocupaba de cambiar ciertas maneras suyas que la ofendían y amargaban. ¡Hubiera costado tan poco!… Y así llegaron a donde llegaron.
»Algún juez imparcial dirá inmediatamente que la conducta de los dos ha sido estúpida, y ambos han sido los autores de su desdicha.
»Si cada uno de ellos, en lugar de atender a los defectos y agravios del otro, en lugar de emperrarse en la pretensión de que el otro se corrigiera, hubiese observado sus propios defectos y se hubiera esforzado en quitar de sí lo que disgustaba al otro, habrían vivido en paz y la buena armonía se habría consolidado cada vez más.
»Ésta era la única conducta práctica razonable; era también la única cosa que cada uno podría hacer, ya que no tenía ningún poder sobre la voluntad del otro. Pero no han hecho lo que podían; han pretendido cada uno que fuese el otro el que lo hiciese, y así han llegado a ser desgraciados»11.
«En este proceso de mutua “domesticación” que tiene que sufrir todo matrimonio, es esencial, por una parte, la constancia y, por otra, la mutua delicadeza.
»Nada de impaciencia con los defectos del otro; mucho tacto y, sobre todo, no restregárselo con dureza, ironías o ridículos.
»Las moscas no se cazan con vinagre.
»Tampoco tratéis de rehacer el otro a vuestra imagen y semejanza.
»Por parte de cada uno de vosotros, el esfuerzo debe ser contrario: no tratar tanto de rehacer al otro, cuanto de adaptarse al otro»12.
La mayor parte de los conflictos en el matrimonio son causados por falta de mutua adaptación.
Para que el matrimonio progrese los dos deben remar en la misma dirección.
Si cada uno rema en sentido contrario, la barca girará sobre sí misma.
Quien no esté dispuesto a adaptarse al otro, más vale que no se case.
Sin esfuerzo de mutua adaptación, el matrimonio no hay quien lo aguante.
El continuo choque de opiniones, deseos, planes, gustos, etc., convierte al matrimonio en un infierno.
Es posible que no coincidáis en gustos, planes, deseos, etc.
Pero si quieres a la persona, de buena gana aceptarás lo que ella prefiera. Cuando los dos quieren dominar, el choque es inevitable. Cuando los dos quieren adaptarse, la armonía es maravillosa13.
El Dr. Vallejo-Nájera dijo por Televisión Española que la raíz de muchos matrimonios desgraciados es porque esperan demasiado del otro y quedan defraudados14.
«Exigir del otro que se adapte, que procure mejorar su personalidad, querer que luche contra sus defectos y consolide sus cualidades, bien está.
»Pero exigir que eso se realice enseguida, y que la transformación sea inmediata, sería nefasto.
»Se obligaría entonces al cónyuge a contentarse con cambiar las apariencias, se le conduciría a adoptar unas actitudes que serían forzosamente superficiales; el resultado no tardaría en manifestarse con un retorno a las costumbres antiguas y un mutuo desengaño.
»Si hay algo que debe evitarse es eso.
»Más vale proceder gradualmente, contar con el tiempo y obtener resultados ciertos.
»Esta paciencia será sin discusión, una de las formas superiores del amor y un testimonio irrecusable de desinterés. Saber esperar a que el cónyuge logre superar sus defectos, animándole sin hostigarle, ayudándole sin desquiciarle, éste es uno de los primeros pasos en el camino del acuerdo de las personalidades.
»Este acuerdo se efectuará con tanta mayor seguridad cuanto con más calma se proceda.
»Excitarse no servirá de nada; lo más que se conseguirá es exasperarse uno mismo y exasperar al otro.
»En tal ambiente, el acuerdo, en vez de progresar, retrocedería multiplicando los roces y exacerbando los choques.
»Todo esto no quiere decir que se encierre uno en la pasividad esperando que el cónyuge se decida de una vez, a realizar un esfuerzo para adaptarse, sino que significa que al exigir de él unas manifestaciones de buena voluntad, se impondrá uno a sí mismo una paciencia a toda prueba, respetando el curso del tiempo y contando con la lentitud normal de toda evolución humana.
»Saber repetir una corrección.
»Repetirla sin dejar traslucir que está uno harto y a punto de estallar.
»Repetirla, por el contrario, con incansable afabilidad, con una pizca de buen humor, pero nunca fuera de tiempo.
»Domeñar esta impaciencia, esta precipitación, e imponerse contar con el tiempo.
»Esperar que poco a poco se efectúe la evolución requerida.
»El tiempo destruye siempre lo que se hace sin él.
»En toda observación evitar las palabras agrias; en toda crítica, evitar las palabras ultrajantes; en todo reproche, evitar la aspereza; tales son las condiciones que se requieren previamente para el acuerdo conyugal.
»Éste no puede realizarse más que en un clima en que el afán de comprensión recíproca sea evidente.
»Este ambiente se creará si de una parte y de otra se emplea la destreza necesaria para hablarse con provecho.
»La preocupación por proceder con tacto conducirá a no hablar nunca bajo el efecto de la emoción violenta que acompaña habitualmente a la primera reacción. Le sucede a nuestro espíritu lo que al agua: cuando ésta se enturbia ya no se puede ver nada en ella; hay que dejarla reposar para que recobre su limpidez»15.
La crítica mutua en el matrimonio es buena y ayuda a mejorar.
Pero debe ser una crítica que nace del amor y se hace con amor.
No una crítica-reproche que molesta al otro. Éstas son inútiles y perjudiciales, porque deterioran la convivencia.
Una crítica que es un desahogo de la agresividad, produce agresividad en el otro. La finalidad de la crítica debe ser ayudar al otro a ser mejor.
Por eso, no pedir imposibles; ni hablar con vaguedades que no concretan lo que debe cambiar; ni en plan exigente, sino sugiriendo.
Y en el momento oportuno. Una crítica a destiempo es perjudicial, o, por lo menos, inútil.
«Es necesario, a todo precio, vencer el mal humor y, para conseguirlo, cultivar el arte del perdón recíproco.
»Que no se tema ir demasiado lejos en este sentido, porque si es peligroso perdonar demasiado, mucho más peligroso es no perdonar lo suficiente.
»De tener que elegir entre los dos excesos habría que optar sin titubeo por el primero; porque un exceso de bondad sólo pude servir al amor, mientras que, por el contrario, éste no podría sobrevivir a una negativa del perdón.
»En la vida conyugal es donde tiene más aplicación la respuesta de Cristo: hay que perdonar setenta veces siete16.
»Es decir, ¡siempre!
»Solamente en la medida en que el uno y el otro hagan de esta ley cristiana norma de su vida cotidiana florecerá la comprensión en la vida común.
»Cualquier otra orientación sólo puede acarrear endurecimientos y choques que acabarán por destruir la felicidad.
»Para que la vida en común sea bella, para que sea armoniosa y reine en ella la alegría, para que el amor sea fácil, es preciso que marido y mujer se traten con toda caridad, concediéndose recíprocamente un perdón renovado sin cesar.
»Cuando tengas que reprender a tu cónyuge, no lo hagas con reproches duros, que suelen motivar reacciones violentas.
»Es preferible una suave sugerencia que facilite la disculpa, el acuerdo, la avenencia.
»Con mucha frecuencia en el origen del enojo está el orgullo.
»Algunas torpezas inconscientes y repetidas traen como consecuencia que la mujer ofendida se refugie en una protesta silenciosa.
»Se encierra en sí misma, negándose a avanzar por el camino de la comprensión. No admite el perdón.
»Pensando que ha iniciado ella demasiadas veces los pasos de la reconciliación, se repliega ahora a la defensiva y manifiesta su protesta con una terquedad irreductible.
»No posee ella, sin embargo, el monopolio del malhumor.
»Hay que reconocer que el hombre, a su vez, lo utiliza con frecuencia, impulsado también por el orgullo.
»En él también, puede triunfar la fobia a dar el primer paso. Ésa es la manera mejor de hacer la vida común insostenible.
»El triunfo de la terquedad, del orgullo, y malhumor, actúa sobre el amor como un cáncer.
»Muchos de los fracasos matrimoniales se deben a la falta de comunicación. Porque la mujer no encuentra en el marido atención a lo que ella necesita comunicar.
»Muy cercana al malhumor está la taciturnidad.
»Es un estado de espíritu en el cual no se encuentra nada que decir.
»Este defecto es, la mayoría de las veces, patrimonio del hombre.
»Aun no siendo siempre consecuencias de mala voluntad, no por ello debe dejar de ser corregido.
»Hay maridos que no comprenden que imponen así a su mujer un verdadero suplicio.
»A lo largo de todo el día, ella no tiene nadie con quien hablar.
»Cuando llega el marido, siente una necesidad muy comprensible de comunicarse con él.
»Pero éste cansado y rendido, no se encuentra con ganas de conversar.
»Se atrinchera tras el periódico o se dedica a la televisión.
»Cuando esto se repite con regularidad llegan a ser extraños entre sí.
»Están al borde del fracaso.
»El marido debe hacer un esfuerzo para salir de sí mismo y dedicar a su esposa una atención parecida a cuando era su novia.
»Hay que conseguir que en el hogar brille la alegría. Es la mejor salvaguardia del amor»17.
El doctor Enrique Rojas, Catedrático de Psiquiatría en Madrid, en su libro El amor inteligente19, cuenta el caso de un matrimonio, con tres hijos, a punto de separarse, porque él, excelente profesional, sólo vivía para su trabajo, y su mujer se sentía abandonada.
Él dice que le gusta ser responsable de lo que lleva entre manos, aunque reconoce que habla poco; pero considera que para hablar hay que tener algo que decir, que hablar por hablar es ridículo, y que para hablar de cosas insulsas prefiere estar callado.
Pero ella no aguanta esa falta de comunicación. Y él se queja de que ella está siempre protestando de todo.
Total, que la falta de comunicación iba a acabar con ese matrimonio.
En el matrimonio no basta coexistir, hay que convivir.
Y esto no es posible si no tienen nada en común.
Hay que compartir gustos, ideas, valores.
No basta que los cuerpos estén juntos, si las almas están separadas19.
Para la armonía matrimonial es fundamental la comunicación.
El hablar aclara las cosas. El silencio enreda cosas que no debían haber sido problema.
Un día, una esposa ve pasar a su marido en su coche con una joven al lado.
Es una compañera de trabajo, y la lleva al médico.
Pero su mujer se imagina lo peor.
Cuando él llega a casa, con toda naturalidad, y como siempre, va a besar a su esposa.
Ella con la idea que tiene en la cabeza lo recibe displicentemente.
Él se extraña, pero calla.
Ella también calla.
Al día siguiente él se acerca a darle el beso de costumbre, y nota en ella la misma reacción.
Al tercer día, se va directamente a su habitación sin besarla. Ella saca su conclusión: «no hay duda que se ha liado con la otra».
Ya tenemos una tragedia que se hubiera evitado sin el silencio de los dos.
Hay mujeres que se quejan de que sus maridos no hablan; pero no caen en la cuenta de que ellas no dejan hablar, pues son interminables narrando sus cosas. Otras interrumpen continuamente lo que a ellos les parece interesante contar, con multitud de «cositas»: ¿cómo te has hecho esa mancha? ¿Está buena la sopa? ¡Ten cuidado con la ceniza!, etc.
Así dan a entender a su marido que lo que él les cuenta no tiene para ellas ningún interés, y al marido se le quitan las ganas de hablar.
Escuchar no es lo mismo que alternancia en el monólogo, donde cada uno aprovecha una pausa del otro para retomar el hilo de lo que estaba diciendo.
No es lo mismo oír que escuchar.
Al escuchar intentas comprender al otro.
Quien se siente escuchado se siente querido.
Escuchar a una persona es valorarla.
Todos necesitamos ser valorados por los demás.
Si a una persona no se la hace caso, no se la valora, se sentirá frustrada.
Esto la llevará a fracasar en la vida y a vivir amargada.
También es importante amar lo que el otro ama: su familia, su profesión, sus aficiones. Despreciar estas cosas enfría el afecto y distancia las personas.
La comunicación es indispensable, pero debe hacerse en el momento oportuno. Empeñarse en tenerla inoportunamente es contraproducente.
Y, desde luego, no confundir la comunicación con el reproche.
Hay personas que siempre están poniendo defectos al otro. Resultan insoportables.
Para que el reproche sea eficaz debe ser oportuno.
Y, por supuesto, nunca delante de terceras personas.
Para remediar las desavenencias en el matrimonio te recomiendo este libro excelente: Felicidad conyugal: sus obstáculos; su éxito20.
Además de ser un libro provechosísimo para los casados, también lo es para los que se acercan al matrimonio; para que sepan, desde el principio, evitar todos los pasos que les aparten de la felicidad conyugal.
El matrimonio, como todas las cosas, tiene su lado negro; y es necesario soportarlo.
El sufrimiento es en esta vida inevitable, y hay que aceptarlo.
Para consultar el artículo completo:
Armonía matrimonial (1)
Armonía matrimonial (2)
- ENRIQUE ROJAS: El amor inteligente, IV, 5. Ed. Temas de hoy, Madrid. 1997. regresar
- Concilio Vaticano II: Gaudium et Spes: Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual, nº 48 regresar
- ANA MOW: El secreto del amor matrimonial, 2ª, VIII. Ed. SAL TERRAE. Santander. regresar
- PABLO POVERA: Vive tu vocación, XVII. Ed. Herder. Barcelona regresar
- ROBINSON: Educación sexual y conyugal, 4ª, III, 2. Ed. Mensajero. Bilbao. Este magnífico libro deberían leerlo todos los chicos y chicas a partir de los 18 años. Informa admirablemente de todo lo que deben saber los jóvenes, los novios y los esposos sobre la vida sexual. regresar
- MARABEL MORGAN: La mujer total,VI. Ed. Planeta. Barcelona. 1976. Este libro deberían leerlo todas las casadas. Si cumplieran los consejos que aquí se dan, muchos matrimonios irían mejor. regresar
- Dr. VALLEJO-NÁJERA en TVE el 8-II-79 a las 4 de la tarde. regresar
- CHARBONNEAU: Noviazgo y felicidad, V, 2. Ed. Herder. Barcelona, 1970 regresar
- Evangelio de SAN MATEO, 18:22 regresar
- CHARBONNEAU: Noviazgo y felicidad, V, 3, c. Ed. Herder. Barcelona, 1970 regresar
- ENRIQUE ROJAS: El amor inteligente,II. Ed. Temas de hoy. Madrid.1997 regresar
- JUAN LÓPEZ PEDRAZ, S.I.: Tres trampas en el noviazgo, XIII. Ed. Paulinas. Caracas, 1978 regresar
- ÁNGEL DEL HOGAR: Felicidad conyugal. Ed. Desclée. Bilbao regresar
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