Internet desplaza a la TV

“La Generación Interactiva en España. Niños y adolescentes ante las pantallas”.

Firmado por Cristina Abad (Fuente Aceprensa)

2 Diciembre 2009

Según el informe, Internet supera ya a otras pantallas en las preferencias de niños y jóvenes en España. El 88% de los adolescentes y casi el 71% de los niños son usuarios de Internet, mientras que la penetración del móvil muestra mayores diferencias por edad: el 29% de los niños declara usar un móvil propio, pero el porcentaje se eleva al 83% en el caso de los adolescentes, siendo prácticamente del 100% a partir de los 17 años.

En cuanto al tiempo dedicado a cada pantalla, lo más habitual es que se sitúe entre una y dos horas los días lectivos y se incremente los fines de semana, cuando más de un tercio de los chicos supera las dos horas, el 34% en el caso de la televisión y el 34,5% en el de Internet.

Los contenidos más visitados por los adolescentes (música, deportes y juegos) son también la temática más frecuente de sus propias páginas web y blogs

El análisis se ha realizado a partir de 13.000 encuestas a menores de 6 a 18 años, pertenecientes a colegios públicos y privados de distintas comunidades autónomas, entre los meses de marzo y junio de 2009. Su objetivo es reconocer las oportunidades y los riesgos que ofrecen las TIC y concienciar, educar y sensibilizar sobre el uso sano de las pantallas (Internet, ordenadores, móviles, televisión y videojuegos).

Los resultados del estudio presentan una generación autónoma y autodidacta, “movilizada“, multitarea, creativa y precoz en el uso de las nuevas tecnologías. Estos adolescentes aprovechan al máximo las pantallas para comunicarse, conocer, compartir, divertirse y, en menor medida, consumir, y viven en ciberhogares, es decir, entornos equipados, conectados. La gran mayoría navega desde casa (el 89% de adolescentes y el 87,2% de los niños).

El 95% de los niños y el 97% de los adolescentes declara que en su casa hay un PC mientras que, antes de cumplir los diez años, el 59% tiene o usa un teléfono móvil y el 71% afirma tener conexión a Internet, porcentaje que se eleva al 82% en el caso de los adolescentes.

 El Messenger, servicio favorito

El acceso a la Red se convierte además en un vínculo entre los miembros de la “Generación Interactiva”, en un rasgo de identidad, en el que las posibilidades de comunicación marcan la diferencia. El Messenger encabeza la lista de servicios favoritos, seguido del correo electrónico.

Más de dos tercios de los menores afirman utilizar las redes sociales y casi el 40% de los menores internautas poseen página web propia o han generado alguna vez contenidos en la Red. Este perfil creativo aumenta con la edad, y a partir de los 16 años la mitad de los jóvenes construyen o administran sus propios blogs o páginas web. Los contenidos más visitados –música, deportes y juegos– son también la temática más frecuente de sus propias páginas web y blogs.

La autonomía frente a las pantallas es otro rasgo diferenciador de esta generación. El 64,9% de los niños utilizan los videojuegos sin compañía, frente al 76,2% de los adolescentes. En el caso de Internet, el 61% de los niños navegan solos mientras que el porcentaje aumenta hasta el 85,5% entre los adolescentes.

Respecto a su perfil como generación “movilizada”, lo más frecuente es que obtengan el primer móvil entre los 10 y los 12 años. Cabe destacar, además, que la utilidad del teléfono móvil evoluciona con la edad y mientras que los más pequeños lo utilizan básicamente para hablar y jugar, los adolescentes incluyen además nuevos usos como escuchar música, ver y hacer fotos y videos, entre otros.

Por su parte, la televisión sigue siendo una de las pantallas más presentes en los hogares. De hecho, en el hogar del 48% de los niños y del 56,5% de los adolescentes hay tres o más televisores. Frente al televisor se sitúan como una generación multitarea, es decir, para ellos es un medio de acompañamiento compatible con otras actividades.

 

Matrimonio duradero y familia

 

Informes demuestran que el matrimonio duradero es la familia

Fuente: The Family Watch y Aceprensa
Los padres casados y sus hijos están, por término medio, en mejor situación que las familias que han experimentado un divorcio, las parejas de hecho y los hogares monoparentales. Tienen mejor salud, menos pobreza y tasas más bajas de alcoholismo y otras adicciones; los chicos presentan menores índices de fracaso escolar y delincuencia juvenil, así como menor frecuencia de relaciones sexuales precoces y embarazos no deseados; en sus hogares hay menos violencia doméstica. Estas son algunas de las principales conclusiones de un informe elaborado por The Family Watch, que se presentó el 5 de noviembre en Madrid.

The Family Watch es un think tank que promueve estudios sobre la familia. Su objetivo es aportar conocimientos que sirvan de base para el diseño de políticas familiares adecuadas. Es una iniciativa de la International Federation for Family Development, que reúne organizaciones dedicadas a la orientación familiar en más de 50 países y tiene estatuto consultivo en el Comité Económico y Social de la ONU.

Que la familia estable y basada en el matrimonio resulte ser, por regla general, la mejor fórmula de convivencia doméstica no excluye –advierte el informe– que presente casos disfuncionales ni que a veces se dé el éxito con otras soluciones. Pero su superior rendimiento medio justifica que reciba un apoyo preferente en las políticas públicas, como en los demás campos se favorece lo que más beneficios reporta a la comunidad, en particular a largo plazo.

En efecto, un criterio clave para las prácticas y los planes socioeconómicos es la sostenibilidad. Tomando este concepto, The Family Watch define la “familia sostenible” como la que mejor asegura el bienestar de sus miembros sin poner en peligro el de la sociedad en general y el de las futuras generaciones. La unión matrimonial estable cumple esas condiciones, según el informe.

La tesis se apoya en seis estudios que son las principales fuentes y referencias a otro centenar largo, casi todos de las dos últimas décadas. Resultan particularmente elocuentes los datos que muestran las repercusiones de la estabilidad familiar en el entorno y en el futuro. Por ejemplo, índices más bajos de alcoholismo y drogadicción entre los miembros de los hogares estables suponen una descarga para los servicios sociales. Lo mismo vale en relación con la inferior tasa de pobreza absoluta y relativa (el divorcio y la monoparentalidad son importantes causas de la “feminización de la pobreza”), y con la menor incidencia de delincuencia juvenil. También, los casados contribuyen más a la productividad en la siguiente generación porque sus hijos adquieren un nivel de formación superior por término medio.

El informe comienza con las estadísticas de bodas y de rupturas matrimoniales en España en el último decenio (1999-2008). Resulta que la nupcialidad ha bajado un 20% y la divorcialidad ha subido un 380%. Un estudio británico, utilizado por The Family Watch para elaborar su informe, estima cuánto cuestan en total a aquel país las rupturas conyugales: el equivalente de 22.000 a 26.600 millones de euros al año, o 750-900 euros por contribuyente. Los subsidios públicos necesarios para mantener a una familia monoparental oscilan entre 4.400 y 16.600 euros anuales.

Entre otras cosas para aliviar la factura social de la desintegración familiar, el informe hace tres propuestas:

1) “Diseñar las políticas familiares a partir de los datos que proporcionan la psicología, la medicina, la sociología, la economía, etc.”, para “desideologizar” el debate sobre políticas familiares en busca del consenso más ampliamente posible.

2) “Poner en marcha medidas para prevenir las crisis familiares”, como el refuerzo de los servicios de mediación.

3) “Revisar el marco legal del matrimonio civil en España”, con objeto de favorecer la estabilidad.

Se trata en definitiva, dice The Family Watch, de concentrarse en fomentar “lo que funciona”, que a la vez resulta ser, según las encuestas, el ideal de la mayoría.

 

La familia estable, la mejor medicina

09/04/2012 – Familia
Si quieres tener un futuro mejor y no caer en depresión, lo

mejor es una familia estable

Un informe del Gobierno británico y otro de un grupo de científicos finlandeses muestran los beneficios del matrimonio y la familia. La estabilidad de los padres es un factor clave para la de los hijos y un buen antidepresivo

ForumLibertas.com

La estabilidad en el matrimonio es un factor clave que determinará mejores oportunidades y perspectivas laborales en el futuro de los hijos; y vivir en familia reduce las posibilidades caer en estados de depresión. Son dos conclusiones de dos estudios elaborados, respectivamente, en Reino Unido y Finlandia.

Matrimonio estable, hijos estables

El pasado 13 de marzo, el ministro de Trabajo y Pensiones británico, Ian Duncan Smith, presentaba un estudio encargado por su departamento en el que se venía a constatar que los matrimonios estables son la mejor opción y garantía de la propia estabilidad de los hijos.

Así, los hijos de matrimonios que mantienen su compromiso en el tiempo tienen más y mejores perspectivas y oportunidades laborales que los que tienen una única referencia parental.

El Gobierno británico lleva meses investigando y ha llegado a la conclusión de que el matrimonio es lo más favorable para los niños. Por ello, el ministro declarará en Parlamento en favor de las uniones matrimoniales,.

Según informa The Telegraph, el principal argumento del ministro de Trabajo será que los menores criados en hogares familiares, tienen más probabilidades de conseguir una buena educación y un buen

trabajo.

La iniciativa viene motivada por una campaña del ministerio de Trabajo que pretende convencer al sector privado de que invierta en la educación de niños con desventajas

sociales.

Las primeras investigaciones que dan origen al estudio concluyen que la estabilidad en la relación de los padres es un factor clave en el futuro de los hijos.

El estudio realizado por el Gobierno destaca que las parejas casadas se separan menos que las que sólo viven juntas, por lo que el matrimonio es especialmente bueno para los niños. Es por eso que el Gobierno expresará su preocupación por la tendencia a la baja del número de matrimonios.

Según reflejan los datos del ministerio de Trabajo, una de cada tres parejas que viven juntas sin casarse se separan antes de que su hijo cumpla los 5 años. En contraste, entre las parejas casadas sólo se separan una de cada diez.

Duncan considera que las sociedades modernas en su conjunto han hecho muy poco para apoyar a las familias y que esa será precisamente su estrategia para lograr el triunfo de los matrimonios.

“Los niños disfrutan de mejores resultados en sus vidas cuando los padres les

apoyan y protegen”, argumenta el ministro de Trabajo. Por el contrario, como reflejan los resultados delestudio, los hijos que han vivido el deterioro de la relación de sus padres son más propensos a desarrollarse peor a nivel “cognitivo”

y por lo general sus salidas laborales son menos favorables. Quedarse juntos es mejor para los niños, es la conclusión principal del estudio.

Si vives en familia tendrás menos depresiones

Por otra parten un estudio llevado a cabo en Finlandia revela que la gente que vive sola compra un 80% más de depresivos que los que

viven con familiares y amigos, por lo que el informe concluye que vivir en familia reduce el riesgo de caer en depresión.

El estudio ha sido elaborado por un grupo de científicos finlandeses que realizaron la investigación entre 2000 y 2008, cuando analizaron los casos de 3.500 personas que estaban utilizando antidepresivos. Los resultados mostraron que las personas que vivían solas consumieron en esos 8 años un 80% más de antidepresivos que las que vivían en familia o con amigos.

Según informa Teinteresa.es, Covadonga Cháves, integrante de la Sociedad Española de Psicología Positiva, confirma que estos casos se ven “todos los días” en las clínicas. “El apoyo social, el tener a alguien con quien descargarse es fundamental, pues se puede influir en el cerebro con los actos y la conducta más que con los fármacos”, señala la especialista.

Por su parte, el vocal del Colegio de Psicólogos Oficial de Madrid, Vicente Prieto, explica que “la persona que tiende a aislarse, que no tiene una red social amplia,

puede ir desarrollando una tendencia a tener altibajos emocionales”.

Si bien el psicólogo ha advertido que no puede establecerse una relación directa entre el hecho de vivir solo y la depresión, si reiteró que el hecho de tener una escasa “red social” y no tener “apoyo familiar cercano” hace que los problemas se agraven.

Más problemas mentales si vives solo

Por su parte, la doctora Laura Pulkki-Raback, que estuvo a cargo de la investigación

desarrollada en el Instituto Finlandés de Salud Ocupacional, aseguró que el riesgo real de sufrir problemas mentales para la gente que vive sola podría ser incluso mayor del difundido en el informe.

“Este tipo de estudio por lo general subestima algunos riesgos, ya que la gente más propensa a sufrir problemas mentales son los que menos se prestan a que se les haga seguimiento. Tampoco fuimos capaces de averiguar cuán comunes eran las depresiones no tratadas”, explicó la investigadora.

Según los expertos, el hecho de vivir con familia o

amigos ayuda a que la gente pueda exteriorizar cómo se siente y hablar cotidianamente de los problemas

que padecen, algo que colabora en la recuperación. Mientras que aquellos que viven solos padecen una falta de integración social y una pérdida de confianza, dos factores fundamentales para preservar la salud mental.

Beth Murphy, directora de información de la organización británica Mind, explicó que “la gente que vive sola” debería recibir tratamientos complementarios, “como sesiones con terapeutas, que son entornos seguros para discutir sobre los problemas”. “No se puede hacer que dependan tan solo de los antidepresivos”, remarcó.

En la misma línea, Prieto ha señalado que una de las características del proceso depresivo es que la persona que lo padece se desconecta de los estímulos externos, así como de las amistades, la familia y los compañeros de trabajo

Ideología de género

Ideología de género como herramienta de poder

Entrevista con Jorge Scala

MADRID, 1 febrero 2012 (ZENIT.org).- El libro titulado La ideología de género, del abogado provida argentino Jorge Scala acaba de ser publicado en portugués y lanzado en Brasil en octubre pasado. En España ha sido publicado por la editorial Sekotia, con el subtítulo “el género como herramienta de poder”.

ZENIT ha entrevistado a Jorge Scala, profesor de bioética en la Universidad Libre Internacional de las Américas, para que explique el significado de su libro y las omplicaciones de esta ideología en nuestra sociedad.

¿Porqué un libro sobre la ideología del género?

–Jorge Scala: La razón es sencilla: la ONU ha creado una Agencia de género. Esa agencia se dedica a controlar que todos los organismos y programas de la ONU incluyan el género. A su vez, la Unión Europea y el Banco Mundial condicionan los préstamos para el desarrollo de los países pobres, a cláusulas de difusión del género. Finalmente, se ha incorporado el géneroen el sistema educativo de nuestros países. Ante todo esto, es preciso investigar qué cosa es el género.

¿Qué significa decir que la ideología del género es esto, una ideología y no una teoría o un descubrimiento científico?

–Jorge Scala: Una teoría es una hipótesis verificada experimentalmente. Una ideología es un cuerpo de ideas cerrado, que parte de un presupuesto básico falso –que por ello debe imponerse evitando todo análisis racional–, y luego va desplegando las consecuencias lógicas de ese principio falso. Las ideologías se imponen utilizando el sistema educativo formal (escuela y universidad) y no formal (medios de propaganda), tal como hicieron los nazis y los marxistas.

¿Qué es, por lo tanto, la ideología del género? ¿Cómo la definiría para nuestros lectores?

–Jorge Scala:Su presupuesto básico falso es este: el sexo sería el aspecto biológico del ser humano, y el génerosería la construcción social o cultural del sexo. Es decir que cada quien sería absolutamente libre –sin condicionamiento alguno, ni siquiera el biológico–, para determinar su propio género, dándole el contenido que quiera y variando de génerocuantas veces se le ocurra.

Ahora bien, si esto fuera verdad, no habría diferencias entre varón y mujer –salvo las biológicas-; cualquier tipo de unión entre los sexos sería buena social y moralmente, y todas serían matrimonio; cada tipo de matrimonio daría origen a un nuevo tipo de familia; el aborto sería un derecho humano irrenunciable de la mujer, ya que solo ella queda embarazada, etc. Todo esto es tan absurdo, que sólo se puede imponer con una suerte de “lavado de cerebro” global.

Usted, en su libro, la llama de Ideología totalitaria. ¿Hay relación con las ideologías totalitarias que la humanidad ha experimentado en la historia? ¿O es un paso para llegar a estas situaciones de políticas totalitarias?

–Jorge Scala:El génerodestruye la estructura antropológica íntima del ser humano, por lo tanto quien quede a merced de esa ideología lo hará “voluntariamente”. No es más que una herramienta de poder global que, de imponerse, llevará a un régimen totalitario –aún cuando haya elecciones y partidos políticos como en la Alemania nazi–. En cambio, en las otras ideologías conocidas, el Estado dominaba –o domina como en Corea del Norte o Cuba- por la fuerza bruta.

Parece una ideología que entra en los países por el aspecto legal y jurisdiccional. ¿No será la falta del reconocimiento de una ley natural, y la adopción de positivismo, los fundamentos de este totalitarismo?

–Jorge Scala: El problema parece más profundo y complejo. El ethos es aquello por lo que un pueblo estima lo que está bien o lo que está mal, desde lo más profundo de su corazón, al margen de lo que digan las leyes e incluso de lo que haga cada quien en su propia vida. El problema es que Occidente ha perdido su ethos común que, hasta hace 30 o 40 años, era el Cristianismo. El liberalismo hizo que mucha gente considere que la moral es una cuestión privada de cada persona. Entonces, para algunos es bueno mentir, robar, matar o fornicar –en determinadas circunstancias– ; y como todas las opiniones valen lo mismo, la única manera de vivir en sociedad es que las leyes “impongan” un cierto ethos, que debe ser aceptado por todos, bajo ciertas penalidades. Por eso en nuestros parlamentos se fomenta todo tipo de leyes de género. Se busca con ellas que –junto con la educación-, formen el nuevo ethos de nuestros pueblos. Y si el génerose convierte en ethos, el sistema totalitario funcionará a pleno.

La teoría del género es totalitaria, pero no vemos a nadie perdiendo la vida. ¿Por qué, entonces temer algo que no pasa de leyes y de ideas? No debemos respetar la opinión de cada uno?

–Jorge Scala: El año 2010 España reformó su ley de aborto conforme la ideología de género, considerándolo un “derecho humano” esencial de la mujer. Ese año hubo 113.031 abortos en España. Esa “ley” y esa “idea” mataron –solo en España y solo ese año- a tanta gente. No hay que temer a la ideología de género,sino enfrentarla en el campo de las ideas, que es donde se la puede vencer más fácilmente.

Hay que respetar a las personas –cualesquiera sean sus pensamientos-. En cambio, las opiniones no se respetan: se disciernen. Y luego de estudiarlas, se apoyan o se desechan. El libro ayudará al lector a efectuar su propio discernimiento en torno al género.

¿Cuáles son, entonces, las consecuencias para nuestros hijos, para la próxima generación?

–Jorge Scala: Respondo con un hecho real. Me tocó dar una conferencia sobre esta ideología, a todos los docentes de una ciudad de 7.000 habitantes, en una zona rural de mi provincia. Gente sencilla y de trabajo. Al concluir, una maestra comentó en voz alta: -Ahora entiendo porqué hace unos días mi hijo de 7 años me preguntó: Mamá ¿yo son nene o nena?… Las personas formadas y maduras son inmunes a esta ideología, pero si dejamos que se la metan a los niños desde su más tierna infancia –cine, TV, escuela, radio, revistas–, en no pocos casos habrá que lamentar con el tiempo tragedias de todo tipo.

“Donde haya un hombre –mujer o varón-, su inteligencia buscará la verdad, su voluntad intentará amar y autodirigirse hacia el bien”, es lo que usted afirma en su libro. ¿Cuál sería el mejor modo de contrarrestar esta y otras ideologías parecidas que tienden a penetrar en las constituciones y leyes de los países, es la formación de varones y mujeres verdaderos? ¿Qué significa un varón o una mujer verdadera?

–Jorge Scala:Frente a todas las ideas absurdas o malsanas que campean en nuestro mundo actual, lo más importante no son otras ideas que las enfrenten; sino más bien testigos de la verdad. Mujeres y varones cabales, de carne y hueso. La mujer es la madre, o sea: el amor incondicional y que siempre está presente. El varón es el padre, o sea: la autoridad, el amor que pone límites y condiciones, para sacar lo mejor de sí a cada quien. Ambos amores son necesarios para llegar a la madurez humana. Conocer unvarón y una mujer así, es la mejor “vacuna” contra la ideología de género.

Por Thácio Siqueira

Se puede conseguir el libro en este enlace: http://www.sekotia.com/libros/libro-ideologia-de- genero.htm.

Defender los valores

Defender los valores, no acobardarse

“Tiempos recios” llamaba Santa Teresa de Jesús a los de su época, la del siglo XVI. Pero en esos tiempos se forjaron los mejores santos de la historia de España. Hoy también vivimos tiempos recios. Los acontecimientos se suceden a ritmo vertiginoso. No nos da tiempo a recibir una noticia cuando tenemos otra encima, peor que la anterior. Realmente, vivimos tiempos recios en el campo de la fe.

Imágenes blasfemas contra la Virgen y contra Jesucristo, que ofenden a Dios hiriendo lo más profundo de la sensibilidad cristiana, realizadas con esa intención expresa. Colaboración institucional en un suicido, que se presenta como muerte digna, desconectando el respirador y ampliando la noticia por todos los medios, abriendo camino a la eutanasia. Excarcelación de un criminal para obtener una rentabilidad política, sin arrepentimiento por su parte y con humillación para las víctimas. Las trabas de todo tipo a la enseñanza de la religión en la escuela, cuando la piden el 80 % de los padres en toda España (más del 82 %, en nuestra diócesis de Tarazona). La implantación de la asignatura Educación para la Ciudadanía, a través de la cual adoctrinar a nuestros niños y jóvenes sobre la ideología de género, en contra del parecer de sus padres. La desaparición del verdadero matrimonio del ordenamiento jurídico, con la unión de personas del mismo sexo y el divorcio exprés, etc. etc. Y lo que venga.

Son muchas cosas a la vez y ninguna sucede por causalidad o como un hecho aislado, sino que están relacionadas unas con otras. Se trata de imponer a la fuerza el Estado laicista, confesionalmente ateo. Se trata de borrar del mapa a Dios y a quien lo represente. Estamos asistiendo a una persecución declarada contra la religión y contra la Iglesia católica, que desborda las fronteras de nuestra patria, pero que ha encontrado en España un fuerte punto de apoyo. Una persecución con guante blanco, de manera que no se note y nadie pueda reaccionar. Pero en esta situación Dios quiere sacar bienes para nosotros, Dios quiere forjar grandes santos, si tenemos fe.

Se acusa a la Iglesia de trasnochada. Se la presenta como una institución obsoleta y pasada de moda, que sólo pretende mantener privilegios del pasado. Se rechaza frontalmente toda moral que venga dada al hombre o por su naturaleza humana o por la revelación de Dios. “Aquí no hay más ley ni más moral que la del Parlamento”, me decía un alto cargo político. “Será para Vd., que vive de eso. Yo vivo de la ley de Dios”, le respondí. “Y hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”, como declaró san Pedro ante los tribunales (Hech 5,29).

Tiempos recios, que nos invitan a reforzar nuestra fe, acercándonos más a Dios, y a demostrar esa fe en un testimonio de amor a los demás. En esta barca tan zarandeada por las olas, va Jesucristo con nosotros, que nos invita a echar de nuevo las redes y a no perder la confianza en su victoria. La Iglesia no tiene que imitar las formas del mundo para cumplir su misión, sino sacar de su entraña los mejores jugos maternales con los que alimentar al hombre de hoy, sediento de verdad y de justicia. Estos tiempos recios nos llevarán a una mayor autenticidad de nuestra fe.

Si no estamos dispuestos a perder nada, lo perderemos todo. Sólo sacaremos provecho de todo esto si estamos dispuestos al martirio, “a derramar nuestra sangre en la lucha contra el pecado” (Hbr 12,4). El cristianismo se ha difundido siempre con la valentía y la fortaleza de los mártires. Los mártires anuncian con fuego la verdad que nos salva, y están dispuestos a morir amando. El mártir sabe que nada ni nadie podrán separarnos del amor de Dios. Y eso es lo que siempre ha convencido.

Carta pastoral de Mons. Demetrio Fernández González, Obispo de Tarazona (marzo 07)

 

Hasta dónde controlar las redes sociales de mi hijo

¿Hasta dónde debo controlar lo que mi hijo

hace en las redes sociales?

David Pulido

Son muchos los padres que nos preguntan en consulta acerca del uso que sus hijos adolescentes hacen de las redes sociales. Asumido ya que internet es la vía más frecuente de comunicación entre los adolescentes, los padres se preguntan cuál debe ser el papel que ellos desempeñen. ¿Deben imponer algún tipo de vigilancia sobre sus relaciones sociales en el mundo virtual o deben darles total autonomía?

La pregunta es tramposa como casi siempre que planteamos las cosas en términos de todo o nada. Tratar de controlar cada interacción que se produzca en la red, llegando incluso a prohibir una actividad tan popular, sólo consigue crear conflictos y que no hagan suya la norma: acabarán abriéndose otro perfil secreto o modulando la privacidad para que no puedan ser controlados.

La clave es entender el espacio virtual como un espacio real de interacción entre

los adolescentes

También perderemos una oportunidad de ayudar a nuestro hijo en su proceso de socialización, puesto que un buen uso de las redes es positivo para que el adolescente adquiera habilidades sociales, desarrolle aficiones y consolide su grupo de amigos. El prohibir y el espiar no permitirá que ese control sea una ayuda para nuestro

hijo. Recordemos que para el adolescente es vital sentirse con la confianza de los padres a la hora de ir estableciendo su propio entorno.

¿Una sociedad sin adultos?

La opción de dejarles totalmente a su aire, sin esa guía, tampoco es adecuada. No saber quiénes son los amigos de nuestros hijos, qué hacen, qué les preocupa, nos distancia de ellos. Y sin estar pendientes de su vida virtual hoy en día no podemos conocer su vida social ni quién es nuestro hijo. Las redes sociales no pueden ser como la isla de la novela de Golding El señor de las moscas, una sociedad sin adultos, con adolescentes imponiendo sus propias normas sobre otros. En las redes sociales donde sólo entran menores, la gramática no existe, las relaciones son muy superficiales y las interacciones en muchos casos son inadecuadas. Sin poner límites, sin ser referencia para ellos, tampoco les ayudamos a crecer.

¿Cómo deben entonces ejercer control los padres sobre un mundo que hace diez años no existía y donde los hijos les dan mil vueltas?

La clave es entender el espacio virtual como un espacio real de interacción entre los adolescentes. Imaginando que cada vez que se conectan lo que están haciendo es abriendo su habitación para que su grupo de amigos entre a pasar el rato, a hablar, a ponerse música y a compartir experiencias.

Tienen que saber que la confianza se gana y que si son responsables tendrán

más autonomía

Con esta comparación es mucho más fácil guiarnos por el sentido común a la hora de pautar sus relaciones. Así, por ejemplo, si no dejamos que nuestros hijos queden con sus amigos a la una de la mañana, no debemos dejar que usen las redes sociales de madrugada. Si cuando salen no les espiamos pero demandamos saber con quiénes van ¿por qué no saber quiénes son los contactos que tienen en sus perfiles?

Pautas de actuación

Obviamente, el mundo virtual no tiene las mismas condiciones que las conductas sociales reales: la inmediatez de respuesta, la multidifusión y permanencia en internet de sus interacciones y, sobre todo, la enorme accesibilidad que tienen desde cualquier parte a través del móvil a esa “habitación”, supone nuevas dificultades a la hora de poder controlar, pero si partimos de este símil podemos aplicar las mismas pautas que en el resto de sus relaciones.

– ¿Qué debo ver y qué no de su muro? La privacidad depende de la edad del adolescente. Así como entendemos que con un chaval de dieciocho años no debemos estar presentes en sus conversaciones en el entorno real, no podemos pedirles que nos lean sus muros o sus mensajes en la red, pero sí preguntar quiénes son sus contactos o su actividad más general. En cambio, si tiene catorce, al igual que entramos de vez en cuando en el cuarto a ver qué hace, también podemos entrar con ellos en su perfil o preguntarles con más detalle. Deben entender que la confianza se gana y que además de la edad será la responsabilidad de sus acciones pasadas las que determinen que tengan mayor o menor autonomía. En situaciones de riesgo, tener total acceso a su perfil puede ser vital para solucionar un problema complicado.

– ¿Cuándo deben usarlo? Hay que poner horarios y restricciones al uso de las redes sociales, no cayendo en la trampa de que «sólo es un segundo» o que lo hacen desde el mismo móvil. Las redes sociales no deben usarse en tiempos destinados al estudio o al descanso. Tampoco si estamos estableciendo comunicación con ellos o están en algún momento de reunión familiar, como las comidas. Hay que enseñarles que durante una actividad social en el mundo real no se debe estar usando a la vez las redes sociales, que siempre será de menor enriquecimiento para el menor.

– ¿Cómo debo ver su perfil? Depende, de nuevo, de la edad del menor y de la relación previa que tengamos con él. Hacerse un perfil propio y ser contacto de nuestros hijos es muy útil, sobre todo si el adolescente nos invita voluntariamente, como cada vez es más habitual en redes sociales donde adultos y adolescentes coexisten. Otra forma es entrar con ellos directamente, sentándonos a su lado mientras las usan como hacemos cuando decidimos participar de alguna actividad de nuestro hijo y sus amigos. Otra vía útil es pedirles ver fotos o vídeos que quieran enseñarnos y aprovechar para hacer alguna pregunta concreta que queramos saber.

– ¿Qué debo comentar del uso que hacen? Igual que en la vida real debemos intervenir preguntando, corrigiendo o reforzando aquello que nos gusta que digan y hagan. Con mano izquierda y sin emitir juicios, podemos comentar qué nos han parecido algunas cosas que hemos leído o recomendar y compartir otras con ellos.

Nunca podemos dejar de estar pendientes, de hablar con nuestros hijos, de conocerlos… Estamos en la era de la revolución de la comunicación, no perdamos la más importante de todas ellas en los albores del mundo virtual: la que debemos tener con nuestros hijos

Graves problemas de la fecundación in vitro

Problemas graves de la fecundacion in vitro

Los octillizos nacidos en Estados Unidos plantean preguntas

Preocupación por el uso de la fecundación artificial

ROMA, domingo, 1 marzo 2009 (ZENIT.org).- Las últimas noticias sobre el nacimiento de octillizos de Nadya Suleman han hecho que aumente la preocupación sobre cómo se está utilizando la fecundación in vitro.

El 26 de enero, Suleman, que es soltera, desempleada y ya tiene 6 hijos, dio a luz 6 niños y 2 niñas, informaba el 4 de febrero el Washington Post. La noticia, observaba el artículo, ha causado amplia preocupación por la falta de regulación de las clínicas de fecundación in vitro.

«Tienes un mercado prácticamente sin regular con una ley equivocada que hace las veces de regulación en Estados Unidos», declaraba al Washington Post David C. Magnus, director del Centro Stanford para la Ética Biomédica.

Casi un tercio de los nacimientos por fecundación in vitro en Estados Unidos dan como resultado gemelos o más, informaba el 12 de febrero el New York Times. De hecho, a diferencia de otros muchos países, en Estados Unidos no existen límites sobre cuántos embriones pueden implantar las clínicas de fecundación in vitro.

El New York Times citaba datos de los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades que revelan que, en 1996, hubo 64.681 procedimientos de fecundación in vitro, llevados a cabo en 330 clínicas. Según la última información disponible – no se daban fechas en el artículo – el número de procedimientos ha aumentado hasta los 134.260 en más de 483 clínicas a lo largo del país. En total, cada año nacen en Estados Unidos más de 50.000 niños como resultado de estos procedimientos.

El nacimiento de octillizos es un ejemplo del uso irresponsable de la tecnología reproductiva, afirmaba Scott B. Rae, miembro del Center for Bioethics and Human Dignity, en un comentario el 13 de febrero en la página web de la organización. Tales procedimientos ponen en peligro tanto la salud de la madre como la de los hijos, comentaba.

Peligros genéticos

Los nacimientos múltiples no son ni mucho menos el único tema asociado con la fecundación in vitro. Poco después del asunto de los octillizos, el New York Times publicaba el 17 de febrero un largo artículo sobre los riesgos genéticos implicados en la utilización de la fecundación in vitro.

Los investigadores cada vez están más preocupados por los cambios que pueden tener lugar en los embriones que crecen fuera de la matriz durante varios días antes de ser implantados. El artículo observaba que algunos estudios han descubierto que puede haber un desarrollo génico anormal y un aumento de desórdenes genéticos debido a la fecundación in vitro.

El artículo citaba un estudio publicado el pasado noviembre por los Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades que descubrieron un aumento de algunos defectos de nacimiento en bebés concebidos por fecundación in vitro.

El New York Times añadía que los descubrimientos son preliminares; no obstante, el artículo citaba la preocupación de los expertos en este campo: «Hay un consenso creciente en la comunidad clínica de que existen riesgos», declaraba al New York Times Richard M. Schultz, decano de ciencias naturales en la Universidad de Pennsylnavia.

Otros estudios también revelan preocupación por las consecuencias de la fecundación in vitro. Los niños nacidos a través de ella pueden ser más propensos a la agresión y a problemas de conducta en la adolescencia, informaba el periódico Australian el 21 de octubre.

Un estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad de Cambridge y presentado en una conferencia sobre fertilidad en Brisbane, Australia, comparaba a 26 niños concebidos por fecundación in vitro con 38  que fueron adoptados y 63 que fueron concebidos naturalmente. En los niños concebidos por fecundación in vitro se observó una pequeña diferencia en cuanto a problemas de conducta.

Al día siguiente, el periódico Australian publicaba otro artículo sobre el tema, informando que las madres de niños in vitro sufrían mayores dificultades para hacer frente a las exigencias de la maternidad.

Un estudio patrocinado por el Australian Research Council, IVF Australia y Melbourne IVF, encontró que las mujeres que concebían de esta forma son más propensas que las demás a tener problemas postparto.

En Inglaterra, un reportaje en el periódico Telegraph el 30 de julio afirmaba que los niños concebidos in vitro son más propensos a nacer prematuramente y pesar menos al nacer.

Un equipo de investigación encabezado por Liv Bente Romundstad, de la Universidad noruega de Ciencia y Tecnología de Trondheim, examinó a más de 2.500 mujeres que habían concebido tanto naturalmente como a través de fecundación in vitro y compararon los resultados con más de 1 millones de concepciones naturales.

Los resultados demostraron que los bebés concebidos in vitro eran un 31% más propensos a morir en el periodo anterior y posterior al nacimiento. De media, nacían dos días antes y eran un 26% más pequeños para su edad.

Sin límites

Otro motivo de preocupación es cómo los bebés concebidos in vitro son utilizados como objetos para satisfacer las exigencias de sus padres. Un reportaje el 30 de diciembre en el Telegraph contaba que una mujer india de 70 años que había dado a luz una niña en noviembre ya estaba planeando tener un segundo hijo.

Rajo Devi, de 70 años, tuvo una niña, Naveen Lohan, el 28 de noviembre. Según parece ahora quiere un niño.

Rajo y su marido, Bala Ram, fueron a la Clínica de Fertilidad Nacional Hisar para un tratamiento después de oír que una mujer de sesenta años había dado a luz gemelos. Los óvulos donados por otra mujer fueron fecundados con el esperma de Bala e implantados en Rajo.

Otra fuente de preocupación es el hecho de que los niños acaben en estructuras familias convulsas, por decir un eufemismo. En Canadá, informaba el 29 de enero el National Post, un tribunal sentenció sobre una disputa que implicaba a una pareja lesbiana y a un hombre homosexual que fue el donante de esperma.

Según el artículo el tribunal dictaminó que el contrato de donación entre el hombre y la pareja era inquebrantable, abriendo así la posibilidad de que un niño tenga múltiples padres cuando hay donantes implicados.

La pareja y el hombre firmaron un contrato antes de que naciera el niño, que le daba algunos derechos como una especie de co-padre. Las disputas que vinieron después entre la pareja y el hombre dieron como resultado que se restringiera su acceso al niño, algo que la corte le ha devuelto ahora.

Luego vino la noticia a finales del año pasado de una mujer de 56 años que dio a luz a sus nietas trillizas, informaba el 11 de noviembre Associated Press. Jaci Dalenberg, de Ohio, accedió a ser la madre para su hija, Kim Coseno, y su marido, Joe.

Coseno tenía dos hijos de un matrimonio anterior pero era incapaz de tener otro hijo por causa de una histerectomía. Coseno podía aún producir óvulos, por lo que fueron fecundados con el esperma de su nuevo marido e implantados en su madre. Las niñas nacieron el 11 de octubre, con un adelanto de dos meses.

Dignidad humana

«A cada ser humano, desde la concepción hasta la muerte natural, se le debe reconocer la dignidad de persona», decía una instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe el 8 de diciembre.

El documento trata de algunas cuestiones de bioética relacionadas con la vida humana.

«El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción y, por eso, a partir de ese mismo momento se le deben reconocer los derechos de la persona, principalmente el derecho inviolable de todo ser humano inocente a la vida», observaba la declaración en el número 4.

En cuanto a las técnicas de fertilidad asistida, el documento ha aclarado que no se rechazan porque sean artificiales. El uso de la medicina y de la ciencia no se rechaza, sino que es esencial evaluarlas de acuerdo a la dignidad de la persona humana.

La fecundación in vitro, observaba la Congregación para la Doctrina de la Fe, implica la destrucción de embriones. Además, la procreación se separa del acto conyugal del marido y de la mujer.

«La Iglesia reconoce la legitimidad del deseo de un hijo, y comprende los sufrimientos de los cónyuges afligidos por el problema de la infertilidad», admitía el documento.

Sin embargo, añadía, «el deseo de un hijo no puede justificar la ‘producción’ del mismo, así como el deseo de no tener un hijo ya concebido no puede justificar su abandono o destrucción».

En la actual crisis económica, el consumismo está cada vez más desacreditado, pero cuando se trata de la vida humana parece que el consumidor es el rey, en detrimento de la dignidad humana.

Por el padre John Flynn, L. C., traducción de Justo Amado

Feminizar el mundo

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Feminizar el mundo: el papel insustituible de la mujer

Autor: Tomás Melendo Granados

«Dar vida al amor y amor a la vida» 1. Presentación

Una antropología adulta…

Hoy prácticamente nadie duda que la aparición del concepto-realidad de persona supuso un radical salto de cualidad para aquel saber que intenta explicarnos lo que es el hombre —la antropología adulta, como la he llamado en ocasiones—, así como también para el conjunto de la vida en la Tierra.
Pero esta afirmación y todo lo que implica resultaría coja si no se subrayara con vigor un nuevo elemento, fundamental y decisivo: la diferenciación de la persona humana en masculina y femenina. Sin semejante descubrimiento, y cuanto de él se desprende, resulta imposible apreciar toda la riqueza que corresponde a la «humanidad»: estaríamos ante un saber adulto, pero no suficientemente maduro.

Y no se trata solo de que la mujer ostente de ordinario unos atributos diferentes de los que caracterizan al varón, de manera que si excluimos a una u otro lo propiamente humano resulta manco y disminuido.
Conviene advertir también, aunque solo de pasada, que la complementariedad entre ambos es dinámica. La presencia de la mujer hace despertar en el varón cualidades que sin ella quedarían como adormecidas, lo mismo que sin el amor masculino la feminidad no lograría un pleno desarrollo.

Pero, además, entre las perfecciones que uno hace florecer en la otra, y viceversa, se encuentran también las que, al no poder entrar en detalles, calificaré como más propias de uno u otro sexo. Con la peculiaridad de que el varón encarnará las propiedades de la mujer con un toque masculino, de forma análoga a como la mujer incorporará lo masculino con un dejo de feminidad.

El resultado, que me limito a esbozar, es un auténtico enriquecimiento de «lo personal-humano», en una espiral creciente que, en principio, no tiene límites y sin cuya consideración cualquier análisis de la persona y el mismo desarrollo de la Humanidad en cuanto tal quedarían incompletos.
Y madura

Debe afirmarse, pues, que la plena mayoría de edad de los estudios antropológicos no ha comenzado hasta que, muy en particular a lo largo del siglo XX, se advirtió que la diversidad entre el varón y mujer afectan justo a su condición personal, de modo que se hace necesario distinguir entre la persona-masculina (o varón) y la persona-femenina (o mujer), precisamente como complementarias y destinadas al apoyo y crecimiento recíproco.

A lo que, por desgracia, hay que añadir algo que debería resultar obvio. A saber, que tal cúmulo de ganancias desaparecería en cuanto —como ha ocurrido a menudo y en cierto modo era «históricamente inevitable»—, por una suerte de igualdad igualitarista mal entendida, la mujer dejara de ser a fondo lo que es: mujer-mujer, para adoptar aires o tonos o modales masculinos.
Como explico con frecuencia, la igualdad no es un atributo aplicable a las personas, entre otros motivos, y no como el menos importante… porque no la necesitan para nada. Cada persona es un absoluto, que vale absolutamente, sin parangón posible, y cuya exclusiva misión es la de ser fondo aquel alguien que —¡cada una, singular e irrepetible, única!— está destinada a ser.
Lo que lleva consigo, para el varón, un desarrollo acabado de su masculinidad, y para la mujer, el cumplimento más cabal de su feminidad genuina… que son las maneras respectivas como uno y otra pueden alcanzar la plenitud personal que les corresponde.
Por enésima vez, y porque resulta sumamente gráfico, recojo el consejo de Unamuno a un escritor novel que «se consideraba»… poco «considerado» por la crítica: «No te creas más, ni menos, ni igual que otro cualquiera, que no somos los hombres cantidades. Cada cual es único e insustituible; en serlo a conciencia pon todo tu empeño.»
Por eso me ha parecido oportuno estructurar esta segunda intervención en el Congreso como un comentario somero, y por eso insuficiente —además de inevitablemente masculino—, en torno a la función de la mujer en la tarea vivificadora de la humanidad que desde hace lustros propugno, porque la considero imprescindible.

2. El deterioro
Lo público y lo privado

Para lograrlo, me detendré un momento en consideraciones relativamente conocidas. La despersonalización que he ilustrado otras muchas veces como el gran mal de nuestra época, podría resumirse como sigue.
En el desarrollo de la civilización durante estas últimas centurias observamos una especie de fractura, que va disponiendo progresivamente el despliegue perfeccionador del ser humano en dos círculos estrictamente separados e incluso contrapuestos: el privado y el público.

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Y advertimos también que, de manera imparable, este segundo ha acabado por ejercer un dominio avasallador sobre el primero: que lo público ha ido fagocitando a lo privado, al introducir incluso en el seno del hogar actitudes y modos propios más bien de la relaciones comerciales o de negocios, en el sentido menos noble de estos términos, a los que enseguida aludiré.

¿Cuáles son los elementos constituyentes de lo que califico como esfera pública?

1. Por ejemplo, el mundo laboral, cada vez más dominado por un economicismo materialista, cuyo ídolo es el dinero (hasta el punto, por citar solo un ejemplo, que buena parte de los niños y niñas llegan ya a este mundo «hipotecados»: es decir, obligados a cargar con la hipoteca de la casa de sus padres en caso de que estos no llegaran a pagarla completa… o perder su hogar).

2. O el terreno de la política (o del «partidismo» o del «politicismo»), cuyo crecimiento indiscriminado hace que todo tienda a girar alrededor del poder, intercambiable con el dinero, y origen también de una burocratización despersonalizante a gran escala.

3. O, por referirme al tercer factor considerado de ordinario, el influjo de los llamados medios de comunicación de masas —muy relevantes en el evento que nos reúne—, que incrementan inadecuadamente su virtud persuasiva y su capacidad de sugestión en la medida en que estimulan el carácter no diferenciado, impersonal y simultáneamente individualista, de sus destinatarios.

En la exacta proporción en que estos y otros vectores similares han ido configurando la sociedad actual, nos encontramos con un universo público en el que, por lo general, al margen de toda actitud de servicio, las relaciones humanas se van viendo pilotadas, de manera creciente, por un punzante egoísmo hedonista, pragmatista e insolidario… ¡con honrosas y abundantes excepciones!, añado con sumo gozo.
De esta suerte, la lógica del intercambio interesado, de «los equivalentes» —del do ut des ¡y solo ut des!, ¡y des más de lo que te doy!, propia de la sociedad mercantilista y burocrática, tal como muchos la viven— ha ido imponiendo su ley sobre la lógica de la gratuidad, del don, de la efusión altruista, cuyo reducto último va siendo la familia, pero que también debería imperar en todas las relaciones sociales, incluso en las propiamente económicas.
En este sentido, como afirma Donati, «la civilización consiste en saber traducir en familiar lo no-familiar»; lo que, para mí, significa aprender a impregnar todo lo humano, y muy en particular los medios de comunicación —que ahora nos ocupan—, con el ineludible e incomparable «toque» o «genio» de la mujer.

Los valores personales

En cualquier caso, más que el mismo diagnóstico, por fuerza simplificador, me interesa explicitar lo que hace unos momentos esbozaba: que un universo como el que he bosquejado va cerrando el espacio para los genuinos valores de la persona entendida como tal.
Valores que giran íntegramente en torno al amor y a todo aquello que lo hace posible y jugoso: el encanto de lo pequeño, la flexibilidad, la imaginación creativa, la generosidad, la aptitud para captar matices, el ocio compartido, el diálogo, la intimidad, la diferenciación individualizadora, la relación entre tú y tú irreiterables, el gozo conjunto de una vida cotidiana y sin aparente brillo, y un dilatado etcétera.

Podemos advertir, por consiguiente, dos mundos o, como hoy suele decirse, dos culturas:

1. La de la eficacia y el éxito, por una parte.
2. Y la de la vida, el cuidado y, en definitiva, el amor, por otra.

Y son muchos los que, fundadamente, calificarían el primer cosmos, el de la producción y la eficiencia, de típicamente masculino, mientras que unirían la resurrección del segundo al progresivo afirmarse de lo femenino.
Con lo que, simplificando nuevamente, pero sin faltar por ello a la verdad, cabría sostener que el problema más acentuado de la civilización presente es el predominio indiscriminado y avasallador de lo masculino sobre lo femenino. A la luz de esta afirmación debe leerse cuanto sigue.

Lo femenino

Y, en primer lugar, la necesidad imperiosa de la mujer. Pero vaya por delante, aunque estimo que no sería necesario, que en ningún momento pretendo hacer demagogia. Para cualquier hombre casado, y yo lo soy, deberían resultar más que manifiestas las riquezas con que se adorna una esposa cabal. E incluso, por una especie de «defecto de perspectiva», esas cualidades aparecerán ante sus ojos con más apabullante claridad que las pertenecientes al varón. Repito con ocasión y sin ella que el amor, lejos de ser ciego, se muestra pasmosamente agudo y perspicaz: impulsa y «obliga» a descubrir el fondo de maravilla oculto en el corazón ontológico del ser querido. Y como cualquier persona

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medianamente honrada estima más a su cónyuge que a sí mismo, los privilegios de la mujer deslumbran a su marido de manera mucho más perentoria que los suyos propios o, en general, los de su sexo. No porque los invente —eso también lo he explicado incluso demasiadas veces, oponiéndome a Stendhal y Proust y, hasta cierto punto, a Ortega—, sino porque los descubre sin apenas dificultad.

La persona femenina

Pero es que, con independencia de esa fascinación, la mujer encarna de una forma muy particular, más propia y acentuada, el peculiar carácter de la persona humana. Si no puede decirse que es más persona, sí cabe afirmar que lo es de un modo más patentemente personal y más exquisitamente humano.
Quiero ser objetivo. Me expresaré por eso con palabras prestadas. Carlos Cardona escribió con rotundidad, a propósito del tema que estoy esbozando, que «… la mujer es imagen más diáfana de lo característico de la persona creada: hecha por amor y para el amor». La expresión cumplida de la persona humana, «en su ser más radical, se manifiesta mejor y con más propiedad en la mujer que en el varón. Y esto, a más de resultar metafísicamente manifiesto, es un hecho de experiencia común: todos sabemos muy bien que la mujer, precisamente como tal, y en la medida en que sabe y quiere serlo, es lo más ‘amable’. Así se entienden bien muchas características de la feminidad: como ese instinto que mueve a la mujer a procurar ser amable, atractiva (y no me refiero aquí principalmente a lo físico, sino a lo psíquico y espiritual: la simpatía, la ternura, la paciencia, la piedad, por ejemplo).»
Por todo ello, la mujer encarna de forma privilegiada la condición de persona, en cuanto principio y término de amor: resulta más «amable»… «precisamente porque ama y en el amor se da». Puesto que, como recordaba ya hace algún tiempo José María Pemán —y agradecería que no se tomaran estas expresiones en sentido despreciativo, al menos teniendo en cuenta mi propia valoración del amor, muy superior a la de la inteligencia… si es que tal disociación pudiera realizarse—, «el amor es en la mujer como la expresión total de su ser y el ejercicio fundamental de su vida […]. La mujer es, por definición, una ‘criatura de amor’.»
(Maravillosamente inteligente, añado por mi cuenta, tras haber expuesto en multitud de ocasiones —como acabo de recordar— que el amor no es un atributo de segundo orden, una especie de «compensación piadosa» para aquellos o aquellas que no logran triunfar en los dominios del intelecto, sino que constituye la condición ineludible y la máxima encarnación del conocimiento intelectual más noble, elevado y eficaz: la sabiduría, donde se aúnan las más altas cimas de la contemplación y la atención delicada y operativa a las menudas irisaciones de la vida vivida a diario).
Y, en otro lugar, recogiendo ideas de Juan Pablo II, el propio Cardona recuerda que «los hombres todos —tanto varones como mujeres— hemos sido ‘confiados por Dios a la mujer’: y no principalmente en el orden biológico, sino fundamentalmente en el psíquico y en el espiritual.»

El genio de la mujer

¿Sería muy difícil extraer las conclusiones pertinentes para el enriquecimiento de la familia y la personalización del mundo y, más en concreto, de los medios de comunicación?
Se pueden entrever a través de las sugerentes afirmaciones de un texto de Jutta Burggraf. Acudiendo a una expresión acuñada por Juan Pablo II, explica la autora que el “genio de la mujer” «constituye una determinada actitud básica que corresponde a la estructura física de la mujer y se ve fomentado por esta. En efecto, no parece descabellado suponer que la intensa relación que la mujer guarda con la vida pueda generar en ella unas disposiciones particulares. Así como durante el embarazo la mujer experimenta una cercanía única hacia un nuevo ser humano, así también su naturaleza favorece el encuentro interpersonal con quienes la rodean.

El “genio de la mujer” se puede traducir en una delicada sensibilidad frente a las necesidades y requerimientos de los demás, en la capacidad de darse cuenta de sus posibles conflictos interiores y de comprenderlos. Se la puede identificar, cuidadosamente, con una especial capacidad de mostrar el amor de un modo concreto. Consiste en el talento de descubrir a cada uno dentro de la masa, en medio del ajetreo del trabajo profesional; de no olvidar que las personas son más importantes que las cosas. Significa romper el anonimato, escuchar a los demás, tomar en serio sus preocupaciones, mostrarse solidaria y buscar caminos con ellos.»

3. La tarea
Feminizar el universo

Afirmaciones que, lejos de cualquier atisbo de enfrentamiento entre lo masculino y lo femenino, llamados a complementarse dinámica y creativamente —como he esbozado y espero desarrollar en otra ocasión—, nos devuelven en directo a la persona y la exigencia de personalizar el universo humano, que es también devolverle su mordiente ético.
Pero asimismo nos informan de que para lograrlo resulta imprescindible que todos aquellos valores que podríamos calificar «como propios de lo femenino —lo que el psicólogo suizo C. J. Jung llamaba el anima, el cuidado, la atención diligente por los demás— no los consideremos en modo alguno privativos ni exclusivos de la mujer (aunque en ella hayan podido tener una mayor presencia por razones históricas), sino que los advirtamos como igualmente
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indispensables en el varón, para evitar que este sea simplemente un energúmeno, tan solo preocupado por el poder y la competencia.»
Lo que se impone, pues, es un trasvase. Una transfusión que ya se está llevando a término en el seno de muchísimas familias y en otros ámbitos de la sociedad. Pero recuerden lo que acabo de evocar: que el ser humano —varón y mujer— ha sido confiado al cuidado de esta última. De ahí surge, comenzando por el ámbito del matrimonio, el reto primordial, la exigencia más apremiante y de más calibre de lo que vengo calificando como revolución pacífica que instaurará en nuestro mundo una auténtica civilización el amor.

Es esta la tarea que la mujer no puede aplazar y en la que los medios de comunicación «feminizados» desempeñarían un papel de primer orden, también como elementos de difusión y de propuesta anticipadora.
Se trata de devolver la vida auténticamente humana, personal, cálida, jugosamente perspicaz, al conjunto de la familia y, a través de ella, y también directamente, a todo el universo. Porque, como recuerda de nuevo Pemán en clave un tanto humorística y sin ningún afán de lastimar, «el varón puede hacer sin la mujer todo —arte, ciencia, guerra, política—, todo menos un pequeño detalle: vivir…»

En resumen: con toda probabilidad, la quintaesencia de lo femenino pueda definirse como una cercanía connatural con cada persona y con la importancia de cada detalle de cada vida personal; categoría que nunca podría ser exagerada porque deriva justamente de la condición personal del sujeto de esos atributos.
Dos caminos no excluyentes

¿Cómo ejercer esa función? En lo que me concierne, contemplo la incidencia de la mujer en el mundo encauzada a través de dos vías complementarias:

1. Mediante su acción directa en las instituciones sociales y en las personas que las integran, y muy en particular en todos aquellos ámbitos que permitan comunicar de manera íntima y universal la grandeza de cualquier persona: su carácter eminentemente personal.

2. Y en virtud del influjo, tremendamente efectivo, que ejercen en el hogar. Mujeres-mujeres

En medio de los vaivenes y las turbulencias de los últimos años en relación con estos temas, siempre han existido quienes han logrado mantener un sereno y lúcido equilibrio. Fueron muy conscientes, como apuntaba, de que la mujer era del todo imprescindible para humanizar el mundo en que nos movemos y, al mismo tiempo, de que esa elevación y saneamiento irrenunciables solo podría ejercerla —como he repetido y ahora pretendo subrayar— si no hacía dejación de su feminidad.
En este sentido, no puedo dejar de recordar, con las palabras directas y certeras de una de las personas que más ha influido en mi vida y en mis ideas a este respecto , que el desarrollo, la madurez, la mayoría de edad, la emancipación de la mujer y cuanto quiera añadirse en la misma línea —acertadísimo e indispensable—, nunca deberían convertirse en una anhelo de igualdad igualitaria o de uniformidad con el varón: en una burda imitación de la manera masculino-machista de comportarse.
Y la razón, tras lo que he apuntado, no puede ser más neta. Semejante «avance» de ningún modo podría considerarse un logro, sino más bien una pérdida para la mujer… y, lo que en cierto modo es aún más doloroso, para el conjunto de la humanidad.
Y eso, no porque la mujer sea más o menos que el varón —¿no dije que semejantes comparaciones están fuera de lugar cuando se trata de personas?—, sino porque es distinta y solo podrá cumplir en ella lo humano siendo hasta el fondo lo que por naturaleza está llamada a ser: mujer-mujer, en el grandioso sentido que procuro otorgar siempre a esta expresión.
Como vengo diciendo, solo la mujer puede aportar a la familia, al lugar de trabajo, al conjunto de la sociedad civil, ¡a los medios de comunicación, en particular!, lo que le pertenece nativamente y, no obstante, está llamado a ser patrimonio de todos: su delicada ternura, su generosidad sin límites, su amorosa y perspicaz atención a lo concreto, su creatividad y agudeza de ingenio, su intuición clarividente, su piedad profunda y sencilla, su tenacidad… Ninguna mujer lo será en plenitud hasta que advierta la hermosura —para nada alienante en un universo previamente feminizado, preñado de amor— de su aportación insustituible… y haga de todo ello vida de su propia vida.
En semejante sentido, Janne Haaland Matláry, que ha desempeñado cargos políticos de primer rango en el Gobierno noruego, escribe: «La colaboración femenina siempre es diferente, su atención a los demás también es distinta. Ellas tienen una inclinación natural hacia las relaciones interpersonales y hacia los otros seres humanos que muy pocos hombres tienen; y siempre serán las que se ocupen de esas “políticas menores” [es decir, las auténticamente relevantes, decisivas] que son las de la familia y los asuntos sociales por haber tenido la experiencia previa de la maternidad; o serán también las que se ocupen del cuidado de otras personas o de sacar adelante una casa, tal y como hace la mayoría de las mujeres.»
Y añade, para aclarar hasta qué extremo todo ello se encuentra ligado con lo que he resaltado en cursiva (es decir, con la experiencia de la maternidad, que no necesariamente consiste ni «pasa» por la maternidad biológica): «… hoy las
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mujeres tienen necesidad de reafirmar la importancia de la maternidad, tanto en sus propias vidas como en el conjunto de la sociedad. Deben asimismo plantear reivindicaciones en otros ámbitos —en la actividad profesional y en la política— para que sea posible y compatible ser madre y trabajar fuera de casa. Y esto debería hacerse extensivo a los padres.

Pero la cuestión esencial no es solo de orden práctico sino también antropológico: las mujeres nunca se sentirán felices si no toman conciencia de hasta qué punto la maternidad define el ser femenino, tanto en el plano físico como el espiritual, y expresan esta realidad con la reivindicación del reconocimiento social.
Ser madre es mucho más que la intensa y vivida experiencia de dar a luz y criar a un hijo: es la clave para una toma de conciencia existencial de quienes somos.»

También lo expresa, con la fuerza y el vigor que la caracterizan, Marta Brancatisano: «Desempeñar nuevas profesiones (desde ministro a astronauta, pasando por todo el género de tareas inventadas por la sociedad multifuncional) ha sido un simple juego para quien poseía la clave de todas ellas inscrita en su código sexual. Enumero algunas a título de ejemplo: el conocimiento del ser humano, que le permite gobernarse a sí misma y relacionarse con los demás con la apertura y la serenidad que se experimentan ante lo que nos resulta conocido y amado; la flexibilidad para pasar de una tarea a otra —que deriva de su habitual competencia para afrontar las imprevisibles necesidades cotidianas; la amplitud de intereses y la versatilidad de ingenio, fruto de la pluriforme preparación imprescindible para hacer vivir un hogar (economía, ingeniería, arquitectura, derecho privado e internacional, medicina, dietética, arte, estética, literatura, psicología, pedagogía e incluso moral y teología); su inimitable sentido de la realidad y del valor del tiempo, resultado del carácter impelente y de urgencia propios del trabajo del hogar, que, por estar directa y ordinariamente unido a la supervivencia del ser humano, no admite incumplimientos, retrasos ni tramposas simulaciones.»

Con los mismos derechos y oportunidades
Personalmente, tengo la férrea convicción, difícilmente inamovible, de que las mujeres se encuentran destinadas a vivificar desde dentro todas las profesiones dignas —y, muy en concreto, los medios de comunicación—, en absoluta paridad con los varones: con las mismas perspectivas, posibilidades y oportunidades, y con idéntica formación humana, profesional, etc.
Más todavía, siguiendo de nuevo sugerencias de Brancatisano, afirmo con toda sinceridad que la mujer se encuentra mucho más preparada que el varón para desempeñar la mayor parte de ellas… y que en parte por este motivo los varones tendemos a discriminarlas e impedir que desplieguen su inigualable potencia.
Pero este reconocimiento no me inclina a «sacarlas» del hogar, como tampoco lo pretendo de los varones. Muy al contrario, aspiro a conservarlas o devolverlas (¡a ellas!) y, sobre todo, a introducirlos (¡a ellos!) en lo más íntimo y configurador del núcleo familiar. Pues, si algo he pretendido dejar claro desde que, hace ya veinte años largos, dedico mi atención primordial a estos asuntos, es la absoluta necesidad que tiene de la familia todo ser humano, varón o mujer.
Y es que la familia constituye el ámbito imprescindible del pleno desarrollo tanto del varón como de la mujer, así como la condición de posibilidad para personalizar los restantes dominios en que se desenvuelve la existencia humana y, si me apuran, muy particularmente los medios de comunicación, proclives con frecuencia —aun cuando no debe ni tiene por qué ser así— a deshumanizar y trivializar lo más grandiosamente humano; y entre todo ello, el amor y, más en concreto, el amor entre varón y mujer.

Una falsa oposición

Ejercicio profesional fuera de casa y quehacer también profesional dentro de ella son dos esferas que de ningún modo deberían enfrentarse ni, por consiguiente —en contra de lo que hoy está tan de moda—, tienen necesidad de ser conciliadas. Pues tanto una tarea como otra son, en el fondo —y es oportuno llegar hasta el fondo, al menos de vez en cuando—, ejercicio del amor, de la búsqueda sincera del bien para los demás.

Repito, por eso, trayendo de nuevo a la mente recuerdos imborrables de mi juventud, que el hogar y la familia han de ocupar un puesto central en la vida de la mujer… como también en la del varón, por una razón poderosísima que, día a día, voy advirtiendo con mayor claridad: que la dedicación a los menesteres familiares —en el sentido más amplio y noble de estos términos— componen sin duda el más grande quehacer que cualquier ser humano puede realizar en la tierra .

A estas alturas, ¿podría alguien imaginar que ese ejercicio sublime elimine por principio y de por vida la posibilidad de ocuparse en otras labores profesionales?; o, yendo más el fondo, ¿que la atención prioritaria a las inigualables exigencias de la familia impidan atender a cualquiera de los oficios que conforman la urdimbre de la sociedad contemporánea…?

¿No será más bien la actividad desplegada en el seno de la familia la condición de posibilidad —masculina y femenina— de desempeñar cualquier otro quehacer, incluida la profesión, con eficacia propiamente humana? ¿No habría que hablar de sinergia, en lugar de conciliación?
Por eso, el empeño por oponer los ámbitos de la familia y del trabajo profesional, y por abandonar el primero, ha conducido a un error más grave que el que se trataba de corregir: pues nadie puede «personalizar» a las personas —varones y mujeres— sino con la fuerza ganada día a día en el seno del propio hogar .

Dignidad suma del trabajo en el hogar

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La gravedad de ese abandono por parte de la mujer me parece muy clara, igual que me lo parece, por razones muy similares, aunque no del todo idénticas, la ya multisecular y aún no corregida deserción del varón.
Y es que, como acabo de sugerir, sin la presencia de una tan discreta como eficaz mano femenina resulta bastante arduo lograr el ambiente de familia en que deben desenvolverse y crecer personalmente la gran mayoría de los seres humanos.

Espero que nadie me malinterprete. No intento pasar de contrabando una especie de coartada para que los varones se desentiendan de contribuir —en primera persona, por derecho-deber propio, y no como función subsidiaria— a la edificación de auténticas familias, en todos los sentidos de este vocablo.
Más bien pretendo subrayar la grandeza de quienes —en su mayoría, mujeres—, renunciando a veces a éxitos más fácilmente alcanzables en otros ámbitos, dedican sus energías y su competencia a levantar y gestionar, con auténtico sentido profesional repleto de calidez e inteligencia, los hogares propios o los de otras personas, que se amparan en su buen hacer.

Se trata, pues, de un sendero que asegura, y de una manera insoslayable, la presencia femenina en el mundo. Hoy son muchos los que apuntan que el estado de «masculinización» de la mujer provocado por cierto feminismo mal entendido ha hecho de nuestro entorno vital un paraje todavía más inhóspito que en tiempos pretéritos. Se trata de una atmósfera densa, dura, hostil, irrespirable, masculinizada en exceso…: en fin de cuentas, «machista».

Y hay que buscarle solución, pero una solución adecuada. ¿Solución?: la mujer

Sin duda, la mujer ha sufrido durante siglos una clara discriminación, modulada de maneras y con intensidades distintas en las diversas esferas, que pedía y sigue pidiendo a gritos ser subsanada… ¡y hasta sus últimas consecuencias!
Pero cuando el «remedio» ha consistido en adoptar en la actividad pública los modos de obrar propios del varón, y cuando a eso se ha unido la defección del hogar por parte de bastantes mujeres, el saldo ha sido —como ya he dicho y contra todos los propósitos y previsiones— un recrudecimiento de lo que podrían calificarse como «vicios» típicamente masculinos… ni contrapesados ni dulcificados por la presencia efectivamente femenina de la mujer.

Cuestión todavía más peliaguda por cuanto, en determinados momentos y lugares, esta ha dejado de ejercer también el influjo que durante siglos irradiaba desde el seno de su casa… ¡y que asimismo debería y debe irradiar el varón, con sus características particulares!
Todo lo anterior, con palabras de Mercedes Eguíbar que no dudo en hacer mías, conduce a afirmar sin paliativos, guste o no —¡y a mí me gusta!—, «… la primacía femenina en el orden del mundo. Mientras permanece como guardiana de lo particular e íntimo, no sucede nada. Cuando desea realizarse [de manera exclusiva] en cualquier profesión, aparecen los inconvenientes. Y al mismo tiempo, cuando no se encuentra en el quehacer externo se advierte su ausencia, reina la agresividad y la paz es un ente que no se sabe cómo llegar a poseer.»
O, desde la perspectiva complementaria: «Al ausentarse del hogar para trabajar [exclusivamente] en otra profesión fuera de su casa, [la mujer] ha contribuido, sin desearlo, a crear un vacío que nadie ha ocupado y que origina una fuerte inestabilidad en la familia. El hogar queda huérfano y el matrimonio se debilita. Y al decidirse a no tener hijos, porque no tiene tiempo, invierte la pirámide: el mundo necesita ciudadanos jóvenes y se encuentra con un crecimiento desmesurado de personas mayores.»

¿En su mayoría mujeres?

«Al ausentarse del hogar…»
Precisamente porque se trata de una cuestión muy delicada, no hago sino rozar este extremo. Y lo realizo trayendo a colación las convicciones de un sociólogo italiano, Alberoni, cuya obra lo libera por completo de cualquier acusación de machismo… y de adhesión a credo alguno que no sean los datos que aportan sus investigaciones.
No obstante, sostiene, con acentos en parte un tanto superados:
«Para una mujer enamorada construir y decorar la casa es un acto de amor. Muy a menudo es ella la que elige los distintos muebles y todos los innumerables objetos que necesitarán en su vida futura. Los elige de modo que la casa le guste a su marido, para que él se encuentre a gusto en ella, para que se sienta bien en todo momento de su vida. En su mente ya ve dónde estarán sentados para ver juntos la televisión. Imagina la habitación con el mantel bordado donde recibirán a los amigos, cuál será el sitio del marido, cuál el suyo. Y luego el dormitorio, con las sábanas floreadas como los campos de primavera, las preciosas colchas, las cálidas mantas y los edredones para el gran frío. Y el cuarto para los niños que vendrán, del que ya imagina los empapelados de colores, la suave moqueta para que no se hagan daño. Luego el baño en el que se recorta un poco de espacio para sí, para maquillarse, para estar hermosa. Y el espacio para él, para la navaja de afeitar y su loción para después del afeitado. Luego hay ambientes, como la cocina, en los que deberá trabajar sobre todo ella, cómoda, espaciosa con todo lo que piensa que le podrá prestar servicio. Y pensará en las comidas que podrá cocinar. Si luego el marido tiene una actividad intelectual, hará de modo que tenga su estudio, mientras que, si es un deportista, encontrará espacios en el guardarropa o en armarios especiales para sus objetos.
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Al decorar la casa la mujer expresa su visión del mundo, su ideal de vida privada y el tipo de relaciones sociales que quiere instaurar. Pero sobre todo despliega su cuerpo. Cada objeto es una parte de sí misma. Su piel termina con el empapelado de las paredes, con las cortinas. Por esto es ella la que, normalmente, se cuida de la casa, de su mantenimiento. Lo hace como si fuera su cuerpo. Por esto no quiere que entren extraños si no está en orden, presentable. Como no se mostraría ante extraños en chancletas, despeinada. Y como perfuma su cuerpo para sí, para el marido, así tiene horror de los malos olores que puedan impregnar las cortinas, los divanes o la cocina. Y vigila que no los haya. Vigila sobre la suciedad. Teme a los malos olores y a la suciedad como si fueran enfermedades infecciosas. Por eso se pone de mal humor si la limpieza hecha por la asistenta es superficial, si le cambia los objetos de lugar, si estropea un tapiz o rompe algo a lo que ella atribuye un significado simbólico particular. Siente el gesto indiferente, despreciativo de la otra mujer como una ofensa personal que le cuesta olvidar. Como no olvida a un huésped torpe que le ensucia la alfombra. Cada acto que afea su casa lo vive como una violencia personal. Si en la casa entran ladrones lo vive como una violación, una profanación. Muchas mujeres, después de un robo, ya no quieren vivir en aquellos ambientes, los desinfectan, cambian la decoración.

Para la mujer la construcción y la gestión de la casa es también una forma de erotismo. Porque comunica su amor no solo cambiando de peinado, el maquillaje de los ojos o poniéndose una blusa recién planchada, sino también haciendo la cama con sábanas nuevas, poniendo flores frescas o esparciendo esencias perfumadas por la casa. O bien preparando un plato que agrada a su marido.

A menudo el hombre no comprende el refinado trabajo que la mujer lleva a cabo para hacer la casa armoniosa y acogedora. No comprende que esa es una obra de arte continuamente renovada, y que compromete su mente y su corazón. Y si entra en la casa distraído, si tira su ropa sucia por ahí, ella lo percibe como desinterés hacia su persona, como desprecio de su trabajo creativo, y se queda amargada y ofendida.»

Matizaría algún punto, pero estoy sustancialmente de acuerdo; y no pienso que todo sea fruto del influjo de la cultura.

4. «Pasando por» la familia Mujer-familia-mundo

Como ya apunté, soy partidario convencido y firmísimo de la necesidad de que la mujer aporte aquella riqueza de virtudes, enfoques y claridades que le pertenecen en exclusiva, actuando directamente en todas las esferas de la actividad humana: en todas.
Y es que, gracias a las dotes naturales que le son propias, puede enriquecer enormemente el conjunto de la vida civil, pero muy particularmente las esferas que más afectan al desarrollo o la contrahechura de la persona en cuanto tal: la legislación familiar o educativa, el creciente ámbito de las relaciones humanas y, muy en concreto, cuanto se relaciona con la comunicación hondamente concebida.

Con otras palabras, y como los hechos demuestran, solo la presencia activo-femenina de la mujer puede asegurarnos que se respetarán los valores genuinos de la persona a la hora de tomar aquellas medidas que incidan con mayor vigor en la vida de las familias, en la constitución de un ambiente realmente educativo y, con todo ello, en el porvenir de la juventud y de la humanidad.

Todo lo anterior, como decía, es una persuasión firmemente arraigada en mi entendimiento y en mi labor cotidiana. Pero también tengo muy claro que la función femenina en la vida pública, ¡como la de los varones!, solo será eficaz en la medida en que cada mujer forje y refuerce su personalidad en el seno de una familia, donde asimismo ha de reponer día a día las energías gastadas.
Con el añadido de que en el hogar la mujer ejerce muy particularmente ese papel de motor y estímulo que hasta ahora he atribuido casi indistintamente a los dos cónyuges: de ahí mi convicción —fraguada tanto en los estudios como en la vida vivida— de que la buena marcha de una familia depende, al término y decisivamente, de la calidad y entrega de las mujeres que de ella forman parte.
Soltera o casada, según las circunstancias, pero siempre miembro eminente de un hogar, es la mujer, en fin de cuentas, la clave y el arranque de la alentadora humanidad que cada ser humano está destinado a transmitir a los otros.
Y a los varones nos corresponde hoy día, en contra de lo que habitualmente se afirma y con frecuencia se vive, hacer posible y amable el pleno desarrollo de la mujer… para con ello impulsar el progreso genuinamente humano de la sociedad en su conjunto, sin discriminaciones.
¡Una función en cierto modo secundaria… de la que me siento plenamente orgulloso y satisfecho y que lucho denodadamente por cumplir lo mejor que sé!
En todo el mundo a través del hogar
Por eso, sin disminuir para nada la urgencia de personalizar el universo, «feminizándolo» mediante la presencia inmediata de la mujer en el conjunto íntegro de las tareas que en él desempeñen, concuerdo muy a gusto con lo que, en su momento, expresara Wilhelm Riehl: «Es la mujer quien vivifica las costumbres de la casa, infundiendo un hálito vital a la soledad del hogar. La norma especial doméstica y el carácter individual de la casa está casi siempre determinado por la mujer».
Y me adhiero aún más cordialmente a esta afirmación de Jókal, hoy tan tristemente olvidada: «El hogar no es humillante: puede ser un trono, desde el que una mujer gobierna el mundo»… con el apoyo, tan imprescindible como
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simplemente auxiliar, del varón.
Y a esta otra de von Leixener: «Una mujer que vive fiel y feliz dedicada a su propio hogar teje hilos de oro en el destino de sus hijos.»
(Puedo afirmar todo lo anterior también porque mi propia mujer, desde antes de casarnos, aspira a dedicar todas sus energías al cuidado de quienes componemos su familia. El hecho de que «las aritméticas: las entradas y las salidas» lo hayan impedido hasta el momento, no resta ningún valor a la agudeza y perspicacia que supone el percibir que la atención directa a las personas constituye un trabajo —en el sentido más elevado de este término— que acoge con mayor facilidad que ningún otro la única y decisiva razón de su grandeza: el amor, mediante el que se procura el bien para los demás).
Son bastantes los que advirtieron desde hace lustros la tremenda y eficaz influencia que, como esposa y madre y «creadora de familia», la mujer estaba llamada a ejercer desde el interior de su hogar. Junto con algunos de ellos, y apuntando de nuevo a la esencia de todo el asunto —al amor—, me atrevo a preguntar, ya para ir terminando: «Pero, vamos a ver: ¿qué es la proyección social sino darse a los demás, con sentido de entrega y de servicio, y contribuir eficazmente al bien de todos?»
A lo que también yo respondo, como fruto de muchos años de reflexión y del cariño y la admiración casi ilimitados que tengo a mi propia esposa: «La función de la mujer en su casa no solo es en sí misma una función social, sino que puede ser fácilmente la función social de mayor proyección.»
Y ejemplifico: «Imaginad que esa familia sea numerosa: entonces la labor de la madre es comparable —y en muchos casos sale ganando en la comparación— a la de los educadores y formadores profesionales. Un profesor consigue, a lo largo quizá de toda una vida, formar más o menos bien a unos cuantos chicos o chicas. Una madre puede formar a sus hijos en profundidad, en los aspectos más básicos, y puede hacer de ellos, a su vez, otros formadores, de modo que se cree una cadena ininterrumpida de responsabilidad y de virtudes.»
Para ya concluir del todo: «También en estos temas es fácil dejarse seducir por criterios meramente cuantitativos, y pensar: es preferible el trabajo de un profesor, que ve pasar por sus clases a miles de personas, o de un escritor, que se dirige a miles de lectores. Bien, pero ¿a cuántos forman realmente ese profesor y ese escritor? Una madre tiene a su cuidado tres, cinco, diez o más hijos; y puede hacer de ellos una verdadera obra de arte, una maravilla de educación, de equilibrio, de comprensión, de sentido cristiano de la vida, de modo que sean felices y lleguen a ser realmente útiles a los demás» … que es, en definitiva, lo único que cuenta.

Tomás Melendo
Catedrático de Filosofía (Metafísica)
Director de los Estudios Universitarios en Ciencias para la Familia Universidad de Málaga
Comentarios al autor: tmelendo@masterenfamilias.com http://www.edufamilia.com/

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