Objeción de conciencia Educación para la ciudadanía

EpC: La objeción sí importa   

La controvertida asignatura Educación para la Ciudadanía (EpC) sigue provocando reacciones, tras la resolución favorable del Tribunal Supremo español del pasado 28 de enero. A la espera de la publicación de la sentencia, José Luis Requero, Magistrado de la Audiencia Nacional, explica en Libertad Digital (29-01-09) el camino que tienen por delante las familias que objetan: la verdadera clave está en los contenidos de EpC .

Fuente: Libertad Digital

Fecha: 29 Enero 2009

Requero considera que cabían dos posibilidades al invocar la objeción de conciencia ante EpC. “La primera que se apelase a la objeción a modo de banderín de enganche para una movilización ciudadana frente a lo que es una empresa ideológica, lo que implica apelar a la objeción en su acepción coloquial. Y esto es admisible porque tras la EpC late el deseo de forjar un nuevo tipo de ciudadano, un ciudadano que responda a los deseos de quien inspira un contenido que no es ningún secreto: basta leer los documentos de la Secretaría de Libertades del PSOE o de la Fundación Cives o de la Cátedra Fernando de los Ríos, de la Universidad Carlos III, para saber qué es lo que se busca. (…)

Requero manifiesta que su crítica a esta asignatura ha sido compatible con sus dudas jurídicas acerca de la objeción de conciencia. “Si se objeta y la denegación se lleva a los tribunales, el riesgo –y se ha cumplido- es que lo que se discuta ante el juez no sea la conculcación de los derechos fundamentales de los padres a educar a sus hijos según sus creencias y convicciones, sino sobre si un ciudadano puede hacer objeción de conciencia sin que una ley lo reconozca. Mi criterio es que no. Fuera de la objeción para el servicio militar –que es lo único previsto en la Constitución– no cabe admitir que un ciudadano objete frente a los deberes que le sean exigibles como tal: esto generaría una “ciudadanía a la carta” en la que cada uno elegiría qué deberes ciudadanos cumple y cuales no.

A la espera de conocer los razonamientos jurídicos de la sentencia, y por lo poco que ha trascendido, “el rechazo a la objeción no ha impedido que el Tribunal sea consciente de que el problema no sólo es el debate jurídico sobre la autonomía de la objeción, sino que lo básico es si el contenido de la EpC puede violentar los derechos y libertades de los padres. Aquí está la clave. Sostengo que la batalla jurídica de la EpC no se librará en un gran campo de batalla, sino combatiendo humildes disposiciones administrativas que van concretando su contenido. Es ahí dónde ya se pueden apreciar contenidos ideológicos, militantes y de adoctrinamiento. Esto es difícil, es pesado, pero ahí es donde hay que dar la batalla jurídica y en esto apenas se ha comenzado.

Las leyes y la conciencia individual

El analista y ex consejero del Gobierno Vasco Joseba Arregui publica en El Mundo un artículo (“Las leyes y la conciencia individual”, 27-1-2009) en el que, desde los postulados democráticos, se pregunta si EpC es compatible con la libertad de conciencia.

Joseba Arregi aclara primero algunas ideas fundamentales en una democracia. “No basta con repetir la necesidad de que el Estado sea aconfesional, sino saber en qué consiste la libertad de conciencia. No basta con repetir que en democracia debe funcionar el principio de mayoría, sino saber que éste funciona en caso de existir un acuerdo básico sobre el marco de convivencia, sobre la Constitución, que no se basa sólo en el resultado favorable de los votos mayoritarios en el referéndum correspondiente, sino en un acuerdo previo entre visiones distintas de las reglas que conforman el marco de convivencia”.

Advierte que no todo es cuestión de mayorías. “Todas las constituciones democráticas poseen un título, o un capítulo, o un apartado dedicado a proclamar los derechos fundamentales y las libertades individuales de los ciudadanos, a garantizarlos estableciendo los mecanismos legales y judiciales precisos para ello. Esa parte de las constituciones conforma lo que algunos constitucionalistas llaman la parte que está fuera de la disposición de la mayoría, «de la omnipotencia de la mayoría», como la llama L. Ferrajoli”.

También recuerda que los derechos ciudadanos nacieron, en buena parte, de la conquista de la libertad de conciencia. “La libertad de conciencia como matriz de todos los derechos políticos alcanza incluso a las mismas leyes positivas aprobadas por mayoría parlamentaria: en democracia es preciso acatarlas, al tiempo que se lucha por conseguir una mayoría distinta y así poder cambiarlas. Y por ello mismo, no es preciso creer que la verdad y la justicia estén encarnadas en ninguna ley positiva particular. Quedan exentas, con matices, las normas que fijan y dan forma a los mismos derechos ciudadanos, incluido el de libertad de conciencia, y por eso este tipo de normas requieren otro tipo de aprobación, y no la simple mayoritaria”.

Respetar las leyes, aclara Arregui, no exige darlas por buenas. “El ciudadano debe acatar las leyes, incluso aquellas que considera radicalmente equivocadas, siempre que en cuestiones de ideas no se le obligue a aplicárselas a él mismo: la ley que regula el matrimonio homosexual en España, o la que regulariza el aborto en determinadas circunstancias ni obliga a contraer matrimonio con una persona del mismo sexo, ni obliga a abortar. Pero se puede estar abiertamente en contra de lo que suponen esas leyes, se puede pensar que en ellas no se ha encarnado ni la verdad ni la justicia. Si fueran expresiones de la verdad o de la justicia, obligarían a todos a asumirlas como verdad y como justicia, con lo cual la libertad de conciencia terminaría dañada”.

Y es ahí donde la Educación para la Ciudadanía se hace problemática. “Por esta razón, la asignatura de Educación para la Ciudadanía no puede incluir como temas de educación de los ciudadanos futuros el contenido de las leyes positivas: ni el matrimonio homosexual, ni los tramos actuales de la progresividad fiscal, ni otras materias opinables pueden ser objeto de la Educación para la Ciudadanía, sino los principios básicos en los que se sustenta la propia democracia, especialmente el que garantiza precisamente la libertad de conciencia, porque todas las verdades de la democracias son penúltimas, menos la verdad que dice que las verdades de la democracia son verdades penúltimas y no obligan la conciencia, aunque demanden acatamiento”.

En cuanto a las críticas de la Iglesia a determinadas leyes, reconoce que “puede la jerarquía convocar a la calle a los creyentes, siempre que respete el necesario acatamiento de las leyes positivas, sin que nadie se rasgue las vestiduras. Lo cual no significa que no se puedan discutir sus presupuestos ideológicos y que no deban estar abiertos al debate público: una vez que la jerarquía católica entra en el debate público, derecho que no se le niega, no puede recurrir a hacerlo sub specie aeternitatis, sino sujeta a las reglas que valen para todos” (…).

La Junta aconseja en un folleto las mejores posturas sexuales a niños de 12 años

La Junta aconseja en un folleto las mejores posturas sexuales a niños de 12 años

JUANDE JERÓNIMO ABCDESEVILLA / GRANADA

Día 25/03/2013 – 12.52h

En el tríptico nada se dice sobre la responsabilidad de los menores ni tampoco del papel que juegan los padres

BELÉN DÍAZ

Alumnos dando clases en un colegio

«Un buen momento para tener la primera relación sexual con penetración es cuando los dos miembros de la pareja son capaces de disfrutar y de llegar al orgasmo, tanto solos como juntos». Es una de las afirmaciones que se recogen en un folleto editado por la Junta de Andalucía y que se distribuye entre alumnos de la ESO donde además se afirma con toda rotundidad que «la primera relación sexualcon penetración no está en absoluto relacionado con la edad». Aconsejan en esa guía que «una buena postura para la primera penetración es que el chico se tumbe y que la chica se siente sobre él».

La respuesta a «¿para qué tenemos relaciones sexuales?» es en primer lugar: «para sentirnos bien, conocernos y conocer nuestra pareja, experimentar cosas nuevas»; y sólo después aparecen conceptos tales como «expresar sentimientos de amor, tener hijos o cargarnos de energía positiva». Eso sí, se advierte en el folleto que no hay que precipitarse en tener relaciones sexuales porque puede llevar a «frustraciones y malos rollos».

Orientación sexual

Sobre la orientación sexual de cada uno o cada una este folleto indica que existen tres formas igualmente válidas: heterosexualidad, homosexualidad y bisexualidad. Eso sí, ese apartado se ilustra con un dibujo de dos lesbianas besándose. También advierte que estas preferencias sexuales pueden cambiar a lo largo de la vida. Como conclusión a las medidas para evitar la violencia sexual se insiste en que «todas somos dueñas de nuestro cuerpo, de nuestras emociones, de nuestros sentimientos y de nuestra sexualidad».

Se indica que «la sexualidad está relacionada con la expresión de nuestras emociones, sentimientos, afectos, pensamientos y deseos, con la capacidad de dar, recibir, compartir y sentir placer» pero añade que «la sexualidad no es sólo la penetración del pene en la vagina, el ano o la boca» para concluir que «las relaciones sexuales deben estar basadas en el respeto, la igualdad y responsabilidad».

En el mismo material que se entrega a los niños encontramos otros folletos sobre métodos anticonceptivos, prevención de la violencia de género y el Sida. Todos con un marcado carácter sexual donde en pocas ocasiones se insiste en conceptos tales como responsabilidad, madurez afectiva… o amor. Eso parece lo de menos.

Por supuesto, no hay ninguna referencia a los padres y a la posibilidad de que sean ellos los encargados de orientar a sus hijos en un aspecto de la vida que, según este material didáctico «forma parte de nuestro desarrollo como personas».

 

La inquisición Gay

 

 

ARGENTINA: LA INQUISICIÓN GAY (XIX).

 

Fuentes: Propias; AICA, 22-12-09; Obispado de San Justo.

 

Por Juan C. Sanahuja

 

Quieren impedir predicar la doctrina católica. Carta de Mons. Martini a la Cámara de Diputados. Ni matrimonio ni uniones civiles. La denuncia y la respuesta del obispo.

Mons. Baldomero Martini, obispo de San Justo (Pcia. de Buenos Aires) enfrenta una denuncia por discriminación a raíz de una carta que dirigió, el 4 de noviembre pasado, a la Cámara de Diputados de la Nación, en la que expuso la doctrina católica ante los intentos de legalización del mal llamado “matrimonio” homosexual. Denunciado ante el INADI (Instituto Nacional contra la discriminación, la xenofobia y el racismo), Mons. Martini respondió enérgicamente acusando a ese organismo oficial de impedir predicar la doctrina cristiana. Es la segunda vez que la inquisición gay actúa contra un obispo en Argentina, (vid NG 755).

 

La carta a la Cámara de Diputados

En la carta a la Cámara de Diputados, sobre los proyectos referidos a la pretensión de legalizar las uniones del mismo sexo con el status jurídico del matrimonio, el obispo de San Justo y su obispo auxiliar, Mons. Damián Santiago Bitar, afirman que “resulta obvio decir que cada cosa diferente debe tener su propia denominación. Por ejemplo, no se puede llamar perro indistintamente al gato y al perro; puesto que son dos animales diferentes. Ambos son mamíferos, vertebrados y cuadrúpedos, pero ¿qué duda cabe que un perro es un perro y un gato es un gato?, son dos realidades diferentes. Con relación a estos proyectos de ley, nos vemos en la obligación de explicar a los diputados firmantes de los mismos que, así como un perro no es un gato ni viceversa, la unión estable de un varón y una mujer abierta a la vida -desde siempre conocida como matrimonio, que deriva del latín matri munus, o sea “el oficio de la madre”-, es algo completamente diferente a cualquier otro tipo de unión con connotaciones sexuales. En las convivencias homosexuales va de suyo que no hay madre posible, ni nadie que realice su misión, tampoco hay marido ni mujer, no hay esposos, no hay hijos… En síntesis, no hay nada que tenga que ver con el matrimonio”. (…)

 

Continúan los obispos diciendo: “El bien común depende de las familias fundadas en verdaderos matrimonios. Y es esa función insustituible de bien común, la que justifica la regulación especial y privilegiada del matrimonio y la familia. En cambio, las uniones del mismo sexo, no sólo no edifican el bien común, sino que lo dificultan seriamente. Significan por definición: menos matrimonios, menos hijos, menos familias. Si ese efecto negativo fuera promovido por las leyes, ya no se podría hablar de “bien” común, sino que habría que calificarlo como una legislación que promueve el “mal común”. Lamentablemente debemos constatar que estamos en presencia de una decadencia  moral, que cuando es profunda y estable, termina afectando la capacidad de percibir la realidad tal cual es. Por lo tanto, el bien común exige no legalizar ni promover estas uniones antimatrimoniales”.

 

Ni matrimonio ni uniones civiles

Mons. Martini y su obispo auxiliar, también refutan en la carta los argumentos utilizados para atentar contra el orden natural legislando sobre el “matrimonio homosexual”. Los argumentos esgrimidos por los obispos también son válidos frente al error malminorista de los que pretenden conformar al homosexualismo político con la inicua figura jurídica de las “uniones civiles”, aunque el lobby gay ya declaró que pretenden los mismos nombres y los mismos derechos, es decir, el mismo régimen que el verdadero matrimonio, incluyendo la adopción.

 

Ni razones de seguridad social, ni aquellas que hacen referencia a la adquisición y disposición de los bienes, justifican la legalización de uniones antinaturales. Todos los ciudadanos están protegidos por la legislación general que les garantiza esos derechos, dicen los obispos.

 

Recordamos que los homosexuales pretenden derechos especiales. La orientación sexual no crea derechos. (Vid. Declaración de la Santa Sede de 2006 en la ONU, NG 777)

 

Los obispos también recuerdan a los diputados que a todos nos juzgará el Justo Juez y que en el Juicio Universal, “no habrá inmunidad parlamentaria que valga”.

 

La denuncia y la respuesta del obispo

El 5 de noviembre, un particular denunció ante el INADI que “las declaraciones del eclesiástico en referencia al matrimonio de personas del mismo sexo resultan ser altamente discriminatorias”. El INADI aceptó la denuncia y emplazó al obispo a que en el término de 10 días ofrezca su descargo.

 

Mons. Martini respondió que el INADI es “un organismo de tercera o cuarta categoría”, que incurrió en “una flagrante violación al tratado de derecho internacional público suscripto entre la República Argentina y la Santa Sede”, que garantiza la predicación de la doctrina católica a todos los obispos y autoridades eclesiásticas. Martini reclamó además que “se tomen las medidas pertinentes, también contra los funcionarios del INADI que resulten responsables de tal violación”.

 

En la respuesta al INADI, el obispo afirma: “Que mis palabras se enmarcan en la enseñanza de la Iglesia es una verdad de Perogrullo. Basta leer en la Sagrada Biblia, tanto en el Antiguo Testamento, donde en el primer libro, el Génesis, se menciona la destrucción, por mano divina, de las ciudades de Sodoma y Gomorra, por la práctica de la homosexualidad por parte de sus habitantes. En el Nuevo Testamento son también muchas las referencias al tema, entre ellas las expresiones de San Pablo en la Carta a los Romanos. Pasando a textos más recientes del Magisterio Universal de la Iglesia, menciono el Catecismo de la Iglesia Católica (n° 2357 a 2359), y los documentos emanados de la Congregación para la Doctrina de la Fe, titulados: Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, del 1° de octubre de 1986; Algunas consideraciones concernientes a la Respuesta a propuestas de ley sobre la no discriminación de las personas homosexuales, del 23 de julio de 1992; y Consideraciones acerca de los proyectos de reconocimiento legal de las uniones entre personas homosexuales, del 31 de julio de 2003. Ofrezco como prueba de mis dichos, todos estos documentos, que prueban de modo indubitado, que las declaraciones que se me atribuyen, no son otra cosa que una divulgación de la doctrina de la Iglesia Católica”, y, citando al Catecismo de la Iglesia Católica n° 2358, dice: “‘Un número apreciable de hombres y mujeres presentan tendencias homosexuales profundamente radicadas. Esta inclinación, objetivamente desordenada, constituye para la mayoría de ellos una auténtica prueba. Deben ser acogidos con respeto, compasión y delicadeza. Se evitará, respecto a ellos, todo signo de discriminación injusta’. Va de suyo que hay discriminaciones que son justas. Por ejemplo, un ciego no puede pretender ser el arquero de la selección nacional de fútbol; y si lo pretendiera, no se le debería permitir tal deseo, sin que tal impedimento pueda ser calificado de ‘discriminatorio’”.

 

Vid. NG, La Inquisión gay, 841, 847, 872, 877, 880, 902, 954, 966, 978, entre otros. FIN, 22-12-09

 

La inmadurez

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la inmadurez

La homosexualidad no se trata con medicinas

La homosexualidad no se afronta con medicinas Los médicos católicos siguen apostando por la atención personalizada

BARCELONA, martes 7 de junio de 2011 (ZENIT.org)-. La condición homosexual se puede prevenir y puede cambiar con una atención personalizada o con un acompañamiento en grupo, pero no tiene tratamiento farmacológico.

Lo indicó a ZENIT el presidente de la Federación Internacional de Asociaciones de Médicos Católicos (FIAMC), Josep Maria Simón.

Sus declaraciones responden a unas informaciones aparecidas en los últimos días en algunos diarios europeos según las cuales una auto-llamada “Asociación de médicos católicos alemanes” (de Munich), dirigida por Gero Winkelmann, cura la homosexualidad a base de homeopatía y otros elementos.

Simón aclaró que esa asociación no es la asociación de médicos católicos alemanes y no forma parte de la FIAMC ni refleja la opinión de la federación de médicos católicos sobre la homosexualidad, que está explicada en el documento Homosexualidad y esperanza.

El presidente de la FIAMC explicó que muchos homosexuales tienen adicciones (por ejemplo, al sexo) o ansiedades, y entonces sí se les puede ayudar con medicamentos.

También destacó que para manejar la homosexualidad, además de la ayuda médica, resulta útil la pastoral de la persona homosexual.

Simón reconoció la dificultad de abordar estos temas públicamente y recordó el ejemplo de la Policlínica Tibidabo, de Barcelona, que hace un año recibió intensas presiones por sus servicios de atención a personas que querían dejar de ser homosexuales y ha acabado desapareciendo.
(cf. ZENIT 15 de junio de 2010).

Las enseñanzas de la Iglesia sobre la homosexualidad manifiestan un profundo respeto por las personas homosexuales pero pasan por el rechazo a la práctica de la homosexualidad.

La declaración de la Asociación Médica Católica de los Estados Unidos Homosexualidad y esperanza contradice el mito de que la atracción homosexual es genéticamente predeterminada y no se pueda cambiar, y ofrece esperanzas para la prevención y el tratamiento.

“El etiquetar a un adolescente, o peor, a un niño, como «homosexual» sin remedio hace un muy flaco servicio a la persona -señala el documento-. Tales adolescentes o niños pueden, dada la intervención positiva adecuada, recibir consejos adecuados para poder superar el problema de traumatismos emocionales anteriores”.

De hecho, el investigador psiquiátrico de la Universidad de Columbia Robert Spitzer, que participó directamente en la decisión de 1973 de retirar la homosexualidad de la lista de desórdenes mentales de la Asociación Psiquiátrica Americana, reconoció décadas más tarde la posibilidad de que una persona homosexual cambie su tendencia.

“Estoy convencido de que muchas personas han hecho cambios sustanciales hacia llegar a ser heterosexuales… Creo que eso hace noticia… -declaró-. Empecé este estudio escéptico. Ahora afirmo que tales cambios pueden ser mantenidos”.

Homosexualidad y esperanza afirma que “con la ayuda poderosa de la gracia, los sacramentos, el apoyo de la comunidad y un terapeuta con experiencia, un individuo bien decidido debiera ser capaz de alcanzar la libertad interior que Cristo ha prometido”.

Y asegura que “terapeutas experimentados pueden ayudar a individuos a descubrir y comprender las causas profundas de los traumatismos emocionales que dieron origen a la atracción por el mismo sexo”

Potenciar la generosidad en familia

 

 

Potenciar la generosidad en la familia

Generosidad en familia

Marta está llorando en un sofá. Pasa las hojas de un libro, con la mirada perdida y con los ojos hinchados. Frente a ella, Juan sonríe mientras tiene en su poder el Nintendo, todo para él y sólo para él.

Cuando los padres entran en el salón de estar y se encuentran con una escena como la anterior, sienten que algo debe cambiar en sus hijos. ¿Cómo lograr que sean más generosos, cómo ayudarles para que aprendan el arte de compartir y de disfrutar al ver a otros felices?

La generosidad es una de las virtudes humanas más hermosas. El generoso vive su relación con las cosas desde una perspectiva de condivisión, de apertura a los demás. No se encierra en sus intereses, no agota su existencia en la búsqueda del propio placer, en el acapararlo todo para sí. El generoso descubre las necesidades del otro, ve las cosas materiales como medios para servir, para dar, para establecer lazos de amistad.

A todos nos gustaría vivir así, con las manos abiertas y con un corazón grande. Especialmente a todos nos gustaría poder ofrecer a los hijos una educación que les permita convertirse en niños (y futuros adultos) generosos y buenos.

¿Cómo lograrlo? ¿Qué hacer para que los hijos aprendan a ser generosos, para que rompan el cerco del egoísmo, para que sepan vivir sinceramente interesados por los demás?

El primer paso consiste en el ejemplo. Pensemos en dos familias muy diferentes. En la primera, los padres hablan continuamente de lo que van a comprar, de cómo visten los vecinos, del coche nuevo que tiene un amigo. Además, cuando llegan a casa él o ella (o los dos) buscan ansiosamente el periódico, o la revista, o el libro, o el programa favorito. Si el otro o la otra han ocupado el diván más cómodo, quien ha “perdido” manifiesta que se siente triste y ofendido, mientras la parte ganadora disfruta de modo egoísta su victoria. Es de suponer que los hijos que viven en hogares como el anterior configuran su mente y su corazón según la ley de “primero yo y caiga el mundo”; es decir: se acostumbran a buscar siempre la satisfacción de sus deseos, incluso cuando saben que pueden provocar pena o dolor en otros.

En la segunda familia, los padres saben ceder continuamente el paso, sirven la comida primero al otro, dejan el periódico o el libro a quien lo pide, o simplemente cuando ven entrar en casa al esposo o la esposa dejan todo para saludarle. Si ha llegado un poco más de dinero al hogar, piensan en seguida en ayudar a algún familiar necesitado, o incluso a un vecino pobre que no sabe cómo solucionar el problema de las goteras. Al salir de compras, están más pendientes de satisfacer al otro o a los hijos que en conseguir lo que más les gusta. Al pasar junto a un auténtico pobre saben ofrecerle una sonrisa o una pequeña ayuda. Y en el tren no dudan un momento en dejar el propio asiento a alguna persona mayor que lo necesita de verdad.

Los hijos que viven en este segundo tipo de hogares “respiran” un clima de generosidad y de grandeza de corazón que penetra en sus almas. Descubren así que las cosas materiales valen en tanto en cuanto se reparten, se ofrecen a los otros. Perciben que el tiempo no es para satisfacer los propios caprichos, sino para estar junto a quien nos pide una mano. Valoran la vida no en cuanto sucesión de momentos de egoísmo que nos empobrecen, sino como camino hacia el altruismo, que nos hace ser más buenos con todos.

El segundo paso, que necesita estar acompañado por el ejemplo, consiste en ofrecer pequeñas enseñanzas, con palabras o con acciones, a los hijos para que entren en el mundo de la generosidad.
No hay que extrañarse de que un hijo de dos años sienta envidia cuando nace un hermanito. Es una reacción a veces instintiva. Pero los padres pueden empezar a ayudarle, con gestos y con paciencia, a comprender que uno no es el ombligo del mundo.

 
El cariño verdadero buscará maneras para que el hijo se abra a la generosidad desde pequeño. Con su ejemplo, el padre le hará ver que todos hemos de ayudar a poner la mesa o a retirar los platos. La madre le permitirá descubrir lo hermoso que es dejar la silla más cómoda a los otros. El hermano mayor, si ha aprendido a ser generoso, buscará maneras para que sus juegos no sean sólo suyos, sino que puedan ser usados por los otros hermanos.

El aire de una familia cambia cuando la generosidad se enseña y se vive de forma natural y constante. Habrá ocasiones, es parte de la vida, en que uno o varios sientan la fuerza del egoísmo y prefieran encerrarse en su habitación en vez de ayudar en la limpieza la casa. Pero los padres buscarán entonces un momento más sereno para hacer reflexionar a los hijos que la casa es de todos, que el tiempo pasa mejor si buscamos ayudarnos mutuamente, que las cosas brillan más cuando sufren el desgaste de más manos, y que la vida es más alegre si la compartimos con cualquiera que pueda pedirnos una ayuda, participar en sus estudios o sus juegos, o simplemente estar a su lado para leerle una novela mientras el sueño cierra sus párpados cansados.

La generosidad debe ser una de las más importantes tareas educativas para cualquier hogar. Lo que los niños son ahora marcará la vida de jóvenes y de profesionistas del mañana. Vivimos en un mundo con demasiado egoísmo como para que también en casa falten toques de cariño que nacen de corazones generosos.

En cambio, el mundo da un paso hacia lo bueno y lo bello cuando en el hogar alguien se acerca para ofrecernos un vaso de refresco con hielos. O cuando nos deja la computadora sin límites de tiempo. O cuando hay más familias que piensan en las cuentas del banco (que son importantes) no para que sirvan sólo a sus titulares, sino para promover bienestar entre los miembros de la casa y entre tantas personas necesitadas de generosidad, de ayuda, de respeto.

Mamá está junto a Marta, mientras que papá le susurra a Juan unas palabras al oído. Los dos escuchan y hablan. Juan siente algo de pena porque va a dejar su juego, pero quizá pronto comprenderá que existen cosas mucho más importantes que tres horas de Nintendo. Marta, en cambio, se ha levantado con una mirada distinta. En voz baja, pero sincera, le dice a Juan: “No te pongas triste. De verdad, prefiero que juegues tú a que me dejes ahora el mando. Luego me dices el resultado, ¿eh?”

 

Formas de generosidad en la familia

Podríamos decir que la generosidad es hacer algo en favor de los demás, aunque cueste esfuerzo. Pero a veces no es fácil identificar claramente esa conducta porque depende de la rectitud de intención y del esfuerzo con que se realiza. No es lo mismo que un rico dé algo del dinero que le sobra, que el pobre que da su única moneda. Para ser generoso hace falta ser consciente de que lo que puede dar o hacer por los demás puede satisfacer una necesidad en los otros.

Una forma de generosidad puede ser dar dinero o regalar o prestar objetos. Para un padre puede ser cómodo dar a sus hijos abundante dinero o regalos, pero ha de preguntarse si lo hace por satisfacer las necesidades sociales o lúdicas de los hijos o por propia satisfacción. Un exceso de dinero puede fomentar el egoísmo y la comodidad de los pequeños. Algunos padres pueden dar muchos juguetes para compensar la falta de dedicación a los hijos en cosas que exigen mayor esfuerzo.

Otra forma de generosidad es entregar el tiempo o estar disponible para escuchar a los hijos, ayudarles en sus deberes o simplemente estar alegremente con ellos. Esta manera de «gastar el tiempo» es muy positiva para crear ambiente de familia y sentimiento de seguridad en los chicos.

Otra manera de ser generoso es  esforzarse por hacer la vida agradable a los demás, aunque a veces cueste dar conversación y sonreír a los antipáticos.

Hay dos formas en las que este virtud es más difícil de vivir: una es recibir los favores o atenciones de los demás y otra es es perdonar. En ocasiones resulta más llevadero hacer las tareas uno mismo que pedir a los hijos que las hagan o ayuden a hacerlas. Pero resulta más educativo dar oportunidades a los pequeños para que aprendan a resolver los problemas por sí mismos y adquieran los hábitos operativos nuevos.

En todos los actos de generosidad comentados hay un esfuerzo para salir de uno mismo y darse a los demás, pero no hay que olvidarse de otra intencionalidad: hacer que los hijos aprendan a ser generosos.

14 CONSEJOS PARA AYUDAR A NUESTROS HIJOS A VIVIR LA GENEROSIDAD

  1. Enseñarles desde pequeños que ninguno de los bienes materiales que poseen les pertenece plenamente. No tienen derecho a romper los juguetes que les han regalado.
  2. Hacer patente a los hijos que los padres tampoco tenemos como propios estos bienes.
  3. Acostumbrarles a cederse mutuamente juegos, útiles de trabajo, libros, etc.
  4. Los padres tienen que ser generosos en el tiempo que dedican a sus hijos para ayudarles en el estudio, para descansar con ellos, etc. Es un ejemplo muy importante de entrega a los demás.
  5. Los chicos, desde pequeños deben ser generosos con su tiempo. A veces tendrán que dejar un trabajo o el mismo estudio, un encargo, para atender otro más importante.
  6. Además de los pequeños servicios que se les solicita para ayudar a la convivencia familiar, es muy adecuado asignar algún cometido fijo, asequible a su edad, que suscite su sentido de responsabilidad y suponga un pequeño vencimiento (detalles de orden material, cuidado de alguna zona de la casa, atención a algún hermano menor, etc.). En todo caso, conviene tener flexibilidad en los encargos. Es más importante fomentar la unidad y el mutuo servicio que el estricto cumplimiento de un encargo concreto.
  7. Enseñarles a mirar la Cruz cuando les cueste entregar algo. Al fin y al cabo todo lo que tienen lo han recibido de Dios. La entrega de Cristo en la Cruz es nuestro ejemplo.
  8. Desde pequeños hay que sembrar en sus corazones y en su memoria las razones últimas que mueven a un cristiano a comportarse de un modo concreto y determinado.
  9. Tener prudencia en las expresiones y conversaciones en las que se ensalza o se añora la consecución de los bienes materiales o los triunfos estrictamente humanos. Especialmente cuando se empieza a abordar el tema de las carreras profesionales.
  10. Tener mucha constancia en fomentar la generosidad, aunque parezca que no se avanza nada. En realidad se está encauzando una tendencia natural, deteriorada por el pecado original.
  11. Cuidar de que una parte de su dinero la entreguen como limosna. Que ahorren para hacer regalos a sus padres y hermanos.

12.Fomentar las acciones de gracias desde pequeños. El agradecimiento nos lleva a corresponder y a ser generosos con quien primeramente nos ha hecho el bien.

  1. Ejercitar obras de misericordia corporales, acompañados de los hijos, de modo que el contacto con los que sufren, con los desheredados, sea, además, el mejor antídoto contra el aburguesamiento.
  2. Conviene que los hijos sepan -del modo más conveniente en cada caso- que se ayuda económicamente a la parroquia, labores sociales, formativas o benéficas.

Educar la generosidad

 

Los niños de 1 a 6 años, no comprenden el valor de la generosidad, pero sí están

capacitados para realizar hábitos buenos relacionados con esta virtud, como son el

dar y compartir, que no genera frustración sino alegría. Pero, ¿sabemos animarles a

ser generosos o se lo imponemos sin más?

El periodo sensitivo de la generosidad se desarrolla fundamentalmente entre los 7 y

12 años. A esta edad ya tienen “uso de razón” y sienten el impulso de ser generosos,

prestar servicios, hacer encargos, ayudar, compartir.

Por tanto, antes de esa edad tenemos que fomentar hábitos relacionados con esta

virtud: dar algo suyo, compartir juguetes, dar su tiempo, …

La siembra hay que hacerla desde que nacen y con el arma de nuestro ejemplo.

  1. El papel de los padres

Resulta muy difícil que un niño/a de 6 años consiga por sí solo el valor de la

generosidad, sin la ayuda de un adulto que le guíe y le aconseje. Precisamente si

conseguimos que estos hábitos los adquiera en casa sería mucho más fácil para él actuar con toda naturalidad en el colegio.

 

  1. Qué es lo que podemos dar

Sólo podemos dar aquello que tenemos. La generosidad nos lleva a entregar aquello que poseemos y consideramos valioso.

Un problema muy común se encuentra en el valor que se da a cada una de las

posesiones. ¿Qué vale más, un juguete caro o dos horas de mi tiempo? Para

contestar a esta pregunta habría que establecer unos criterios de valoración.

Si un criterio fuera “la alegría de mi hijo”, seguramente las horas de tiempo son más valiosas.

¿Qué es lo que podemos dar (regalar, prestar, …)?

  1. a) Dar posesiones tangibles (dinero y objetos).

En estos casos, una tendencia frecuente es dar de lo que sobra, y no dar de acuerdo

con la necesidad de las otras personas.

Otro peligro consiste en dar objetos tangibles para no tener que molestarse en dar

algo que cueste mayor esfuerzo. Un ejemplo sería un padre que regalase muchas

cosas a sus hijos en compensación por no pasar tiempo con ellos.

b)También se puede dar tiempo.

 

 

De hecho, se podría definir la disponibilidad como generosidad del propio tiempo. Ser

generoso con el tiempo significa estar dispuesto a emplear para los demás ese

tiempo que se guarda para sí mismo.

  1. c) Podemos dar “presencia en casa”.

Afectivamente podemos ser generosos con el tiempo empleándolo en hacer cosas por los demás, pero también podemos emplearlo en crear un ambiente familiar positivo (de sosiego, de tranquilidad, de seguridad, de cariño, de unidad).En este sentido, podemos hablar del valor de la presencia de los padres en la casa. Esa presencia supone la actitud generosa de esforzarse por hacer la vida agradable a los demás.

  1. d) También es un acto de generosidad, recibir

Muchas veces, hay más generosidad en recibir que en dar. La generosidad no está solo en dar. No es generosa la persona que no está dispuesta a recibir, que no deja a los demás ser generosos con ella.

En este sentido, hay padres que se esfuerzan por dar a sus hijos todo, y no les

enseñan a dar y a valorar lo que reciben; son padres que se han excedido en la

atención a los hijos buscando su bienestar y su éxito profesional, pero que no se han ocupado de enseñarles a esforzarse por el bien de los demás (familia, amigos, compañeros). Han hecho a sus hijos egoístas.

 

 

  1. e) Perdonar

También es un acto de generosidad, que suele costar incluso más esfuerzo que los anteriores, que es el perdonar. Para perdonar hace falta una gran seguridad interior y un gran deseo de servir a los demás. No se trata de quitar importancia a lo que otras personas han podido hacer, ni de ser ingenuos; se trata de hacer un acto de

generosidad.

 

 

 

Motivos para ser generosos

Los niños pequeños, de 1 a 4 años, no comprenden el valor de la generosidad,

porque no reconocen el valor de lo que tiene, ni las necesidades que los demás

pueden tener. Por esto, ya que no perciben los motivos para esforzarse en ser

generosos, no ejercitan la virtud de la generosidad pero sí están capacitados para realizar hábitos buenos relacionados con esta virtud y hay que motivarles en este sentido.

 

Motivos para ser generosos pueden ser:

2.1. Por agradar a otra persona.

Al principio el niño tendrá que esforzarse en ser generoso con las personas que le resultan simpáticas. Luego, se le ayudará a actuar de acuerdo con una jerarquía de valores, atendiendo a quien más lo necesita.

Por eso se puede decir que una de las motivaciones reales para ser generoso es ver el resultado positivo en la otra persona.

2.2. Buscando la contraprestación.

Es la motivación que tiene un niño que presta algo a un compañero, sabiendo que de esta forma, cuando él necesite algo, el compañero se lo prestará. Se ha creado como una “obligación” de restituir el favor.

La motivación, en este caso, es la misma contraprestación, y –en el caso de los niños pequeños- no hay nada malo en ello. Es bueno proporcionarles muchas posibilidades de esforzarse por diversos motivos, aunque en principio estos sean insuficientes. Así adquirirán un hábito de dar, de perdonar, etc. Luego tendremos que cimentar la

rectitud de los motivos, y desarrollar la intensidad con que se vive la virtud.

Los padres tenéis que abrir nuevos horizontes a los hijos, sugiriéndoles actos de generosidad o explicándoles la necesidad que tiene algunas persona de recibir, para que se esfuercen y desarrollen un hábito de actuar a favor de los demás.

Indudablemente, será mucho más fácil conseguir esta virtud, si los padres dan

ejemplo en este sentido, y existe un ambiente de participación y de servicio en la familia.

Precisamente por eso, tienen sentido los encargos en la familia. Y son una ocasión maravillosa de crear hábitos de servicio.

Puesto que la virtud de la prudencia regula la práctica de todas las virtudes, para el buen desarrollo de la generosidad, vuestros hijos deben conocer: El valor de lo que tienen, las posibilidades de dar y las necesidades de los otros. La generosidad nunca nos ha de llevar a satisfacer los caprichos de los demás.

 

 

Fuente: varias publicaciones

La familia ya no transmite valores

Por qué la familia no transmite valores

Entrevista al director de la revista «Humanitas», Jaime Antúnez Aldunate

CIUDAD DE MÉXICO, miércoles, 14 enero 2009 (ZENIT.org-El Observador).- Con la conferencia «¿Qué cosa es el valor?», el profesor y periodista chileno Jaime Antúnez Aldunate desempeña un papel fundamental en este primer día de trabajo del Congreso Teológico Pastoral que se lleva a cabo en el marco del VI Encuentro Mundial de la Familia en México.

Jaime Antúnez Aldunate es fundador y director, desde 1996, de «Humanitas» (www.humanitas.cl), una de las revistas más importantes en América Latina sobre antropología y cultura cristiana, perteneciente a la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Es, también, autor del libro de entrevistas «Crónica de las ideas» en el que –entre celebridades como Jean Guitton, Julián Marías, Eugène Ionesco, Octavio Paz, el Dalai Lama, Robert Spaemann, André Frossard o Josef Pieper–, ofrece una conversación («El problema de fondo»), con el entonces cardenal Joseph Ratzinger, hoy Benedicto XVI.

A continuación reproducimos la entrevista concedida a ZENIT-El Observador por el doctor en Filosofía.

–¿Qué es «el valor» (tema de su conferencia) en un mundo como el nuestro que, según parece, le tiene fobia a lo que no es relativismo y subjetivismo?

–Jaime Antúnez Aldunate: En el lenguaje corriente se entiende en general por valor una opinión estable, identificable con una posición ética, por contraste con la mera opinión de coyuntura, como son las políticas, las económicas y otras de la especie. Entran así en la categoría de la discusión de valores especialmente aquellas referidas a temas como la familia, el aborto, el derecho a la vida, la reproducción sexual y similares. Se habla a veces, a este propósito, de «la cuestión valórica».

Pero hay que ir despacio y se necesita aquí hacer algunas distinciones. Pues un valor, que podría también ser entendido como un bien reconocido en cuanto tal, para ser efectivamente reconocido como bien, necesita ser primero que todo experimentado. Esto es algo de la esencia del valor cuando se trata del tema de la cultura.

La cultura, a la que el Concilio Vaticano II definió como «estilo de vida común que caracteriza a un pueblo y que comprende la totalidad de su vida», puede entonces ser vista, desde la perspectiva de los valores, como bienes que experimentan las personas en la vida de una sociedad. Por cultura puede entenderse en este sentido «el conjunto de valores que animan la vida de un pueblo y de desvalores que lo debilitan«, o bien las formas a través de las cuales aquellos valores o desvalores se expresan y configuran en las costumbres, la lengua, las instituciones y en la convivencia en general.

La tradición aristotélica hablaba más de virtudes. Pero sea como fuere, virtudes o valores, unos y otros lo son en cuanto realidades vividas y no en cuanto meras opiniones. Si no son capaces de cultivar a la persona –en el sentido de germinar en ella un cultivo de su ser– estamos en el plano de simples justificaciones o entelequias racionales, sin vinculación entitativa con el bien, la verdad y la belleza. Andaríamos por ahí en la dirección del nihilismo, según lo definió Nietzsche, situación en que los valores se resquebrajan, dejan de tener fuerza, pierden su finalidad, donde no existe respuesta a la pregunta por qué.

Y esto sí que es engendro de subjetivismo y del más puro relativismo. Si se habla de relativismo de los valores, miremos sobre todo el plano de la experiencia. Pues el relativismo tiene que ver, más que con el lenguaje y los discursos, principalmente con los quiebres familiares, con la secularización de la mujer, con la crisis social de la figura del padre, con la voluntad de no compromiso, y tantas y tan variadas actitudes del género. El valor no se sostiene en un discurso, como es claro, sino en un modo de ser persona. En una cultura, por lo tanto. El relativismo y el subjetivismo germinan en la ausencia de ésta.

–¿Ha perdido terreno la familia frente a los medios electrónicos de comunicación en lo que se refiere a la formación de valores humanos y cristianos de los hijos?

–Jaime Antúnez Aldunate: Ya el siervo de Dios Juan Pablo II hablaba, por ejemplo en su «Carta a las Familias» del año 1994, del drama de los modernos medios de comunicación sujetos a la tentación de manipular el mensaje, falseando la verdad sobre la persona humana, produciendo con ello profundas alteraciones en el hombre de nuestro tiempo, «a punto de poder hablarse en este caso de una civilización enferma», decía.

En dieciocho años es mucha el agua que ha corrido bajo los puentes y el problema se ha agravado considerablemente, abarcando incluso otras dimensiones.

Por ejemplo, considere usted tan sólo la creciente dependencia en que viven hoy los jóvenes de los más variados medios de comunicación electrónicos, que la técnica va cada día ofreciendo. Es claro que –al margen de la provechosa utilidad que obviamente pueden muchos generar de su buen uso– se va generalizando el hábito mental de vivir «conectado», situación preocupante por la fuerte carga deshumanizadora que conlleva, la cual desplaza el natural y personal vivir «comunicado», timbre que caracteriza a una sociedad de personas humanas. Mientras lo segundo, lo dice la palabra, es propio de la comunión interpersonal, no sucede lo mismo con la conexión, crecientemente impersonal, activadora y sintomática a la vez de la soledad en que vive el hombre contemporáneo, en particular millones de jóvenes.

Todo esto, a la vez que horada la relación entre personas –y en concreto entre las personas de la familia– es un venenoso sucedáneo frente al debilitamiento generalizado que la comunión personal viene sufriendo.

Pero digamos algo más. Este proceso, en sus rasgos psicológico-culturales, es el perfecto pórtico de una mística nihilista –mística «del nirvana», podríamos llamarla, pues lo aparente aquí se superpone a lo real– donde el hombre se sumerge en un universo de ilusiones. En un contexto como el presente, que tiende al predominio de lo virtual, donde la apariencia se vive como realidad, trasparece una profunda sintonía con esos fenómenos místico-nihilistas. No extraña así que las manifestaciones de estos misticismos nihilistas proliferen hoy masivamente, expresándose a través de muy variadas formas, desde la llamada Nueva Era -suculentamente publicitada- hasta el campo de las músicas populares. Ejemplo prototípico de lo último, repare usted por ejemplo en la letra de la popular canción de John Lenon, «Imagine» (Imagine there’s no heaven / It’s easy if you try / No hell below us / Above us only sky / Imagine all the people / Living for today… / Imagine there’s no countries / It isn’t hard to do / Nothing to kill or die for / And no relion too / Imagine all the people / Living life in peace…)

–¿Qué papel debemos desempeñar los laicos –concretamente los laicos en los medios de comunicación o en la política– para rediseñar una estrategia en la que la familia vuelva a ser la formadora de valores?

–Jaime Antúnez Aldunate: Le respondo con unas palabras muy justas de Benedicto XVI, dirigidas a un grupo de obispos en visita «ad limina», que acabo de leer en una selección de «L’Osservatore Romano»: «Uno de los principales objetivos de la actividad del laicado es la renovación moral de la sociedad, que no puede ser superficial, parcial e inmediata. Debería caracterizarse por una profunda transformación del ethos de los hombres, es decir, por la aceptación de una oportuna jerarquía de valores, según la cual se formen las actitudes».

Esas palabras son una perfecta síntesis de lo que venimos conversando, y respuesta última y certera a lo que usted me pregunta. Los laicos tenemos una responsabilidad esencial en esa profunda transformación, hoy más necesaria que nunca, que requiere el «ethos», es decir, la jerarquía de los valores. Pero no valores así no más, por lo que dice el Papa, sino valores anclados en actitudes vividas, las únicas capaces de dar forma a una cultura.

No bastan pues los argumentos. La primera cristiandad se construyó con la sangre de los mártires.

— Como conocedor de cerca del actual Papa Benedicto XVI, ¿cuáles son las líneas fundamentales del pensamiento del Santo Padre sobre la relación mundo moderno-familia-valores?

–Jaime Antúnez Aldunate. El Santo Padre ha venido apelando, cada vez con mayor belleza y profundidad, a la necesidad que tiene el hombre de nuestro tiempo de salir del reduccionismo en que lo puso la razón ilustrada. Fue ésta la clave de su célebre discurso en la Universidad de Ratisbona, Alemania, en septiembre de 2006. Luego de su discurso –no pronunciado– a la Universidad La Sapienza, en Roma. Asimismo en París, de la hermosa alocución ante los constructores de la sociedad. En todas esas ocasiones ha mostrado que la razón no puede perder de vista la amplitud del logos y constreñirse a una pensar puramente empirista.

Pero me parece que este apelo del Papa se entiende plenamente cuando se comprende que esa razonabilidad del logos es consonante con la experiencia. Es decir, una vez más, con los valores encarnados en la vida. Esta formulación se entiende perfectamente al mirar la experiencia de la santidad en la historia de la Iglesia. El mismo Benedicto XVI ha declarado estar convencido de que la verdadera apología de la fe cristiana, la demostración más convincente de su verdad contra cualquier negación, se encuentra, por una parte en sus santos –una fuerza humana que arranca de lo divino y que visiblemente rehace la faz de la tierra– y por otra, en la belleza que la fe genera.

La familia es una especie de piedra miliar de los valores así entendidos, frente a las graves necesidades que afligen al mundo moderno.

Por Jaime Septién

La familia como sujeto de evangelización

 

 

 

La familia de «objeto» a «sujeto» de evangelización

Participantes en un congreso organizado en Roma sacan las conclusiones

CIUDAD DEL VATICANO, lunes 14 de septiembre de 2009 (ZENIT.org).- La Iglesia entera está comprendiendo que la familia cristiana no debe ser sólo «objeto» sino «sujeto» de evangelización, para que la acción misionera pueda llegar allí donde sólo llegan las familias, ha constatado un seminario convocado por la Santa Sede.

Con el argumento «Familia, sujeto de evangelización», el Consejo Pontificio para la Familia ha congregado en Roma entre el 10 y el 11 de septiembre a decenas de matrimonios del mundo, así como a sacerdotes comprometidos con la pastoral familiar.

Monseñor Carlos Simón Vázquez, subsecretario del Pontificio Consejo para la Familia, ha explicado a ZENIT, que la reflexión se ha concentrado, en particular, en el magisterio del Concilio Vaticano II, la constitución «Gaudium et Spes», y en la exhortación apostólica «Familiaris Consortio», firmada por Juan Pablo II tras el sínodo sobre la familia del año 1980.

Este documento, afirma, «nos presenta una teología, una pastoral sobre la familia, que hunde sus raíces en el misterio de Dios y está llamada a ser presencia de ese Dios amor, de ese Dios que quiere comunicar su buena noticia a todo el mundo».

La familia, aclara, «está llamada a hacer presente a ese Dios en la historia», como explica la «Gaudium et Spes», al presentarla como «sujeto que debe hacer realidad los presupuestos que plantea en la primera parte del documento: por ejemplo, debe estar presente en el servicio internacional, en el servicio a la sociedad, a la cultura, en los demás servicios en los que la Iglesia tiene una palabra qué decir».

Monseñor Carlos Simón Vázquez aclara que la familia se queda reducida a un «objeto» y no a un «sujeto» evangelizador, «cuando vemos en ella un objeto que hace cosas, que resuelve problemas…».

«La familia hace todo eso pero ante todo es un ser querido por Dios, por lo tanto, su acción es su ser –añade–. No es una especie de solución de problemas sino que cumple esta misión porque ella ha vivido una vocación que Dios le ha dado en el amor».

La familia, indica el sacerdote, «es el lugar de la gratuidad, de la generosidad, donde todos encuentran un motivo para esperar y para estar seguros, no por lo que tienen sino por lo que son y eso es la traducción de la dinámica del amor».

 

 

 

 

La visión de «Caritas in veritate»

El padre Leopoldo Vives, ex secretario de Familia y Vida de la Comisión de Apostolado Seglar de la Conferencia Episcopal Española (CEE), participó en este simposio para mostrar este papel protagonista de la familia a la luz de la nueva encíclica de Benedicto XVI, «Caritas in veritate».

«El progreso de la sociedad pasa por el progreso de la familia», aclara en una entrevista concedida a ZENIT. En este sentido destaca dos aspectos.

«El primero es la relación de la verdad con el amor: el progreso humano debe ser integral y eso no se puede dar sino es en la relación interpersonal. Y por tanto una relación de amor».

«Si esa relación de amor no se vive conforme a la verdadera persona, el desarrollo es ficticio y puede haber un gran desarrollo económico, en los medios que disponemos, pero no en la persona», aclara.

Otro punto, sigue indicando, «es la apertura a la trascendencia del hombre que va más allá de un horizonte terreno. Sin ésta estamos fuera de la verdad integral de hombre y, por tanto, fuera de su verdadero bien y estaríamos nuevamente en un desarrollo ficticio».

El padre Vives subraya, en particular, el pasaje de la encíclica del Papa en el que muestra «la relación entre la familia y la Trinidad: cómo vive de su comunión de amor y de la comunión de Dios trinitario. Ciertamente ahí está la verdadera plenitud del hombre no sólo en la tierra sino en la plena comunión con Dios en el cielo».

Uno de los ejemplos que muestran cómo la familia se convierte en objeto y no en sujeto es la «ideología de género».

«La institución familiar se basa en la propia naturaleza de la persona –indica Vives–. En el caso de la ideología de género tenemos una negación de la verdad del hombre, porque lo hemos fragmentado, considerando nuestro cuerpo como algo material, independiente de la persona que yo podría desde mi libertad modelar a mi gusto y separado completamente de lo que es la persona, que se expresa desde su libertad, entendida también mal, es decir: ‘yo soy persona porque soy libre y como soy libre puedo elegir’. Esto no es así».

«La persona es una en su unidad de cuerpo y alma y por tanto, mi propia identidad no puede ser verdadera si no tiene en cuenta los actos originales y fundamentales de quién soy yo. En primer lugar soy varón o mujer».

 

 

 

 

«La familia basada en el matrimonio, la unión entre un hombre y una mujer, es la verdad del hombre. Sin ella, estamos destruyendo la relación más fundamental de la persona, que es la relación conyugal, y de este modo se destruye la relación de padres e hijos».

«Aquí se hiere la propia identidad, el saber quién soy en una relación personal: ‘Yo soy yo porque eres tú; eres tú y yo soy distinto de ti’. Pero si anulamos esa diferencia, que es lo que pretende la ideología de género, quitamos el fundamento de la identidad personal. Si yo intento construir mi identidad personal al margen de mi ser masculino, estoy en una constante contradicción de mi proprio ser».

«Amor líquido»

El padre Vives considera que uno de los grandes desafíos para las parejas jóvenes que quieren casarse por la Iglesia es el «amor líquido», es decir, «algo que no es consistente, que no tiene fundamento, algo sobre lo que no se puede construir porque se reduce a diversos sentimientos».

«Por supuesto que hay sentimientos en el amor y esto forma parte importante y muy llamativa para los jóvenes pero no se puede reducir a un sentimiento», subraya.

«El amor es una comunión que brota del don de sí mismo. Y ese don es una entrega total. Eso es lo que da fundamento a una relación. Es lo que no sucede en una relación de ‘amor líquido’, de sujetos que no tienen una capacidad de sacrificio, entrega y fidelidad, que no son capaces de prometer porque consideran el futuro como algo incierto».

Para superar el «amor líquido», el sacerdote proponer comprender lo que significa ser cristiano.

«Cuando uno entiende que tiene una vocación, que esa vocación es un don de Dios y que viene santificada por un sacramento, las personas están en una disposición mucho más capaz de sostener esa promesa de vivir el amor, de construir unas relaciones fuertes y estables».

«Para ello es absolutamente fundamental la vinculación con la Iglesia. Casarse en el Señor es al mismo tiempo una adhesión a la Iglesia porque es cuerpo de Cristo. En Dios pueden encontrar ese amor que los esposos sueñan y que les hace capaces de mantenerse unidos».

«Tampoco es posible vivir el amor sin perdón y todo ello viene alimentado por la cooperación de los esposos con la gracia sacramental», concluye el padre Vives.

Información recogida por Carmen Elena Villa