Aprende a concentrarte: 7 trucos

Siete hábitos para concentrarse

  1. Ambientación del lugar de trabajo: para evitar distracciones que afecten a la concentración del estudiante, es esencial contar con un lugar de estudio aislado, libre de ruidos y sin elementos que puedan favorecer la falta de atención.
  2. Elegir el mejor horario: en el momento de elegir el horario de estudio, el alumno debe atender a sus preferencias según la hora en que se concentre

mejor (por la mañana o por la noche), pero también de acuerdo al momento del día en el que pueda obtener mayor tranquilidad en el espacio de trabajo y a las horas en que esté más descansado.

  1. Pauta de estudio: para evitar la desconcentración que causa el cansancio, es recomendable establecer una pauta horaria estructurada que combine el descanso y el estudio. Algunos especialistas recomiendan estudiar en intervalos de 40-45 minutos y hacer un corte entre ellos de 10-15 minutos. Este descanso ayuda a despejar la mente y la prepara para el siguiente periodo de concentración.
  2. Organizar el material: levantarse a por una regla, tener que buscar
    el sacapuntas o salir de la habitación a por el diccionario son algunas de las distracciones que afectan a la concentración del estudiante. Se pueden evitar si antes de comenzar a estudiar se organiza con eficacia el espacio de estudio.
  3. ¿Solo o acompañado?: a muchos estudiantes, la sola presencia de un compañero en el mismo espacio de estudio les distrae de su tarea. Sin embargo, para otros resulta motivador y les incentiva a concentrarse en sus estudios, siempre que el acompañante tenga la misma actitud.
  1. Intercalar técnicas de estudio: memorizar durante dos horas seguidas o dedicar una jornada completa de estudio a hacer resúmenes y esquemas puede llegar a cansar al estudiante y a provocar que se desconcentre de sus tareas. Para evitarlo, conviene combinar durante la misma sesión de trabajo diferentes técnicas de estudio que la amenicen y la hagan más interesante para el estudiante.
  2. Cambiar de materia: si la falta de concentración es inevitable, una buena alternativa es cambiar de materia de estudio. Este cambio aportará al estudiante un nuevo interés y aumentará otra vez su concentración. Es probable que cuando cambie de nuevo, vuelva a concentrarse de manera adecuada en la materia anterior.

Técnicas que favorecen la concentración

La falta de concentración está provocada en muchas ocasiones por la ansiedad, la tensión o las preocupaciones. En este caso, el estudiante puede recurrir a distintas técnicas y ejercicios mentales que le ayudarán a relajarse y a preparar y ejercitar su mente para obtener una mayor concentración en sus estudios.

 Tachar letras: un buen ejercicio de concentración consiste en coger una página de un periódico o revista que ya no nos sirva y tachar a la mayor velocidad posible una determinada letra. A medida que se adquiere práctica

en este ejercicio, se pueden tachar dos o más letras para incrementar el nivel de concentración.

  •   Visualizar una imagen: mediante esta técnica, el estudiante debe visualizar mentalmente una figura geométrica sencilla (un círculo, triangulo o cuadrado) e intentar fijar la atención en ella durante el mayor tiempo posible. Cuando la figura desaparezca, hay que apuntar el tiempo conseguido, tras contabilizarlo con un cronómetro. El ejercicio se debe repetir de forma periódica para intentar superar cada vez el tiempo anterior.
  •   Juegos de atención: algunos sencillos juegos están diseñados de forma que quien los realiza debe entrenar su atención sin darse cuenta. Algunas propuestas son los tangram, las sopas de letras, buscar diferencias, ajedrez o los sudokus.
  •   Música y sonidos: escuchar música también puede convertirse en un excelente ejercicio de concentración. El estudiante puede escuchar su música favorita e intentar concentrarse en distinguir cuándo suena un

determinado instrumento. También en un ambiente en el que se intercalen distintos sonidos se puede «jugar» a intentar atender de forma exclusiva tan solo a uno de ellos.

Sugerencias para educar bien

Autor: Tomás Melendo Granados | Fuente: Catholic.net

Nuevas sugerencias para una sana educación

Lo que es oportuno hacer, y lo que no se debe decir a la hora de educar a nuestros hijos

Con este artículo pretendo ofrecer un conjunto de sugerencias particulares, que pueden muy bien resumir y concretar los principios básicos de la educación de los hijos.

Como no son «recetas» —pues no las hay en educación—, resultaría inútil pretender «aplicarlas tal cual, mecánicamente». De ordinario, deben ser adaptadas a la situación de que se trate; en ciertas ocasiones, atendiendo a unas circunstancias particulares, incluso será preferible ponerlas en sordina; y alguna vez, muy pocas, atreverse a contradecirlas.

Lo ha de dictar, en cada caso, la prudencia de los padres… tal vez a la luz de

Nuevas sugerencias para una sana educación

los fundamentos contenidos en el primero de estos tres artículos.

Las propuestas se articulan en dos grupos muy sencillos:

a) lo que es oportuno hacer a la hora de educar a nuestros hijos;
b) lo que no debe decirse, no tanto por la expresión en sí, sino por la actitud que manifiesta en los padres y los hijos perciben desde muy pequeños, y por el daño que a estos pudiera causarle.

A) Lo que conviene hacer

1. Vivir personalmente, con coherencia, cuanto se exige a los hijos, recordando que el ejemplo es el mejor predicador; o, al menos, luchar clara y visiblemente por actuar de tal modo.
Así, pongamos por caso, conviene ir por delante en la moderación del uso de la TV; en no hablar nunca mal del prójimo y saber cortar cualquier conversación que tome ese rumbo; en la sinceridad: por ejemplo, no pidiendo que digan que no estamos en casa cuando simplemente no tenemos ganas de ponernos al teléfono; en el orden, sin sentirnos liberados —por nuestra edad y condición de padres— de arreglar nuestros enseres y contribuir a la armonía del hogar; en la puntualidad, acudiendo de inmediato, entre otras circunstancias, cuando se nos avisa que el almuerzo o la cena están a punto; en afrontar las dificultades con buen humor y una sonrisa; en valorar y exponer el sentido del trabajo, sabiendo destacar cuanto en él hay de positivo y silenciando, si fuere necesario, las dificultades, las «zancadillas», el mal talante de nuestro jefe o de nuestros compañeros…

2. Favorecer el prestigio del otro cónyuge, ayudando a los hijos a descubrir sus virtudes, y evitar el contradecirlo o reprocharle algo en presencia de los niños. Si os han visto pelearos, que os vean también reconciliaros.
Y, cuando las hijas adquieran la edad conveniente, que el padre les muestre la grandeza de la

madre «como mujer y esposa», igual que la madre a los hijos varones en relación a su marido «como esposo y como varón».

3. Encontrar las ocasiones para jugar y conversar con los hijos, para interesarse realmente por sus cosas, que nunca son para ellos poco importantes, aun cuando a veces esto signifique renunciar a la propia tranquilidad o sacrificar un poco del tiempo que podría dedicarse a la profesión o al descanso.

4. Conceder a los hijos —de manera progresiva, según la edad, pero desde el fondo del corazón— toda vuestra confianza, arriesgándoos sin dudarlo a que alguna vez os «engañen».

5. Tener también fe en la capacidad del niño o de la niña para luchar por superar sus defectos, comprometiéndonos personalmente en ese combate… hasta sufrir con sus derrotas, si llegare el caso.

Por eso, cuando el hijo caiga una vez más en alguno de esos defectos, comprenderlo efectivamente, ayudarlo con palabras de ánimo después de rehacernos nosotros mismos si fuera preciso, y no limitarse a echarle en cara su debilidad.
En definitiva, mostrar que seguimos confiando plenamente en ellos y que estamos dispuestos a comenzar de nuevo la lucha con moral de victoria.

6. Favorecer el espíritu de iniciativa del niño desde muy pronto y dejar que haga las cosas por sí mismo —que inicialmente resulta más costoso que hacerlas nosotros—, asumiendo con espíritu deportivo las molestias complementarias que tal actitud pudiera originar.

7. No ceder a los caprichos de los críos, por más que se emperren en ellos, sino esperar serenamente a que pasen sus rabietas. Dejarles muy claro, de este modo, que no tienen derecho a esos antojos.

8. Cuando sea menester, aunque no resulte fácil, saber decir que no… y mantenerse en él; pero explicar las causas de esas negativas y no exagerarlas, multiplicándolas inútilmente.
(Recordar, a estos efectos, que cada persona tiene su propio camino de perfeccionamiento y que no debemos imponer a nuestros hijos las propias preferencias).

9. Ejercer la autoridad, que no es autoritarismo. Este último es afán de poder; la primera por el contrario, es servicio y se basa en una estima justa y merecida del chico o de la chica y de lo bueno en sí, que resulta capaz de mejorarlo.

10. Exigir la obediencia sin vacilaciones, pero intentando dar las órdenes con el tono más suave y simpático posible.

11. Limitar el número de deberes y prohibiciones a las cosas verdaderamente importantes. La vida familiar debe estar regida por el mínimo de reglas imprescindibles, y no por gustos o caprichos de uno u otro de los progenitores; y esas pocas normas ineludibles, hay que intentar que se cumplan siempre.

Así los padres —¡las madres!— «no se queman» mandando sin ton ni son en cuestiones que, por su misma escasa relevancia, luego no vamos a hacer cumplir; y los hijos aprenden a obedecer por la bondad intrínseca de lo que se les indica, interiorizando los criterios y formando su conciencia.

12. A veces —no muchas— se debe también castigar, pero con moderación, sin perder la serenidad ni dejarse vencer por el nerviosismo o la ira.

13. Nunca un castigo ha de ser ni parecer un simple desahogo de nuestro mal humor, de nuestro cansancio o de nuestro orgullo herido. Por eso, en ocasiones, es preferible «salir de la escena» y no volver a ella hasta que se haya recuperado el propio dominio: una palabra serena y

convencida goza de mayor poder de persuasión que un grito o una reprimenda incontrolados.
Es necesario, además, medir muy bien las consecuencias de la sanción que se pretende imponer. Jamás debe ser ni desproporcionada ni de tal envergadura («¡te quedarás tres meses sin salir de casa!»)… que después resulte imposible cumplirla y tengamos que condonar la deuda.
Por fin, es muy conveniente que la acción reparadora guarde clara relación con la falta cometida: los defectos en el estudio es oportuno corregirlos mediante actividades que enseñen; los de puntualidad, ayudando a vivirla en otras circunstancias; las explosiones de ira, enseñando a pedir perdón y a no saltar cuando les gasten aquella broma que les molesta especialmente… En este sentido, no suele dar resultado una suerte de «castigo universal y no específico», como privar de ver la televisión, jugar con la videoconsola, no asistir a determinados espectáculos… Entre otros motivos, porque concedemos a esas actividades (televisión, etc.) una importancia de la que en realidad carecen.

14. Cuando convenga regañar a un hijo, hay que hacerlo con claridad, con justicia, con brevedad y cambiando después el tema de la conversación; es imprescindible concederle un tiempo para que asimile la corrección, sin exigir que reconozca de inmediato su culpa… como tampoco solemos de entrada reconocerla nosotros.

15. Resulta muy formativo exigir apoyándose más en el cariño (y en el bien de los demás) que en los castigos y recompensas: «Si haces eso, me das —o das a tu padre o a tus hermanos— un disgusto o una alegría muy grande».
Se transmite así a los hijos la hermosura de hacer o prescindir de algo libremente, por amor a los demás.

16. Evitar siempre que se pueda los premios materiales, para no cultivar una moral utilitarista, que espera una recompensa por cada acción positiva. Al contrario, resulta muy conveniente que los hijos perciban y se sientan satisfechos al advertir la alegría de los padres cuando realizan una

buena acción.
En el primer caso se promueve, tal vez sin plena conciencia, el egoísmo: hago algo bueno no por ser bueno, sino porque yo obtengo un provecho. En el segundo, se ayuda a los hijos a salir de sí y ocuparse de los otros… que es la única vía transitable para encontrar la felicidad.

17. Conviene elogiar o censurar no lo que son, sino aquello que hacen. Se evitará de este modo fomentar la soberbia o el desencanto. No decir, por ejemplo, «eres tonto», sino «esta vez has hecho o dicho una tontería».
El uso del verbo ser o similares, por cuanto fácilmente se refieren a la totalidad de la persona y la califican de un modo radical y omniabarcante, constituye una especie de carga de profundidad que puede resultar devastadora.

Más oportuno es, por ejemplo, utilizar frases del estilo: «en esta ocasión has actuado un tanto egoístamente; no me lo esperaba de ti». Con ellas, al tiempo que corregimos la actitud incorrecta, fomentamos los valores positivos de fondo y mostramos nuestra estima y confianza hacia los chicos.

18. Distribuir encargos oportunos entre los hijos, enseñando también a que, en determinadas ocasiones, si existe causa justificada (exceso de cansancio, proximidad de un examen, etc.), uno supla en lo que debería realizar otro.
Se trata de una de las acciones más difíciles pero al mismo tiempo más eficaces. Cualquier hijo en condiciones normales está dispuesto a echar una mano a sus padres… con tal de que esa tarea no le corresponda a otro hermano. Lograr que superen esa especie de agravio comparativo es poner las bases de una generosidad auténtica y duradera.

19. Implicar a los hijos, con un equilibrio adecuado, en las decisiones familiares, estimulándoles para que hagan sugerencias para el bien de la familia… y acogiéndolas incluso cuando las nuestras nos sigan pareciendo un poco mejor que las que propuestas por ellos (entre otros motivos, porque es muy fácil que las nuestras, solo por serlo, las consideremos mejores).

20. No rechazar globalmente, y mucho menos a priori («tú calla, que de esto no sabes») ni siquiera aquellas insinuaciones de los hijos que nos parecen más insensatas; por el contrario, esforzarse para descubrir y valorar cuanto hay de bueno en sus ideas… puesto que siempre hay algo bueno.

Es eficacísimo llegar al convencimiento de que los padres tenemos mucho que aprender incluso de los más menudos de nuestros hijos.

21. No os limitéis a corregir o aconsejar a los hijos, sino escucharlos con paciencia, afecto, interés y «simpatía» —como si se tratara de vosotros mismos o de la persona más querida—, de modo que lleguéis a comprender el porqué de sus dificultades, desilusiones, tristezas, errores, mimos, etc.
Y eso, a todas las edades: desde que empiezan a hacerse entender hasta la etapa tan

problemática de la adolescencia… y siempre.
Nunca es buena la presunción de que, por nuestra edad, experiencia, estudios, etc., la razón se encuentra de nuestra parte.

22. No responder sistemáticamente a sus preguntas, por abulia o pereza, con un cansino «no lo sé». Los niños multiplican sus interrogantes, justo cuando advierten ese desinterés.

23. Cuando no se sabe bien qué razones dar para acoger o rechazar sus peticiones, tener la humildad de decir, por ejemplo: «Déjame que lo piense».
Y lo mismo cuando nos consultan sobre algo que tienen derecho a conocer, pero que nosotros no tenemos claro.
Es muy formativo para los hijos —y hace crecer en ellos el aprecio por nosotros— advertir que siempre estamos dispuestos a atender a sus demandas… pero también que reconocemos sin problema que no somos ni omnipotentes ni lo sabemos todo. Tal actitud suele evitar dificultades

en la edad crítica de la adolescencia.

24. Exigir con buen humor, pero jamás con ironía hiriente, aun cuando fuera sutil. La ironía es siempre dolorosa porque lleva consigo una suerte de descalificación global o, al menos, muy superior a la manifestación clara y afectuosa del error que se intenta corregir.
Por eso, en ocasiones es preciso, nada fácil, ¡y muy meritorio!, abstenernos de formular esa ocurrencia llena de auténtica gracia… pero que podría herir a alguno de nuestros hijos. También aquí el propio lucimiento está muy por detrás del bien del ser querido.

25. Proponer mejoras realmente posibles —no disparatadas y fruto de una irritación incontrolada— y prever un tiempo razonable para cada una de ellas… Probablemente una de las virtudes que más a menudo ha de ejercitarse en la educación, y por eso de singular importancia, es la paciencia.

26. Mantener las promesas hechas.
Para ello, reflexionar detenidamente sobre la viabilidad de llevarlas a cabo antes de adquirir el compromiso.
Y si en algún caso resultara realmente imposible cumplir lo pactado, explicar con humildad y claramente los motivos, al tiempo que se propone una alternativa.

27. Usar las bofetadas lo menos posible (que no necesariamente quiere decir nunca: como todo, esto depende mucho del modo de ser del chico). Sería bonito que vuestro hijo, más adelante, pudiera contar los bofetones recibidos de niño.
28. Enseñar a los hijos el valor de ciertas renuncias y despertar su capacidad de crítica frente a la publicidad consumista, que exalta de continuo la satisfacción inmediata de deseos y necesidades artificialmente creados y elimina el gozo profundo de los grandes logros que suponen largo esfuerzo.

En este caso, más que nunca, es menester andar atentos para no convertir en lícito y norma de

conducta lo que «todo el mundo hace»; e imprescindible, si se quiere ser eficaz, que nuestro ejemplo vaya por delante.

29. Iniciar a los hijos en el misterio del origen de la vida y del amor entre hombre y mujer, de manera progresiva y desde muy pequeños, en la justa medida —muy escasa o casi nula en los comienzos— en que demuestren interés por el tema.
Vale más adelantarse que llegar tarde (sin olvidar que hoy estas cuestiones «están a su alcance» —televisión, revistas, Internet, amigos…— mucho antes de lo que creemos).

Por otro lado, incluso cuando no nos prestaran demasiada atención, les estamos demostrando que no se trata de una cuestión tabú, sino tan normal como las restantes que hablamos en la intimidad, y que pueden acudir a nosotros para consultar sus legítimas dudas… o contarnos sus fracasos (como consecuencia, jamás deberíamos mostrar asombro o indignación cuando nos hagan partícipes de sus derrotas).

30. Pedir ayuda a Dios y ponerse en las manos de la Virgen y de los Ángeles Custodios, con real abandono, para ser buenos educadores.

B) Lo que no conviene decir

Como sencillo memorandum, añadiré diez frases que conviene eliminar de nuestro repertorio: 1. «¡A mí no me haces esto!» (demuestra más amor propio que afecto hacia el hijo).

2. «Esto no se lo cuentes a papá (o a mamá)» (destruye la fuente del amor y el crecimiento familiar: la unión de los cónyuges).

3. «No sirves para nada, eres un egoísta, un embustero…» (descalifica globalmente al chico y refuerza el ejercicio del tipo de conductas que pretendemos corregir).

4. «Has hecho lo que tu querías, ahora ¡arréglatelas!» (además de orgullo herido, manifiesta falta de «simpatía y compromiso» con el hijo o la hija).

5. «Dime la verdad, de lo contrario…» (muestra desconfianza y sustituye el amor por la amenaza).

6. «¿Dónde has estado? ¿Qué has hecho? ¿Quién había?» (constituye una agresión a la intimidad, que más bien cierra cualquier posibilidad de comunicación).
7. «Haz lo que quieras, con tal de dejarme en paz» (hace poco me contaron que un chico explicaba a sus amigos que sus padres no lo querían «porque me dejan hacer lo que quiero»).

8. «Mira qué buena es tu hermana, cómo estudia, cómo ayuda» (olvida que cada persona es única y fomenta los celos, las envidias, la competitividad malsana…).

9. «La ha traído la cigüeña, o bien, son cosas que no te interesan». (imposibilita que se establezcan lazos en torno a una de las esferas en que los hijos más lo necesitan; arroja el amor a la categoría de lo innoble y dificulta cualquier posterior conversación sobre este tema).

10. «Mira que Dios te va a castigar» (distorsiona inevitablemente la imagen de Dios como Padre amoroso; sustituible con ventaja por algo como: «Dios te ve siempre, quiere tu bien, y sería estupendo que lo tuvieras muy contento»).

Tomás Melendo Granados

Catedrático de Filosofía (Metafísica) Director Académico de los Estudios Universitarios sobre la Familia

Universidad de Málaga (UMA), España

Mi novio quiere tener relaciones conmigo

Mi novio me dice que ‘físicamente’ necesita tener relaciones conmigo: ¿existe en verdad esta ‘necesidad física’?

Respuesta:

Estimada C.:

Ante todo te felicito por tus claras convicciones. Lo que piensas acerca del noviazgo y del matrimonio es muy acertado. Y lo más importante de todo: de vivir del modo que te ha enseñado tu madre depende la felicida d del matrimonio.

En el matrimonio el sexo es algo muy importante; pero no es lo más importante y sobre todo: no es lo únic o importante. El noviazgo se ordena, entre otras cosas, a demostrarse que pueden quererse y amarse aun cuando no puedan tener sexo durante algún tiempo. En la vida matrimonial hay muchas circunstancias en las cuales no se pueden tener relaciones sexuales porque uno de los dos no puede hacerlo: durante cierto tiempo del embarazo, después de un parte, en algunas enfermedades, etc. etc. ¿Serán capaces de amar se afectiva y espiritualmente sin faltar a la fidelidad? ¿Podrás ser la única mujer de tu esposo, aunque no puedas tener relaciones con él en algunos momentos? Esto hay que responderlo en el noviazgo. ¿Cómo? Demostrando que se aman sin exigirse algo que no pueden darse todavía (por no estar casados).

Esto no es algo que tu novio pueda ignorar. De cómo lo eduques en el noviazgo dependerá en gran medida el cómo será cuando te cases con él.

No tengas miedo en quedarte para vestir santos. Si eres virtuosa y exiges virtud en tu novio, no podrá faltarte un buen esposo.

En segundo lugar, no hay ningún hombre (y ninguna mujer) que tenga tales necesidades físicas de ejercer su sexualidad que no pueda contenerse. Sólo una persona psíquicamente enferma puede pensar en ‘impulsso irresistibles’. Tu novio debe demostrarte que es capaz de mantener la castidad durante el noviazgo, es decir de que es normal; de lo contrario, cuando estés casada con él, te engañará con otra mujer cuando vue lva a sentir esos deseos físicos y tú no puedas responderle adecuadamente por enfermedad, indisposición o por cualquier otra cosa.

El decirte que los demás pueden pensar que es homosexual si no tiene sexo contigo es una excusa. Si te ama y quiere respetarte, ¿qué le importa lo que piensen los demás? Además, son justamente algu nos

homosexuales los que tienen relaciones con mujeres (e incluso se casan) para que los demás no piensen que son homosexuales (hay casos famosos).

Finalmente, no es verdad que la Iglesia permita el sexo fuera del matrimonio en los hombres y no en las mujeres: fuera del matrimonio, todo acto sexual es ilícito tanto para el hombre como para la mujer. Como enseña el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 2348-2349): ‘Todo bautizado es llamado a la castidad. El cristiano se ha ‘revestido de Cristo’ (Ga 3,27), modelo de toda castidad. Todos los fieles de Cristo son llamados a una vida casta según su estado de vida particular. En el momento de su Bautismo, el cristiano se compromete a dirigir su afectividad en la castidad. La castidad debe calificar a las personas según los diferentes estados de vida: a unas, en la virginidad o en el celibato consagrado, manera eminente de dedicarse más fácilmente a Dios solo con corazón indiviso; a otras, de la manera que determina para ellas la ley moral, según sean casadas o célibes. Las personas casadas son llamadas a vivir la castidad conyugal ; las otras practican la castidad en la continencia. ‘Existen tres formas de la virtud de la castidad: una de los esposos, otra de las viudas, la tercera de la virginidad. No alabamos a una con exclusión de las otras. En esto la disciplina de la Iglesia es rica’ [San Ambrosio]’.

A continuación transcribimos un mensaje que nos hizo que nos hizo llegar un joven después de haber ledío este artículo

P. Fuentes:

Es la primera vez que yo ingreso en esta página, y lo primero que me interesó fue este apartado de problemas en el noviazgo.

Leí sobre la experiencia de la señorita que ha tenido dificultades con su pareja por el problema de las relaciones sexuales antes del matrimonio, yo me identifico con ella porque yo también pasé por allí, adem ás este es un problema que está atacando mucho a los noviazgos; y yo no logré mejorar hasta que decidimo s hablar con nuestro párroco.

Yo he visto a través de la experiencia la gran ayuda que uno recibe al consultarlos, pero no niego que el pecado de la fornicación nos engaña y nos hace sentir vergüenza para evitar consultarlos.

Aconsejo que consulten con su párroco lo más pronto posible, ya que lamentablemente mi noviazgo termin a consecuencia de no hablar a tiempo, y cuando lo hice, la relación ya estaba muy dañada, incluso teníamos plan de casarnos y todo se acabó. No hay que darle ocasión al demonio de tentarnos, y si están es nua comunidad pidan a los otros miembros que recen por ustedes para no caer en tentación, asimismo también ellos los cuidarán, para no estar solos en casa, en lugares oscuros, etc.

Bueno, me despido pidiendo bendiciones de nuestro Señor Jesucristo y de la Santísima Virgen Madre Maria para que este servicio siga ayudando a los Jóvenes.

Resumen del libro Retorno al pudor

Retorno al pudor

A Return to Modesty. Discovering the Lost Virtue

Autor: Wendy Shalit Rialp.
Madrid (2012). 399 págs.

21 €.
Traducción: Javier García Verdugo.

En este ensayo sobre la modestia y el pudor, Wendy Shalit realiza un diagnóstico de su situación actual, indaga en su significado más profundo y, por último, traza un interesante mapa para su recuperación. Esta joven autora –judía, licenciada en filosofía–, que cuando publicó el lbro en 1999 tenía 23 años, piensa que como consecuencia de una indiscriminada educación sexual y de un ambiente desinhibido se ha ridiculizado el deseo de enamorarse, casarse y tener hijos. Pero se trata de una farsa porque la experiencia demuestra que muchas mujeres, tras múltiples relaciones inestables, buscan compromiso sobre todo.

El problema es que la moda ha conseguido identificar pudor y modestia con mojigatería. Shalit, con humor, comenta que si las peores aberraciones no avergüenzan a nadie, ¿por qué no se puede vivir con pudor? Propone valentía. En este sentido, explica que la falta de pudor y de modestia de algunas mujeres es una forma de coacción. Una mujer sabe a veces por dónde agarrar a un hombre fácilmente. Y eso es limitar su libertad de alguna manera.

Por otro lado, la tarea de recuperar el prestigio del pudor implica, a juicio de la

autora, algo más profundo que renovar el vestuario o las actitudes femeninas. La modestia sólo es razonable si partimos de la diferencia sexual. Por ello mismo, la tarea no es exclusiva de las mujeres: demanda también otras exigencias en los hombres y en todo el contexto social.

Shalit señala que la modestia, el pudor, el honor y la educación pueden dar nuevo sabor y atractivo a las relaciones entre hombres y mujeres. Toda su argumentación se apoya en la hipótesis de que hombres y mujeres somos distintos

en algunos aspectos, que el matrimonio y la familia son importantes personal y socialmente, y que el sexo no es una «asignatura». Y se atreve a proponer que las relaciones sexuales tienen un contexto propio en el matrimonio.

El pensamiento de Shalit tiene una sólida base antropológica. Pero aunque utiliza algunos argumentos filosóficos, la fuerza de su mensaje reside sobre todo en el sentido común que derrocha. Tampoco es una experta en moral ni apela a la religión. Y, por supuesto, habla fundamentalmente desde su experiencia, la de una mujer joven que no profesa el puritanismo. El libro de Shalit, con su descarada defensa del pudor, es también de los que hacen pensar y a ratos reír.

Dedicado a jóvenes ateos de la generación facebook

Entrevista con la escritora Mary Eberstadt, autora de “The Lose Letters”

WASHINGTON D.C., jueves 8 de julio de 2010 (ZENIT.org).- El cristianismo tiene mucho más que ofrecer al mundo de lo que los ateos reconocen, dice la autora de The Loser Letters, un libro que está teniendo éxito en Estados Unidos, y que algunos han comparado con el estilo de C.S.Lewis.

En esta entrevista concedida a ZENIT, Mary Eberstadt, investigadora del el Instituto Hoover en Washington, DC, habla de su acercamiento único a la apologética de cara a la “generación Facebook”, en su libro The Loser Letters: A Comic Tale of Life, Death, and Atheism (Cartas del Ausente: un cuento cómico sobre la vida, la muerte y el ateísmo, n.d.t.), recientemente publicado por Ignatius Press.

 

-Su libro tiene un título único, The Loser Letters. ¿Qué hay detrás del nombre y a quíen tenía en mente cuando lo escribió?

Mary Eberstadt: The Loser Letters es un epistolario satírico sobre el nuevo ateísmo, contado desde el punto de vista de una mundana y explosiva chica veinteañera americana, conversa entusiástica a la ausencia de Dios.

Se trata de efusivas cartas que ella escirbe a los nuevos ateos – los señores Dawkins, Hitchens, Dennett y demás. Aparentemente, ella está tratando de señalar los defectos de su movimiento con la esperanza de su fortalecimiento. Por supuesto, cómo se desarrolla la historia y cómo su propia historia se desarrolla poco a poco, los lectores dan cuenta de que algo muy diferente está sucediendo.

Como su personaje – A.F. Christian – señala al principio del libro, si los nuevos ateos tienen razón sobre Dios, y todos los creyentes a lo largo de la historia están equivocados, entonces Dios es el mayor loser de todos los tiempos (expresión americana para alguien irremediablemente fuera de contacto). Por eso ella se refiere a él a lo largo del libro como Loser, con L mayúscula.

Es una historia que opera en diferentes niveles, y creo que cualquier persona mayor de 16 o así puede leerlo con interés – especialmente porque es satírica de principio a fin. Pero yo tenía en mente sobre todo a los lectores de entre 20 y 30 años, que no hayan estado expuestos antes a la apologética tradicional, y que no se dan cuenta de que hay una larga y fuerte tradición de oposición a la clase de argumentos hechos por las celebridades ateas actuales.

Más allá de la sátira, The Loser Letters es apologética para la generación Facebook.

-Su libro es una sátira cómica que revela la parte más oscura de las doctrinas ateas cuando se vive en la cultura. Tiene el sabor de «Cartas del diablo a su sobrino” de C.S. Lewis, pero con un toque moderno. ¿Formó parte Lewis de su inspiración?

Mary Eberstadt: Sí, y mucho. Como la mayoría de las personas que han leído las Cartas, estoy permanentemente enamorada de su extraordinaria mezcla de humor desenfadado e incluso mordaz, por una parte, y apologética ortodoxa gravemente seria por el otro.

Dicho esto, sin embargo, yo tenía sólo vagamente al maestro C.S. Lewis en mente al escribir este libro. Aparte del hecho de que ambas historias son sátiras en favor de los cristianos, difieren en casi todo lo demás (¡empezando por el hecho de que hay un sólo y único eterno CS Lewis!).

The Loser Letters está narrado en una jerga americana actual; su protagonista, como decía, es una joven, escribe sus cartas desde la rehab – las diferencias aumentan cada vez más. Lo más importante, mientras que Cartas del diablo a su sobrino tienen como tema principal el argumento fantástico del auto-engaño humano, The Loser Letters es ante todo una historia de redención individual – tensa y extraña, tal vez, y repleta de humor negro, pero con todo, la redención es su tema principal.

-¿Cuáles son algunos de los argumentos cristianos o de los logros que su protagonista cree que necesitan ser apuntalados en la retórica atea si quieren ganar la batalla a los conversos?

Mary Eberstadt: Una de las muchas características del nuevo ateísmo que hace que sea fácil de satirizar es que sus líderes manejan de forma muy ligera e imprecisa la historia humana. Como A.F. se divierte bastante señalando, el bagaje real del cristianismo en el mundo – histórico, intelectual, estético, y así sucesivamente – es “sólo un poco diferente” de lo que sugieren.

Por ejemplo, tal como sostiene A.F. en una de las cartas, si los nuevos ateos insisten repetidamente en el número de muertos de la Inquisición – y ciertamente lo hacen – bien, fair’s fair; pero ¿qué pasa con el número de muertos del marxismo, el comunismo y el fascismo alemán, estos regímenes ateos conscientes, incluso públicamente responsables de los crímenes más atroces del siglo XX?

En otra carta, del mismo modo, A.F. aconseja a todos los ateos de que se mantengan alejado de cualquier discusión sobre estética – por el hecho de que no supone nada más que problemas para ellos. Después de todo, como ella señala, la mayor parte de la más grande música, arquitectura, literatura, pintura y escultura a lo largo de la historia humana ha sido creada en nombre del Ausente (o, en el caso de la antigüedad clásica, de los ausentes en plural, como dice ella) .

Contra este record, pregunta a los ateos, ¿con qué cuenta el arte conscientemente ateo? ¿El centro de la ciudad de Pyongyang? ¿Elton John? ¿El constructivismo? ¿La banda de rock Rammstein? «Ya ven dónde llego con ello», les dice ella. «A ningún lugar bueno para nosotros.»

Estos son sólo algunos ejemplos de cómo A.F, compromete a los ateos sobre la falsedad o la ignorancia de las contribuciones judeo-cristianismo al mundo. Como también les repite, su único propósito en criticar el movimiento es para que se vuelva más persuasivo hacia otros posibles conversos – aunque, como se menciona, al final del libro el lector se da cuenta que no todo era como parecía.

-Usted habla de una reacción “tipo Ozzie and Harriet» ¿Qué es y cómo se ve en la cultura?

Mary Eberstadt: Ozzie and Harriet era una serie de televisión americana que comenzó en los años 50, centrada en una familia feliz formada por mamá, papá y dos hijos. Esta serie adquirió un estatus de icono cultural, y el título se usa a menudo como símbolo. Por ejemplo, cuanto los progresistas que denigran a la familia tradicional quieren expresar su desaprobación ideológica, invocan a menudo a Ozzie and Harriet como si fuesen algo desagradable.

Lo interesante, creo yo, es que el ostracismo de la familia natural por parte de los críticos de izquierdas está siendo saboteado de una forma fascinante – a través de la cultura popular de los propios jóvenes, muchos de los cuales vibran con el triste anhelo precisamente de eso: un hogar intacto con mamá, papá y niños.

Por ejemplo, uno de los cantantes más vilipendiados y sin embargo populares de las últimas dos décadas es un rapero malhablado llamado Eminem. Sin embargo, si uno realmente escucha sus canciones, éstas vuelven frecuencia a temas que se encuentran por todas partes en la cultura juvenil – su rabia contra el padre que abandonó el hogar, su deseo de poder darle a su hermana menor un verdadero padre, su determinación de ser un mejor padre él mismo.

Algunos de estos temas son también sonados por otro rapero, Tupac Shakur. Y también aparecen aquí y allá en otra música popular para niños, incluida la cantante Pink y las bandas Good Charlotte, Pearl Jam y Nickelback – la lista es interminable, y eso es sólo la evidencia musical. También hay una serie de películas dirigidas a los niños que muestran una nostalgia similar hacia días en que la mayoría de la gente venía de hogares intactos con ambos padres.

Esa reacción cultural, que es muy real para cualquier persona que vea o escuche, no es ampliamente comprendida, ya sea en los Estados Unidos o en cualquier otro lugar. Pero habla de algo profundo. Usted puede sacar a los niños fuera de la familia – pero no puede quitar de los niños el anhelo de una verdadera familia natural.

Y por extensión, creo yo, los niños también echan de menos de la misma forma incoherente otras instituciones tradicionales que su cultura cada vez más secularista desprecia – empezando y acabando con la Iglesia. Al contar The Loser Letters a través de su propia jerga, espero mostrar algunos de esos anhelos más profundos.

-Se han escrito libros sobre el dolor de los ateos, como «La fe de los huérfanos: La psicología del ateísmo», de Paul Vitz. Su protagonista, según revelan las páginas, ha tenido una vida algo trágica, incluyendo adicción a las drogas. ¿La inclusión de este elemento en el libro es algo más que un añadido al humor negro?

Mary Eberstadt: Sí, y mucho. En cierto sentido, A. F. es cualquier mujer. Es alguien reconocible para casi todos nosotros hoy en día – una mujer joven que se crió en un hogar creyente, luego se fue a la universidad y perdió su fe, y finalmente se sumergió en el amplio mundo, donde su desarme religioso resultó perjudicial para ella.

Mi punto de vista es que las cosas malas e indeseables y evitables le suceden a A.F. no por casualidad, sino precisamente porque nuestro mundo cada vez más secularizado hace que los jóvenes sean más vulnerables de lo que solían ser a todo tipo de tendencias tóxicas. Creo que esto es especialmente cierto para las mujeres jóvenes.

El entusiasmo por la liberación sexual que cada nuevo ateo abraza tiene una pendiente oscura que ninguno de ellos admite. Ésta hace mucho más fácil explotar a las mujeres jóvenes en el nombre de la liberación, como por desgracia descubre A.F.

Al hacer de ella un personaje que puede hablar de su historia en el mismo idioma de tantos otros jóvenes rotos de hoy, estoy tratando de llegar a las personas como ella – en parte, con la esperanza de que se piensen dos veces si sus creencias religiosas pueden protegerles, ya que nadie fue capaz de proteger a A.F.

-Aunque su libro es una sátira acerca de cómo el ateísmo sencillamente no hace las cosas bien, ¿tiene sugerencias – más allá de «comprar mi libro» – acerca de cómo los católicos pueden ayudar a difundir la verdad sobre todo lo que el cristianismo tiene que ofrecer?

Mary Eberstadt: Parte de la razón por la cual los nuevos ateos han tenido tanto éxito en la plaza pública occidental es que son firmes, audaces y sin ambigüedades. Los jóvenes responden positivamente de forma especial a los adultos asertivos.

Así que la solución para aquellos que quieren contrarrestar este movimiento, creo – o al menos evitar la estupidización de nuestra comprensión de la civilización occidental – es asumir esa lección del nuevo movimiento ateo acerca de ser proactivos .

Ya sea que seamos escritores o líderes juveniles o maestros o trabajadores de la construcción no importa; de todos se espera que adoptemos una postura más pronto o más tarde. Y cuando lo hagamos, por decirlo en más argot americano, hay que «jugar a la ofensiva – no a la defensiva». Esa es una razón más por la que escribí el libro.

Por Carrie Gress, traducción del inglés por Inma Álvarez

 

Laboriosidad

Laboriosidad
A vueltas con el concepto 

Trabajar es solo el primer paso, hacerlo bien y con cuidado en los pequeños detalles es cuando se convierte en un valor.

 

Cuando alguien se refiere a nosotros por “ser muy trabajadores” nos sentimos distinguidos y halagados: los demás ven en nosotros la capacidad de estar horas y horas en la escuela, en la casa o en la oficina haciendo “muchas cosas importantes”…. pero existe la posibilidad de carecer de un sistema de trabajo que nos lleva a “trabajar” más tiempo de lo previsto. Esto se identifica con claridad cuando iniciamos varias tareas y sólo terminamos algunas, generalmente las menos importantes (las que más nos gustan o se nos facilitan), además de ir acumulando labores que después se convertirán en urgentes.
La laboriosidad significa hacer con cuidado y esmero las tareas, labores y deberes que son propios de nuestras circunstancias. El estudiante va a la escuela, el ama de casa se preocupa por los miles de detalles que implican que un hogar sea acogedor, los profesionistas dirigen su actividad a los servicios que prestan. Pero laboriosidad no significa únicamente «cumplir» nuestro trabajo. También implica el ayudar a quienes nos rodean en el trabajo, la escuela, e incluso durante nuestro tiempo de descanso; los padres velan por el bienestar de toda la familia y el cuidado material de sus bienes; los hijos además del estudio proporcionan ayuda en los quehaceres domésticos.

Podemos, fácilmente, dar una apariencia de laboriosidad cuando adquirimos demasiadas obligaciones para quedar bien, aún sabiendo que no podremos cumplir oportunamente; también puede tomarse como pretexto el pasar demasiado tiempo en la oficina o la escuela para dejar de hacer otras cosas, como evitar llegar temprano a casa y así no ayudar a la esposa o a los padres.

Al crear una imagen de mucha actividad pero con pocos resultados se le llama activismo, popularmente expresado con un “mucho ruido y pocas nueces”. Es entonces cuando se hace necesario analizar con valentía los verdaderos motivos por los que actuamos, para no engañarnos, ni pretender engañar a los demás cubriendo nuestra falta de responsabilidad.

La pereza es la manera común de entender la falta de laboriosidad; las máquinas cuando no se usan pueden quedar inservibles o funcionar de manera inadecuada, de igual forma sucede con las personas: quien con el pretexto de descansar de su intensa actividad -cualquier día y a cualquier hora- pasa demasiado tiempo en el sofá o en la cama viendo televisión “hasta que el cuerpo reclame movimiento”, poco a poco perderá su capacidad de esfuerzo hasta ser incapaz de permanecer mucho tiempo trabajando o estudiando en lo que no le gusta o no le llama la atención.

Para ser laborioso se necesita estar activo, hacer cosas que traigan un beneficio a nuestra persona, o mejor aún, a quienes nos rodean: dedicar tiempo a buena lectura, pintar, hacer pequeños arreglos en casa, ayudar a los hijos con sus deberes, ofrecerse a cortar el pasto… No hace falta pensar en grandes trabajos “extras”, sobre todo para los fines de semana, pues el descanso es necesario para reponer fuerzas y trabajar más y mejor. El descanso no significa “no hacer nada”, sino dedicarse a actividades que requieren menor esfuerzo y diferentes a las que usualmente realizamos.

Podemos establecer pequeñas acciones que poco a poco y con constancia, nos ayudarán a trabajar mejor y a cultivar el valor de la laboriosidad:

– Comenzar y terminar de trabajar en las horas previstas. Generalmente cuesta mucho trabajo, pero nos garantiza orden para poder cubrir más actividades.

– Establecer un horario y una agenda de actividades para casa, en donde se contempla el estudio, el descanso, el tiempo para cultivar las aficiones, el tiempo familiar y el de cumplir las obligaciones domésticas o encargos.

– Terminar en orden y de acuerdo a su importancia todo lo empezado: encargos, trabajos, reparaciones, etc.

– Cumplir con todos nuestros deberes, aunque no nos gusten o impliquen un poco más de esfuerzo.

– Tener ordenado y dispuesto nuestro material y equipo de trabajo antes de iniciar cualquier actividad. Evitando así poner pretextos para buscar lo necesario y la consabida pérdida de tiempo e interés.

– Esmerarnos por presentar nuestro trabajo limpio y ordenado.

Cuando nos decidimos a vivir el valor de la laboriosidad adquirimos la capacidad de esfuerzo, tan necesaria en estos tiempos para contrarrestar la idea ficticia de que la felicidad sólo es posible alcanzarla por el placer y comodidad, logrando trabajar mejor poniendo empeño en todo lo que se haga.

El trabajo es mucho más que un valor: es una bendición.

El trabajo ,como fin realizador de la persona, base de la laboriosidad

 

Los seres humanos tenemos la obligación de desarrollar todas las potencialidades que nos son propias. Por supuesto que no nos alcanzaría una vida para realizar todo lo que debemos y podemos hacer. Es desarrollar algo para ir por más, siempre.

 

Potencialidad, potencia, son palabras altamente relacionadas con el verbo poder: yo puedo, tu puedes, el puede…Todo lo que podemos hacer y que es propio de los seres humanos se conoce como potencialidad.

Un trabajo bien hecho servirá para desarrollar la virtud de la laboriosidad cuando se relaciona con una finalidad digna. En síntesis “el trabajo nace del amor, manifiesta el amor, se ordena el amor”. Desde muy temprana edad, los padres deberán enseñar a sus hijos, a ser laboriosos y diligentes al efectuar cualquier cosa que se les asigne, para que en un futuro, ellos tengan esa virtud desarrollada y así como al desempeñar su trabajo también logren elevar esta virtud al plano espiritual.

 

No hay trabajo indigno. Cuando se afirma que el trabajo dignifica quiere decir que nos hace más personas, que nos desarrolla, que nos conduce a la verdadera finalidad del ser humano: su madurez. Por eso podemos decir también que no hay trabajos inferiores y superiores, puesto que todo tipo de trabajo, honesto, es dignificante quienes lo hacemos indigno somos las personas.

Una persona laboriosa se distingue por su aplicación al trabajo. Porque pone sus cinco sentidos en lo que está haciendo. Porque sabe llegar, como en la anécdota de Miguel Angel del principio de este escrito, a esos detalles que hacen de su labor una verdadera obra de arte.

 

Características prácticas de la laboriosidad

 

Cuidar los detalles: sin escrúpulos y sin retraso

En años anteriores se usaba mucho la frase “ahí se va”. Decían que era una manera de actuar de los mexicanos. No se si se puede generalizar o no, pero haciendo un poco de examen de conciencia, debo afirmar que el autor lo hizo en alguna ocasión, por prisa, por descuido o por lo que sea.

Cuidar los detalles en el trabajo significa hacer las cosas bien desde la primera vez. Conocemos los estándares de calidad de nuestro trabajo, y hay que cumplirlos. Si se diera el caso de desconocimiento de esos estándares, habría que preguntar. Hay que hacer las cosas correctamente –eficiencia- hasta sus últimos detalles

  • Terminar lo que se empieza, a tiempo
  • Cuidar el orden alrededor de uno mismo
  • Tener un objetivo diario de lo que se va a realizar
  • Aprovechar el tiempo
  • Saber escuchar

Saber sortear las contrariedades de la jornada

  • Aprender a ser flexible con las ideas y actividades propias y ajenas
  • Exigencia personal en lo que se hace
  • Actitud de servicio con los colaboradores

Servir es contrario al egoísmo que encontramos con mucha facilidad. Servir nos saca de nosotros mismos para observar las carencias de los demás. Servir es arrimar el hombro a los que se atrasan. Servir es abrirse.

La laboriosidad tiene un entramado muy fuerte con el servir.

No basta con sacar nuestro propio trabajo, hay que ayudar a los que nos rodean a sacar el suyo y si somos “jefes” más aún, porque entonces nuestra función es “estar al pendiente de los demás para que tengan lo necesario para realizar bien su trabajo”

Servir, por último genera prestigio y este a su vez genera autoridad que deriva en el verdadero liderazgo.

 

  • Aprender a descansar

 

 

 

REFLEXIONES FINALES

Muy relacionada con la fortaleza, la laboriosidad la viven los niños en su trabajo, el estudio. Se trata de cumplir con diligencia los deberes propios y ayudar a los demás en lo mismo. En resumidas cuentas, querer hacer las cosas bien y esforzarse en ello.

– ¿Que me preocupa más, las notas o que mis hijos se esfuercen y den lo máximo de sí mismos? ¿Les animo cuando veo que luchan y no llegan?

– ¿Tienen mis hijos un horario diario de estudio y lo cumplen? ¿Que lugar ocupa la televisión en casa? ¿Que razones les doy para que hagan suyas estas ideas y no las vean como una imposición?

– ¿Cuanto hace que no hablo con mis hijos de lo que es la obra bien hecha, y de la satisfacción que produce el hacer las cosas bien esforzandose? ¿Me intereso en que acaben bien sus trabajos escolares, con buena presentación?

– ¿Me preocupo de que en casa haya una ambiente que favorezca el estudio? Silencio, libros (que aprendan a cuidarlos), etc..

– ¿Me doy cuenta que los fines de semana y vacaciones también son tiempo de laboriosidad? En este sentido ¿tienen un horario adaptado a las circunstancias ó se hacen las cosas según van surgiendo?

Laboriosidad es trabajar con esfuerzo y de forma positiva. ¿Qué se gana con las quejas ante las malas relaciones con la familia, de los fracasos amorosos, de los descalabros escolares? Nada, sólo el desaliento y el desánimo. En cambio, si se trabaja con motivación, en positivo, no hay dificultad insuperable. Arar la tierra familiar con “pequeñas ayudas” en casa, sembrar “pequeños detalles” en la relación con la persona amada, cultivar “pequeños esfuerzos” en el estudio diario, etc. Quien es laborioso no tiene tiempo para quejarse, pues sabe que las “obras son amores y no buenas razones”.

Laboriosidad es trabajar con constancia. La flojera y la pasividad son dos escollos en el camino. En cambio, la sana reflexión y la acción tenaz son herramientas indispensables, pues la laboriosidad es una virtud que exige metas y objetivos concretos para no perder tanto tiempo contemplando los problemas sino en empeñarse en encontrar las soluciones. ¿Qué se puede hacer? ¿Qué medios se van a poner? ¿Qué soluciones se van a ofrecer?

La laboriosidad sería imperfecta si al trabajo no se une la oración, pues el hombre siembra en su vida, pero es Dios quien da el crecimiento y los frutos (Cf. 1Cor 3,6). La labor diaria se puede convertir en un medio de santificación maravilloso siempre y cuando se ofrezca a Dios. Así lo enseñaba el gran abad san Bernardo de Claraval: “el que ora y trabaja, eleva su corazón a Dios con la manos”.

El hombre que ora y ofrece su trabajo diario obtiene grandes resultados, no sólo materiales, sino sobre todo espirituales. Dios es el primer interesado en que demos frutos abundantes, por eso nos dice: “Lo mismo que el sarmiento no puede dar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid; así tampoco vosotros si no permanecéis en mí” (Jn 15,4). Así que la mejor manera de afrontar nuestro trabajo y las dificultades diarias es aquella que propone el refrán popular: “a Dios rogando y con el mazo dando”.

Hoy tenemos en nuestras manos un tiempo muy valioso para labrar el campo de nuestra vida. No es posible permanecer en la pasividad. Hay que hacer la prueba, hay que trabajar, hay que sembrar, “para ver qué resulta”.
El que trabaja y siembra el bien, cosecha para la eternidad.

 

 

Contradicciones

Los padres podemos en la práctica predicar una cosa y dar mal ejemplopor otra: son las contradicciones educativas. Ejemplos:

– Si resulta que come siempre lo que le da la gana, fuera de hora, y a su capricho…, luego no te quejes de que sea tan blandito que no aguante ni quince minutos estudiando;

– si se pasa la tarde en casa en pijama, estudia tumbado en la cama, y cuando se sienta en el sofá adopta siempre posturas perezosas…, luego no te extrañe que no sea capaz de vencer la pereza para hacer esas tareas de clase o preparar aquel examen. Hazle luchar contra la pereza en todo; recuerda aquello de que la pereza seduce; el trabajo satisface.

– Si se pasa el día con la cabeza en otro mundo, distraído, viendo horas y horas la televisión, escuchando música a todo volumen o con sus auriculares hasta altas horas de la noche, sin exigirle que participe en el ambiente familiar…, luego no te maravilles de que sea bohemio, esté lleno de fantasías y que no logre concentrarse ni cinco minutos seguidos en clase, en el estudio, o en la lectura de ese libro que le han mandado comentar en el colegio;

– si se ha pasado la vida sin guardar ningún orden, dejando tiradas su ropa y sus cosas del colegio, sin sujetarse a un horario…, pueden ser ésas las causas de su actual descuido y desorden integral en los estudios.

– en casa una hija ¿cómo va a preparar la cena para sus hermanos sí no sabe cocinar? La capacitación técnica es una condición necesaria para poder desarrollar la virtud de la laboriosidad. Además cuanto más capaz técnicamente, más fácil será cumplir con las actividades y más satisfacción podrá encontrar la persona, por que en cuanto domine la técnica puede comenzar a introducir su estilo personal. Por eso, una manera de dejar a un niño sin motivos para estudiar es encargándole tareas demasiado difíciles. Pero una segunda manera de desmotivarles es encargarle tareas demasiado fáciles porque no tiene que esforzarse debidamente para realizarlas. En consecuencia no encuentra una satisfacción real.

 

La templanza

LA TEMPLANZA: EL DOMINIO DE SÍ PARA PODER AMAR

Autor: Tomás Trigo Facultad de Teología Universidad de Navarra

ÍNDICE:

1. La virtud de la templanza
1.1. ¿En qué consiste la virtud de la templanza? 1.2. La templanza como virtud general
1.3. La templanza como virtud especial

2. Virtudes subordinadas a la templanza 2.1. Las condiciones de la templaza 2.2. Especies de templanza
2.3. Partes potenciales de la templanza

3. Templanza y lucidez de la mente
4. Templanza, libertad interior y capacidad de amar 5. La templanza cristiana

5.1. La templanza en la Sagrada Escritura
5.2. La transformación de la templanza en la vida cristiana

Bibliografía

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La persona humana es espiritual y corpórea. No ama sólo con el alma, sino con todas sus energías espirituales, psíquicas y corporales. Pero necesita encauzarlas y dirigirlas hacia el objetivo señalado por la razón y la fe. En este capítulo se estudia cómo la virtud de la templanza realiza esa misión respecto a las pasiones más vehementes de la persona humana, las que se relacionan directamente con la conservación de la vida y con la procreación.

En el Apartado 1, después de una breve referencia a la enseñanza de la Sagrada Escritura, se analiza la naturaleza de la templanza como virtud general y virtud especial. En el Apartado 2 se enumeran y definen brevemente las virtudes subordinadas a la templanza (partes integrales, subjetivas y potenciales). Por último, se reflexiona sobre dos consecuencias de la templanza en la vida de la persona y de la sociedad: la lucidez de la mente para el conocimiento de las verdades más altas (sabiduría) y para el discernimiento de la acción (prudencia) (3), y el crecimiento en la libertad y en la capacidad de amar (4).

1. La virtud de la templanza

Los precedentes para la doctrina teológica sobre la templanza (sophrosyne, temperantia) se encuentran en la literatura griega antigua. Sócrates, Platón y Aristóteles recogen esa tradición y le dan una formulación filosófica que sirve de base a los pensadores latinos posteriores (Cicerón, Séneca, Macrobio y Dionisio). El pensamiento de estos autores es la base sobre la que San Agustín, Santo Tomás y otros muchos teólogos elaboran la doctrina teológico-moral sobre la templanza. Sin embargo, la fuente más importante –por su carácter revelado- es la Sagrada Escritura y la Tradición de la Iglesia.

1.1. ¿En qué consiste la virtud de la templanza?

«La templanza –afirma el Catecismo de la Iglesia Católica— es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar ―para seguir la pasión de su corazón‖ (Si 5, 2; cf. 37, 27-31)»1.

De modo sintético, se expresa en este texto la naturaleza y función de la templanza en la vida cristiana, es decir, el ―vivir con moderación‖ o sobriedad de que habla la Escritura (cf. Tit 2, 12). Se pone de relieve además el sentido positivo de esta virtud -dirigida al dominio de uno mismo- y de los apetitos sensibles, que pueden y deben ser orientados al bien.

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En el lenguaje corriente la palabra ―templanza‖ connota un cierto matiz negativo. Con frecuencia se entiende como freno, limitación o represión de las energías vitales. Pero no era ese el significado propio del término latino temperare (del que deriva la palabra templanza2): «hacer un todo armónico de una serie de componentes dispares»3. Este es el concepto sobre el que los grandes maestros de la Teología han cimentado sus reflexiones sobre la templanza4. Los componentes dispares que se deben armonizar son la ―sensualidad‖, la ―pasión‖, el ―apetito‖, que no pueden identificarse con ―sensualidad enemiga del espíritu‖, ―pasión desordenada‖ y ―apetito irracional‖. Esas expresiones, «lejos de ser negativas, representaron fuerzas vitales para la naturaleza humana, puesto que la vida del hombre consiste en el ejercicio y desarrollo de esas energías»5.

También en Santo Tomás tiene la templanza un sentido positivo. Ya en el mismo comienzo del tratado de la templanza, afirma: «Es evidente que la templanza no se opone a la inclinación natural del hombre, sino que actúa de acuerdo con ella»6.

El sentido más adecuado de templanza es el de inclinación, tendencia o impulso7. Su misión es recoger las fuerzas vitales de la persona y encauzarlas de forma que se conviertan en fuente de energía para la verdadera realización personal. «La templanza tiene un sentido y una finalidad, que es hacer orden en el interior del hombre. De ese orden, y sólo de él, brotará luego la tranquilidad de espíritu»8. Gracias a la templanza, las pasiones, en lugar de obnubilar a la razón, colaboran con ella y con la voluntad en el discernimiento y la realización del bien.

1.2. La templanza como virtud general

Como virtud general, la templanza consiste en «una cierta moderación o atemperación impuesta por la razón a los actos humanos y a los movimientos de las pasiones, es decir, algo común a toda virtud moral»9. Este sentido genérico designa una propiedad que deben cumplir todas las virtudes. Desde este punto de vista, la templanza es una virtud que «aparta al hombre de aquello que le atrae en contra de la razón»10.

El hecho de que la templanza, en este sentido amplio, sea una condición que debe cumplir toda virtud, es una consecuencia de la primacía de la prudencia entre las virtudes morales. En efecto, la prudencia incluye una cierta moderación en la esencia misma de su actividad ordenadora y, por tanto, la templanza (sinónimo de moderación) alcanza a todas las demás virtudes, como condición general, a través de la acción propia de la prudencia.

Santo Tomás ve en esta noción más general de la templanza uno de los motivos para afirmar que la belleza, aun siendo común a todas las virtudes, pertenece por excelencia a la templanza. La razón es que dicha noción de templanza incluye como propia una «moderada y conveniente proporción, en la cual consiste precisamente la belleza»11.

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1.3. La templanza como virtud especial

El objeto de la templanza como virtud especial consiste en moderar las pasiones del apetito concupiscible, es decir, el amor y el deseo del bien sensible ausente y el placer gozoso del bien poseído, y sólo indirectamente la tristeza que produce la ausencia de ese placer.

Más concretamente, la templanza modera el deseo y goce de lo que atrae al hombre con más fuerza y, por tanto, de lo más difícil y costoso de moderar12. Tal es el caso de los deseos y placeres producidos por la satisfacción de los dos apetitos naturales más fuertes que el hombre posee: el apetito de comer y beber, y el apetito sexual, dirigidos a la conservación de la naturaleza, y que se refieren principalmente al sentido del tacto. La templanza modera e integra dichos apetitos a la luz de la recta razón.

La templanza no aparta de los placeres sin más, sino de aquellos placeres que se oponen a la razón y, por ello, a la auténtica inclinación natural del hombre y a su perfección como persona. La templanza no se opone a la verdadera inclinación humana, que incluye los placeres acordes a la razón. Si acaso, se opone a la inclinación bestial, no sujeta a la razón13, que es, por tanto, inhumana.

Además la templanza no ejerce su moderación impidiendo las operaciones propias del apetito concupiscible, ni siquiera las pasiones, sino dominándolas para que se ajusten al medio determinado por la razón14. En palabras del propio Santo Tomás, «no es propio de la virtud hacer que las facultades sometidas a la razón cesen en sus propios actos, sino que sigan el imperio de la razón ejerciendo sus propios actos. Por lo que, así como la virtud ordena a los miembros del cuerpo ejecutar los actos exteriores debidos, también ordena al apetito sensitivo tener sus propios actos ordenados»15.

Los vicios que se oponen a la templanza son la intemperancia (por exceso) y la insensibilidad (por defecto). El intemperante deja que sus pasiones desordenadas ofusquen su razón. El insensible considera equivocadamente todo placer como algo pecaminoso. Ambas actitudes son contrarias a la naturaleza humana.

2. Virtudes subordinadas a la templanza 2.1. Las condiciones de la templaza

Las partes integrales de la templanza, es decir, las condiciones necesarias, aunque no suficientes, para que se dé esta virtud, son dos: la vergüenza, «que nos hace huir de la torpeza que implica el acto de la intemperancia»16, y la honestidad, que inclina a amar la belleza intrínseca de los actos virtuosos de la templanza.

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—La vergüenza, como temor a un acto torpe, no es propiamente una virtud, sino «una pasión digna de alabanza»17 que ayuda a evitar los actos contrarios a la templanza y a crecer en ella.

—Con la vergüenza se relaciona el pudor. En un sentido reducido del término, el pudor es la vergüenza que lleva a ocultar ante la mirada ajena los actos venéreos y sus signos externos, incluso cuando son ordenados por la razón y, por tanto, virtuosos. Se trata de un cierto sentido natural de decencia por el que la persona no quiere exponerse a la mirada ajena cuando se entrega a otra persona, en un contexto de amor e intimidad. No se trata de ocultar algo (el propio cuerpo, la sexualidad, las manifestaciones de afecto, etc.) por considerar que es negativo. Lo que pretende el pudor es no generar una intencionalidad en otros o en uno mismo contraria al valor de la persona18.

En un sentido más amplio, el pudor guarda la propia intimidad no sólo corporal sino también espiritual y la reserva para quien corresponde.

—La honestidad19 es propiamente una pasión: el amor a la belleza moral que supone obrar de modo templado. «La belleza, en efecto, puede encontrarse en sentido analógico en los asuntos morales, es decir en las acciones humanas. Una acción humana es bella cuando manifiesta el resplandor de lo inteligible en lo sensible, o sea el orden de la razón en los impulsos pasionales. Si estos impulsos pasionales se sustraen al dominio de la razón, no son humanos, sino bestiales e infrahumanos, y eso es lo que constituye la torpeza o fealdad moral. En cambio, si resplandece en ellos la moderación y el orden de la razón, la conducta humana es entonces decente, decorosa, moralmente bella, digna de honor. Y el amor de esa belleza moral es lo que constituye la honestidad»20.

2.2. Especies de templanza

Las partes subjetivas de la templanza o especies en las que puede dividirse esta virtud, son tres: la abstinencia, la sobriedad, y la castidad. La abstinencia modera los apetitos de la comida, la sobriedad los de la bebida, la castidad el apetito sexual.

—La abstinencia capacita al hombre para «abstenerse del alimento en la medida de lo conveniente, conforme a las exigencias de los hombres con los que vive y de su propia persona, además de la necesidad de su salud»21. El vicio contrario es la gula.

Santo Tomás recoge un texto de San Agustín que constituye otra excelente definición de la abstinencia: «En orden a la virtud, no importa en modo alguno qué alimentos o qué cantidad se toma (mientras se haga en conformidad con el orden de la razón bajo la regla de la templanza), sino con qué facilidad y serenidad de ánimo sabe el hombre privarse de ellos cuando es conveniente o necesario»22.

—La palabra sobriedad deriva de medida, por lo que, de modo general, puede aplicarse a cualquier materia. En un sentido más específico, la

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sobriedad consiste en observar medida o moderación en la bebida alcohólica, que puede suponer un especial impedimento para el uso de la razón23.

—La materia específica de la castidad a la que se aplica la moderación propia de la templanza está constituida por «los deseos de deleite que se dan en lo venéreo»24. «La castidad –afirma el Catecismo de la Iglesia Católica- significa la integración lograda de la sexualidad en la persona, y por ello en la unidad interior del hombre en su ser corporal y espiritual. La sexualidad, en la que se expresa la pertenencia del hombre al mundo corporal y biológico, se hace personal y verdaderamente humana cuando está integrada en la relación de persona a persona, en el don mutuo total y temporalmente ilimitado del hombre y de la mujer»25.

La castidad es una virtud indispensable para amar a Dios y tener intimidad con Él, y para convertir la propia vida en servicio a los demás. Ensancha la capacidad para el amor y el sacrificio. La lujuria, por el contrario, suele tener estos efectos: «la ceguera de espíritu, la inconsideración, la precipitación, el egoísmo, el odio a Dios, el apegamiento a este mundo, el disgusto hacia la vida futura»26. De ahí que sea erróneo considerarla como una conducta que no hace daño a nadie: corrompe, en primer lugar, a quienes la realizan; y perjudica también a la sociedad, cuyo bien depende de la bondad de cada uno de sus miembros.

Ante algunas concepciones de la castidad como negación y carga difícil de soportar, San Josemaría Escrivá expone una visión positiva que hace atrayente esta virtud: «La santa pureza no es ni la única ni la principal virtud cristiana: es, sin embargo, indispensable para perseverar en el esfuerzo diario de nuestra santificación y, si no se guarda, no cabe la dedicación al apostolado. La pureza es consecuencia del amor con el que hemos entregado al Señor el alma y el cuerpo, las potencias y los sentidos. No es negación, es afirmación gozosa»27. «Con el espíritu de Dios, la castidad no resulta un peso molesto y humillante. Es una afirmación gozosa: el querer, el dominio, el vencimiento, no lo da la carne, ni viene del instinto; procede de la voluntad, sobre todo si está unida a la Voluntad del Señor. Para ser castos —y no simplemente continentes u honestos—, hemos de someter las pasiones a la razón, pero por un motivo alto, por un impulso de Amor»28.

2.3. Partes potenciales de la templanza

Las partes potenciales de la templanza son las virtudes que se refieren a su materia secundaria, es decir, a los deseos menos difíciles de moderar.

Se agrupan en tres series, según la materia a la que se aplique la moderación característica de la templanza:

a) La primera serie modera los movimientos y actos internos del alma. En ella se incluyen la continencia, la humildad, la mansedumbre y la clemencia29.

De estas virtudes, la única que tiene la misma materia que la templanza es la continencia. Es la virtud de la voluntad por la que, a causa de un motivo racional, el hombre resiste a los deseos desordenados de los placeres del

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tacto, que se dan en él con fuerza30. Es una virtud, pues reafirma la razón contra las pasiones, pero no es perfecta, ya que no impide que se levanten en el apetito sensitivo pasiones fuertes contrarias a la razón. En la persona continente la fuerza de la razón no llega a informar y someter el apetito concupiscible desde dentro (como hace la templanza), sino que lo domina desde fuera, desde la voluntad31.

b) La segunda serie de virtudes modera los movimientos externos y actos corporales, materia que cae toda ella dentro de la virtud de la modestia. Esta virtud, tomada en general, inclina a moderar los apetitos en aquellas pasiones que no son tan vehementes como las delectaciones del tacto, y que se manifiestan en actos externos. Se trata, por tanto, de la templanza en asuntos menos difíciles. Dentro de la modestia, se distinguen otras virtudes: la estudiosidad32, la eutrapelia, la modestia corporal y la modestia en el adorno.

—La eutrapelia tiene por objeto moderar, según la razón, los juegos y diversiones, que consisten en esos «dichos o hechos en los que no se busca sino el deleite del alma»33. La eutrapelia guarda directa relación con la necesidad del descanso espiritual. «Cuando el alma se eleva sobre lo sensible mediante obras de la razón, aparece un cansancio en el alma (…), tanto mayor cuanto mayor es el esfuerzo con el que se aplica a las obras de la razón. Y del mismo modo que el cansancio corporal desaparece por medio del descanso corporal, también la agilidad espiritual se restaura mediante el reposo espiritual. Ahora bien, el descanso del alma es deleite (…). Por eso es conveniente proporcionar un remedio contra el cansancio del alma mediante algún deleite, procurando un relajamiento de la tensión del espíritu»34. Los vicios opuestos son la alegría necia y la austeridad excesiva.

—La modestia corporal es la virtud que inclina a guardar el debido decoro en los gestos y movimientos corporales35. «Los movimientos externos son signos de la disposición interior, que se mira principalmente en las pasiones del alma. Por eso la moderación de los movimientos externos requiere la moderación de las pasiones internas»36. A esta virtud se oponen la afectación o amaneramiento y la rusticidad u ordinariez.

—La modestia en el adorno37 tiene por objeto guardar el debido orden de la razón en el arreglo del cuerpo y del vestido, y en el uso de las cosas exteriores, de modo que tal uso no venga condicionado por una pasión desordenada, sea por exceso (lujo y ostentación) o por defecto (dejadez). Un término más actual que designa un concepto análogo al de modestia en el adorno es el de elegancia. Puede definirse como «la presencia de lo bello en la figura, en los actos y movimientos, o mejor dicho, el mantenimiento activo de esa presencia, aquella obra de arreglo y compostura que hace a la persona, no sólo digna y decente, sino bella y hermosa ante sí y ante los demás»38.

Podrían aplicarse de modo específico a la modestia las siguientes palabras que Juan Pablo II aplica de modo general a la templanza: «Pienso que esta virtud exige de cada uno de nosotros una humildad específica respecto a los dones que Dios ha depositado en nuestra naturaleza humana. Diría ―la humildad del cuerpo‖ y la del ―corazón‖. Esta humildad es condición necesaria para la ―armonía interior del hombre‖, para la belleza ―interior‖ del

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hombre. Reflexionen todos bien sobre ello, y en particular los jóvenes, y más aún las jóvenes, en la edad en que preocupa tanto ser bellos o bellas, para agradar a los demás. Acordémonos de que el hombre debe ser bello sobre todo interiormente. Sin esta belleza, todos los esfuerzos dirigidos solamente al cuerpo no harán -ni de él, ni de ella- una persona verdaderamente hermosa»39.

c) La tercera serie modera el uso de las cosas externas relacionadas con la persona. Incluye la parquedad o suficiencia, que consiste en no usar lo superfluo; y la moderación o simplicidad, que modera el deseo de usar cosas demasiado exquisitas.

La virtud del desprendimiento, que Santo Tomás no cita, está directamente relacionada con estas virtudes. Queda de manifiesto su importancia cuando el Señor la pone como condición para ser sus discípulos: «Así pues, cualquiera de vosotros que no renuncie a todos sus bienes no puede ser mi discípulo» (Lc 14, 33). Como se ve por las palabras de Jesús, se trata de una virtud que el Señor pide a todos y no sólo a algunos de sus discípulos. En efecto, todos han de tener el corazón desprendido de las cosas (aunque se posean y se usen) para poder amar a Dios con todo el corazón, con toda el alma, con toda la mente y con todas las fuerzas, y al prójimo por amor a Dios (cf. Mc 12, 30-31). Se trata además de una virtud que requiere especial atención en las actuales circunstancias de la sociedad de consumo.

La persona humana necesita las cosas materiales para la conservación de la vida y para vivir de acuerdo con su dignidad. De ahí que sea bueno desear y procurar los medios materiales necesarios. La virtud del desprendimiento hace que el deseo de bienes materiales se mantenga dentro del orden de la razón iluminada por la fe. Esto conlleva que tales bienes se quieran sólo como medios y no como fines, y que se ordenen a un verdadero fin humano.

3. Templanza y lucidez de la mente

Santo Tomás insiste con frecuencia en la necesidad de la templanza, no ya como virtud general, sino como virtud especial, para alcanzar la sabiduría. La templanza es necesaria para ser sabio, para conocer a Dios y para descubrir el verdadero valor de las cosas y los acontecimientos.

La relación de la templanza con la sabiduría se refiere sobre todo a las disposiciones de la persona para alcanzar esta virtud fundamental. «Esencialmente –afirma Santo Tomás-, las virtudes morales no pertenecen a la vida contemplativa, cuyo fin es la consideración de la verdad, y el saber, que pertenece a la consideración de la verdad, interesa poco a las virtudes morales (…). Dispositivamente, sin embargo, las virtudes morales sí pertenecen a la vida contemplativa. Pues el acto de la contemplación, en el que esencialmente consiste la vida contemplativa, es impedido tanto por la vehemencia de las pasiones, por las que la intención del alma es abstraída de lo inteligible a lo sensible, como por los tumultos exteriores. Pero las virtudes morales aplacan la vehemencia de las pasiones y sedan el tumulto de las ocupaciones exteriores»40.

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Más concretamente, las virtudes de la castidad y de la abstinencia, tan necesarias para la limpieza del corazón, «disponen óptimamente para la perfección de la operación intelectual. Y por eso dice el libro de Daniel, 1,17, que a ciertos jóvenes, abstinentes y continentes, les dio Dios la ciencia y la disciplina para comprender todo libro y sabiduría»41. La razón es que «el alma, cuando deja de ocuparse del propio cuerpo, se convierte en más hábil para entender lo más alto; por eso la virtud de la templanza, que distrae al alma de los deleites corporales, convierte principalmente a los hombres en más aptos para entender»42.

En la misma dirección opera la virtud del desprendimiento de los bienes materiales. La persona apegada y, por tanto, excesivamente preocupada por ellos, es esclava de esos bienes y, en lugar de buscar las verdades realmente importantes para su vida y su salvación, tiende a fijar la atención tan sólo en aquellas cuyo conocimiento puede resultar útil para conservarlos y acrecentarlos43. De ahí que el afán de tener y consumir, tan fomentado a través de la publicidad, contribuya también a la disminución del interés por la verdad.

«El hombre animal no percibe las cosas del espíritu» (1 Co 2,14). Si la soberbia ciega porque la persona busca su propia excelencia por encima de todo, incluso por encima de la verdad, a la que no quiere reconocer ni subordinarse, los vicios de la sensualidad, en cambio, ciegan de un modo diferente, no porque el hombre quiera elevarse, sino porque se sumerge en los placeres.

Sobre la incapacidad para percibir las cosas del espíritu, Santo Tomás distingue entre el embotamiento del sentido intelectual y la ceguera del espíritu44. Tiene embotado el sentido intelectual aquel que no llega a conocer la verdad sobre los bienes espirituales más que por medio de múltiples explicaciones, y aun así no ve perfectamente todo lo que se refiere a su naturaleza. Es ciego de espíritu, en cambio, el que está totalmente privado del conocimiento de esos bienes.

Santo Tomás, siguiendo a S. Gregorio, afirma que el embotamiento del sentido intelectual tiene su origen en la gula, y la ceguera de la mente, en la lujuria45. La razón es que los placeres de la gula y de la lujuria llenan el alma de sensaciones embriagantes, de imaginaciones, recuerdos y deseos, y en medio de todo ello, el entendimiento no es libre para poder elevarse a la consideración de las cosas del espíritu46. En esta situación, además, la persona no aspira a elevarse, pues tiene su corazón donde considera que está su tesoro. Por el contrario, ante la necesidad de atender a los asuntos del espíritu, la persona esclavizada por la sensualidad siente molestia, malestar y tristeza. «El bien espiritual les parece a algunos malo, en cuanto es contrario al deleite carnal, en cuya concupiscencia están asentados» 47.

Por otra parte, la templanza es esencial también para que pueda existir la virtud intelectual y moral de la prudencia. En efecto, las tendencias apetitivas, en la medida en que están naturalmente bien orientadas y obedecen dócilmente a la razón, facilitan el correcto conocimiento moral. Bajo su influjo, «el acto de la razón y el bien de la razón no resultan alterados de ninguna manera, sino más bien facilitados»48. La afectividad impregnada de racionalidad mediante las virtudes morales, desempeña una función importante

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en el conocimiento: indica dónde está el bien conforme a la razón e inclina a lo que es racionalmente bueno. De este modo la razón descubre lo que es bueno sin necesidad de largos y complicados razonamientos, sino de manera inmediata49.

En cambio, «la intemperancia corrompe en grado sumo la prudencia. Por eso los vicios opuestos a la prudencia tienen su origen preferentemente en la lujuria, que es la principal especie de intemperancia»50.

Las pasiones desordenadas –como ya se ha dicho en capítulos anteriores- son un obstáculo para que la prudencia reflexione, juzgue y decida bien. «En cada uno de estos tres momentos deja su huella desoladora la lujuria. En lugar de llamar a sereno consejo a todas las potencias, impera la disipación y la ligereza (inconsideratio); el juicio se sucede sin que la razón pueda sopesar los pros y los contra (praecipitatio); y cuando el corazón se pone a decidir, caso de que realmente llegue a ello, opera, como si dijéramos, sin máscara de gas que filtre las impresiones que llegaron a través de los sentidos. Todo buen propósito quedará siempre amenazado por la inconstancia»51. Para que la prudencia pueda realizar con perfección cada uno de esos pasos se precisa, por tanto, la virtud de la templanza, que, ―haciendo orden‖ (ordo rationis) en el interior del hombre, evita que la razón sea obnubilada o cegada por las pasiones sensibles.

La intemperancia destruye de una manera especial la capacidad de percibir los detalles concretos, tan necesaria para elegir prudentemente la acción que en cada circunstancia se debe realizar. La obsesión de gozar, que tiene siempre ocupado al hombre intemperado, le impide acercarse a la realidad serenamente y le priva del auténtico conocimiento52. «El abandono del alma, que se entrega desarmada al mundo sensible, paraliza y aniquila más tarde la capacidad de la persona en cuanto ente moral, que ya no es capaz de escuchar silencioso la llamada de la verdadera realidad, ni de reunir serenamente los datos necesarios para adoptar la postura justa en una determinada circunstancia»53.

4. Templanza, libertad interior y capacidad de amar

La templanza, al moderar la inclinación a los placeres sensibles bajo el orden de la razón, hace posible que la voluntad no quede determinada o esclavizada por el apetito de esos placeres, y pueda amar libremente los distintos bienes que la recta razón le presenta. De ahí que una primera consecuencia de la templanza sea la libertad interior.

Hay que tener en cuenta que las energías que la templanza debe dominar, al ser esenciales para la vida humana, son muy fuertes y, por tanto, capaces de perturbar el espíritu humano en el más alto grado54. La ruptura interior de la persona humana, producida por el pecado original y los pecados personales, dificulta aún más el dominio de la razón sobre los apetitos. Pues bien, la templanza humana y sobrenatural restaña la herida de la concupiscencia y elimina la tensión interior entre las exigencias del apetito y el orden de la razón.

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Esta armonía entre apetito y razón hace posible un mayor dominio de sí mismo, una mayor libertad y, por tanto, una mayor capacidad de amar a Dios y a los demás apasionadamente. Gracias a la templanza, las energías de la persona se encauzan, potencian y secundan la acción libre dirigida por la razón, comprometiendo en ella a la persona entera, en cuerpo y alma. Las fuerzas de la pasión se ponen, entonces, al servicio del amor, de la propia perfección y de la construcción de la sociedad.

«Hombre moderado es el que es dueño de sí mismo. Aquel en el que las pasiones no consiguen la superioridad sobre la razón, sobre la voluntad y también sobre el ―corazón‖. ¡El hombre que sabe dominarse a sí mismo! Si es así, nos damos cuenta fácilmente del valor fundamental y radical que tiene la virtud de la templanza. Ella es justamente indispensable para que el hombre ―sea plenamente hombre‖. Basta mirar a alguno que, arrastrado por sus pasiones, se convierte en ―víctima‖ de las mismas, renunciando por sí mismo al uso de la razón (como, por ejemplo, un alcoholizado, un drogado), y comprobamos con claridad que ―ser hombre‖ significa respetar la dignidad propia, y por ello, entre otras cosas, dejarse guiar por la virtud de la templanza»55.

Sin la templanza, aquellas energías se malgastan y desperdician; el hombre se torna esclavo de sus pasiones, a las que tiene que complacer cada vez con más urgencia, porque el corazón, hecho para Dios, no se da nunca por satisfecho. «Buscando el placer por el placer, acaba esclavo de él, sin llegar a encontrar nunca verdadera satisfacción, ya que el placer toca sólo una dimensión y dura sólo lo que dura la acción. Una vez pasada, deja la amargura de la vaciedad, que requiere nuevos y más excitantes placeres para olvidarse y saciarse»56. El hombre se siente insatisfecho y angustiado, y si, en lugar de rectificar, sigue buscando su felicidad por un camino que no conduce a ella, termina destruyéndose a sí mismo y tal vez a los demás, porque no es raro que la intemperancia engendre violencia.

Se suele considerar la templanza como una virtud exclusivamente individual, o, al menos, con pocas o nulas repercusiones en la vida social. En la literatura y en el cine no es difícil encontrar personajes que, mientras llevan una vida destemplada (aspecto que los hace más simpáticos, liberales y tolerantes), se presentan como modelos de humanidad, capaces de dar su vida en honor de la amistad. Pero en realidad, la destemplanza no se conjuga nada bien con la entrega a los demás. Sólo la persona que es dueña de sí y domina sus pasiones puede darse sinceramente a los otros. La persona intemperante, en cambio, pone en los bienes sensibles y placenteros un amor que debería reservar para las personas; su yo egoísta se sitúa en el centro de todos los intereses y tiende a utilizar a los demás como objeto para la propia satisfacción.

Todas las faltas de templanza que acaban en un acto externo contienen un elemento de injusticia. Esto es muy claro en el caso de algunos vicios contra la castidad, como el adulterio o la violación. Pero incluso los vicios contra la templanza que permanecen en oculto, en la medida que devienen en un acto exterior, llevan implícito un punto de injusticia, mayor o menor según el caso. «En una palabra, toda acción tiene una trascendencia social»57, con las enormes consecuencias que este enunciado tiene para la vida política, la actividad legislativa, etc.

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Los aspectos aparentemente costosos de la lucha por la templanza: esfuerzo, privación, etc., no deben llevar a pensar que esta virtud se caracteriza por la negatividad. Todo lo contrario: el necesario aggere contra no hace más que potenciar las energías encerradas en la persona para hacerla capaz de una entrega plena a los demás.

El hombre templado «sabe prescindir de lo que produce daño a su alma, y se da cuenta de que el sacrificio es sólo aparente: porque al vivir así –con sacrificio- se libra de muchas esclavitudes y logra, en lo íntimo de su corazón, saborear todo el amor de Dios.

La vida recobra entonces los matices que la destemplanza difumina; se está en condiciones de preocuparse de los demás, de compartir lo propio con todos, de dedicarse a tareas grandes. La templanza cría al alma sobria, modesta, comprensiva; le facilita un natural recato que es siempre atractivo, porque se nota en la conducta el señorío de la inteligencia. La templanza no supone limitación, sino grandeza. Hay mucha más privación en la destemplanza, en la que el corazón abdica de sí mismo, para servir al primero que le presente el pobre sonido de unos cencerros de lata»58.

5. La templanza cristiana
5.1. La templanza en la Sagrada Escritura

La Sagrada Escritura se refiere a la templanza teniendo delante el hombre ―histórico‖ –es decir, el hombre pecador y redimido—, y hablando de las disposiciones necesarias para ser fiel a la Alianza (Antiguo Testamento) o para participar en el Reino de Dios (Nuevo Testamento). Este es el sentido de textos como los siguientes: «Y si uno ama la justicia, los frutos de su trabajo son virtudes; porque enseña templanza y prudencia, justicia y fortaleza: que son las cosas más ventajosas para los hombres en la vida» (Sab 8, 7); «Óyeme, hijo, y no me desprecies, y al final comprenderás mis palabras. Sé en todas tus acciones moderado, y ningún daño te alcanzará» (Si 31, 22).

Entre las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre la templanza tienen especial importancia las cartas de San Pablo59. En unas ocasiones hablan de la ―sobriedad‖ —es decir, de la ―moderación‖ o templanza— como condición exigida a todos los cristianos: «No durmamos como los demás, sino estemos en vela y mantengámonos sobrios» (1 Ts 5, 6); «Como en pleno día tenemos que comportarnos honradamente, no en comilonas y borracheras, no en fornicaciones y en desenfrenos, no en contiendas y envidias; al contrario, revestíos del Señor Jesucristo, y no estéis pendientes de la carne para satisfacer sus concupiscencias» (Rm 13, 13-14). En otras, esa sobriedad se concreta con acentos particulares en el caso de los ministros sagrados (cf. 1 Tm 3, 2-3; Tit 1, 7), los ancianos (Tit 2, 2), etc.

El motivo por el que se ha de vivir la sobriedad en relación con el uso de los bienes es que quienes se entregan a ellos o los usan ―inmoderadamente‖ no entrarán en el reino de los cielos (cf. Ga 5, 19-21). Por otro lado, se enseña que la templanza es un don de Dios: «Porque Dios no nos dio un espíritu de timidez, sino de fortaleza, caridad y templanza» (2 Tm 1, 7) y, en consecuencia,

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está al alcance del cristiano vivir la moderación en el uso de los bienes (cf. Tit 2, 1-15).

En todos los contextos, la palabra ―templanza‖ o sus equivalentes (―moderación‖ o ―sobriedad‖) aluden siempre a una actitud de señorío y dominio frente a los bienes creados. Pero no porque estos sean malos o porque lo sea la atracción que el hombre siente hacia ellos. Si el hombre ha de usar de ellos sobria o moderadamente, es porque, siendo buenos, puede llegar a amarlos de tal manera que se deje esclavizar por ellos, sin tener en cuenta su condición de criatura e hijo de Dios.

La bondad de la creación es una enseñanza constante en la Escritura y en la Tradición: el pecado de los orígenes no ha destruido la bondad de ―el principio‖. Por eso afirma Juan Pablo II que «la moralidad cristiana jamás se ha identificado con la moralidad estoica. Al contrario, considerando toda la riqueza de los afectos y de las emociones de que todo hombre está dotado -por otra parte, cada uno de forma distinta: de una forma el hombre, de otra la mujer, a causa de la propia sensibilidad-, es necesario reconocer que el hombre no puede conseguir esta espontaneidad madura si no es por medio de una labor lenta y continua sobre sí mismo y una ―vigilancia‖ particular sobre toda su conducta. En esto, en efecto, consiste la virtud de la ―templanza‖, de la ―sobriedad‖»60.

5.2. La transformación de la templanza en la vida cristiana

En la vida cristiana, la templanza adquiere un nuevo y original sentido, sobre todo porque el modelo e ideal de la templanza y de todas las virtudes con ella relacionadas (sobriedad, castidad, desprendimiento, etc.) es Cristo, perfecto Dios y hombre perfecto.

La finalidad de esta virtud no se reduce ahora a la moderación de las pasiones como condición de una vida verdaderamente humana. Al entrar en el organismo de las virtudes teologales, la templanza sufre una transformación, como sucede con las demás virtudes humanas. Concretamente, la fe hace que la templanza se ponga al servicio de la caridad y de la unión con Cristo61.

Esto significa, por una parte, que las energías de la afectividad son encauzadas por la virtud de la templanza, dirigida por la fe, para que el hombre ame a Dios con todo su corazón, con toda su alma y con toda su mente (cf. Mc 12, 30; Mt 22, 37), con el cuerpo y con el espíritu, con amor apasionado.

Por otra parte, por la identificación con Cristo, el cristiano vive la virtud de la templanza como participación en la misión redentora de Cristo. «La práctica de la templanza se convierte en una participación en la Pasión de Cristo, en una especie de muerte voluntaria. De este modo, la templanza se convierte, de alguna manera, en el instrumento de una vida nueva que nace el día de Pascua, en una participación en la vida misma de Cristo y en su caridad. Adquiere así una cierta dimensión teologal»62.

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En la vida del cristiano que se sabe corredentor con Cristo, la templanza refleja el rostro de Cristo ante los demás, de modo que todos se pueden sentir atraídos por Él. En este sentido, la templanza es imprescindible para que el cristiano pueda llevar a la práctica la vocación apostólica que ha recibido en el Bautismo.

Por último, la novedad de la templanza cristiana se manifiesta también en algunos modos específicos de vivir la castidad (celibato y virginidad), el desprendimiento de los bienes (prescindiendo de la propiedad sobre las cosas), etc., como expresiones de una entrega total al amor de Cristo, que Dios pide a algunas personas (tanto laicas como religiosas) otorgándoles la gracia para vivirlas.

Bibliografía

J. GARCÍA LÓPEZ, Virtud y personalidad, EUNSA, Pamplona 2003.
J. NORIEGA, El destino del Eros. Perspectivas de moral sexual, Palabra,

Madrid 2005.
J. PIEPER, Templanza, en Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid 1976. S. PINCKAERS, Plaidoyer pour la vertu, Éd. Parole et Silence, Paris 2007. K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad, Razón y Fe, Madrid 1979.

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NOTAS:

1 CEC, n. 1809.

2 Entre los griegos se usan los términos enkráteia (derivado del verbo enkráteo: “soy dueño”) o sophrosine (derivado del verbo sophroneo: “soy sabio, moderado”).

3 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, Rialp, Madrid 1976, 221.

4 Cf. P. LOMBARDO, II Sent., d. 27, a. 2; S. TOMÁS DE AQUINO, Summa Theologiae, (en adelante: S.Th.), I-II, q. 55, a. 4; II-II, 141, a 3.

5 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, o.c., 282.
6 S. Th., II-II, q. 141, a. 1, ad 1.
7 J. GARCÍA LÓPEZ, Virtud y personalidad, EUNSA, Pamplona 2003, 173: «La

temperancia, pues, tiene forma de inclinación o tendencia (…). Se malentiende la temperancia cuando se la concibe sólo como freno, como moderación, porque esencialmente es también tendencia o impulso». Y un poco más adelante, al hablar del componente de moderación que incluye la templanza, advierte: «y nótese que esa moderación no es una disminución de la energía, un simple freno o cortapisa, sino un positivo encauzamiento».

8 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, o.c., 225.
9 S. Th., II-II, q. 141, a. 2c.
10 S. Th., II-II, q. 141, a. 2c. Cf. también De virtutibus, q. 1, a. 12. ad 23.
11 S. Th., II-II, q. 141, a. 2, ad 3.
12 Cf. S. Th., II-II, q. 141, a. 2c.
13 Cf. S. Th., II-II, q. 141, a. 1, ad 1.
14 Estas ideas son tratadas en profundidad por Santo Tomás en De

virtutibus, q. 1, a. 13.
15 S. Th., I-II, q. 59, a. 5c.

16 S. Th., II-II, q. 143, a. 1c.
17 S.Th., II-II, q. 144, a. 1c.
18 Cf. J. NORIEGA, El destino del Eros. Perspectivas de moral sexual,

Palabra, Madrid 2005, 155. Para una exposición más extensa de este tema, cf. K. WOJTYLA, Amor y responsabilidad, Razón y fe, Madrid 1979, 193-214.

19 Cf. S.Th., II-II, q. 145.
20 J. GARCÍA LÓPEZ, Virtud y personalidad, o.c., 176.
21 S.Th., II-II, q. 146, a. 1c.
22 S.Th., II-II, q. 146, a. 1, ad 2.
23 Cf. S.Th., II-II, q. 149.
24 S.Th., II-II, q. 151, a. 2.
25 CEC, n. 2337.
26 S. GREGORIO MAGNO, Moralia, 31, 45.
27 S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa: Homilías, Rialp, Madrid 2000

(38a), n. 5.
28 ID., Amigos de Dios: Homilías, Rialp, Madrid 2001 (28a), n. 177.
29 Sto. Tomás sitúa aquí la humildad, la mansedumbre y la clemencia

tomando como criterio el modo de obrar de estas virtudes, que cosiste en moderar. Hemos optado por ordenarlas de acuerdo con su objeto. Así, la mansedumbre y la humildad se tratan en relación con la fortaleza y la esperaza; y la clemencia, con la justicia.

30 Cf. S.Th., II-II, q. 155, a. 1c.
31 Cf. S.Th., II-II, q. 155, a. 4, ad 3.
32 Trasladamos la estudiosidad al artículo en el que se estudian las virtudes

intelectuales.
33 S.Th., II-II, q. 168, a. 2.

34 Ibidem.
35 Cf. S.Th., II-II, q. 168, a. 1c.

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36 S.Th., II-II, q. 168, a. 1, ad 3.
37 Cf. S.Th., II-II, q. 169.
38 R. YEPES STORK, La elegancia, algo más que buenas maneras, Revista

“Nuestro Tiempo”: n. 508, octubre 1996, 110-123.
39 JUAN PABLO II, Audiencia general, 22-XI-1978.
40 S.Th., II-II, q. 180, a. 2c.
41 S.Th., II–II, q. 15, a. 3c.
42 S. TOMÁS DE AQUINO, Summa contra gentes, II, caps. 80 y 81.
43 Cf. A. MILLÁN-PUELLES, El interés por la verdad, Rialp, Madrid 1997, 149. 44 Cf. S.Th., II–II, q. 15, a. 2c.
45 Cf. S.Th., II–II, q. 15, a. 3.
46 Ibidem. Véase también S.Th., II–II, q. 46.
47 S. TOMÁS DE AQUINO, De Caritate, 12.
48 ID., Summa contra gentes, l. 3, c. 129, n. 7.
49 Cf. M. RHONHEIMER, La perspectiva de la moral, Rialp, Madrid 2000, 178-

179.
50 S. Th., II-II, q. 153, a. 5, ad 1.
51 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, o.c., 242
52 Por eso, y en este sentido, puede decir Aristóteles, y lo recoge Santo

Tomás, que «los placeres corrompen la estimación de la prudencia» (S. Th., I-II, q. 59, a. 2, obj. 3).

53 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, o.c., 242 54 Cf. S.Th., II-II, q. 141, a. 2, ad 2.
55 JUAN PABLO II, Audiencia general, 22-XI-1978. 56 J. NORIEGA, El destino del Eros, o.c., 166.

57 J. PIEPER, Las virtudes fundamentales, o.c., 109.
58 S. JOSEMARÍA ESCRIVÁ, Es Cristo que pasa, o.c., n. 84.
59 En otros escritos del Nuevo Testamento encontramos también enseñanzas

sobre esta virtud. Las cartas de San Pedro ponen de relieve particularmente dos cosas: a) es una virtud que han de practicar todos los cristianos (cf. 1 P 1, 13-14); b) está unida a la fe (cf. 2 P 2, 6).

60 JUAN PABLO II, Audiencia general, 22-XI-1978.

61 Cf. S. PINCKAERS, Plaidoyer pour la vertu, Éd. Parole et Silence, Paris 2007, 281.

62 Ibidem.

La cultura católica y el modo de vida

La cultura católica empieza en casa

  •   JUAN MESEGUER
  •   22.ABR.2013. Fuente: Aceprensa

En el Año de la Fe, muchos se preguntan cómo lograr que el mensaje cristiano se haga cultura. Si el cristianismo está llamado a impregnar al hombre de hoy, parece razonable ampliar el concepto de cultura católica a la propuesta de unos hábitos sociales valiosos. La directora de Catholic Voices USA y un teólogo estadounidense ofrecen algunas ideas para

renovar primero el día a día de los católicos y después los estilos de vida de quienes tienen alrededor.

Kim Daniels es una de las autoras que lanzó la iniciativa “Women Speak for Themselves”, una carta abierta dirigida a Obama con motivo de la polémica sobre la obligación de financiar los anticonceptivos en el seguro sanitario. Frente a la estratagema de presentar el mandato anticonceptivo como una exigencia de la “salud de las mujeres”, más de 33.000 firmantes recordaron al presidente que ellas hablaban por sí mismas y que no necesitaban a alguien que promoviera el aborto o la anticoncepción “en nombre de las mujeres” (cfr.Aceprensa, 4-09- 2012).

Para Daniels, directora de Catholic Voices USA, los católicos contribuyen con su fe a renovar el proceso democrático. Pero su aportación no puede limitarse a intervenir en los debates controvertidos. “La política es importante, pero la cultura es fundamental”, escribe en Our Sunday Visitor. Entiende por cultura tanto los productos de la cultura de masas y de la alta cultura (arte, literatura, música…) como el conjunto de “hábitos compartidos, formas de pensar y de sentir enraizados en un mismo sitio”. Así entendida, la cultura se manifiesta y da forma a la vida cotidiana.

“Hasta hace no demasiado tiempo, dice Daniels, muchos católicos estadounidenses se movían a sus anchas dentro de una cultura en la que su fe daba tono a sus

vidas”. Esto ya no es así. Hoy la vida diaria de muchos católicos no se distingue particularmente de la de los miembros de otras confesiones.

Los cambios en las leyes de un país son importantes. Pero si los católicos desean que su fe vuelva a formar parte del aire que respiran, es preciso que compartan con quienes tienen a su alrededor –creyentes o no– su aspiración a construir el bien común.

Daniels: “Construir una cultura tiene que ver con construir comunidades. Y las comunidades se forman con amigos”

Empezar por las raíces

El cristiano no se encierra en un gueto, ni da la espalda al mundo. Es más: ni siquiera concibe “un mundo” ajeno a lo que ocurre en su vida cotidiana. Ahora bien: la tarea diaria de enriquecer la esfera pública es un movimiento de abajo a arriba: comienza en las raíces –la familia, los amigos, la parroquia– y de ahí se extiende más allá del círculo de los próximos.

“Aunque sea de manera imperfecta, empezamos a construir una cultura católica vibrante cuando orientamos nuestras familias a Dios”. Es en la familia –dice Daniels– donde los niños aprenden las virtudes que hacen la vida en sociedad más amable: el perdón, la paciencia, la caridad, el orden, el aprecio por la belleza… Y

es en la familia donde los niños empiezan a entender qué aspecto tiene la bondad.

La amistad es otro elemento central para fortalecer la cultura católica de un país. “Construir una cultura tiene que ver con construir comunidades. Y las comunidades se forman con amigos. (…) El deber cristiano de la hospitalidad puede significar muchas cosas, pero desde luego significa conocer a los demás, invitarles a nuestros hogares, compartir comidas con ellos y estar juntos (…). Como dice Hilaire Belloc, „allí donde brilla el sol católico / siempre hay alegría y buen vino tinto‟”.

El tercer elemento que destaca Daniels es “un compromiso mayor, siempre que sea posible, de los católicos con sus parroquias”. Se trata de construir comunidades “en las que unos se preocupan por otros. Sin demasiado esfuerzo, en ellas los fieles saben que alguien se ha puesto enfermo en una familia; que un hijo lo está pasando mal; o que acaba de nacer un bebé”.

De este catolicismo vivido en las familias, entre los amigos y en las parroquias – concluye Daniels– saldrá el impulso para difundir la Buena Noticia a aquellos que están más allá del círculo inmediato de conocidos, incluidos los más necesitados de la sociedad.

Antes que una “guerra cultural”, el proyecto de reconstruir la cultura católica consiste en un compromiso personal por vivir mejor la fe

El Catecismo en el contexto cultural de hoy

Un planteamiento muy parecido al de Daniels es el que desarrolla Ryan Topping en su libro Rebuilding Catholic Culture (1). Doctor en teología por la Universidad de Oxford e investigador del Thomas More College en Nuevo Hampshire, Topping presenta el Catecismo de la Iglesia Católica como un antídoto a la pérdida de sentido que han traído algunas doctrinas modernas.

Para Topping, el Catecismo ha supuesto una bocanada de aire fresco al ambiente – demasiado sofocante y escéptico– de la modernidad. Una de sus tesis es que hoy

día Kant gobierna la vida civil, mientras que Nietzsche y Rousseau inspiran la vida moral.

El lenguaje de los derechos, de las obligaciones contractuales y de la igualdad pudo ser útil para poner las bases del Estado moderno. Pero erró al crear la falsa ilusión de que se podía prescindir de Dios para articular la convivencia pacífica en las democracias. Como ha recordado Benedicto XVI, por encima del consenso social hay unas reglas éticas que son anteriores a la vida política.

Por su parte, Nietzsche vendió la idea de que el disfrute de la libertad exigía dar la espalda a la experiencia de ser hijos de Dios. Y Rousseau desligó el principio “haz

el bien y evita el mal” de cualquier referencia externa, confiando su discernimiento a la propia subjetividad. Frente a la guía que ofrece la naturaleza humana como principio de orientación moral, ambos autores convirtieron el yo y sus deseos en el único criterio de valoración de la realidad.

Para cambiar este estado de cosas, Topping exhorta a los católicos a iluminar su vida cotidiana con la riqueza de las enseñanzas de la Iglesia. Antes que una “guerra cultural” o de ideas, el proyecto de reconstruir la cultura católica consiste en un compromiso personal por vivir mejor los contenidos de la fe. Al igual que Daniels, considera que el empeño por redescubrir ciertas virtudes y elevar el aprecio por la verdad, el bien y la belleza comienza en la familia.

Topping cree que en estos momentos la Iglesia se encuentra en una posición excelente para inspirar una nueva cultura o, como defiende George Weigel en su último libro Evangelical Catholicism, una contracultura (cfr. Aceprensa, 17-04- 2013). Superadas muchas de las discrepancias doctrinales que siguieron al Concilio Vaticano II, la Iglesia puede centrarse en comunicar la belleza del mensaje cristiano.

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(1) Ryan Topping, Rebuilding Catholic Culture: How The Catechism Can Shape Our

Common Life